El poeta Daniel Zazo en Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca se complace en publicar cinco poemas de Daniel Zazo Gil (Ávila, 1985), licenciado en Historia por la Universidad de Salamanca y quien actualmente ejerce como profesor de enseñanza secundaria. En 2003, con dieciséis años, logró el primer premio en el V Certamen Provincial de Poesía Ciudad de Ávila. Poemas suyos se han publicado en la revista El Cobaya (Ayuntamiento de Ávila) y en Papeles del Martes (Diputación de Salamanca). Ha participado en varios encuentros literarios, especialmente en las tres última ediciones de “Diálogos con Juan de la Cruz” y colaboró en el “I Festival Internacional de Poesía de Ávila”, septiembre de 2012.
Los poemas seleccionados forman parte de su primer libro publicado, ‘Arden Los fuegos’ (Vitrubio, Madrid, 2016), recientemente presentado en Salamanca por el poeta Alfredo Pérez Alencart. El acto se celebró el pasado 9 de febrero en la librería Letras corsarias.
Cartel del acto salmantino
(GÉNESIS)
“Y el verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros.”
Evangelio según San Juan, (Juan 1: 14)
He buscado el origen de las palabras
en un recinto sagrado,
remoto templo de barro y fuego,
en el rito de la lluvia,
atávica ceremonia de ruegos y de plumas,
en los fragmentos de un tiempo pretérito
repleto de huesos y alas,
en la insondable sed del temblor
que anticipa la primitiva caricia,
en los vestigios de la carne
cuando el verbo era prólogo y comunión,
en la raíz del espíritu,
donde no tienen cabida ni leyendas
ni mitos.
Allí sólo encontré la semilla del silencio,
la luz y su nudo,
la inasible silueta de la sombra.
(LIBÉLULAS)
“No el estrépito de una carroza,
sólo dos miradas que se han cruzado.”
Marina Tsvetáieva
Como dos libélulas
hacemos y deshacemos el amor,
una encima de la otra.
Las alas sisean combativas
y los vientos claudican abatidos.
Como dos luciérnagas
nos entregamos a las noches árticas
con la fiebre de la presa panza arriba
y el resuello de una acémila insurgente.
Como dos felinos,
en la tregua que precede al acecho y batida,
custodias el temblor de mi sigilo,
el reposo de la garra,
la insolencia en la mirada.
El trasiego de los cuerpos termina
y solo quedan posos, semillas
y olor a sexo derrotado.
(PENÍNSULA)
“Tu cuerpo se agitará como una región durante un terremoto.”
Guillaume Apollinaire, de Poemas a Madeleine
Entre dos espaldas se origina un istmo,
una región próspera y fértil
invadida cada noche
por los credenciales de la carne
y el decidido propósito del deseo.
No hace falta irse muy lejos,
esa comarca, desde el balcón de la mirada,
se percibe íntegra y precisa
pero también vulnerable y provisional.
Allí la brisa, en un rapto de locura,
toma la forma de galerna
y tiemblan ingrávidas las abejas
en el preámbulo inequívoco de los tallos y las yemas.
En esa inapreciable latitud
para los ojos que ven más allá de las aduanas de la piel,
acechan ávidas las pinzas del escorpión
y parpadea, ígnea, la luz de la luciérnaga.
Cruzarlo es comprometerse a modelar un continente,
fundir las orillas,
hacer caso omiso a las acusaciones de las olas
y cercenar, inevitablemente, los anhelos del océano.
(MIRÁNDOTE)
A Lidia, que me abraza sin reservas,
la respuesta a tanto interrogante.
Retienen mis pupilas la catarata de luz
que, como una bisectriz, siega la tarde
entre el cálido dominio de tus manos
y la ausencia glacial de tu cuerpo.
Animal que te percibe en los páramos del sueño,
en el vuelo del cóndor sobre el níveo altiplano,
en el festín de la carne que anticipan los espejos
y que hace de este trópico de cipreses
una fortaleza contra el fuego y su lápida.
Bendito oleaje que devasta el malecón
y con él, el esmalte, las bielas y los tornos.
Falúa que, a merced de la brisa, percibe
el concupiscente secreto del fuego.
No pretendo nada más. Sólo el relámpago
que brota en la recámara de tus labios
y el súbito bautismo de gramíneas en la espalda.
Habitarte. Ser rehén de tus deseos.
Y que todo equívoco termine en presagio
y toda convicción en duda,
arrojar salvas en las inmediaciones del vientre,
someterme a las dimensiones de tu perímetro
y peregrinar, al antojo de los dedos,
por cada sexagesimal grado de tu latitud,
de Maracaibo a Quintana Roo, de Lima a Veracruz.
Fuera de él, el abismo,
en su interior, el prodigio.
(EL FARISEO SE ENCADENA AL TEMPLO)
“Qué oscuro el borde de la luz
donde ya nada reaparece.”
José Ángel Valente, Límite
Ni acta notarial, ni pompas fúnebres.
Nada de lo que escriba será cierto.
No quiero para mí el propósito de enmienda
ni el beneficio de la duda.
No quedará constancia de mis huellas
en los anales de la tierra
ni se percibirá el rastro de los cuerpos
tras la inclemente borrasca de los años.
Me tomaré la licencia der ser perla de lluvia
en el barranco de tus párpados
o cuchilla genocida en un vientre profanado.
No quiero cerca prosélitos ni querellantes.
Solo quiero ser yo y mi contrario,
el que fui o el que pudo ser, ya no está.
Queda el que trató de huir y nunca lo logró,
el que cosechó la luz del surco herido
no por la reja del arado
sino por la insumisa hebra que brota de los labios.
No pongas la mano en el fuego
ni ambiciones prodigios ni milagros,
nada sé de cárceles ni de apriscos,
me pertenece la costumbre no adquirida,
el íntimo secreto de la muñeca rusa,
la sal de la lagrima nunca derramada
y la inocencia del semen redimido.
Alfredo Pérez Alencart y Daniel Zazo, en el acto salmantino (foto de Jacqueline Alencar)
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