Magdalena Camargo Lemieszek leyendo sus versos en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca publica con satisfacción estos poemas de la panameña Magdalena Camargo Lemieszek (Szczecin, Polonia, 1987). Obtuvo el Diplomado en Creación Literaria de la Universidad Tecnológica de Panamá en el 2007. Actualmente, realiza estudios de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Panamá. Sus cuentos, El pájaro y la cometa y Todos los cuentos anidan en tu vientre, ganaron la primera Mención de Honor y la tercera Mención de Honor en el concurso Premio Universidad Tecnológica de Panamá a la Promesa Literaria 2007. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Gustavo Batista Cedeño en el 2008 con su poemario Malos hábitos; en el 2012, con el poemario El espejo sin imagen; y, en el 2018, con el poemario El preciso camino hacia la nada. En año 2015, su libro La doncella sin manos recibió un accésit en el Premio Adonáis de Ediciones Rialp. Ha sido publicada en diversas antologías y representado a Panamá en festivales internacionales de poesía en Guatemala, Nicaragua, España, Colombia, Bolivia y Honduras.
Participó en el XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado el mes de octubre en Salamanca
Foto de José Amador Martín
Camargo, Santiago, Gentile, Olivas, Ferrer y Rodrigo, en el Aula Magna de la Facultad de Filología (foto de J. Alencar)
HISTORIA DEL MARINERO VARADO
EN LA MONTAÑA
Una tormenta tomó la barca con las manos
y la arrojó a un monte tan alto y tan lejos de las aguas
que diez vidas hubiese tomado al marinero
siquiera adivinar la línea de la costa con sus ojos.
Inconsolable, el hombre se hizo una casa con los restos de su bote,
un lecho digno con las velas rasgadas,
guardó el mástil para su pila funeraria,
olvidó su fecha y lugar de nacimiento,
cambió de nombre
y enterró bajo la casa cado uno de sus mapas.
El marinero decía que la tierra
no era más que un reflejo imperfecto de los mares,
un caballo de oropel,
fruto del aburrimiento de dios,
quien, serpenteando sobre el piélago adamantino,
hundió su brazo de fuego entre corales
y arrancó, como una rama,
una blanca costilla del océano,
la lanzó sobre el perfil del horizonte
y de su peso surgieron llanos y montañas,
el sinuoso contorno de los continentes,
y el racimo apretado y negro de los valles.
Tanto añoraba la tierra el día de su origen,
que se agrietó con el torrente impetuoso de los ríos
y abrió su propia carne con los lagos.
Y la tierra dio luz al viento,
moldeado como una alegoría al mar y sus corrientes,
moneda de dulzura
y tempestad.
Por eso la hierba de los campos es el margen de los vientos,
y el polvo es una arena demasiado liviana
y el ramaje de los bosques, una anémona enferma,
y las piedras que caen por los desfiladeros,
caracoles que cantan el oleaje de las sombras.
Foto de José Amador Martín
DE DIVINA PROPORTIONE
«Y, en medio del abismo que esperaba a su angustia,
pensó:
si la flor hubiera sido eterna…
Y luego, todo cesó».
Pedro Correa Vásquez
Es solo uno el lado oscuro de la luna
y en ella hay una liebre que habita en el invierno
y sin importar la cantidad que sumen las estrellas
que decidieron reposar su lumbre en la montaña
hay días en los que amanecen tres soles en el cielo
y mientras transcurren esas jornadas necesarias
nos miramos con la certeza con la que se miran los extraños
y entendemos que hay un número perfecto
incluso en el nudo de la angustia
y en la profundidad con la que fueron labrados los abismos
y en la primera palabra que definió lo que ya no era mensurable
y en el primer gesto omnipresente
cuando el pan fue dividido para doce comensales
y todo esto duró hasta el ocaso
cuando la flor por fin se vio marchita
y permanecerá en los dominios del olvido
hasta que el universo exhausto
cese finalmente de expandirse
CARTA AL HIJO QUE NO TENDRÉ
Querido mío, ahí vienes.
Pequeño, corriendo cuesta abajo como una liebre,
sorteando las piedras y el tronco de los árboles.
No sabes lo grande que te haces,
creces como un alud en el descenso.
El pecho te hierve de velocidad
y atrás las orquídeas florecen
porque han bebido de tu miedo.
Eres bello pues no lo sabes,
pero esta es la primera vez que rompes a correr
para salvarte.
Eres bello también, cuando lanzas de golpe el rastrillo
y riendo te sumerges en la pila de hojas secas
y recoges con ternura las lechuzas que han caído de sus nidos.
Yo te espero abajo, de pie, frente a la casa,
con el bosque de plástico preparado para el juego,
en la repisa sigue completa la caja de soldados.
Sé cuántas veces soñamos con ese mismo verde resplandor en el vacío,
mientras las máscaras de humo fueron endureciéndose año con año
y sus palabras fueron hilvanándose, cayendo como cuentas, una sobre otra.
Perdóname no haberte mostrado otro dios que la belleza,
no haberte obligado a ponerte de rodillas
para masticar sin tregua las raíces de la culpa.
Perdóname, pues la única vez que soñé contigo
te había abandonado.
Hijo, he envejecido.
Toma mi corazón disminuido por el tacto del invierno,
es pequeño como un broche
y tan liviano que es incapaz de causar daño.
Tómalo sin miedo, ya no puede herirte.
Llévalo hasta el mar y entiérralo en la arena.
Vuelve a decir en voz baja ese poema que repetimos cada noche
en lugar de las plegarias.
Entonces imagina la más poderosa de todas las metáforas,
coloca frente a ti una cuesta ominosamente pronunciada
y échate a correr
con tanta fuerza
como puedas.
Foto de José Amador Martín
INSOMNIO
A veces, luego de una larga noche de insomnio, descubro que he soñado
Recuerdo entonces una línea.
La línea podría ser una cuerda
que está sostenida en sus dos extremos por la nada,
y por eso tensa, casi hasta la ruptura.
Bien podría ser un dedo que señala el horizonte,
un dedo delgado y blanquísimo, porque no podría ser de otro modo,
y señala en la mitad del todo un lugar preciso.
Ahí, lo sé, una flor cerrada como un puño diminuto
se yergue lentamente apartando los oscuros minerales de la tierra.
Su tallo y sus raíces son un fuego verde
y no posee espinas ni hojas que alguna vez tengan que caer.
La brisa ha descendido únicamente para tocarle,
y porque hay cosas que están dadas solo para el frío
la flor se abre y de sus pétalos se derrama el agua,
hasta que los pétalos se vuelven agua
y en torno a la flor hay un mar recién creado,
un océano vacío de toda criatura
que en su extensión yace ajeno al límite trazado por las costas.
Solo entonces comprendo que llevo mucho tiempo
recorriendo aquella línea.
Tras de mí se enciende una constelación de jaspe,
y descalza, símbolo inequívoco de toda travesía,
ando en medio de la noche
sobre un cuchillo infinito.
Con otros poetas y Enrique Rivero, rector de la Universidad de Salamanca, en la calle Cervantes (foto de Jacqueline Alencar)
Foto de José Amador Martín
DESPEDIDA O CARTA AL HOMBRE
EN MEDIO DE LA HUERTA
a Jorge Galán
Te hablaré sobre una mujer que estás a punto de conocer. Ella juega con un cajón de anillos y dedos que no se corresponden, tiene una colección de botones y cuenta siempre la historia de una niña que nació del bosque y caminó hasta el mar para convertirse en cisne. Esa mujer de rodillas en el agua no es una pintura de Sorolla. No lo es, aunque lo creas o por lo menos se lo digas. Sus palabras son los eslabones de una cadena que brotan de su boca acoplándose el uno con el otro para alguna vez abarcar la dimensión de la noche. Pero la noche no posee longitud, es como una bandada de pájaros que se mueve de un lado a otro, poseídos por un espasmo repentino. Esos pájaros han volado desde siempre y no hay árbol para ellos ni sitio alguno de descanso.
Su corazón te hará imaginar los mares turbios del septentrión, y una ballena atravesada por arpones, arrastrada por una horda de hombres hasta la orilla. Verás un abanico de rostros rojos y a todos los hombres enjuagar sus caras en el corazón de la ballena, y te parecerá que debajo de la sangre sonríen porque el canto de la ballena continuará resonando en sus cabezas durante muchos años. Pero ya sabrás todas estas cosas cuando llegue ese momento, porque tú también sentirás el peso de la sangre bajarte por la frente.
Entonces emprenderás un viaje junto a ella y siete días la verás llevar un pájaro de cristal entre las manos, siete días soñarás con ella caminando descalza sobre un lago en medio del invierno, y bajo el hielo los peces dormirán inmóviles y el ámbar se fraguará silenciosamente. Al final te sentirás cansado y decidirás que es hora de regresar solo a casa.
Volverás a trabajar la tierra, encontrarás que en tu huerta los tubérculos han crecido hasta alcanzar el tamaño de un hombre y que pronto serán capaces de levantarse por sí mismos y andar. Las lechugas habrán florecido, en sus hojas la escarcha será un manojo de diminutos soles y bajo los árboles de fruta habrá un barro dulce infestado de gusanos. Limpiarás todo con esmero: arrancarás la maleza, removerás la tierra, talarás los árboles estériles. Entonces pronunciarás el nombre de esa mujer por última vez y su nombre caerá como una semilla en tu mano. La sembrarás sabiendo que nada nacerá ahí, que nunca la regarás, que pronto olvidarás donde la sembraste e incluso que alguna vez esa semilla fue tu voz pronunciando el nombre de esa mujer.
Volverás a vivir según las estaciones y algunas noches particularmente oscuras el oleaje de una extraña melodía llegará a ti, tan lejana y tan leve como si brotara de la nada misma.
Saint-Fleur, Gatica, Alencart, Molina, Camargo, Bulzan y Cabarcas, en el Colegio Fonseca de la Usal (foto de J. Alencar)
Magdalena Camargo Lemieszek y Jacqueline Alencar
Foto de José Amador Martín
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