Sonia Betancort
Cuento para leer desnuda
Amo a la bruja de este cuento
a la esposa confusa que esparce veneno
en las alcobas de los sueños
amo a su gata subterránea
con su cola sucia
con sus bigotes finos como rayos
con sus dientes afilados
amo su norma de ser indiferente
gemir sobre la almohada fría
y salir de viaje con los ojos vidriosos
amo lo oscuro de su pata caliente
amo a la frenética mujer sardina
la de freír tiempo en los mercados
la de nadar en la bañera con el corazón roto
salpicado de nueces y lagartos
la del feto en el frasco de colonia
la de las botas hinchadas por la lluvia
la débil y serena mujer
que atraviesa las bisagras de la casa
y se confunde con el polvo
y nadie la ve pero tiene un perro que la mira
desde el fondo de su ojo acomplejado
y la comprende
amo a la mujer pirámide la niña al revés de todo
la equilibrista del ridículo
la del miedo a pasear y que la miren
la del miedo a pedir una barra de pan y que la miren
y correr hasta casa adelante del espejo y verse
desnuda sin superficie y dorada como un bebé
amo a la mujer viaje
a la que enfrenta convencerse de aquello que piensa
amo a la violadora de jugos y miserias y leyes y reglas
a la creadora de jazz de calendario
a la que bebe y fuma y fuma y bebe
y cae en el prototipo de estar más sola que ninguna
amo a la mujer cerradura
la que deja que entre
la que es herradura del gordo
que masticaba una estrella ese día
la que es pantomima de la nube
la que es molinillo del viento
que agita el capricho
y cae
y vuelve a volver sobre la caída
y cae
y no disimula que cuando cae
en realidad se acuesta
sobre un gran lecho de palomas dibujadas
Narciso habla
A Mariángeles Betancort
Leyendo a Paul Valéry
Y allí
en mitad de una noche viscosa y triste
me enamoré del reflejo de aquella mujer
no era ella ni siquiera la estación sombría
de lo que ese rostro trae cada mañana hasta el espejo
era ese reflejo repetido en mi cabeza como una llave
esa posibilidad de ser lo que paraliza el agua
la bebida azulgrana de un cuerpo que tiembla como un recuerdo
la ironía fugaz de un límite que abre una puerta sin pared
porque aquella mujer reflejada era un umbral
algo que la divinidad registra en la fibra del océano
a ella a su rostro va cada noche el aceite de los barcos
el grito tapizado de esa fuente que viene a ser poema
el lamido ciego lo que cabe en ese agua que se agota
la memoria del agua agotándose en la imagen
la piedra lanzada contra el agua inmemorial
la piedra en medio del reflejo que yo amé
Esa mujer reflejada
esa mujer
el agua de esa mujer
en la mañana después del sueño
gotea en mi almohada
como un ejercicio inútil de lo que ya no soy
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