La poeta Aurora Camacho de Schmidt
Crear en Salamanca se complace en publicar ocho poemas inéditos de la escritora Aurora Camacho de Schmidt, profesora emérita de Swarthmore College (Pennsylvania). De origen mexicano, se licenció en Filosofía en la Universidad Iberoamericana (D.F.) y más tarde obtuvo la maestría y el doctorado en Literatura Latinoamericana y Española en la Temple University (Filadelfia). Entre 1962 y 1969 publicó poesía en diversas revistas culturales de su país. Fue directora del Programa para La Frontera México-Estados Unidos, del American Friends Service Committee. Su investigación académica se enfoca en la poesía mexicana y centroamericana (destacables son sus ensayos en torno a la poesía de Octavio Paz, por citar uno de sus autores preferidos), así como en la relación entre literatura y cambio social en América Latina. Desde 1979 ha participado en el movimiento para defender los derechos de los trabajadores migrantes, y prepara una antología poética que llevará por título En las orillas. Vive en Filadelfia con su esposo, el historiador Arthur Schmidt, con quien tradujo y editó al inglés a Elena Poniatowska, entre otros autores latinoamericanos.
Foto de José Amador Martín
LA DICHA
Arde la dicha.
Su flama viva todo lo devora
con prisa, como si deseara
concluir su propia combustión
lo antes posible,
como si comprendiera
su propia insólita naturaleza,
su cariz aberrante
en el planeta humano,
su imposibilidad de ser
e instalarse en forma permanente
entre los seres frágiles
de esta creación maltrecha.
Y así se acaba.
Desaparece.
Se convierte en memoria.
¿Y qué es la memoria
sino una ausencia
que persiste y vuelve?
Aunque a veces la dicha
puede encontrarse
agazapada
débilmente
en una brasa
que parece inerte.
Un golpe
como una brisa súbita
la enciende.
Y arde la dicha.
Su flama viva
todo lo devora.
(2013)
Foto de José Amador Martín
OCÉANO DE NUBES
Un océano de nubes cubre el cielo
y oscurece el día.
Las manos de artista de la noche
emplazaron
su arquitectura frágil.
Ahora el viento lo mueve
creando cumbres
desfiladeros
precipicios.
Y aun siguen siendo
majestuosas
las nubes
como si se tratara
de registrar la grandeza
de una cordillera
en mitad de la atmósfera.
Son materia las nubes
pero fingen a veces
ser aliento de ángeles
pensamientos
deshilachados
hondos deseos
ilusos
quebradizos
vivos y tenues
a la vez.
Quizás las nubes
sean como nosotros,
insustanciales
y sin embargo
dueñas
de algún propósito
de un tiempo y un lugar
sobre la tierra.
2019
Aurora Camacho de Schmidt en manifestación en favor de los inmigrantes
LLÁMAME
Llámame otra vez a aquel lugar
donde he hablado contigo.
Si me llamas
iré descalza
como si caminara por la playa
en que las olas borran
lo que las otras olas han escrito.
Deja que las ramas desnudas
de los robles
donde anida el silencio
me indiquen el sendero.
Y emprenderé el camino
cuando se haga de noche.
No llevaré más que los nombres
de los que amo
para que me protejan
ensartados
alrededor del cuello
(lo que te hará reír
seguramente).
Y saldrás a encontrarme
antes de que amanezca.
Si me llamas.
Si llego a ti
viniendo de tan lejos.
2019
Aurora Camacho de Schmidt
VESTIDO NEGRO
Ayer, sin pensarlo
me vestí de negro enteramente
como si se tratara
de consolar a la familia
de un buen amigo muerto.
Como si los colores
que me hacen ser quien soy
se hubieran ido de la Tierra
víctimas todos
de un desastre ecológico.
Se había ido el rojo
de Rufino Tamayo
el rojo enloquecido
de las sandías
sandías que son sonrisas
lunas menguantes y crecientes
vientres fecundos
cunas.
Se había ido el amarillo
con que se cubren
los Altos de Jalisco
en primavera
—flor de Santa María
con propiedades curativas
y galanura por añadidura.
Se había ido el verde
de los bosques tupidos
del estado en que vivo
en un país extraño
verde que es muchos verdes
desde el tierno despuntar de los capullos
tempraneros de marzo
hasta los más oscuros del verano
cuando las copas majestuosas de los árboles
en el lujo de hojas de su noble abundancia
protegen a los pájaros.
Se había ido el azul
de los océanos
y del cielo de México
cielo del tiempo aquel
cuando era niña
y veía los volcanes
perfilados
contra un aire sin nubes
en el que era posible
volar hasta perderse
más allá de la atmósfera.
Se había ido el blanco
un blanco que recuerdo
como sábana limpia
puesta a secar al sol
henchida algunas veces
como vela de barco
o plana como la expectativa
del papel sin palabras
o pantalla de cine en que no hay nada
todavía.
Pero es negra la noche
y sin embargo
está llena de estrellas.
Es negra la obsidiana
y brilla
recordando que fue fuego
hace millones de años.
Son negros los poderosos agujeros
del universo
capaces de llevarse astros enteros
a algo que no es algo sino nada.
Es negra la pantera
que vigila la selva.
Y son negras las notas de la música
y estas letras.
Foto: José Amador Martín
POEMA ROJO PARA UN VIEJO AMIGO
Para Braulio Montalvo
Viejo amigo: a tu muerte
nadie traerá las conocidas flores blancas.
Ni nardos, ni gladiolas, ni crisantemos
y menos azucenas
llenas de luz callada
junto a los ventanales de tu casa.
Traeremos desbordantes ramos de flores rojas.
Y tú tendrás que verlas,
su soberbio descaro,
su exceso erótico
su grito de juventud
impertinente
junto a tu cuerpo que se empeña
en robarle a la atmósfera
otro poco de oxígeno.
Habrá claveles, desde luego,
azaleas y amapolas
begonias y geranios
anturios e hibiscos de tu patria
y rosas con los nombres
que ardientes jardineros,
maestros del injerto,
les habrán dado: la rosa de Damasco,
la Cadencia, la Imperial y la Rosa del Ensueño,
la Hechicera, la Amalia,
y en especial la Flor de Sangre,
sola, erguida en su tallo,
misteriosa.
Tomaremos algunos de sus pétalos
con gentileza
y los pondremos en tus manos
mientras oímos tu esforzado
respirar y el rosario
que rezan a tu lado
los que tanto te quieren.
El edredón de tu cama
se vestirá de flores
carmesíes, bermejas, encarnadas
de púrpura y granate
y escarlata.
No cederemos ni un centímetro
al color de la ausencia.
Nada hablará de olvido.
No dejaremos
que se pronuncie el nombre
del silencio.
Marzo de 2014
Foto: José Amador Martín
VUELO
Al salir de mi casa
una ráfaga cálida
me levantó
se hizo cargo de mí
y me llevó consigo.
Yo no sé si tenía palabras
esa fuerza materna
pero sé que hablamos
para decirlo de algún modo
y que yo, que tengo tantos años
me volví niña
para acogerme al amparo
de su fugaz presencia.
Así entendí un poco del oleaje
y la elegancia de sus ritmos
contemplé colores
sentidos y no vistos
y asistí a la danza de los números
que no son cantidades
sino historias.
Presencié el amanecer
de un lejano planeta
y palpé la ruptura
de un capullo
y el vuelo libre
de la mariposa.
Algo parecido a la felicidad
me abrió los ojos
de súbito
ya de regreso
en el umbral de nuestra casa.
Y entré con paso firme
a espacios interiores
que mi cuerpo ya tiene
conocidos
para encontrarme una vez más
con la dura certeza del trabajo
el periódico, la Internet
el teléfono
aun el dolor, las ausencias
y las pérdidas.
Pero también la renovada incandescencia
de mis seres queridos
y la implacable
incesante invitación
del amor, de los signos, de la vida.
2016
Foto: José Amador Martín
PASOS SOBRE LA TIERRA
Para Eduardo y Fanny
Éramos jóvenes
y juntos habíamos descubierto
varios ríos
algunos clarísimos y caudalosos
ríos horizontales
llenos de sol.
Otros
ríos ruidosos
ríos nocturnos que bramaban
desde lo alto de los riscos
siempre cayendo entre tropiezos
puliendo
brillantes piedras negras.
Y otros más que eran
ríos de palabras
en su humilde frescura
bienvenidos
saciantes
entrañables.
Después
se bifurcaron los caminos.
Yo me fui como el agua
por su cauce
sin mirar hacia atrás.
Y a cuestas me llevé
una carga de ausencias
con sus figuras
bien delineadas
como pinturas de Rouault
con la silueta marcada en gruesas líneas
oscuras
para que la memoria
nunca pudiera desgastarlas
y hacerlas verse
como los viejos negativos
de las fotografías
que la misma luz que las plasmó
ha dejado
desdibujadas
pálidas
ingrávidas.
Y así los muchos años
me hicieron hablar con mis ausencias
como antes lo hice con presencias queridas
en nuestro propio idioma vegetal
lleno de savia en movimiento
que no es más que la luz
ya traducida
a las entrañas mismas de lo vivo.
Después, la muerte.
Sara, Graciela, Raúl, José María.
No sabía que pudiera doler
así la muerte
de los que están tan lejos
yo que bien conocía
el rompimiento
el silencio
el callado espesor de la distancia.
Desandaré lo caminado
para encontrar las huellas
de los pasos que dimos
juntos en aquel tiempo
que ahora me parece haber soñado.
Construiré con recuerdos una casa.
Pondré la mesa.
Serviré la cena.
Mientras oímos cuentos
de tantos años
el vino tinto
y la alegría de nuestro encuentro
nos dejarán oír la risa espléndida
que teníamos perdida.
Y al final con abrazos
nos diremos
que ha sido más que suficiente
el haber caminado
alguna vez
como grandes amigos
junto a tantos ríos
sobre la Tierra.
2018
Foto: José Amador Martín
QUÉ NOS EXPLICA EL TIEMPO
¿Qué nos explica el tiempo en que existimos?
¿La mañana que irrumpe y reciben los pájaros con cantos?
¿O la noche que cae sobre nosotros y nos conduce al sueño?
¿O el modo misterioso
en que el día y la noche son gemelos?
Hay una plenitud del día
y hay un momento pleno de la noche.
Hay una plenitud del mundo
y de sus estaciones
con mediciones cuidadosas
en relación al sol
—su estrella y constante referencia.
Y hay muchas plenitudes
en las vidas humanas.
Momentos entre ascensos y descensos
entre llegadas y regresos
entre encuentros y pérdidas
entre deslumbramientos y cegueras.
¿Qué nos explica el tiempo?
Hay que oír a la lluvia
con su fugacidad y persistencia.
Hay que volver al mar de la niñez
donde las olas altas del Pacífico
penetradas del sol de mediodía
desafiaban a los más fuertes nadadores
antes de estrellarse contra la arena
produciendo millones de estallidos
de agua, de luz,
de sal o de inmateria
y eran contempladas en silencio.
Hay que leer de nuevo
aquel libro en que todas las palabras
estaban poseídas
de energía impredecible.
Hay que entender el modo
en que todos aquellos que nos aman
nos dan el ser
no importa
si temporal o eterno.
Hay que entender el modo
en que el amor que damos
nos enciende
nos inscribe en su tiempo
tiempo que no entendemos
aunque se hace historia
en nuestro cuerpo.
2020
Foto de José Amador Martín
Aurora Camacho de Schmidt y Kathy Cleaver, en defensa de los inmigrantes
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