“POEMAS DE ALMANAQUE PARA ENTRETENER MARIONETAS”, DEL MEXICANO GERARDO RODRÍGUEZ, PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA ANTÓNIO SALVADO – CIUDAD DE CASTELO BRANCO

 

 

 Lectura de Gerardo Rodríguez en Castelo Branco (foto Beira Interior TV)

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario escrito por nuestro colaborador Manuel Quiroga Clérigo, poeta y ensayista madrileño, en torno al libro “Poemas de almanaque para entretener marionetas”, del mexicano Gerardo Rodríguez,

 

 

 

GERARDO RODRÍGUEZ: “AL FINAL DE MI MIRADA VUELA UN AVE”

COMENTARIO DE MANUEL QUIROGA CLÉRIGO

 

“Verdaderamente vivo de memoria” escribió Tomás Segovia en “El tiempo en los brazos”. Otros poetas escriben versos para permanecer dentro de esa memoria. Es el caso de Gerardo Rodríguez, galardonado con el Prémio Internacional de Poesía António Salvado/Cidade de Castelo Branco, por su libro “Poemas de almanaque para entretener marionetas”, publicado por la portuguesa Editora Labirinto y traducido por el propio António Salvado.

 

Alfredo Pérez Alencart, Presidente del Jurado del galardón citado, en un prólogo denominado al poemario viene a decirnos: “El mexicano Gerardo Rodríguez, nacido en la capital de los aztecas en 1960, ha emprendido una discreta travesía de `reconquista` por territorios de Iberia y de la Italia con pasado español, pues su excelente dominio del idioma castellano y su genuina vocación poética le están permitiendo conquistar premios muy apetecidos en ambas orillas del idioma de Cervantes, que es el mismo que allí llevó Cortés”.

Alencart, Salvado, Leopoldo Rodrigues, Gerardo Rodríguez y Luís Correia (foto de Jacqueline Alencar)

 

Y con estas palabras, más las de presentación de Luís Correia, Presidente de la Cámara Municipal y Leopoldo Rodrigues, Presidente da Junta de Freguesia de Castelo Branco, comenzamos a seleccionar los poemas que contiene el libro que ha merecido tal distinción. “Entre la espuma y las rosas se evapora el tiempo”, leemos. Y, también, “Al final de mi mirada vuela un ave”. Son breves pinceladas de una poesía repleta de sorpresas, pues cada línea, cada suspiro forman parte de un entramado en el que la vida se convierte en pregunta. Es el autor quien da las respuestas, a veces de manera contundente, por ejemplo cuando, en uno de los poemas sin título, escribe “Para saber quien fui, quien soy, quien nunca alcanzaré a ser,/hasta enrojecerme la voz estoy repitiendo/el verso que para siempre me acompaña:/y enseguida amanece”. Rodríguez utiliza las palabras como ensamblando esa memoria que es su compañía y, con ello, aclara o delimita el valor de lo vivido. (“Estoy temblando a la intemperie./Grito y tiemblo como nunca:/llevo dentro todos los mares del mundo”), resumen algo dolorido de una madurez que comienza cuando e l horizonte sigue abriéndose a todos los futuros. Seguramente el autor está descubriendo el valor de los juegos, esa posibilidad de crear un calendario capaz de entretener a las marionetas en que se ha convertido parte del género humano, con toda la negatividad del mundo de la violencia y la incapacidad de todos para lograr un status de total convivencia.

 

El maestro Jaime Sabines dejó escrito: “Dices que eres poeta porque no tienes el pudor necesario del silencio”. Y resulta que para Rodríguez ese silencio le impulsa, le anima, a confiar en seres inanimados, en arlequines amables y marionetas empedernidas en lograr la sonrisa o vivificar la soledad. Ser poeta, entonces, es parte de una realidad en la que todo tiende a modificar el entorno, la respiración de los seres humanos. Así el autor azteca intenta ser parte del paisaje, apresar la naturaleza que le rodea, gozar el mundo material de las nubes y las horas que transcurren al margen del dolor. Lo hace afirmando “Dedos de agua hojean una tarde,/otra tarde con alas de pájaros,/única tarde fugaz, encendida, hermosa./Por esta tarde podría dar mis ojos”.

 

Gerardo Rodríguez y António Salvado, con el libro premiado (foto de Jacqueline Alencar)

 

Alencart, el peruano-salmantino, capaz de mover los cetros de la poesía por su capacidad organizativa y su armónica relación con los poetas del mundo, explicaba que Rodríguez también “fue accésit del I Premio Internacional “Francisco de
Aldana” de Poesía en Lengua Castellana” convocado en Nápoles y otorgado en 2016 por por el libro “Los restos del violín/Con i resti del violino” y que “obtuvo exaequo, el IV Premio de la misma denominación por “La última marea borra la sombra de la higuera”. “A estos galardones-añade- se suma el haber quedado como finalista del prestigioso Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, que se otorga en la Salamanca que es mi Luciérnaga de Plata”. Todo lo indicado configura a Rodríguez como un poeta de cierta solera, que nos hace llegar a sus versos con la ilusión de conocer su mirada y penetrar en su intimidad lírica. Esa transmisión de literatura y emoción forma parte del entramado real del idioma que, compartido por tantos, es un indicio de que su universalidad es capaz de mantener en alto esa capacidad de “entretener marionetas”. Ya el gallego Celso Emilio Ferreiro anotaba en su “Longa noite de pedra”: “Lingoa proletaria do meu pobo/eu fáloa porque sí, porque me gosta,/porque me peta e quero e dame a gaña,/porque me sai de dentro, alá no fondo/de una tristura aceda…”.

 

Líricas sugestiones, inéditas sugerencias van asfaltando el libro de Gerardo Rodríguez, como si él sólo fuera capaz de modificar el mundo de lo cotidiano: “Mi cuerpo transparente cruza todas las edades/y avenidas solitarias”. Es como si quisiéramos disfrutar del espacio de nuestra propia soledad y, al tiempo, permitir que la palabra modifique ese entorno de guiñoles, marionetas, políticos infames o enamoradas cercanas. Sin embargo, conviene recordar un solo verso de Félix Grande en “Música amenazada”: “Aprende el coraje de ser humilde”. Esa humildad es la que puede permitirnos seguir insistiendo en esta profesión, casi gratuita de poetas y, al tiempo, mantenernos en los ámbitos de la creación permanente pues la literatura, y por supuesto, la poesía han de ser algo vivo.

 

Otra lectura de Gerardo Rodríguez en Castelo Branco (foto de Jacqueline Alencar)

 

La de Rodríguez es una poesía de certezas, el espacio no alienado de la imaginación. Los suyos siguen siendo versos nítidos, claros, rítmicos, vivaces. Ya sólo esa línea, antes anotada, de “Confío mi destino acariciante tu rostro ausente”, al tiempo que nos habla de pasión, de amor, nos permite conocer a un escritor capaz de pervivir más allá de cualquier negativa, de todas las ausencias. Ya dijo el argentino de Ente Ríos Armando Calveyra que existen “Preguntas, preguntas contestadas de maneras diferentes, en días, en tardes diferentes”. A todos esos interrogantes va contestado Rodríguez en ese poemario, por ejemplo, cuando refiere “Sabrá dios que estoy sintiendo” o “Somos el espacio entre la luz y la sombra”.

António salvado y Gerardo Rodríguez en Castelo Branco (foto Beira Interior TV)

 

 

Escribe Alencart que algunos de los versos de Rodríguez son un “Claro homenaje a Salvatore Quasimodo” pero, ante la lectura de sus poemas, creemos que es algo más, o sea, el sano ejercicio de mantener vivo el deseo de darse a los demás, de, efectivamente, “entretener marionetas”, algo que pocas veces tiene lugar en el mundo de los adultos, siempre tan ocupados en hacer daño al próximo, envenenar los mares, matar animales inútilmente o quemar los bosques, aunque ya solicitaba el poeta extremeño José María Valverde “Pague, Señor, cada cual su pecado…”.

 

Queda, pues, la constatación de que un poeta se va haciendo cada día, a bordo de su quehacer literario. De ello habla el propio Rodríguez: “Desde todas mis edades el nombre que me resguarda ahora me lanza al mundo.”. Mantiene así en alto la llama de su capacidad para diseccionar la realidad, hacer suyos los afectos cercanos, descubrir el presente que sólo ansía la permanencia de la inspiración y la respiración del ser humano en medio, eso sí, de un ambiente despejado, de esa leyenda que sigue siendo la completa paz para los seres humanos y la dulce posibilidad de la concordia y la convivencia.

 

“Deseo llegar en tren al mar incomprensible”, confiesa Gerardo Rodríguez.

 

 

Manuel Quiroga Clérigo por el puente de Lisboa

 

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