El poeta argentino Carlos Aldazábal
“Crear en Salamanca” tiene la satisfacción de publicar una muestra de la poesía de Carlos J. Aldazábal (Salta, Argentina, 1974). Sus últimos libros publicados, los tres en España, son: Piedra al pecho (Valparaíso, 2013), Camerata carioca (Valparaíso, 2017) y Mauritania es un país con nieve (Algaida, 2019). Obtuvo, entre otros, el Primer Premio del II Concurso “Identidad, de las huellas a la palabra” organizado por Abuelas de Plaza de May, y el XLIII Premio Ciudad de Irún de poesía en castellano. En 2019 fue uno de los quince finalistas del premio Pilar Fernández Labrador del año. Ha sido traducido a varios idiomas e incluido en diversas antologías de la Argentina y de otros países.
Visión de Salamanca, foto de José Amador Martín
Aldazábal fue finalista de la VI edición del prestigioso Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador que se concede en Salamanca. Recordar que a dicha convocatoria se presentaron 1017 trabajos procedentes de 26 países. Los poemas aquí publicados son una muestra de sus libros anteriores y no forman parte del trabajo finalista. Agradecemos al poeta por enviarnos el texto inédito que acompaña a esta mínima antología.
MAGIA
Hacer la palabra
como se hace el fuego,
hacer una nube
con el color del sol,
una forma de agua
para que sueñen peces,
un resplandor, una promesa.
Hacer la palabra
para vencer la muerte,
esa manzana roja,
esa boca ofrecida,
ese silencio justo
sin luces ni canciones,
ese barco que pasa y que te lleva,
tan lejos del murmullo
de los vivos,
de los versos leídos,
de los versos que fuiste,
cuando llega la lluvia y todo nace.
(de Mauritania es un país con nieve)
UN HOMBRO DONDE SOLLOZA LA MUERTE
Viena tenía
en tu boca su espejo
y en ese espejo
yo quería mirarte,
hermosa presunción
de la misericordia.
¿Era tu piedad
la que me consolaba?
¿Era la danza de la escarcha
cayendo en los recuerdos?
Esperábamos
la canción de las resurrecciones,
pero la luna venía
a cada rato
y eran tantas las lágrimas
que no alcanzaban los besos.
Porque esas muertes
no llegaban solas.
venían con el resentimiento
y la devastación
que hacen del mundo
un lugar más inhóspito.
Y, silenciosa,
la gran luna
contemplaba
a sus hijas
mientras sollozaba
por toda la hermosura
que se pierde.
Viena tenía
un resplandor de luto,
y en esa oscuridad
tu boca era un espejo.
Así se consolaba la desdicha.
Así el amor secaba las secuelas
de un río desbordado.
Y en tu hombro
el sollozo
era canción,
esperanza que brota
como clavel del aire.
(de Mauritania es un país con nieve)
TRILOBITES
Si es por tragedia,
alguien debería
contar la historia
de los trilobites,
animales marinos
condenados a fósiles,
a que nadie humedezca
sus mañanas.
Pero no se trata
de escribir lo que se sabe.
Aquí la tragedia
es no poder despedirse,
no poder desear buena ventura,
un “que te vaya bien, que amaine todo”.
No se conocen las rutas de la muerte
ni los designios del azar que transforman los restos.
No se conoce el rumbo, ni el color, ni la forma.
Sólo sabemos
lo que supura el ojo,
y líquido por líquido,
ojo por ojo,
es la tragedia
la que decora el cuadro:
caminata torcida
para subir un cerro
con fósiles marinos
creciendo en sus cornisas.
Un caprichoso adiós, que ya no importa.
(de Mauritania es un país con nieve)
JUAN GELMAN VISITA RÍO
Y se lo vio como una aparición en los tranvías.
Su voz bajaba a esa hora exacta,
hora de sábado entreverada con la ilusión de lo eterno.
Al lado suyo una mujer custodia (ángel o dios)
le llevaba el calor de la garganta.
“Afinadito así”, le iba diciendo,
señalando un pájaro, cuyo canto sobresalía
sobre micos y loros.
Entonces empezó el concierto
por los barrancos que daban al mar:
“Esa mujer se parecía a la palabra nunca”, leía,
y las garotas aplaudían desde las playas
mientras las olas arremetían con furor festivo
y no quedaba estatua de poeta en pie
ni sambódromo arreglado para los estruendos.
Era un zorzal, una calandria, un cardenal copetudo.
Era un bandoneón en el mediodía de los barcos,
en el puente de Niteroi,
sobre los roquedales con pescadores.
El sol quemaba las páginas del libro.
Yo no podía parpadear, enceguecido por la música.
El Cristo del Corcovado aplaudió sobre mi cabeza
justo cuando él decía:
“Y el sapo de Stanley Hook se quedó solo”.
(de Camerata carioca)
EL APLAUSO DEL AGUA
Y entonces vino el agua para aplaudir los techos.
La ciudad era un diamante, y por los cerros
caían las palabras,
desguazadas en cascabel de cantos,
aluvión de tristezas, bandoneón de risas.
La imagen que se vio fue de Lituania:
Jean Paul Sartre caminando por una playa,
sabiendo que la inmortalidad puede venir de un ojo,
y que los ojos configuran a los fotógrafos,
pero también a los poetas,
y que los poetas son aplaudidos por la lluvia
cuando en la ciudad suenan las campanas de las iglesias
y los coros entonan loas a los profetas de bastón
y barba larga,
ilusión de los versos que dignifican las favelas
y los bancos de los parques,
donde los desocupados leen los diarios
o imploran limosnas.
Río de Janeiro era un precipicio,
y la música coral una laguna.
Los poetas, bajo la luz del bandoneón,
saltaban charcos de melancolía,
y en los laberintos de las calles
se desbocaban las palmeras bajo el agua,
empeñada en continuar su aplauso,
humedad en los vidrios, encanto de la noche.
Los versos sacudían a los presentes
para que se esparciera la buena nueva,
y la buena nueva era una ciudad inventada por estatuas,
lejos del oro y las cornisas,
redondeada por los aplausos de la lluvia
que lo cubría todo, con su manto de piedad.
(de Camerata carioca)
GUACAMAYO
Tu máscara está pintada como un guacamayo:
eso te hace hablar más de la cuenta, y ese murmullo,
atrapado en la máscara, suele ser encantador.
A veces tu máscara alucina en la noche
como una balada irresistible entonada por hadas.
Otras veces, la presión del rojo la lleva a irradiar
un aire de vergüenza: es cuando yo acepto
taparme la cara
con una bolsita de cartón, de ojos pintados
y boca sonriente,
ideal para andar por una avenida transitada
sin ser percibido.
Sé que querés, pero yo no me atrevo
a prestarte un espejo.
La ilusión es tan buena que aterra lo real,
como bien lo señala el verde de tu máscara.
Lo único que podría alterar tu escondite
es que tu máscara deje de ser máscara
para ser guacamayo. Y ahí te quiero ver:
vos sin máscara con una bolsita de cartón
tapándote la cara,
paseando por la avenida con un guacamayo al hombro:
un aterrador efecto de realidad.
Pero por ahora tu guacamayo sigue siendo máscara
y te protege, incluso cuando caminás
con ojos enamorados
y todas las bolsitas de cartón de la avenida
se dan vuelta para señalarte.
Esto es cosa sabida:
no basta un arco iris para tapar las nubes
ni una bolsita de cartón para morir
con la sonrisa en la boca.
Por ahora tu guacamayo es tu máscara,
y basta esa certeza.
(de Piedra al pecho)
MOTIVOS
No es fácil perder tantas peleas,
remontar las tareas cotidianas,
decidirse a vivir con la náusea en la nuca.
Resucitar por día, por minuto,
reencarnado en helecho o en hormiga,
resucitar contrarreloj en la caída
para evitar morir de doble muerte.
No es posible aflojar: así es el juego,
esta sutil condena de continuar naciendo
a pesar de los otros.
Por eso es que persisto en mi disfraz de circo,
porque la risa y el amor son escaleras
que trepamos sin miedo mientras nos resbalamos.
Quiero decir:
tus ojos me han mirado,
y así vale la pena tanto esfuerzo.
RÉQUIEM
Como esos ejes:
así daba vueltas el trompo de la infancia,
así se divertía el trompo bailador
mareándome el sentido de las cosas.
Una rueda se adentra en el camino
seguida por la otra
que le pisa la huella distraída
y se enrolla en sí misma
como un perro brillante.
Así mi bicicleta va rodando,
así me lleva
ahora que el rumbo no ha querido seguirme.
Pasamos por un bosque.
La bicicleta llora con su aceite oxidado
(que me extraña me dice)
y yo acompaño con el pie su lamento.
Así vamos llegando.
Los dos por las cornisas
del viejo purgatorio,
tramo final donde la piedra
presagia la caída.
Orquesta del destino.
Hacen un dúo la sangre y el aceite.
(de El caserío)
Estatua de Lorca. Foto de José Amador Martín
LORCA EN SARAJEVO
¿Quién ha hecho con palabras la justicia
para los mártires bosnios sacrificados
a favor de la nada?
Yo escuché el nombre de un poeta
y era un nombre sencillo y mancillado
por la turbia maldad de la traición.
El poeta apuntó con su palabra
y el disparo preciso redimió el holocausto:
resurrección de las calles convertidas en jardines,
animales liberados de la polución,
osos y lobos por los bosques de Bosnia.
Estuvimos perdidos en los bosques.
El temor era una simple pregunta por la sangre.
El cansancio era un precioso fragmento de piedad
convertido en plegaria a la orilla de un río.
Estuvimos perdidos por los ríos
y también por las tumbas que crecían en los campos de fútbol.
La memoria prometía un juego
y en ese juego las palabras hacían un fusil
para apuntar al corazón del tiempo.
¿Es más veloz el tiempo que las palabras?
¿Es más veloz un verso que una bala acribillando el corazón de un poeta?
Hemos visto a Lorca en Sarajevo:
la misma tierra sin marcas ni señales.
Escuchamos su voz perdida en esos bosques
como un pájaro mudo,
premonición del canto y la hermandad
que se vuelve palabra al amparo del viento.
(inédito)
A MODO DE CONCLUSIÓN
Es un rostro asombrado el que me espía
por el cristal que cuelga del fracaso.
Es el rostro de un muerto.
Ayer han enterrado al que soñaba
con milagros marinos, con pesadillas
tales
como el rostro de un dios en el espejo,
como su rostro odioso sobre el mío,
como mi rostro espiándome la tierra,
mordiéndome en el sueño del cansancio.
Siempre es lo mismo.
Hoy no han traído flores a este sitio
y la tristeza es tanta
que uno se pone a escribir
y así se pasa el día.
(de La soberbia del monje)
Foto de José Amador Martín
Biblioteca histórica de la Universidad de Salamanca. Foto de José Amador Martín
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