Salamanca, de José Amador Martín
Crear en Salamanca tiene a bien publicar poemas y textos de la cubana Ena Columbié, del colombiano Raúl Henao, del español Leopoldo L. Samprón y del peruano Melacio Castro Mendoza. Acompañan tres fotografías del salmantino José Amador Martín.
Ena Columbié
ENA COLUMBIÉ
(Guantánamo, Cuba, 1957). Poeta, escritora y artista. Licenciada en Filología. Ha obtenido numerosos premios y publicado los libros: Dos cuentos (1987), El Exégeta (1995), Ripios y Epigramas (2001), Ripios (2006), Las Horas (2011), Solitar (2012), Isla (2012), Luces (2013) y La Luz que conduce a los poetas (2013) Obras suyas también se encuentran en antologías y publicaciones periódicas y seriadas. Codirige las editoriales, EntreRíos y AlphaBeta. Como pintora y fotógrafa ha expuesto en varios países de Latinoamérica, en EEUU y España. Ha colaborado en periódicos y revistas especializadas, así como ilustrando libros de escritores importantes entre los que se encuentra, Ante-Réquiem y en camino (2012) de Ernesto Kahan, Premio Nobel de la Paz y Premio Mundial de Poesía Andrés Bello. Obras suyas se encuentran en galerías, colecciones privadas y museos. Reside en Miami, Florida.
Los poemas publicados han sido seleccionados del libro ‘Sepia’, recientemente publicado en Madrid por Editorial Betania, cuyo director es el poeta Felipe Lázaro, especialmente vinculado con los Encuentros de Poetas Iberoamericanos de Salamanca.
REFUGIO
A Mar
Cómo puedo mujer
pedir suplicante al lobo que aúlle
para que escuches y corras
a enroscarte en el portal en busca de cobijo
justo donde la humedad es lenta
como llanto de muerte.
Eres una casa afilada en el horizonte
clavada en las piedras del tiempo
asida a la profundidad del sacrificio
con dientes de ardilla.
El dominio está en embestir desde tu ancla
para ir al rescate de las aguas y erguirte
a pesar de los brazos rotos.
Mar recónditas aguas
caudal de redes y silencios
escucha los aullidos.
Lluvia en la Plaza Mayor de Salamanca
ESPERA
A Beth
Sé que vendrás
y tu sed se saciará en los ríos de mis manos
junto a mis ojos volcánicos.
Vendrás con la intención de esclarecer las sombras
de ahuyentarme la agonía y el desvelo
pero el ruido anómalo de mis huesos
te devolverá la duda y tornarás a Dios
con la palidez viajando a tu mirada
como siempre vacilante ante el abismo.
Ya no me importa si lastima la distancia
ni el día plomizo que se abre a la luz
la demencia es frenética verbal maldiciente
como el dolor y el viento que arranca los techos.
En medio de la lluvia persistente un relincho
resonancia de yelmo caballo en estampida
advierte la llegada de la danza circular del remolino.
ISLA
Yo sé de una isla descarnada
de brujos y guerreros sin lanzas
espanto de hambre y muerte.
Cada hombre posee una tablilla
donde marca el día que padece.
Isla pequeña en una ciudad vigilada
queriendo renacer en las quimeras.
Los nativos ruegan por vivir invocando
palabras míticas frente al muro —
ventana a la utopía de las aguas—.
Yo sé de una isla titilante
con jirones por ciudades
¡que me aterra!
Raúl Henao
RAÚL HENAO
(Cali, Colombia, 1944)
Poeta y ensayista. Ha vivido en Venezuela, México y los EE.UU. Su poesía figura en importantes antologías mundiales e iberoamericanas.
Libros publicados: Combate del Carnaval y la Cuaresma (Editorial Gamma, Medellín, 1973); La Parte del León (Ed. Monte Ávila, Venezuela, 1978); El Bebedor Nocturno (Ed. Instituto de Cultura y Bellas Artes, Cúcuta, Colombia, 1978); El Dado Virgen (Ed. Fundarte, Caracas, Venezuela, 1980); Sol Negro (Ed. Unicornio, Medellín, 1985); El Partido del Diablo / Poesía y Crítica (Ed. Lealón, Medellín, 1989); El Virrey de los Espejos (El Oso Hormiguero, Editor, Medellín, 1996); La Vida a la Carta / Life a la Carte (Ed. Festival Internacional de Poesía en Medellín, 1998).La Belleza del Diablo (Madrid, España, 1999). Su obra se encuentra parcialmente traducida al inglés, francés, italiano, alemán y sueco.
CERRANDO EL CÍRCULO
“La noche por doquier, esto me satisface y casi expreso mi satisfacción
estirando los brazos, como si bostezara”.
Braulio Arenas.
¡Amores de invierno efímeros como la flor del cacto o frágiles como la semilla del diente de león! pero lo vasto de la comarca que se extiende alrededor nuestro, señala que debemos reanudar el camino, al modo que se enhebra el hilo en el ojo de la aguja, ya que no nos retuvo en su cubil el canto de las sirenas o los encantos de la Circe lugareña.
Aunque no contemos con el sello de aprobación del guardafronteras, debemos sortear esos muros aledaños y adentrarnos en el país vecino donde cosecharemos quizás el grano que antes no pudimos separar de la paja de nuestros actos descuidados o negligentes.
Pasaron los años de andanza juvenil, pero debemos mantener la espalda erguida, como si la suerte nos hubiera favorecido y no mirar atrás, ni siquiera para celebrar los obstáculos que hemos allanado y excedido.
Para bien o mal hay que cerrar el círculo alrededor, un círculo que ha sido también el blanco de nuestras flechas. El horizonte se levanta adelante como la gradería de un coliseo o teatro al aire libre y aunque no escuchemos los aplausos a la comedia representada, no nos reprochemos lo incautos que fuimos o la insuficiencia de nuestra sabiduría mundana.
Para Darío Restrepo Soto
Leopoldo L. Sampron
LEOPOLDO L. SAMPRÓN
(San Julián-Vega de Valcarce, León, España, 1951)
CARNESTOLTES
Sigamos girando los ojos
hacia nuestro erial de esquinas
sin ver los oscuros rincones
que se esconden en las manos;
y que el corazón respire nieve
de oscura esencia, dulce
de nuestras obras
terrenales,
precavidas con cautela
y oscuras igual que noches.
Y un golpe de abundancia
sobre el hambre insaciada
de nuestro amante derroche;
que es allí donde yace
el sudor que sangra
la esclavitud del hombre.
Sigamos gastando puertas
desnudas de permanencia,
pero que cierren los porches
para que nunca entre
el sendero del hambre
en los que muchos se afanan
para abortar de sus casas,
pero ya tienen bastante
con el denario de gracia,
que no es limosna,
es lo que le sobra al vientre
del menú de nuestra ansia.
Venga, sigamos avanzando,
que no descanse la fuerza,
ni quede muda la voz,
y descanse el corazón
en su desván de riqueza.
Que desfallezca el anciano
y los niños sin escuela;
que todo sea quimera
lo que desee el esclavo;
pues aún nos quedan años
para aumentar nuestra hacienda.
Cerquemos bien la clemencia
con fuerte alambre de espino,
y sigamos hacia el norte,
no vaya a ser que de pronto
esos cristianos desciendan
para volver a predicarnos
la luz del sermón del monte.
¡Vamos, corre, date prisa!
(*) Carnestoltes o Carnaval
Melacio Castro
MELACIO CASTRO MENDOZA
Melacio Castro Mendoza, nació en Caín, un caserío de la costa norte del Perú. Estudió Ciencias Sociales e Historia en la Universidad Nacional de Trujillo (Perú) y en la UDE (Universidad de Duisburg y Essen), Alemania. Es autor de libros como ‘Rupak Tanta’, ‘Las buenas intenciones’ y ‘Memorias de M. Julca’. Es autor de la obra poética ‘La agonía súbita’ y de los aún inéditos ‘Poemas de Anacleto Méndez’, ‘La montaña errante’, ‘Malú: tierra adentro y tierra afuera’ y ‘Batallas y sueños de Uchku Pedro’ (descripción de las luchas libertarias de Pedro Pablo Atusparia y Pedro Pablo Cochachín a fines del Siglo XIX). El poema publicado, “Teodoro Pardo”, es de este último libro inédito.
TEODORO PARDO
Señor de la Soledad, te veo más soledad que
señor.
Padre mío, a punto de cerrar mis ojos,
no entiendo aún por qué de la mano irrumpieron
en tu casa la bota y la autocracia.
Mientras con tus fieles
te ofrecía sacrificio y devoción,
invadieron, señor,
tu residencia.
Apuntándome con sus cañones preguntaron
en qué rincón escondía yo a mi amigo,
tu pastor José González García.
A puntapiés, apartaron a tus fieles
que trataban de defenderme. Transtornados
por el alcohol y por la sed de sangre,
me arrebataron y destruyeron tu cáliz,
la copa en que yo alojaba tu fresco cuerpo.
¿Qué responderles, Señor de la Soledad?
Como las hienas, mordieron e hirieron a los hombres.
Una vez que a tiros los echaron a las calles,
con las mujeres se enseñaron. ¡No les importaba
ni la condición ni la edad!.
Sobre tus bancos y sobre la baldosa de tu casa,
algunos empezaron a desnudarlas.
Los más bárbaros, curvas adentro de sus más
ya no tan ocultas intimidades, las mancillaron.
¡Con tu cruz en alto, perdí la paciencia y
por un súbito enceguecimiento,
agredí a puño limpio a diez
o a quizás más invasores!
De pronto, un certero puntapié de mi hermano,
el capellán de la tropa, joven aún,
portador de un Cristo de plata en su pecho,
me derribó. Sin respetar
mi senectud,
¡golpeó mi cabeza con la culata de un fusil!
Señor de la Soledad, tú lo viste:
¡un cuchillazo suyo dio cuenta de mis pulmones!
Lo demás, ¡ya es historia!
¡Me sumieron en las sombras
y empecé a entender lo que significa vivir la soledad!
Señor de la Soledad,
adormecido ya mi cuerpo y cansados ya mis ojos,
aún oigo tu voz.
«Teodoro Pardo –me soplas al oído–,
¡no te vayas, compañero! ¡Si te vas,
voy a quedarme
en una definitiva y absoluta soledad!».
¿Estamos solos, señor?
Señor de la Soledad,
mi caso es definitivo. Con las últimas fuerzas
que me quedan, acéptame un favor: ¡baja de tu
opulento altar y anda,
camina por los campos y las chozas de tus fieles!
¡Siéntate a su mesa y prueba el sabor de sus comidas!
¡Por las noches, acércate
a sus fogones, huele su leña hecha fuego
y en sus barbacoas
degusta del calor de sus
ponchos color oveja y llama!
¡Cuídate, eso sí, Señor de la Soledad,
no sea que los que conmigo se ensañaron
confundan tu presencia con la mía!
¡Cuídate! ¡No permitas que te arrinconen ni apaleen!
¡Lleva contigo tu linterna y alumbra con tu gran luz
los trigales y maizales tanto como
el juicio de las personas de buena voluntad!
¡No pierdas de vista, te lo recomiendo,
ni al capellán militar ni a su ministro! ¡Cuídate
de todos los uniformes y también de las manos
y del vestido del propio presidente, el jefe supremo
de una extraña banda!
Señor de la Soledad, si acaso entre las rocas
o entre los bosques te encontraras con
los pedros celestinos, ¡abórdalos, señor,
y confíales que tú eres mi padre y mi amigo.
¡Alegres, te asumirán como asumen las montañas
a la lluvia! ¡De paso, diles que por más que me
cubra la soledad, jamás olvidaré una de las sentencias
de Pedro Celestino Cochachín:
«¡Mientras el miserable coma mierda o basura,
nunca perdonaré su taza de oro a los patrones!».
Al calor de aquel juicio, padre mío,
tus fieles volverán a sentarse a tu lado.
¡Si ahora junto a mí, señor, eres más soledad
que Señor, entonces, Señor de la Soledad,
serás más Señor que Soledad!
Luz y sombra
abril 20, 2016
Felicitaciones por este esfuerzo de unidad continental poética.
agosto 6, 2017
Maravilloso florilegio de poemas. Reverdecer de cada mañana. Incendio de cada tarde. A veces la lluvia y en otras el sol quemante. La vida circulando en el poema.