Motivo de satisfacción es, para Crear en Salamanca, publicar los poemas de Guillermo Ibáñez (Rosario, Argentina, 1949). Poeta y destacado activista cultural, Ibáñez es, desde 1993, director de la reconocida Revista Internacional de Poesía “Poesía de Rosario” (http://revistainternacionaldepoesia21.es.tl/); también lo es, desde principios de los años 90, de la colección “Poesía Latinoamericana”. Antes, entre los años sesenta y setenta, dirigió las revistas de pensamiento y literatura: Nuestro Tiempo, Gaceta Literaria y Runa-Revista de Literatura y Arte.Su obra poética está compuesta, entre otros libros, por: Tiempos (1968); Introspección (1970), El lugar (1973), Poema último (1981), Poema del ser (1986) o Los espejos del aire (1989). Textos suyos tienen traducciones al francés, italiano, árabe, hebreo, inglés, alemán, griego, portugués…, además de una amplia difusión en diversos sitios de Internet de varios continentes.
A. P. Alencart dice de él: “De Guillermo Ibáñez conviene resaltar su, por lustros, denodada entrega al mundo de la Poesía; también su extrema generosidad para con los escribanos de la misma, algo poco usual donde priman egos y cainismos. Esa amplitud le viene por ser seguidor del Amado galileo y por tener un ancho corazón que le permite hospedar (y no rechazar) a quien a su casa toca. Y es que su casa es una auténtica Casa de la Poesía, pues alberga una importante Biblioteca abierta a todos, lectores e investigadores de la poesía que deseen consultar libros y poemarios editados en Rosario desde 1950. En cuanto a su poesía, ella transmite un magno compromiso con el hombre y sus circunstancias, también el derecho que el hombre tiene a lo divino. Conjuga la lírica de expresión rotunda con los versos evanescentes de órbita oriental. Guillermo Ibáñez es un poeta que el tiempo no hará añicos. Léanlo, pues escribe desde su carne viva, desde su espíritu que intuye inéditos lugares”.
POEMA DEL HOMBRE AUTÉNTICO
Admiro al hombre acostumbrado a la soledad de la espera
que por pensar murió como yo a cada desengaño
y al que pudo ver el sol a pesar de su tormenta.
Canto al que sufrió mi muerte y al que no me conoció.
Le escribo al sensato y al estúpido
y a la imagen que de cada uno de ellos tengo
limitado a paredes, también pertenezco a ellos
y a los que no lo son y a la corriente y al río.
Escucho al hombre enceguecido que lleva su verdad en lo oscuro
porque si fuera ciego aportaría mi retina a un lago que supiera mirar
o a un árbol o a su fruto.
Extiendo mi mano hacia la de cualquiera porque así lo deseo
y nadie me puede impedir que lo haga ni obligarme a hacerlo
porque si lo hago es porque siempre me estoy viendo.
No soy caritativo ni egoísta ni bueno ni malo ni nada de lo que los demás
piensan ni nada de lo que yo mismo espero.
Soy como soy y quien no me acepte es porque nada sabe
ni sé yo lo que todos saben y el buen (mentira) dios quiso alguna vez negarme.
Espero al hombre empuñando su cansancio hasta vencerse
mezclo lo irreal y lo concreto para despistar al que no me pudo ver
como quería ni yo lo pude ver a él.
Le escribo al hombre satisfecho de su noche transpirada
y al que por pensar murió dejando a la luz de la intemperie
la idea de que un sol lleno esperaba su timbre en la mañana.
Le cuento al cascabel de mi terraza lo que después él ha de difundir
que no soy loco como dicen ni tan cuerdo tampoco
pero llevo en mi lengua la palabra y no puedo pelearme con mi cuerpo.
Si tengo que escupir y lo hago
no hay porqué un hombre protestando
por mi saliva en su cara ni un hombre indiferente.
OCHO HAYKUS
1
Final de mares,
consunción de los tiempos,
final previsto.
2
Irisaciones.
Luminosidad de mar,
brillantes peces.
3
Con los trebejos
enlazados en juego,
el destino va.
4
Hay un precio,
subidos los peldaños;
otras auroras.
5
Hallar el no de
todas las cosas. Abrir
últimas puertas.
6
El cielo gris,
el alma rebosante,
¿qué es lo demás?
7
Iridáceos,
siempre purpúreos
esos amores.
8
Un papel escrito
en la mano de un hombre
desequilibra su paso.
VERSOS DE LA PRIMERA HORA DE LOS DÍAS
La brisa que precede al día. La confusa hora sin sombras del ocaso naviero.
Esa bella hora de meditación, primeros rumores que despiertan vida. La humedad del rocío sobre las cosas.
La oración, el pensar, la pequeña lucidez que emana del silencio y guía a las manos en la palabra.
El tiempo de las tareas para recordar quienes somos (*) frente al Todo.
Lo que llaman panteísmo los encasilladores y más sencillamente se puede decir Dios.
Lo que va fraguando en sus entrañas la tierra, lo que siente cada ser vivo, lo que aporta a la creación con cada uno de sus actos y lo que resta con otros.
La magnificencia del don de la palabra otorgada a nuestra especie, el lenguaje, la poesía como sacra simiente del día que se avecina.
El rumor de la marea incesante haciendo de lecho al firmamento aún azul.
Esto que empiezo con unos versos, se hizo parte del religar a un hombre con su cuerpo al despertar. Este texto. Alabanza, alegría, acto de fe.
(*) Tareas varias, sencillas y humildes como el barrido de los patios, el lavado de ropa, para meditar mientras se realizan, en lo infinitesimal del ser humano frente a la inmensidad del universo.
NO HAGO OTRA COSA
Deploro al hombre de toda época
que se haya apartado de la oración y el rito.
Ignoran la pérdida que propinan a su propio ser.
Desde el mínimo atalaya de mi sombra
los invito a volver.
A sentir el goce del amanecer en Él
con la salvación que nos dio en su cruz.
*
Vacila la llama
de la vida
entre respirar
y continuar la saga
o dejarse morir
inerte
allí en el soplo.
*
De esa sola urdimbre
de las horas
hablan los versos.
De soledad incandescente
de esa pupila ciega
que mira hacia adentro.
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