‘POEMAS DE ALMANAQUE PARA ENTRETENER MARIONETAS’, DEL MEXICANO GERARDO RODRÍGUEZ. ENSAYO DE DAVID CORTÉS CABÁN

 

 

 

Gerardo Rodríguez leyendo en castelo Branco (foto de Beira Baixa TV)

 

 

 

 

Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar este ensayo de Cortés Cabán en torno al libro por el cual el mexicano Gerardo Rodríguez obtuvo el I Premio Internacional de Poesía António Salvado- Ciudad de Castelo Branco. David Cortés Cabán (Arecibo, Puerto Rico, 1952),. Cortés Cabán posee una Maestría en Literatura Española e Hispanoamericana de The City College (CUNY). Fue maestro en las Escuelas Primarias de Nueva York y profesor adjunto del Departamento de Lenguas Modernas de Hostos Community College of the City University of New York. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1991), El libro de los regresos (1999), Ritual de pájaros: antología personal (2004), Islas (2011) y Lugar sin fin (2017). Sus poemas y reseñas literarias han aparecido en revistas de Puerto Rico, Estados Unidos, Latinoamérica y España. En 2006 fue invitado al III Festival Mundial de Poesía de Venezuela, y en 2015 a la Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN), dedicada a Puerto Rico. Ha participado en los Festivales Internacionales de Poesía de Cali, Colombia (2013), y de Managua, Nicaragua (2014). En 2014 fue invitado a presentar “Noche de Juglaría, cinco poetas venezolanos”, en Berna y Ginebra, Suiza. Ese mismo año la Universidad de Carabobo, en Valencia, Venezuela, le otorgó la Orden Alejo Zuloaga Egusquiza en el Festival Internacional de Poesía. Reside en la ciudad de Nueva York desde 1973.

 

Cortés Cabán participó en el XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca el pasado mes de octubre, donde el Ayuntamiento le confirió el reconocimiento de Huésped Distinguido de Salamanca. También participó en ROIZ, I Encuentro de Música y Poesía Luso-Hispano-Americano, celebrado en la ciudad portuguesa de Castelo Branco, del 18 al 19 de octubre. En este último encuentro Rodríguez recibió el premio y el libro publicado en edición bilingüe.

 

 

Portada de ‘Poemas de Almanaque…’ publicado por Editora Labirinto

 

‘POEMAS DE ALMANAQUE PARA ENTRETENER MARIONETAS’,

DEL MEXICANO GERARDO RODRÍGUEZ

                                                                            Todo libro será un poco lo que intentas decir;

                                                                             pero nunca es más que la expresión de este

                                                                             esfuerzo.  

                                                                                                  Edmond Jabés

 

 

       Entre los varios motivos que configuran la estructura de Poemas de almanaque para entretener marionetas (2019) [1] podríamos mencionar algunos con los que cualquier lector o lectora de poesía contemporánea podría identificarse: la nostalgia, la soledad, el amor y sus inconsistencias, las situaciones del entorno y la búsqueda de una realidad que pueda darle un mayor sentido a la vida. Pero quizás el rasgo más distintivo de esta poesía sea la persistencia de una emoción en la que el yo lírico vierte y proyecta su realidad amorosa. Por eso, desde el mismo sentido que irradia el lenguaje el poeta ha querido formular su condición humana, y aunque en el fondo se sepa dueño de nada no podrá evadirse del sentimiento que sostiene la condición temporal de su vida, ni de los espacios y caminos por donde se desplaza la efímera presencia del amor. Bajo las influencias del amor y desde el fondo de aquella vivencia real o imaginaria, de la cual se siente desarraigado, se entregará a la íntima reflexión que lo llevará de un lado a otro a través de la continua indagación de su verdad. Comprendo que nada puede decirse / desde esta emoción para la que no existen palabras, / en este momento que desaparece para siempre (25).

 

      Antes de proseguir, conviene señalar que Poemas de almanaque para entretener marionetas es un texto lírico de una sola pieza, de rima libre y de estrofas que no se ajustan a una métrica precisa. Hay versos que se mantienen independientes como eslabones sueltos sobre la página en blanco como por ejemplo, Construyo mi destino acariciando tu rostro ausente (37), o Entre la espuma y las rosas se evapora el tiempo (47), que constituyen por sí solos una visión del tiempo fundido en el tema del amor y la vida; y de estrofas que generan una mayor amplitud de ideas y profundidades afectivas. Ya de entrada el título encierra una concepción del tiempo, una imagen teatral de un mundo sin voluntad propia. Representativo, en sus posibles connotaciones, de escenario donde la realidad parece haber perdido un sentido más gratificante de la vida. Un sentido que, acorde con la compañía del amor, debería suscitar unas vivencias más afectivas y armónicas con quienes compartimos día a día. Por eso, las palabras “almanaque” y “marionetas” más que potencial una visión natural del entorno aluden a una imagen fría y desoladora. Por lo tanto, estos poemas responden a una actitud que mostrará reiteradamente las razones que los generan: no tengo miedo ni dolor, pero he sentido el frío, nos dice este verso (31); este sentimiento es precisamente lo que motiva esta forma de enfrentar la vida y la soledad de un cuerpo que se insinúa como el recuerdo de una pasión lejana:

 

                                             Exaltado, con todo mi ser y sin descanso

                                             mi resistencia contra todo se encuentra en llamas

                                             he perdido voluntad y destino,

                                             soy todo voces comprimidas en un susurro.

 

                                             Bajo la fronda olorosa de los olivos

                                             no paro de soñar lo inacabado, la quietud,

                                             un mar rugiendo, el viento en llamas

                                             y una inmóvil sombra roja             

                                                                                                                    (49)

 

Foto de José Amador Martín

 

       El tiempo, la soledad, el amor, el desamor y la imagen expresiva de la naturaleza determinan el estado de ánimo que notamos en la atmósfera del poema. Las evocaciones que encontramos van desencadenando un tono que choca con esa realidad amorosa de la que el yo se siente desterrado. Sentimos la soledad, pero no es solamente la soledad, percibimos también el instante en que las cosas adquieren otro sentido para ahondar en aquello que nos parece real, algo que no es solo el amor sino la entrañable compañía de un cuerpo, el ansia de esa felicidad oculta, esa inquietud amorosa, esa costumbre natural del hombre y la mujer que buscan aferrar sus destinos al impulso de una pasión:

 

                                            Nada es quieto, todo es frágil

                                             como sentir el roce de un ángel

                                             copiado por el sueño,

                                             ninguna dicha se disuelve;

                                             sediento estoy de tus labios,

                                             ávido de tus senos.    

                                                                                                (53)

 

       La identidad desconocida de ese cuerpo—desconocida para el lector— es la imagen que de algún modo matiza el sentimiento de una realidad que no busca cuestionar ni el presente ni el pasado. Se abre solo a la meditación y armonía de una naturaleza en la que el poeta parece hablar consigo mismo como si su destino estuviera guiado por las imágenes del paisaje o mediante ellas recuperar su realidad amorosa: Mi mayor júbilo es escuchar cómo murmura el agua (63) nos dice, convirtiendo esas evocaciones que en parte de su yo. Por eso la naturaleza misma integrará su realidad existencial en el tiempo y los elementos que la caracterizan. En el poema de la página veintitrés ya el poeta nos había advertido: Me pongo en marcha con paso firme en la oscuridad, / me aventuro en la calle más antigua / de todas las mañanas de todos los otoños de todos los octubres. Pero este “aventurarse” es también un modo de acercarnos a la travesía de ese mundo que lo inquieta, a aquella amorosa evocación fundida en el lenguaje como un sueño. El tono nostálgico de estas evocaciones se manifiesta sin matices de un erotismo desesperado. Se vive con la mirada sobre lo que el amor pueda ofrecer como recordada gratitud y experiencias de la vida. No evocando lo que pudo ser, sino lo que el amor revela como memoria o lejana compañía, o como afirmación y destino personal. Sin asperezas, pero con la confianza de quien conoce la profundidad del amor para transmitir lo que siente como si fuera un largo sueño:

 

                                           Porque sólo la espera es necesaria, en defensa del ver

 

                                           me he sentado a la orilla del día, la última orilla que se borra.

 

                                           Sin nada que buscar con estos ojos

                                           miro un orden violento, incomprensible;

                                           no es un decir y no me falta aliento ni reposo.

 

                                           Palpitan en las manos lo muy lejano, lo muy breve.

 

                                           Miro con compasión la luz cayendo sobre la mesa

                                           y aparecen simplemente los pájaros de Braque.

 

                                           Miro los dedos acariciar la madera

                                           como si fuera una mejilla de quien llega del frío.

 

                                           Miro las yemas siguiendo las tibias rajaduras

                                           como si se tratara de un sueño

                                                                                                         (69) 

 

Foto de José Amador Martín

 

 

     Ese “mirar” vierte sobre el lenguaje la resignación del hablante y su actitud reflexiva: …me he sentado a la orilla del día, la última orilla que se borra (69); y el escepticismo de una pasión que trasmite el sentido secreto de esas posibilidades amorosas. Parece que el hablante intuyera el rumor de lo que fue motivo de otras realidades lejanas, aquellas vivencias que insisten en señalar el sentido que traza su camino, y de un cuerpo en aparente armonía con lo que atisba o ve pasar desde la distancia porque al fin de cuentas conoce que está solo en la intimidad de sus recuerdos. Es ésta la causa de esa sensación de soledad, de esa angustia existencial que observamos a través de la atmósfera del poema. Vivir ya como si se estuviera en un sueño o saliendo del mismo para saberse por otros rumbos bajo la sombra de aquellas vivencias que vibran aún en el tiempo. O sentirse amparado bajo la sombra del amor y confesar ese sentimiento para que la vida no sea un mero vacío, sino una fuerza que lo rescata de aquello que lo hiere:    

 

 

                                           […]

                                           Nada hay más allá de este lugar desbordado,

                                           más allá de este instante todo desaparece,

                                           sólo queda la voz que calma,

                                           las caricias desconocidas del tamaño de las manos

                                           que me ponen a salvo del mundo.           

                                                                                                    (75)   

 

 

      El entorno está ligado al sentimiento del poeta, y no hay duda que cobra capital importancia al evocar el tiempo. Pero de un tiempo esencial donde el amor destaca el tono que va cubriendo la superficie de los textos hasta mostrar allí las mutuas relaciones entre el sujeto lírico y el paisaje. Lo que ocurra luego surgirá del centro nostálgico de esa visión, ese aventurarse por caminos que resaltan el destino humano del poeta y sus carencias. En este sentido observaremos un lenguaje potenciado por las inquietudes que proyecta esa insatisfacción personal que penetra la textura de los poemas. Y la añoranza por un amor que pueda ofrecerle a ese vivir una absoluta voluntad para dejar atrás la soledad, y hallar una salida que señale un destino más esperanzador: Construyo mi destino acariciando tu rostro ausente (37), ya había advertido el protagonista poético en las primeras páginas del libro.  Esto es pues lo que sospechamos que determina el hilo conductor de estas emociones. De ahí el grado de tensión que surge de uno a otro poema para conectar diferentes claves mediante las cuales el poeta revela la configuración de ese mundo tan íntimo. Lo cierto es que a través de estas lecturas —me refiero aquí a la mía propia que tampoco puede escapar de gustos personales y conjeturas—nos acercamos a la voluntad de que aquella pasión que suponía un porvenir amoroso, ahora transformado por las implicaciones y las luchas que envuelven el amor en un sentimiento de amargas soledades y reflexiones. Pero no es ésta una queja, ni una pérdida de fe en el amor, sino una hondura emocional que el amor mismo provoca dejando al hablante frente a un mundo de interrogaciones y búsquedas. Esa vaga pero profunda sensación que le hace creer que las palabras puedan llenar ese vacío, o por lo menos intentar llenarlo sin necesidad de recurrir a una afirmación absoluta como parece advertirnos aquel verso de Borges, Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío ([2]).  En el caso de Gerardo Rodríguez lo suyo será lo que la poesía misma deje entrever a través de esa indagación inquietante que hace que las cosas adquieran diferentes dimensiones. No por evadir las circunstancias que lo rodean, sino por ese otro sentido de la realidad amorosa que desconoce y que busca intuir en su propia vida:

 

                                         No sé en qué sitio sin retorno he estado,

                                         descendí los peldaños de una luz desleída,

                                         quedé un momento en el extremo del soberbio ruido y de la yerba,

                                         mirando hacia el otro lado de la noche lo que escapa y desgarra,

                                         y aquello que me arrebata el tiempo.

 

                                         Incesante busco en los sueños higueras y veranos,

                                         la lluvia o la madrugada en trozos,

                                         algo que acaba como un pañuelo blanco que se agita

                                         y en alta mar un barco en llamas,

                                         un piano ahogado y su melodía se hunde en fragmentos.

                                         Día tras día lo indescifrable se apodera de mi patio.

 

                                         Por un momento olvidé todo sobresalto,

                                         no tuve nombre, mi cuerpo careció de peso

                                         y las palabras fueron transparentes.

 

                                         Algo afuera se parece al delirio

                                         y se oscurece en mis adentros.

 

                                         No sé en qué edén en ruinas he estado.

                                                                                                                 (99,101)

 

 

Foto de José Amador Martín

 

 

      No saber también implica ir tras aquello que parece inaccesible a la mirada pero que de algún modo se convierte en una forma de conocimiento frente a las frías situaciones de la vida. Este texto alude a esa sensación que pone delante del hablante una realidad que lo hiere y a la vez le recuerda la fragilidad del amor. Ése que a pesar de lastimarlo marca también el sentido del tiempo y las pequeñas cosas que acabarán añadiendo a su vida un signo de resignación: Escucho una voz pero no en mis labios, / atiendo el llamado que viene de la calle / entre el resplandor y la humedad al caer la tarde (105), muestran estos versos. Y, más adelante: Extraño, hasta palidecer, el torpe vuelo de las mariposas / y un estallido de luciérnagas / tu aroma que se halla lejos… (109). En esa lejanía el protagonista poético se moverá resignadamente, y al parecer, sin nadie donde pueda depositar un poco de su yo, como para dejar constancia de la emoción que lo invade. Porque para el hablante las cosas no son como aparentan ser. Todo lo que ve está impregnado de su historia personal. Esta experiencia lo llevará una y otra vez a proyectar su ser sobre las cosas lejos de su alcance. Esa imagen amorosa vinculará su yo con ese escenario de marionetas que proyecta tácitamente el título del libro. Y en efecto, lo que ocurre en la poesía de Gerardo Rodríguez está marcado por la tensión psicológica de ese cuestionamiento del yo frente al vacío del amor y la soledad: Estoy temblando a la intemperie. / Grito y tiemblo como nunca: llevo dentro todos los mares del mundo (113), subrayan estos versos. Y para formular esta incomprensión se verá a sí mismo en la dimensión del paisaje y en las cosas donde su presencia aparecerá proyectada en el tiempo, y en los elementos de una naturaleza que expone su estado de ánimo y su soledad: 

 

                                         Al final de mi mirada vuela un ave.

                                         El tiempo transcurre sobre miles de palabras

                                         que el aire desvanece

                                         sobre miles de flores rotas,

                                         sobre miles de tardes que ya no he de soltar.

 

                                        Donde mi corazón retumba,

                                         a la hora señalada siempre se cruzan conmigo los mismos árboles,

                                         escucho ruido de fuego al fondo del cuarto donde ya no me desvela

                                         el temor de nunca más poder decir lo visto sin descanso.

 

                                         Más allá de mis propias orillas,

                                         en dirección al mar y bajo una luz trenzada al desorden

                                         me recuesto sobre el lino apacible de los s siglos

                                         con inquietud renacida,

                                         el sueño quemado por las nubes y el cuerpo ileso.

 

                                         Abro los ojos bajo el agua,

                                         veo con todos los sentidos encenderse una fragilidad alunada,

                                         mis manos en otras manos acercan lo que ayer fue.

 

                                         Lo que ahora siento mañana será borrado,

                                         todo desaparece sin desearlo

                                         como unos ojos que suavemente se cierran

                                         y el mundo queda detenido.

 

                                        Aquí me quedo, donde el relámpago duerme

                                        descanso cargado de compasión.

                                                                                                                  (127-129)

 

 

Foto de José Amador Martín

 

 

 

       Siempre la naturaleza pondrá de relieve esa concreción de imágenes en las que se refleja el sentimiento del poeta, y en las que queda al descubierto su yo, su dolorida interioridad. Pero nada queda aquí dicho de un modo absoluto, pues el tiempo le recordará una y otra vez su frágil realidad, la fugacidad que insiste en repetirle que la vida misma es como un pensamiento fugaz: Lo que ahora siento mañana será borrado, / todo desaparece sin desearlo… (129). Y en el fondo, la preocupación por lo perdido, la raíz de ese amor que lo agobia insistirá como una expresión evocadora de su propia temporalidad, y de una historia amorosa distanciada como indisoluble presencia en el tiempo: Palpitan en las manos lo muy lejano, lo muy breve (69). Ciertamente ya nos lo había hecho notar el poeta desde el comienzo del libro, pero discretamente, sin mostrar en términos más rebeldes la presencia real de ese cuerpo sobre el que evoca su historia personal:

 

                                       […]

                                       Salgo a la calle, alguien grita mi nombre en otro siglo,

                                       voy hacia la natal palabra     

                                       y avanzo y avanzo y avanzo,

                                       no sé hacia dónde ni cuánto.

 

                                      Tengo la costumbre de preservar oscuridades

                                      para un viejo reloj de sombras

                                      y, hoy como siempre, llevo en el bolsillo un puñado de monedas

                                      para hacer el pago por mi sueño.

 

                                      Ya soy otro, reencuentro el mundo intacto,

                                      levanto las manos contra la banalidad cotidiana,

                                      contra el sagrado temor de ser feliz.

                                    Pacientemente desmenuzo los restos de pan

                                    y las emociones que se suceden las unas a las otras.

 

                                   Encuentro que hay exaltación como seda o acero,

                                   nubes y nubes entre aquietadas luces,

                                   los gestos de siempre,

                                   lo que provoca derrumbes, bruma y lentas mareas

                                   y después hay caricias, siempre hay caricias:

                                   me miro guardándolas para cuando no las haya.

                                   […]                                         

                                                                                  (137-139)

 

       Y ese “avanzar” que impulsa la vida no es más que el ansia que guía al poeta, más allá de toda angustiosa situación, incluso de ésa que aflige su propio ser. Consciente de que todo lo vivido se convierte en la nostálgica travesía de un amor en el tiempo, se siente otro. Es decir, siente que ante la faz de ese mundo que sigue intacto, su corazón ha cambiado, su percepción del mundo, aquello que le permitiría otra mirada del entorno sigue igual. Y su voz continúa también intacta aferrada a la emoción y a la naturaleza de ese mundo que recoge y proyecta su presencia: Ya soy otro, reencuentro el mundo intacto, nos dice (137). Y sabemos que, aunque las cosas pasan, su mundo, el mundo del poeta, sigue aquí profundo y silencioso, herido de soledad y desamor según quisiéramos comprenderlo a través de estos versos. No para compartir impacientemente un poco de la razón que lo invade, esa manera de entender la naturaleza profunda del amor y de la fugacidad de las cosas en el tiempo, sino para unir la poesía a la implacable realidad del amor, y finalmente exclamar por la fuerza del amor, pero sin doblegarse: “Hasta ayer fui cuerpo, hoy imagen que el viento dispersa (141).   

 

                                                                                                      Nueva York

                                                                                                      Otoño 2019

                                       

 

 

David Cortés Cabán en Castelo Branco (foto de José Alfredo Pérez Alencar)

   

 

 

 

 

 

                                                            

                                                 

                                                              

                                                    

 

                                     

[1] El libro ha obtenido el I Premio Internacional de Poesía António Salvado-Ciudad de Castelo Branco, Portugal. Está impreso en edición bilingüe, español/portugués. La traducción la ha realizado el reconocido poeta António Salvado, cuya importante obra le ha valido distintos premios nacionales e internacionales. El libro premiado lleva también dos textos introductorios que comentan el proceso de selección y la calidad del mismo. La ciudad que lo confiere no solo honra a quien lo recibe, sino que además estrecha los lazos humanos y literarios entre Castelo Branco y “Salamanca…y todos los mundos de la poesía”, como bien apunta Luís Correia, Presidente da Câmara Municipal de Castelo Branco. Y como ha señalado también el Presidente da Junta de Freguesia, Leopoldo Rodríguez, Castelo Branco es el “…puerto de partidas y llegadas de todos los vientos poéticos del mundo” que brinda este hermoso reconocimiento a la mejor poesía. En el texto “La reconquista de Gerardo Rodríguez” el poeta y profesor salmantino Alfredo Pérez Alencart destaca la importancia de este galardón poético y la travesía poética del mexicano Gerardo Rodriguez hacia las ciudades de Salamanca y Castelo Branco.

[2] Jorge Luis Borges, Los conjurados, Madrid, Alianza Editorial S. A., 1985, pág., 63.

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