Eres ya un hombre libre
después de atravesar mi piel,
de quebrar los barrotes
de mi eterna jaula inhabitada.
Quise de ti pájaros y almenas,
mas el dolor obró el milagro de la carne.
Sin soplo divino,
sin cotizada firma.
Eres finito y censurable.
Inexacto y absurdo.
A veces,
vistes sobre tu piel
la cruel incoherencia.
Te observo como un padre:
amándote imperfecto.
Llorando mis errores
en cada uno de tus punibles actos.
Desquitándome luego en la ternura
de tus ojos cansados.
Y de tu soledad.
Porque has nacido para vivir solo
y Segismundo.
Soñándote y soñándome
en la gris utopía
de mi eterno cuaderno anaranjado.
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