Theodoro Elssaca, por Miguel Elías
Crear en Salamanca se complace en publicar algunos de los poemas que en Salamanca leerá Theodoro Elssaca (Santiago de Chile, 1958). Poeta, narrador, ensayista, artista visual y fotógrafo antropologista. Viajero impenitente, ha trabajado por años en Europa. Es autor, entre otras obras, de: Aprender a morir (1983); Viento sin memoria (1984); Isla de Pascua. Hombre-Arte-Entorno, edición bilingüe (1988); Aramí (1992); El espejo humeante–Amazonas (2005); Travesía del Relámpago, antología poética (Ediciones Vitruvio, Madrid, 2013); Fuego contra hielo (Editorial Verbum, Madrid, 2014); Orígenes, edición bilingüe (Plaquette, Barcelona, 2015) y Santiago bajo cero, edición bilingüe (Bucarest, 2015). Con un recital de su obra inauguró, en junio 2014, la Primera Semana de la Poesía, en la Universidad de Salamanca. Ha recibido homenajes y reconocimientos, como el Premio Mihai Eminescu, por la prosa, durante el primer Festival Internacional de Craiova y la primera edición del Premio Poetas de Otros Mundos, otorgado por el Fondo Poético Internacional, en España.
Ángel de luz, de Miguel Elías
TRAVESÍA DEL RELÁMPAGO
Respiramos solo por un instante
en la alegre contorsión de la vida.
Travesía en espiral, un suspiro en el firmamento,
débil rayo o parpadeo de libélula, fugaz relámpago.
De la infancia al hielo del cuerpo vacío,
sin aire, entrando en la oscuridad del sepulcro.
Hemos sido en el insistente hueso,
dimos una batalla codo a codo con el enigma,
avanzando hacia la noche con el hilo estremecido,
a punto de cortarse ante el paredón de la existencia.
Atesoramos en las vitrinas iluminadas
silentes huesos. Una tibia del paleolítico,
un peroné sacado de Stone-Henge,
la mano del Homo Neanderthalensis.
Pirámides de Egipto hechas de huesos,
brillando como marfiles en Ur, Caldea y Nínive.
¡Aaah! Si hablaran estos venerados huesos,
resumen cabal de la historia homínida.
Travesía inconclusa de fragmentos inexplicables.
Como gemas recogimos en los conchales,
aquellos huesos de los Micénicos o de los Selknam,
hombres tiznados cazando en la niebla.
Galería de los huesos del Cromagnon,
examinamos el fémur del Austhrolopitecus Africanus,
pesamos un vallejiano hueso húmero,
levantamos el cráneo del primer Sapiens-Sapiens,
¿dónde estará su cerebro, la última neurona y recuerdo?
Son nuestros abuelos todos estos huesos rotos,
antepasados de la humanidad, estirpe de primates.
Huesos que se vistieron de tendones y de carne,
anduvieron exultantes con sus lenguas y sus ojos.
Esos huesos quebrados éramos nosotros en otras vidas.
Tal vez somos los mismos en las muertes sucesivas.
Eterno retorno de todas las voces, huellas y manos.
Que el aullido encuentre en las cenizas sus huesos perdidos.
Danza, de Miguel Elías
DANZA ÉPICA
Desnuda, te besaré hasta las bursas
seguiré por tus huesos y tendones
hasta el último rincón de la sangre
donde se agolpan tus sueños de súbito.
Entraré a la conquista de tus reinos
recónditos laberintos del ser
cabalgando en montura de bruno
con el rufo cáliz de fuego.
Estando en esas honduras no querré volver.
Permaneceré como tu caballero andante,
elevando mi espada en ristre
para defenderte de gigantes y dragones.
Tú, mi desnuda musa alada de pluma y vuelo
elevada en constelaciones
seguirás danzando la eternidad
sucumbida de paraísos.
Nocturno, de Miguel Elías
VIAJE AL FIN DE LA NOCHE
a mi hijo Américo, in memoriam
Celebro la luz que nos llega de las estrellas,
son lejanos astros muertos,
cadáveres que aún destellan,
fantasmas en el numen índigo,
letanía de guadaña y renacimiento,
espejos de mundos ignotos que ya no existen.
Enigma de voces inundan el añil.
¿Estarás en el eclipse Américo de América?
Hijo mío, sangre de mi sangre.
Cambiaste mi existencia con tu llegada.
¿Sabrás que te recuerdo a cada instante?
Joven difunto, viajero del espacio sideral.
¿Se apaga una vida como se disuelve la luz?
Lámpara de aceite bajo la lluvia.
Espada de ácido cortando el viento.
Habíamos reído tanto, entre muselinas y trajes.
De ese amor tú eras el fruto con la maja Eloísa
bajo sus pulcras constelaciones de Castilla.
Américo, Américo, recuerdo de Vespucci,
aquel navegante florentino en la Nueva India.
No hay suficientes horas en un día, para un poeta.
Uncido a tu Europa natal
enciendo la fragua del recuerdo:
ojos que iluminaron cada día
juventud que nos impulsaba eufórica
en aquella época fugaz de lluvia y hoguera.
Tenías solo algo más de veinte años
cuando el enigmático arcano del ajedrez
movió sus alfiles hacia la fatalidad.
Muere el ojo que vio al mundo, pero no su alma.
La noche no condujo al día.
Viajo en sombras al fin de la tristeza.
En la oscuridad he creído escuchar tus palabras,
las voces no se borran de la mente.
En Madrid me dijiste hace un tiempo:
cada vez que respiremos estaremos juntos.
¿Hace un siglo que te has ido, o fue recién anoche?
Desde mi lejana Terra Australis
con los ojos gastados
vuelvo mi estremecido rostro al cosmos,
los dragones y centauros pueblan la bóveda,
escudriño el espacio
esperando alguna señal.
Un cometa grana, rompe el raso firmamento.
Palabras, de Miguel Elías
GEOMETRÍA DE LAS PALABRAS
Hago malabares con el lenguaje,
lanzo al aire lo genuino matérico
de la escritura, busco sus facetas,
los prismas que cortan cada rasgo.
Para mí las palabras son tridimensionales.
Unas más cúbicas, pentagonales,
poliédricas o redondas,
que en su movimiento se tornan
esféricas, y danzan entre pirámides
construidas con letras o sonidos
de palabras iridiscentes. Veo en el aire
sus palmarios movimientos áureos.
Se armonizan y forman conjuntos
o colisionan semejantes a meteoritos.
En su vulnerabilidad o riqueza
pulsan con fuerza sus códigos.
Conjuro de la palabra poética.
Crean diagonales y tangentes,
construyen la geometría semántica
de nuestros delirios y pensamientos.
Se elevan como torres de marfil.
Desde sus miradores auscultan
cada idea nuestra, enarbolada
con sus significantes enmascarados.
Subrepticias nos demuestran que somos
lo que pensamos:
palabras.
Mujer sobre la arena, de Miguel Elías
ARENA
Instantes de aire o de piedra.
Son el yin y el yang del recorrido.
Candente pasión hasta arribar a Ítaca.
No hay otro momento
mejor que este trance.
Cada instante es único e irrepetible,
eso le otorga la belleza de la intriga.
Quizás por la conciencia
de saber que somos mortales,
la huella se torna fugaz.
Tal vez por los nombres
que escribimos en la arena,
el agua y el aire.
Porque se fueron esos besos,
y la marejada va borrando,
mientras arremete el viento.
No hay un día igual a otro día,
ni un silencio, huella o mirada
que se repita en esta senda.
Porque no hay sangre
igual a otra sangre
ni pasado, ni camino.
Desnudo, de Miguel Elías
octubre 14, 2016
Felicitaciones por la lograda eternidad de las palabras, y las imágenes del ser humano frente al cosmos y a su propia trascendencia. Llevan en su vuelo todos los nombres de los antepasados y la musicalidad de su raza.