Nidia Marina González en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de José Amador Martín
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar algunos poemas del último libro Nidia Marina González Vásquez (San Ramón, Alajuela, Costa Rica, 1964). Licenciada en Artes Plásticas con énfasis en Pintura, Universidad de Costa Rica. Su poesía ha sido publicada en varias antologías, ensayos y revistas, entre ellas Voces tatuadas, crónica de la poesía costarricense 1970-2004 (Jorge Boccanera, Ediciones Perro Azul, 2004), Poesía del Encuentro (Antología del VII Encuentro Internacional de Escritores, Adriano Corrales, Mediaisla, Miami 2010), Mujeres poetas en el País de las Nubes (Emilio Fuego, compilador. XVI Encuentro Internacional, Oaxaca, México 2008), Sostener la palabra (Adriano Corrales, compilador. Instituto Tecnológico de Costa Rica, Ed. Arboleda, 2007). Además ha publicado los libros: Cuando nace el Grito (1985), Brújula extendida (2013), Objetos perdidos (2015), Seres apócrifos (2015) y Bitácora de escritorio y otros viajes (2016), entre otros.
Participó en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca el mes de octubre de 2016.
ONTOLOGÍA DEL LLANTO
Nombrar es invocar
hacer que la imagen nos toque la epidermis
y traspase las sombras que la desdibujan.
Nombrar es ahondar en la memoria que llega encadenada a un grito
apenas audible.
Al latido de una muchacha que fui,
el de un Chamán que fui, una guerrera, un muchacho o una anciana.
Puede ser que invoque el nombre olvidado de la niña que se perdió
en el desierto de Atacama: Eluney, Sayen, Ailin, o nada más Ana.
Y Marina multiplicada y reducida a un cuerpo,
a un ruido constante en el oído izquierdo que choca contra las rocas
del desierto,
a varios siglos de distancia o a un mordisco de tiempo.
Centro de muchos centros buscándose en espiral,
entre el olvido y lo que se ve (epidermis apenas).
Invocar el apunte, garabato que recobra la voz,
invocar el citrino que me falta, las piedras que perdí en Ciudad México.
Bajo la superficie del ruido: aullar, ladrar, piar, maullar.
Llorar también es nombrar lo que no sabemos cómo se nombra.
Foto de José Amador Martín
RELOJ
1
El tiempo es un agujero
arriba y abajo,
un saltamontes camuflado que de pronto se devora todos los brotes.
2
Los niños aceleran el tiempo.
No son los años ni los relojes
sino ellos cuando se hacen adultos
y convierten a todos los que fuimos jóvenes en ancianos sumergidos.
3
Poca cosa se puede hacer cuando esto pasa,
alguna nada de algo
algún untijo anti arrugas,
lentes mejor graduados,
una nadería para flotar
y abandonar las brazadas larguísimas
con las que se cruza a nado la juventud.
4
La línea del tiempo está dibujada con mal pulso,
sin nivel de carpintería u otro instrumento semejante.
Su escritura es a mano alzada
a veces se devuelve sobre sí misma,
inventa recuerdos y los sobrepone.
La estría del tiempo es capaz de abrir varias páginas a la vez.
Con frecuencia recurre al blanco inmaculado del papel
o a los borrones oscuros.
La línea del tiempo es un realidad un camino de altimetrías cambiantes
dibujada por manos disímiles:
a veces dos derechas, a veces dos zurdas.
Siempre insuficiente.
El reloj es un grillo sincronizado,
ulular apenas inaudible que suena tierno al lado del tamaño
que tiene el tiempo.
Foto de José Amador Martín
LA MANZANA
Solo una cosa queda prohibida:
amar sin amor.
Thiago de Mello
Lo prohibido se dicta para transgredirse.
Comeremos la manzana
y seremos de nuevo expulsados.
Algún profeta vendrá con una gran pancarta para dejarnos lo de siempre:
el código simple del amor que cuesta tanto descifrar.
Mientras alguien toma nota para hacerlo religión y cobrar el diezmo,
(truncar el propósito, enredarlo, prohibir)
La peor de las circularidades, el mismo pecado que se redibuja.
¿Habrá cómo procurarse: una flecha, una línea recta, alguna puerta:
alguna forma de detenernos y volver (si es que existe ese lugar)
en presencia de la cordura?
Volver al mar tal vez, como lo hicimos en el plioceno
cuando casi tuvimos aletas,
casi tuvimos branquias,
casi alcanzamos a los delfines.
Pero volvimos a las llanuras, tal parece,
a sembrar manzanas y otras frutas que por este lado del planeta nunca crecen.
Nos quedamos entre lo prohibido y el amor que es lo único que existe.
Marina González, Etnairis Rivera, Mª Ángeles Pérez López, T. Elssaca, Chillida e Ingrid Valencia, en el Aula Magna de la Facultad de Filología (Foto de J. Alencar)
MUDANZAS
Tengo una jaula de bambú para grillos
-vacía claro está-
con un pequeño columpio vacío.
Una jaula para grillos que se columpia a sí misma,
sin una sola pieza de metal.
Cálida, hecha en Japón por manos minuciosas.
Me hace recordar que la noche debería estar llena de grillos
pero se ha vaciado igual que esta jaula surrealista.
Foto de José Amador Martín
BALA ENCONTRADA
¿Quién cuelga en la pared la cabeza de un venado?
con los ojos tan apagados que el mejor taxidermista no puede desmentir.
¿Quién dispara, desconectado de su neo córtex en un acto inútil que no alimenta a nada ni a nadie?
¿quién puede estar tan enamorado de la muerte de otros seres,
tan ciego de la muerte propia?
Foto de José Amador Martín
TAG (TRASTORNO DE ANSIEDAD GENERALIZADA)
No es normal que se inserte el verano en media época de lluvia,
no es normal las imágenes de osos polares muriendo en el deshielo,
no es normal, las noticias de especies que se extinguen,
las descabelladas excavaciones de petróleo y otros elementos,
o las mortales piñeras que entierran el bosque como si no fuera con ellas.
Se supone que no vendría a presenciar este absurdo
en mis cortos años sobre la tierra.
Es aterrador ser testigo en internet de las playas italianas
retocadas con cadáveres de inmigrantes como si fueran arena o piedras.
Este no es un miedo de muerte ni un ataque cualquiera de ansiedad
porque al fin y al cabo morir es olvidar y eso sería una recompensa.
La luna desnuda sin mantas que la cubran, cuando debería estar tras la niebla del invierno tropical.
El silencio excesivo de las ranas, la falta del aguacero
la sed, sed, sed, sed
que deja estas noches sin frío,
barrida toda la niebla con la ventana abierta
como si viviéramos frente al mar en medio de un valle
que antes estaba a 1050 metros de altura,
y ahora no tiene coordenadas para su propia lluvia.
Se parece a lo que padecí cuando salí del vientre de mi madre y el cordón dejó de sujetarme:
Abandono, un vacío –vacío.
Solo que éste persiste la noche siguiente y la otra,
a pesar del agua que sale aún del grifo,
a pesar de las flores que cuido.
Se enferman las guayabas, hay un luto cada día
un eco golpeando mis oídos, oscuro y sofocante, dinosaúrico, desértico, holo-caústico , Hiroshímico, Nagasákiko,
atómicamente resplandeciente.
Foto de José Amador Martín
PÁGINA DE NOTICIAS
1
Los espejos solares matan pájaros
en el desierto de Mojave.
Las vacunas contra el papiloma humano
matan niñas en Colombia
sin que ellas alcancen su edad de Ícaro florecido.
2
Se venden millones de peluches del ébola en línea
mientras cavan fosas comunes en África.
El virus que no traspasa ciertos trajes
tampoco mata a las enfermeras del primer mundo
ni a sus esposos.
3
El miedo es un caracol oscuro que trasiega la razón
en su campaña onerosa.
A mí que me acusen de cualquier causa
cuando muera de shock cerebral
por tratar de descifrar el absurdo y su desglose de precios tasa cero.
4
Los pájaros se irán volando
limpiamente
mientras nosotros seguimos sin entender
el principio de sus alas.
Foto de José Amador Martín
LO IMPREDECIBLE
Una nunca sabe qué cosas pueden salvarnos la vida,
y cuánta película nos perdemos por ver a otra parte,
a todas partes,
sin enfocar la mirada por más de quince segundos.
Por ejemplo un mar transparente y un delfín junto al bote,
son un milagro en una época que el plástico abarrota el mar.
A veces una simple carga de lluvia,
una Santalucía nacida entre la mala hierba,
(deplorable costumbre culpar la inocencia de la hierba)
Nunca se sabe de dónde viene el salvavidas,
lo invisible sobrepasa el tajo que me hice ayer en el dedo gordo,
sobrepasa el apuro de mis células por parar la hemorragia.
Queda el beso simple de las cosas escondidas en las paredes
o los árboles que me traje pegados a la retina de cientos de lugares que he conocido.
Nunca se sabe, qué cosas pueden salvarnos: la muerte, para dejarla tal cual,
cuna de lo siguiente, punto y coma, sal en la piedra,
salto al vacío que llega a todas partes o a ninguna.
Siempre, y sin para siempre.
(lo digo por no perder el lugar común y que me entiendan mejor)
Nunca se sabe,
(insisto, con esa frase acuñada por los abuelos)
a pesar de reconocer que a alguna parte llegaremos
entre los puntos borrosos del mapa que cada uno lleva.
Foto de José Amador Martín
ESCENARIO BREVE
Me tatúo el borde difuso de la noche comenzando a oscurecer (ambas, noche y yo). Nadie aquí parece haber venido solo en un día como hoy.
Después de unas 500 caras desconocidas
alguno acaso se habrá preguntado
¿qué hago leyendo en medio centro comercial sin una sola bolsa conmigo?.
Me tatúo la noche completa,
(la noche se hace sombra, yo iluminada apenas por unas páginas abiertas)
Tengo para regalar más de una luciérnaga y una sombra entera,
pero lo que compran todos en este hormiguero sin calor de madriguera, lo que buscan, se parece más al humo que al fuego (cierro el libro y me voy) .
Foto de José Amador Martín
Carmelo Chillida (Venezuela), Theodoro Elssaca (Chile) y Nidia Marina González (Costa Rica)
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