José Pulido leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (2013, foto de José Amador Martín)
‘Crear en Salamanca’ se complace en publicar estos poemas de José Pulido Navas (Jaén, España,1958. Periodista. Licenciado en CC de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. Reside en la ciudad de Ávila y ha desarrollado su actividad profesional como periodista de RTVE. Como poeta ha publicado nueve libros de poesía. El primero de ellos apareció en 1983 con el título de “Donde se escribe el silencio” en autoedición. En la colección de poesía Melibea, que edita el Ayuntamiento de Talavera de la Reina, en la provincia de Toledo, ha publicado tres libros: “Viejos Rituales” (1988), “La Ciudad y la Reina” (2000), ambos fueron accésit del premio Rafael Morales, y “Movimiento Circular”, premio Internacional de Poesía Rafael Morales 2006. Ese mismo año publicó el poemario “El Corazón Disperso” en la colección de poesía El Toro de Granito, de Ávila, Posteriormente fue galardonado con el premio Nacional de Poesía Luis López Anglada 2009 por el poemario “Los Enigmas de la Esfinge”. En 2013, ganó el Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz, de Fontiveros, Ávila, con el poemario “La Línea de la vida”, publicado en la colección Adonais, de la Editorial RIALP. En 2016 ganó (ex aequo con Ingrid Valencia) la tercera edición del Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, de Salamanca, con el poemario “La metáfora del corazón”, publicado por la Diputación provincial de Salamanca. En 2017, publicó el poemario “Las Bodas de la Araña” y en 2021 acaba de publicar “Canciones del ave en período de extinción”, ambos en la Editorial Vitruvio. Ha participado en encuentros poéticos como el de poetas Ávila-Navarra en 2007, el Encuentro Iberoamericano de Poesía que organiza la Universidad de Salamanca, en 2009, la iniciativa Escritores por Ciudad Juárez 2012 y el homenaje a Fray Luis de León de la Universidad de Salamanca 2013 entre otros. Forma parte del consejo Editorial de la Revista Literaria “El Cobaya”, que edita el Excmo. Ayuntamiento de Ávila y dirige el poeta José María Muñoz Quirós y ha dirigido los recitales de poesía de la Galería de Arte Cerdán, de Talavera de la Reina, Toledo, entre 2015 y 2020.
Pulido recibiendo su ‘Quijote’ de manos del pintor Miguel Elías (foto de José Amador Martín, 2015)
PEREGRINO DEL LÍMITE
La realidad, como otra piel, te envuelve
y se proyecta a remotas galaxias
cuya luz nadie ha visto; pero duda de sí
al final de la punta de tus dedos.
Toda solidez es aparente.
Bastaría un solo error en la trama
para probar su condición de sombra
que burla nuestra vanidad y no precisa
de razones para atraparnos
en los espectros de la apariencia,
en la pregunta inicial de quiénes somos.
Sabríamos de un vértigo sin fondo,
de una inmensidad comprensible solo en la ceguera,
una luz que el ojo no puede distinguir,
pues nunca la visión a sí misma se contempla.
Peregrinos del límite
nos jugamos en él nuestra realidad.
José Pulido, Alfredo Pérez Alencart e Ingrid Valencia, con sus libros ganadores del Premio Pilar Fernández Labrador (Foto de Jacqueline Alencar)
Si te miro a los ojos cuando llegas
como llegan el placer y la muerte,
tan callando.
Si en los míos, fascinante, te has mirado,
eres luz que de la sombra se despoja,
visión que detiene la existencia,
desemboca en su inminente claridad
y desconcierta a quien esperó entender
la escritura del fulgor en lo invisible.
No necesitas tener ningún sentido
mientras destruyes todas las certezas,
impones la condición de lo que escapa,
como escapan el placer y la vida,
tan callando.
No sé por qué tu lucidez me elige
pero quien no se entrega a tu arrebato,
no conocerá los nombres de la llama,
no recibirá el bautismo de tu sed.
No apartará el velo de tu rostro.
En ese otro lado, en la otra orilla
que desde el sueño me refleja,
fue cierto el amor, también su delirio
y su traición, también su fin.
Allí puedo ser culpable y perdonado.
Es allí donde la sangre, donde el dolor, donde la vida…
Aquí el anhelo, la borrosa silueta,
apenas una sombra absurda
que se desliza por el muro y añora
el cuerpo cierto y firme del que partió.
Escucho el eco de pasos que se van.
Esta es la líquida orilla del reflejo.
A José Luis Alonso de Santos
que nos pidió reflexionar sobre el entre
José Pulido leyendo en Toral de los Guzmanes (León. Foto de jacqueline Alencar)
No lo busco al final.
Allí nunca lo encuentro.
Se me escapa en los labios,
me susurra entre versos.
Entre tu mirada y la mía,
mi despertar y tus sueños,
tentación en que caigo,
el fatal hilo suelto.
Si tirara de él
rasgaría sus velos.
Con su llave maestra
él nos abre al misterio,
al acorde feliz
y el principio del miedo.
Entre el libro cerrado
que mis manos abrieron
un instante fugaz
desafía lo eterno
Entre el alba y la noche,
los primeros fríos del invierno,
la palabra aún no dicha
y el final del silencio.
Él conoce de mí
todo lo que no entiendo.
José Pulido y Lilliam Moro en los Encuentros de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Gaviota peregrina, barca de piedra
que atraviesa el tiempo, inmóvil, mientras
se sucede el oleaje de los años,
la travesía de calmas y tormentas
rumbo a un puerto más allá del horizonte,
marcado en las cartas de la profecía.
Dibuja su rosa solitaria en la noche,
enciende en ella las constelaciones
de un viaje sin fin para fundar el mundo
y ser raíz donde nace la memoria,
piedra angular que sostendrá sus templos.
Corazón tatuado en la piel del olvido,
tiende sus alas al viento de la eternidad.
Oficio los exorcismos del náufrago,
que siente el abismo bajo su rota embarcación.
Camino sobre el alambre de la identidad,
entre la protección de la máscara
y la legión de demonios
que luchan entre sí por lanzarme al vacío.
Interpreto la farsa de los nombres
y bebo sus alcoholes hasta alcanzar la lucidez
del espía que se vigila a sí mismo.
Violento las leyes de la perspectiva,
corto los hilos de la marioneta
y caigo en la butaca del espectador.
Soy una cierta mirada que sobre sí se pregunta.
¿Cómo retener su forma y su verdad,
ese punto de fuga del yo que me describe?
Cuando cierro los ojos, regresa a lo invisible.
Vuelvo a abrirlos y ya se ha desvanecido
en la duda de lo que quizá no fue
mientras otra mirada le pregunta al espejo.
La metáfora del corazón, de José Pulido (Diputación de Salamanca)
La rutina teje una bufanda de costumbres
que de la intemperie me separa,
la maleta que llevo a todas partes,
como quien sueña con tomar un tren,
abandonar la ciudad que se repite
acudir al encuentro del futuro,
a la promesa de su incertidumbre,
y descubre que atraviesa una calle sin salida,
que el deseo se alimenta de sus sueños
pero nunca se cumple y el amor
es un libro cuyas hojas el viento desordena
si intenta leer lo que en ellas hay escrito.
La rutina levanta sus murallas
como una obsesión de permanencia inútil
frente al asedio de la realidad.
Es la culpa que niega el arrepentimiento
y le acusa de todos sus errores.
Su penitencia castiga un único pecado
pero vuelve a cometerlo cada día.
He cruzado el desierto y abandonado en él,
como un caballo herido, la esperanza.
He bebido del canto de la sed
hasta que su ebriedad ya fue silencio.
Cometí crímenes que solo el delirio conoce
y he buscado los secretos de mi nombre
por las errantes llanuras de la fiebre.
Descubro que no soy el que creí.
Tomo siempre el camino de la duda,
amo la luz que se inmola en la mirada,
el disparo que ya no puede detenerse
y es destino, apelación a lo absoluto.
Con las águilas se halla mi refugio,
la marca a fuego de una belleza que me hiere,
las promesas del rayo en la tormenta.
Gano mi libertad en el deseo,
cuando convierte en oro la arena de los días.
Errante bajo el sol, con mi ceguera desafío,
al cruzarla, la ley de la frontera.
Juan Carlos Martín Cobano, José María Muñoz Quirós y José Pulido, en Toral de los Guzmanes (foto de Jacqueline Alencar)
Duermes mientras me tiendo en nuestra cama,
me acoge el cálido refugio de tu cuerpo
y desciendo contigo a la hondura del abrazo.
Duermes y yo velo. Nuestros sueños
se miran desde las orillas opuestas
de un mismo río. Reflejados en sus aguas,
a ambos lados del latido
por donde fluye el tiempo
y la vida ya no parece una costumbre
sino una pregunta que debemos hacer
y no pueden explicar nuestras certezas.
La vigilia y el sueño abrazados
para que el mundo se haga en nosotros
la heredad siempre negada del deseo.
Tañe sus arpas el silencio, escucho en ellas
las voces de los sueños
que nunca han renunciado a despertar.
Entro por el ojo de su cerradura en la visión,
en el bucle de un tiempo que retorna
y se niega al olvido.
Una llave oculta que abre el cofre
donde guarda sus más preciados jirones,
los hermosos espectros que pueblan el instante
y se miran en los ríos que siempre han de volver,
pues todo lo que fue no dejará de serlo
y todo lo que puede ser ya se ha cumplido.
Escaleras de caracol para subir a la llama
que a mis ojos se abre.
Veo morir la tarde entre las torres,
asomado a la ojiva del alto ventanal.
Los colores del otoño cuelgan sus tapices
en los laberintos del jardín.
En el vecino salón suena la fiesta a la que soy invitado
y espío su cita de luz,
su llamarada que nunca fue ceniza,
la música que teje una danza galante de parejas
-De ellos ¿qué se hizo?-
como un vuelo de aves en el fulgor de las arañas…
Todo esto ya fue, ya estuve aquí y sé que he de volver
como quien despierta de un sueño en otro sueño;
refleja infinitamente en los espejos
todo lo que somos y nos es siempre arrebatado.
Juan Antonio Massone, Lilliam Moro y José Pulido y su esposa, en los encuentros de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
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