Elena Díaz Santana durante su lectura en la Catedral de Salamanca
Crear en Salamanca se complace en publicar siete poemas de la poeta canaria-salmantina Elena Díaz Santana (Las Palmas – Gran Canaria, 1964), licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca. Forma parte de la Junta Directiva de la Asociación Amigos de Unamuno de Salamanca. Poemas suyos aparecen en diferentes antologías, como las de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos, Decíamos ayer dedicada a Fray Luis de León, en el 2013; Explicación de la derrota a Aníbal Núñez, en 2017 o Por ocho centurias, dedicada al octavo centenario de la Universidad de Salamanca y a Diego de Torres Villarroel, en 2018. También en la Antología bilingüe Un extenso continente dedicada al poeta portugués Antonio Salvado; en Travesías del alma (doce escritoras con Teresa) en 2015; en Invitación al hombre Poetas contra la droga, en No resignación dedicada al maltrato en la mujer, en las antologías correspondientes al IV y V Encuentro de Escritores por Ciudad Juárez, en Poetas con el Sur Volumen para el grito, 2017 y en el libro de poemas oracionales, La sombra de la Cruz entre palabras en 2017. Participo en el II Encuentro dedicado a Fray Luis de León, celebrado en Salamanca y en la Antología publicada para la ocasión: Ab ipso ferro en 2018. Poemas suyos aparecen en la revista El Cobaya, dedicadas a Rubén Darío y a Gloria Fuertes; también en la revista Pasión de Salamanca y en Papeles del martes. Ha tenido el honor de participar en la II Proclama por la Paz, organizada por la Hermandad Franciscana del Santísimo Cristo de la Humildad de Salamanca.
Con relación a estas ofrendas líricas, escritas a petición de la Real Cofradía de Cristo Yacente de la Misericordia y de la Agonía Redentora, la poeta destaca: “La poesía, para cualquier poeta, es una forma de estar en el mundo, de dialogar con uno mismo y con los demás por medio de temas universales. De un poeta a otro solo cambia la mirada, la forma de ver y de entender el mundo y sus misterios. Estos poemas que os dejo en Al calor de tus manos nacen inspirados en mi propia vida, donde Dios se entreteje con los elementos más míos, como la familia, la isla, la muerte o las palabras, como única herramienta de que disponemos los poetas para crear, configurando así mi voz poética, mi voz sencilla, pero no por ello menos profunda y sentida en el decir”.
Portada del poemario, con ilustración de Andrés Alén
Señor,
me presento ante ti
para echar a volar
los versos que nacieron
de mi sentir más profundo.
He dejado mi alma a la intemperie
para honrarte,
y que fueras tú,
mi inspiración, mi luz, mi guía
y tu voz,
la única música
que poblara el ansiado silencio.
Quiero darte mi mano
en este ahora,
en que duele tanto contemplarte,
apresar lo que mana de ti
para que no olvide
este acto de amor mi corazón.
Me he aferrado al calor de tus manos,
para recorrer juntos el camino;
paso a paso,
has avivado la llama
que en mi interior dormía,
pensando en ti,
sintiendo en ti,
muriendo contigo
y resucitando en tu luz
a la luz de la esperanza.
Otra imagen del acto celebrado en la Catedral de Salamanca
Foto de Miguel N. Sánchez
EN TU LUMINOSA SOMBRA
A la sombra de la cruz,
abriéndose paso entre grietas y heridas,
crecieron estos versos.
Señor,
te apoderaste de mi sentir,
como lo hace el musgo
de las cicatrices de las piedras.
Enraizada en ti,
me alejé del engañoso fragor
en que no estás,
para que habitases el espacio
donde solo tu cuerpo
llena la tan ansiada soledad.
Para vivir en ti,
quise que fueran las aves,
canto, alas, vuelo,
las que poblaran el territorio sagrado.
Siempre en ascenso mantuve la mirada,
buscando tu soplo en el cotidiano latir.
Yo soy el pequeño gorrión posado en la rama.
tú, su fruto y su alimento.
Cristo de la Agonía Redentora, imagen que preside el Acto
Foto José Amador Martín
LA LUZ MÁS CIERTA
Y que nos va quedando poca leña,
entre las manos, para alimentar,
la mínima hoguera del espíritu.
Antonio Colinas
Señor, tú tan cerca de mí ahora,
en íntimo diálogo,
escucha,
cuanto se hace súplica
en mi interior.
Pon levedad
en cada una de las cruces
que arrastro en el caminar,
cargas que pesan,
por unir mi dolor al del ser humano.
El calvario en el sufrimiento nos iguala,
compartimos lágrimas, sed y miedo
ante la incertidumbre.
Tú, el Hijo de Dios,
te abajaste a nuestra insignificante medida,
escarnecido, humillado,
y fuiste a morir,
en la soledad de la cruz,
junto al ladrón.
Creíamos que todo había terminado,
mas en el supremo instante,
nos abriste la puerta a la luz más cierta.
El sepulcro vacío nos desveló el misterio:
tu cuerpo santo en sacrificio,
por nuestra redención.
Atrás queda la cruz del sufrimiento,
para hallarte en la claridad
donde el amor respira y se acrecienta la fe.
HORIZONTES DE LUZ
Seis lustros hace
que me acoge tu cielo, Salamanca,
entretejiéndose en mí
dos espacios primordiales:
los horizontes azules de mi infancia,
y la dorada inmensidad de Castilla.
Traía lo justo en la maleta
y lo esencial en el corazón:
Tú, Señor, junto al amor de los míos,
como baluarte que habría de salvarme,
atenuando la soledad y el desasosiego.
Traía también la semilla de la palabra,
de incipiente poeta,
a cuyo cobijo confié mis intemperies.
En cada lugar, llenas mi alma
de diferente manera.
Ya no me reconozco sin esta ciudad
que me completa tanto como aquella,
donde nací.
Habrías de ser tú,
quien me esperara con los brazos abiertos,
a ti te ofrezco cuanto soy:
ave de doble cielo y un único destino.
En mi sentir ahora,
en la misma rama,
canta el torcal junto al pinzón
y me alimenta la dehesa cereal
como el oxígeno del mar y sus orillas.
Despojada de todo
deseo cuidar los dones con que me has bendecido,
pues allí donde tu luz respira,
halla contento mi ser.
Os aseguro que lo que hayáis hecho a uno solo
de estos mis hermanos menores
me lo hicisteis a mí.
Mateo 25,40
Ayer en la calle,
se cruzaron mis ojos con tus ojos.
Te reconocí,
en el rostro de un vagabundo,
que yacía olvidado
en una acera.
Era un estorbo
que dormía a ras de suelo
su hambre y su sed.
Alguien sintió compasión
del pobre hombre,
y, arrodillándose ante él,
quiso aliviar el peso de su cruz
expuesta al mundo.
¡Qué fríos los caminos que transitan!
son, como un río,
donde han olvidado hacer noche
las luciérnagas,
o una casa cuyo lar,
ya no convoca ni caldea.
¡Qué fracaso, Señor, y qué tristeza,
mientras haya uno solo
de los nuestros,
necesitado de una mano compasiva
que lo alce de la hondura del pozo,
donde la luz no llega!
Ojalá que en la desnudez del hermano,
abriguemos, tu cuerpo sin túnica, Señor.
Elena Díaz Santana, durante el acto
TRIGO TU CUERPO
Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y,
pronunciando la bendición, lo partió y dándoselo
a sus discípulos dijo: ”Tomad y comed, este es mi cuerpo”.
Mateo 26, 26-29
En la inmensidad sagrada de estos campos,
necesito soñarte, Señor.
Bajo el añil del cielo,
donde pacen las enjalbegadas nubes,
crece el trigal,
en el que, al ritmo lento de las estaciones,
se esponjan las espigas.
Danos de comer,
del pan candeal de tu palabra y tu consuelo,
danos de beber,
ya ha madurado la uva
en la vid frondosa
y sacia nuestra sed,
con el vino de tu sangre
o con el agua salvífica,
que, junto al pozo,
prometiste a la mujer de Samaría.
Que no nos falte el oro de estos campos,
tu cuerpo-hogaza colmando,
nuestra alacena vacía.
Arropada,
por la calidez cereal que
a esta ciudad circunda y abraza,
eres tú, el único alimento, Señor.
Cristo de la Agonía Redentora, Imagen ante la que se celebra el Acto del «Poeta ante la Cruz»
Foto José Amador Martin
LA MEDIDA DE TU AMOR
Nadie sale indemne
de ningún cara a cara
librado contigo, Señor.
Mírame al abrigo de la Cruz,
queriendo sustentar mi mirada sola
en tu mirada herida
y no salir derrotada.
Deseosa de saber,
si compensaron las afrentas,
si merecieron la pena
los latigazos que rasgaron,
tu recia piel.
Contemplo el misterio
que guarda tu dolor
y asoman a mis ojos lágrimas
que no sacian la sed de comprender,
en las que corazón y razón,
buscan en la balanza su equilibrio.
Hacia lo divino se inclina el fiel
de tu misericordia infinita,
nada supera el peso de tu amor,
ahí la respuesta a todas las dudas.
Tras esta batalla librada contigo,
me siento, Señor,
felizmente enredada a ti,
atada cual madreselva
a los latidos de tu pecho,
donde fulge, la luz guía de tu faro divino,
en la incertidumbre.
Lectura de Elena Díaz Santana
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