Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar este texto del poeta y crítico literario Manuel Quiroga Clérigo, escrito en homenaje al maestro Antonio Machado. La versión primera fue publicada en “Álamo” Revista de Poesía (Homenaje a los Hermanos Machado). Nº 53-54. Julio-Agosto-Septiembre 1975, Salamanca. Esta versión ha sido revisada y ampliada estos días, para así memorar los 80 años del fallecimiento del poeta en la ciudad francesa de Collioure, camino del exilio.
Entierro de Antonio Machado, Collioure (Francia)
CON LA PRESTADA VOZ DE UN POETA
NACIDO EN SEVILLA
“El 22 de Febrero de 1939 el poeta Antonio Machado, sospechosamente español y combatiente con las rudas armas de la palabra frente a la ignominia y los inútiles odios, falleció en la localidad francesa de Collioure. Sirva de homenaje el poema siguiente que incluye algunas de sus ideas y, entrecomillados, dos versos del poeta nacido en Sevilla”
Esa larga Castilla interminable
interminable oscura,
Castilla de viajeros y de campos
de soledad también de amigos nuevos
de corazones que ni el trigo rompe
de adiós
de no
de alguien que espera.
Esa Castilla de iconos de árboles
de infancias con recuerdos ríos innumerables
sudor de años leyendas que recordar queremos.
Esa Castilla que aprisiona músculos
y que seduce a hombres llegados de otras tierras
hombres a los que un día
les nacerán los versos
para cantar al “coro de los grillos que cantan a la luna”
a esa luna hermética cerrada
a esa luna Castilla castellana.
Campos de Castilla
Castilla de románticos, de liberales viejos,
de un hondo
corazón
perdido en los destierros,
de un solitario adiós en la hondonada.
Castilla así
la que naciendo ahora
envolverá de pronto a mil poetas,
mil corazones nuevos,
en el infausto adiós de la semilla
para cantar a quien, un día romántico,
se sintió liberal para cantar no más al hombre declinado
de las tierras de España que “incendia los pinares”
y busca democracias y avisperos:
al hombre no finito
que más tarde se inventa sepulturas
y banderas gritantes y perdidas.
Esa larga Castilla es la que siempre,
sin proclamarlo apenas, encierra mil noblezas
de hidalgos con fe en el universo
en el árido mundo
de todas las estrellas
pero sin pan, amén, para el camino,
sin harapos después para el invierno
sin compañía tal vez para una primavera.
Urueña, de José Carralero
Esa Castilla
sí,
llena de héroes, de soledad, sin fin,
también de malhechores de uniforme,
de rostros macilentos, de amarillos campos, de ruinas…
Castilla donde el sol nos quemará las torres
y nos descubrirá silencios.
Donde futuros largos se encontrarán dormidos.
donde la voz que grite se quedará apagada.
Castilla con sus noes
con sus distancias amplias
con sus versos vendidos a la historia
con el hombre luchando frente al surco
y, en las noches oscuras,
tal vez agonizando.
Castilla de fulgores ignorada,
cuna de nobles santos y de blasfemos dioses,
el lugar de donde se hace posible
de manera tan triste
la conquista del pan
esa gloria de encontrar la mañana
y otros horizontes.
La que un día un poeta de Iberia calcinada
Descubrió carcomida por la guerra,
por el odio triunfal
donde alguien famélico
levantó en sus ciudades la bandera
de un sonido que aún no se ha quebrado.
Por tierras de Valladolid, de José Carralero
Castilla perturbada por los siglos
por murmullos y mieses
por senderos de trigo y de centeno.
Castilla que esperaba una mirada
de locos y de niños
de lutos perdonados.
Esa Castilla al fin que hoy está sola
con su futuro azul colgando en las campanas
desertizada y nómada
con su sueño de ayer secándose en los trenes
esos trenes de tierra y de rocío
con su otoño creciéndonos los campos
pero llena de sed
si esperar la lluvia:
esa larga Castilla interminable;
esa patria de todos y de nadie,
el corazón de un mundo a la deriva,
esa Castilla que, aún, espera una mirada.
Manuel Quiroga Clérigo
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