El poeta mexicano Homero Aridjis
Crear en Salamanca se complace en publicar a dos poetas de México y España. El primero es Homero Aridjis (Contepec, Michoacán, 1940). Estudió periodismo y escribió desde muy joven en suplementos culturales. Entre 1959 y 1960 fue becario del Centro Mexicano de Escritores. Colaboró en la edición de las antologías Poesía en movimiento (1966, con Octavio Paz, Alí Chumacero y José Emilio Pacheco), Seis poetas latinoamericanos de hoy (1972) y New Poetry of Mexico (1972). Fue fundador y director de la revista de poesía Correspondencias y jefe de redacción de la revista Diálogos.Aridjis ha publicado 48 libros de poesía y prosa, muchos de ellos traducidos a quince idiomas. Sus reconocimientos incluyen: Premio Xavier Villaurrutia 1965 al mejor libro del año por Mirándola dormir; el Premio Literario Novedades y Diana 1987-1988 porMemorias del Nuevo Mundo; Premio Grinzane Cavour para mejor novela extranjera traducida al italiano en 1992 por 1492, Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla, obra que fue reconocida con el New York Times Notable Book of the Year. Recibió el Premio Roger Caillois en Francia, por su obra de poesía y prosa; y, en Serbia, el más alto honor literario, la Llave de Oro de Smederevo, por su poesía. En 2005, el estado de Michoacán lo distinguió con el primer Premio Estatal Eréndira de las Artes. Dos veces recipiente de la beca de la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Indiana. Ha sido profesor visitante en las universidades de Indiana, de Nueva York y de Columbia, y fue distinguido con la Nichols Chair en Humanidades y Esfera Pública de la Universidad de California en Irvine. Desde 1985 ha colaborado en la página editorial de los periódicos mexicanos La Jornada, Reforma y El Universal con artículos sobre medio ambiente, política y tópicos literarios
Santa Teresa de Jesús, de Ribera
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LEVITACIONES
(Homero Aridjis)
Querría saber declarar… la diferencia que hay de unión a arrobamiento,
u elevamiento, u vuelo que llaman de espíritu, u arrebatamiento, que todo es uno.
Teresa de Ávila, Libro de la Vida
Yo, Teresa de Cepeda y Ahumada,
la monja de los arrobamientos,
pasaba de los cuarenta años cuando
en el aire muerto de los cuartos cerrados
tuve mi primer éxtasis, y las manos del Dios vivo
me alzaron sobre mí misma.
Yo, Teresa de Jesús, sentía las manos
del Dios invisible levantándome en vilo
delante de las monjas de mi congregación,
y sin saber qué hacer quería agarrarme
del piso en ese trance místico
que me hacía ver el abismo de mí misma.
En esos arrobamientos mi cuerpo perdía su calor natural,
y se iba enfriando, el suelo bajo el cuerpo se retiraba,
y en medio del silencio de los sentidos la nube
de la gran Majestad descendía a tierra,
subía la nube al cielo, y elevándose
me llevaba consigo en su vuelo.
Yo me preguntaba en ese aire vivo,
“¿Dónde se encuentra Dios?”
Al ver que me llevaba no sé dónde,
yo, dejándome arrebatar, lo arriesgaba todo,
y entregada a la contemplación de lo Desconocido, suspendida en el
aire, tenía visión del reino.
Visión de santa Teresa del Espíritu Santo, de Rubens (1614)
En vano resistía esos elevamientos y ocultaba mi espanto. Cuando
me acometían esos raptos no había posibilidad
de oponerse a ellos, se presentaban con un ímpetu
tan fuerte y acelerado que veía y sentía alzarse esta nube,
como si un águila me cogiera entre sus alas. Temiendo
ser engañada, me oponía al levantamiento en público.
En mi pasión visionaria veía a Dios y la Virgen en todo
su esplendor, y a un ángel hacia mi lado izquierdo
en forma corporal, no grande, sino pequeño, hermoso mucho, con el
rostro tan encendido que parecía de los ángeles solares. Le veía en
las manos un largo dardo
de oro, y al fin del hierro un poco de fuego metiéndoseme
por el corazón, que me llegaba a las entrañas.
Quedaba después de la pelea cansada, pues la fuerza
del arrobamiento era tal que alzada el alma la cabeza
iba tras ella, sin poderla tener, y todo el cuerpo en vilo, que del
lecho al techo podía haber un abismo,
y no solo un abismo, sino mucho vacío.
Como me acaecían esos arrobamientos en el coro,
entre las otras monjas, o yendo a comulgar
y estando de rodillas, me daba mucha pena ser llevada
por los aires delante de todas, que veían a su priora
estarse en éxtasis, con sus grandes ojos negros
mirándolas desde arriba desfallecidos en el trance místico.
Les pedía yo luego que no dijeran nada a nadie
de lo que habían visto, que estar alzada sobre la nave no es
cosa que pueda leerse en los libros de caballerías.
La princesa de Éboli propagaba entre su servidumbre mis visiones de
ángeles y santos, mis conversaciones con Dios
y mis vuelos de espíritu descritos en el Libro de la Vida.
Despertaba burlas y risas.
Ante los tribunales de la Inquisición me acusaba.
Por esa delación el inquisidor amenazándome
con hacerme quemar el libro mandó recoger
todas las copias conocidas y todos mis escritos,
quedando el manuscrito en poder del Santo Oficio.
Ocho años quedé yo viva, los otros cuatro muerta.
No está de más agregar que una monja salida
del convento me delató al inquisidor,
y que mis superiores me prohibieron abandonarme
a exaltaciones místicas, ya que hasta en sueños
los arrobamientos me elevaban del lecho al techo.
Éxtasis de Santa Teresa, escultura de Bernini
Supliqué mucho al Señor que no quisiera darme
más mercedes que tuviesen muestras exteriores,
porque estoy cansada de andar en tanto aire,
sobre todo en maitines, que es cuando me han tornado
los arrobamientos, y yo, hallándome entre gentes,
sentía los estremecimientos del Dios invisible.
Sin saber qué hacer, agarrándome de nada,
me quedaba corridísima, y quería meterme no sé dónde
con harta pena. Como aquel día de la Asunción,
que hallándome en el monasterio de Santa Clara
vínome un arrobamiento tan grande que casi me sacó de mí,
y no podía menear pies ni brazos, y tuve que sentarme.
Estando así me vi vestir con una ropa
de mucha blancura y claridad por una Virgen niña,
y vestida por ella me pareció asirme de sus manos,
quedándome luego con mucha soledad,
sin poder menearme ni hablar,
como toda fuera de mí.
Cuando creía que el Señor había tenido la bondad
de oírme arremetía de nuevo y desde debajo de los pies
me levantaba con fuerzas tan grandes que quedaba
hecha pedazos, pues no hay poder contra su poder,
que cuando su Majestad quiere no se puede detener
el cuerpo ni el alma, ni ser una dueña de ellos.
Máxime que después de muerta no seré propietaria
de mi cuerpo: mi pie izquierdo, mi mano derecha
y mi ojo izquierdo, y hasta mi corazón
serán repartidos como reliquias,
pues desde el día en que caí gravemente enferma
fui amortajada.
Yo Teresa de Ávila la de los arrobamientos,
en los umbrales del misterio.
Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582.
Manuel Quiroga Clérigo
MANUEL QUIROGA CLÉRIGO
Dos textos del poeta madrileño Manuel Quiroga Clérigo(Madrid, 1945), licenciado en Psicología Social y Doctor en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad Complutense. Crítico literario, prosista, poeta, dramaturgo y antólogo. Fundador del grupo poético “Enero” y actualmente Consejero de la Asociación Colegial de Escritores de España.
Gaviota en San Vicente de la Barquera
EL MUNDO ALBOROTADO
Para Aleyda que vivió
este mundo alborotado
En verano se encuentra el mundo alborotado,
las van llegando a la playa sin pausa,
el sol incandescente abrasa los trigales,
las gaviotas se posan en los puentes de musgo
y desde las laderas de verde consentido
se divisan los trenes de gas oíl y retama
salidos de algún bosque de bruma perdonable.
En el jardín cercano los mirlos más recientes
entonan melodías de allegro moderato
como si descubrieran los cielos infinitos.
Por la tarde la música surge de los museos
llenando de alegría los patios transparentes
resumen codiciado para las almas nobles.
Así va transcurriendo el estío en el norte
lejos de escaparates, de humos, autobuses
y cerca de rosales, amapolas, caléndulas.
Desde que vuelve el día un bullicio impensado
se adueña de naranjos, cerezos y lavanda:
son las abejas libres, pretenciosas, enérgicas
libando en el azahar y en las flores aún húmedas
esparciendo perfumes por la orilla del agua
mientras adolescentes de ímpetu gozoso
recorren la jornada en busca de milagros.
Cuando vuelve la noche y a horas desusadas
regresan las gaviotas de las quietas marismas
y en toda la bahía se reflejan las luces
de los barcos que parten con los hombres cantando.
Entonces el verano parece adormecerse
y cesa el alboroto de turistas y aves.
San Vicente de la Barquera, 17 de julio de 2017
Parque de Begoña
EL ENCANTO DE BEGOÑA
Para Mª Esther García López,
receptora de versos apacibles
Del final del paseo llegan las mariposas. Lo hacen de continuo y como atropellándose. Vienen acompañadas de jilgueros de seda, de raytanes llegados desde Oviedo o la gloria y palomas torcaces salidas de los montes. Se suelen confundir con los niños alegres, los que llevan un libro de hadas en las manos, aquellos que aparecen con sirenas despiertas guiñándoles un ojo desde breves parterres de florecillas blancas. Como ya todos saben que el verano está cerca se suben a los bancos de madera de acacias, donde pájaros dulces, carpinteros o azules, estaban esperándoles, algunos con sus cantos como el mirlo de niebla o el ruiseñor sin cárceles. Y es que, efectivamente, esos seres alados recorren los balcones, las crestas de las olas, las campanas de bronce, transparentes buhardillas llenas de enamorados, sacristías de orfebres y nidios de crisálidas buscando solamente un lugar escondido para entonar su canto. Al mirlo ya le llaman “Beethoven aplicado”, pues va soltando arpegios y allegros moderatos desde la madrugada, en una inconfundible sucesión de mil notas que parece surgir de las fuentes de miel o de pianos clásicos, dejando en los paseos, en las fuentes de junio, en balcones abiertos o en la cima asustada de autobuses blancos intensas melodías que asombra a los viajeros, lo mismo que el canario de ese amarillo intenso, siempre tan juguetón, inteligente, plácido que seres inhumanos los conservan de adorno en sus jaulas de oro y, sin cesar, llorando,
con el sólo regalo de .algún terrón de azúcar o el piropo obligado de insistentes ancianos. Luego está el petirrojo, con sus corbatas clásicas, brillantes y distintas, que viene desde África para buscar amigos en el ancho verano, algo desconfiado, histórico y solemne pues sus antepasados llegaron desde el norte de las europas plácidas en barcos de guerreros, algunos tan feroces, con dragones gigantes en las quillas de viento aunque también vivieron en la Roma primaria y se han encontrado en restos calcinados de Pompeya, Herculano. Los gorriones no cantan, pían, pían, pero son la alegría de los campos, van volando con gritos y algazara.
En Begoña la vida es un milagro, con bullicio de infantes despeinados que juegan. Se divierten, corren por los parterres y senderos, se escapan de sus madres.
Y así van transcurrido las ternuras, los siglos, con toda la ilusión de las tardes de siempre.
Gijón, 19 de junio de 2017
Verano azul, del uruguayo Ian Lester Kaisar (2001)
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