Stefania Di Leo y Lliliam Moro
Crear en Salamanca se complace en publicar tres poemas Lilliam Moro (Cuba-España) y otros tres de la italiana Stefania Di Leo. Ambas poetas se encuentran ligadas a los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que anualmente, y en octubre, se celebran en Salamanca.
Virginia Woolf
PIEDRAS EN LOS BOLSILLOS DE VIRGINIA WOOLF
(Lilliam Moro)
Las toscas piedras llenaban tus bolsillos
porque no pretendías quedar flotando
como la dulce Ofelia.
El bastón lo dejaste colocado en la orilla
sobre la hierba húmeda.
El río te aguardaba.
Los aviones enemigos sobrevolaban
el cielo gris de Londres.
El río te aguardaba.
La gasolina escondida en el garaje
dispuesta para arder
antes de que tumbaran a patadas tu puerta
resultaba una opción demasiado dramática,
estridente.
El río te aguardaba,
te prometía un tránsito discreto
arropada con algas,
acompañada de diminutos pececillos.
A veces pienso
que quizás el impacto de tu cuerpo
con el agua tan fría
te hizo reaccionar,
pero ya tus gélidos y agarrotados dedos
no pudieron deshacerse con rapidez
de las pesadas piedras;
y fueron incapaces de mantenerte a flote
los adjetivos exactamente colocados,
los nombres tan cuidadosamente escogidos
en cada uno de tus párrafos
en esas construcciones sostenidas por un hilo invisible
donde la trama y el estilo y la vida
son una misma cosa;
no te ayudaron las últimas pruebas
que corregiste con esmero,
la desazón, las dudas ante un final que no te convencía
en tu última novela.
Este final tampoco.
Pero ahora te estás hundiendo sin remedio.
Imposible la segunda edición.
Lo primero que encontraron fue el bastón en la orilla.
VIRGINIA WOOLF EN EL OUSE
(Stefania Di Leo)
(para Miguel Elías)
Todos conocemos su palabra
que murmura
al compás del tiempo…
Su cuerpo flota lentamente en las aguas.
Junto a las hojas,
como una flor marchita,
como un lirio cándido.
Las lágrimas inundan sus ojos.
En el aire el eco de su muda voz
entonando un himno al amor.
Los árboles bisbisean un canto misterioso.
Lloran los peces su muerte contra sus pechos.
Y sin embargo… Ganan las piedras,
gana el peso de los siglos,
gana la fuerza, arrastrándola hacia el cauce del Ouse.
Lloremos porque Virginia ha muerto.
Vendrá un ángel. La llevará lejos.
Amanecer, fotografía de José Amador Martín
AMANECIENDO
(Lilliam Moro)
(Para Stefania di Leo)
Desde una ventana abierta a la noche
todas las ciudades son iguales
cuando se espera lo que no vendrá.
El mundo duerme
envuelto en un precario infinito de sordidez y tedio.
Mi vista está cansada de escudriñar la oscuridad
buscando la figura imposible,
el leve ruido de unos pasos
que no logro escuchar a pesar del silencio,
a pesar de mí misma
y del escueto desayuno que me aguarda.
Foto de José Amador Martín
DESPERTANDO
(Stefania Di Leo)
(Para Lilliam Moro)
Abramos las ventanas a la luz,
al amanecer de los amores,
al devenir del agua y de las olas,
a la lluvia que cae como torrente
para limpiar el aire y los adentros.
El mundo ha de despertar
envuelto en la infinita alborada.
Escucho libertad a pesar del silencio,
del fuerte abrazo, escucho el viento;
me amo porque amo a la existencia
a pesar del tiempo y la distancia .
La Habana Vieja
LA HABANA
(Lilliam Moro)
(Para Glendys Cambero)
Como el amor
te adhieres en el alma con tu susurro melancólico.
Decir amor es recordarte
abrazada por álamos suntuosos,
con raíces que escarban tenazmente la tierra
buscando un asidero contra el feroz olvido.
Ciudad enardecida
entre densos vapores de sudor y lavanda,
te aquietas, sin embargo, aletargada, soñolienta,
con la apacible dejadez del verde humedecido
de tus jardines descuidados.
Te vuelves múltiple y diversa
en las piedras estoicas de las columnas y los muros,
los muros de las casas desvencijadas, carcomidas,
de puertas siempre abiertas,
con paredes rajadas por la desesperanza,
piedras que van cayendo con discreción solemne
al compás de la ruina,
como sordos latidos de un corazón exhausto.
Sembrada en adoquines o en asfalto,
impávida ante el tráfago de almas o gorriones,
transitada por miedos vestidos de paisano,
te alzas crepuscular, magnífica, maltrecha,
con tu belleza mórbida embadurnada de consignas.
Malecón de La Habana
No importan la erosión del polvo y el salitre,
la sordidez de las perennes cucarachas,
las aguas pestilentes,
los amorosos perros abandonados a su sarna,
los gatos del terrible festín de los hambrientos,
los cuerpos que se compran y venden por las sobras:
ciudad de socavones como desgarraduras
de un alma que no sana,
que no puede cerrar su herida, su desastre,
cada día aumentado como un remordimiento.
Oh ciudad dibujada con volutas de humo,
movida por el son que conjura la muerte,
nacida de la cópula del sueño de unos dioses:
ángel de la bahía,
alas empegotadas de melaza y penuria,
vulgaridad y alcohol,
permaneces, no obstante, con tus muertos ilustres,
con tus medias palabras contra toda retórica,
porque lo tuyo es resistir.
Quiero decir amor pero digo La Habana,
su metáfora.
EN MESSINA
(Stefania Di Leo)
( para Alfredo Pérez Alencart
y José Amador Martín Sánchez)
Hace tiempo que supe anegada mi voz,
quizás por desear la mitad de tus sueños
o tal vez por amar tu suave luz dorada,
tu larga luz hundida lentamente en mis ojos.
Desde entonces no hay lágrima sin ti,
ni sé decir dulzura sin tu nombre.
Acribilla la noche un grito desgarrado
cuando el miedo me lame el cuello adormecido.
Ahora camino con el tentáculo helado de la soledad
enroscado en el vientre y ascuas indomables
habitándome el pecho. Me he mutilado el corazón
en los sembrados para salpicarte el cuerpo de amapolas,
y ya no sé qué hacer, si ocultar el dolor bajo la tierra
o colgar la esperanza en la ventana.
Y no puedo ascender a tus oídos
como la niebla de los bosques
ni caer desde tus brazos al vacío
para arder sin remedio en sus honduras.
Tu sombra es lo que bebo a medianoche.
Después no me conozco, la sonrisa no es mía,
solo es sangre, aroma en la almohada, rastro
de nubes que se extienden fugaces sobre la cama.
A. P. Alencart y José Amador Martín (foto de Ángel Almeida)
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