El poeta Boris Rozas
Boris Rozas (Buenos Aires, 1972) es un poeta vallisoletano-argentino con doce poemarios editados hasta la fecha, entre ellos Ragtime (2012, 3 ediciones), Invertebrados (2014) o Las mujeres que paseaban perros imaginarios (2018). Ha obtenido varios galardones literarios hasta la fecha, destacando entre ellos el León Felipe de Tábara, Pilar Fernández Labrador de Salamanca, Manuel Garrido Chamorro de Martos, Premio Sarmiento de Poesía, Premio Umbral de Valladolid, Justas Poéticas de Laguna de Duero, Justas Poéticas de Dueñas, Peñaranda de Bracamonte, North Texas Book Festival (Spanish Poetry), Premio La Palabra de mi voz de Miami, Premio Villa de Ermua, Premio Hernán Esquío, etc. Desde 2014, es “Ahijado” literario de la Casa-Museo de José Zorrilla en Valladolid.
Los poemas se han seleccionado del poemario ‘Annie Hall ya no vive aquí’, XVI Premio Internacional de Poesía León Felipe.
Portada del poemario
I.
El viejo olmo que aún vigila los cadáveres del río
se afana en jugar a las sombras
con los atardeceres del puente de Brooklyn,
hundidos ambos por el paso del tiempo
de los hombres
que proceden del fresno.
No hay dos bancos iguales, como no hay dos nombres
que me resulten inminentes,
llagado mi espinazo hecho de plantas,
se han citado a las puertas de esta noche
tu frente con mi cara,
mi atisbo de pobreza
con tu figura de permisos ya concedidos.
II.
Si mi corazón fuera ese Ferry reconvertido en atracción
para turistas pobres
y tu mano ese cabal embarcadero tan lejano
como el humo,
no cabrían más tormentas en este puño
cerrado enérgicamente entre dos aguas
lamidos nuestros rastros
por el seno del río,
juntos tu rostro
y el mío
acaparando miradas tan furtivas
como el viento de los mirlos.
III.
John Coltrane me persigue por los bajos
de esta mañana espesa
como quién inventa un reclamo
para los males domésticos.
No me quieras convertir tan pronto
en bandera que izar a los cuatro vientos,
no anda sobrado de talento
el que esperando persigue
insulsas canciones de cosmético.
En Japón
existe un lenguaje de amor entre mujeres
donde una rama desnuda
viene a significar
que nunca seré nada tuyo.
IV.
La primera vez que salté por una escalera de incendios
lo hice para no quemarme con la fotografía
de tu piel.
Dormía entre las macetas
mi recuerdo,
aprovechando los meses de verano
para imaginar nuevas rutas de escape
de tu cuerpo.
Fue como en “The Boy Cried Asesinato”
pero sin más testigos que la noche
y el antro que nos hace esquina.
La primera vez
que salté por una escalera de incendios
fue como una cruel inocentada
de Romeos,
hasta que llegamos a Washington Square
en primavera
y se terminaron los parterres del amor.
V.
Tu maleta en el suelo mojado
es como una roca que golpea el pertinaz sueño
de la ciudad
que apura el blanco y negro
de los versos mal resueltos.
Parten mis pies rotos
tras los pasos que se fueron marchando
sin apenas alcanzar
a intuir tu sombra entre los charcos,
ya vienen las gaviotas del muelle dieciocho
a decirte adiós con la cabeza
sabiendo como saben
que no vas a regresar
a esa cabina de teléfonos.
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