Valentín Navarro leyendo su texto (foto de Ángel Luis Holgado)
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar las palabras que ofreciera en Salamanca Valentín Navarro Viguera (Sevilla, 1979). Profesor y Doctor en Literatura Española. Publica, como crítico literario, artículos en revistas literarias y culturales especializadas como Salina, Esfera, Boletín de la Real Academia de Buenas Letras de Granada, Semiosfera, Instituto Cervantes, colaborador de Mercurio y coordinador de la sección de poesía de la revista Vía Marciala. Ha publicado el ensayo El pensamiento poético de Leopoldo de Luis (2019) y los libros de poemas De lo visible, lo invisible (2016), Nosotros en la tierra (2018), Aquella luz entonces (2023), así como la plaquette Septiembre (2022). Ha participado en la antología Humuvia (2023). Por estos libros ha recibido el Premio Internacional de Poesía Rafael Suárez Plácido, el Premio de Poesía Isabel Ovín y el Premio Internacional de Poesía Asterión.
Ha obtenido el Accésit de la XI Edición del reconocido Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador, por el libro ‘Movimientos de luz’, editado por la Diputación de Salamanca, el cual se presentó en marco del XXVII Encuentro de Poetas Iberoamericanos – Salamanca.
Pilar Fernández Labrador entregando el Accesit (foto de Luis Aguiar)
PALABRAS EN EL TEATRO LICEO DE SALAMANCA
Estimadas autoridades, poetas y amigos de la poesía:
A Pilar Fernández Labrador, gracias por este idealismo poético, latente, palpable, vivo; a Alfredo Pérez Alencart, gracias por este acto de fe poética; gracias a los miembros del jurado (Jesús Fonseca, Carmen Ruiz Barrionuevo, Federico Díaz Granados, Harold Alva, Carlos Aganzo, José María Muñoz Quirós, Inmaculada Guadalupe Salas y David Mingo), gracias a todos por la paciencia de leer los versos de Movimientos de luz y gracias por hacerlos valer y estimarlos como dignos de este prestigioso premio; gracias a Jesús Fonseca por las cálidas palabras del prólogo y a Miguel Elías por los sutiles trazos que embellecen el libro; gracias a la Asociación de Mujeres en Igualdad, a la Sociedad de estudios literarios y Humanísticos de Salamanca (SELIH) y a la Diputación Provincial de Salamanca.
Gracias por este accésit que se me concedió el 31 de agosto de 2024, que recibí como un regalo el mismo día que cumplía los mismos 45 años que hoy llevo conmigo.
Los poetas son aquellos seres raros que basan su singularidad no en su persona sino en la palabra y cuya función es ser portadores de la llama viva y eterna de la Poesía. Como en el padre y maestro mágico de la poesía moderna, Rubén Darío, quien en el prólogo de Los raros la pensaba como «Miel en la boca del león».
Movimientos de luz.
Valentín Navarro, Pilar Fernández Labrador, Nidia Marina González y Jesús Fonseca
(foto de Vito Davoli)
MOVIMIENTOS:
Por un lado, el concepto musical. Pienso en la forma, en la musicalidad de la forma, como estructura que vertebra la obra, como en una sonata; y por otro, en la forma de los cuatro movimientos de las emociones: allegro, andante, scherzo, y allegro, con un final que apunta hacia la esperanza. “De la musique avant toute chose”. La música por encima de todas las cosas.
También Rubén Darío me ha enseñado que “los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos, y en diferentes lenguas la misma canción”. De otro modo, “todo lo que no es tradición es plagio”, palabras de Eugenio d’Ors que quedaron para siempre en el poso de mi yo más hondo. En resumen, fuentes, tradición e intertextualidad, aprendizaje por lecturas. No pastiche, ni collage, ni copia. Somos homo sapiens, homo faber, homo poeticus.
Porque si tuviera que hablar de qué clase de poeta soy, tendría que hablar, como Borges, y con orgullo, de que soy, antes que poeta, lector de la Biblia, de Hesíodo y Platón, de Virgilio, de Dante, de Michel de Montaigne, de San Juan de la Cruz, de Rubén Darío, de Pessoa, de JRJ y Antonio Machado. También de Heidegger y de Camus. Y de tantos otros que tanto me han dado, como Eugénio de Andrade. Y en especial, de Adrián González da Costa, maestro y consejero desde mis balbuceos literarios. A todos ellos y tantos otros gigantes que me hacen ser quien soy, gracias.
Valentín Navarro en el Colegio Maestro Avila (foto de Ángel Luis Holgado
LUZ:
“Nada existe, verdaderamente, sin la luz”, escribe Emilio Lledó. ¿Y dónde está la luz? Para mí, en este instante presente, único e irrepetible, que, a su vez, es siempre el mismo y distinto. La luz, para mí, siempre está en el otro, en los otros que me hacen sentir el mismo calor del fuego que sintieron como divinidad en la hoguera primigenia que se encendió en una oscura cueva de hace millones de años.
La función prometeica de la palabra está en la poesía que me gustaría escribir. No estoy seguro de si es la que escribo.
La premio Nobel Louise Glück, en El iris salvaje, escribía este bellísimo versículo: “No resulta muy moderno el sonido del viento al agitar una pradera de margaritas”. Nadie quiere escuchar impresiones del mundo natural. Y es cierto que no resulta muy moderno, pero quién quiere ser moderno. Yo me quedo con la luz filtrada entre los árboles, con la luz que acaricia el lomo de la tierra y se echa a mi lado y me besa y nos besa, con la luz que anuncia un nuevo día, con la luz atrapada entre la niebla de Nidia Marina González.
Porque alguna vez la luz será sombra, es condición de vida, como cuando nos dice Dante a las puertas del Infierno IV, 151: “Llego a un lugar donde la luz no existe”. La poesía es poiésis, creación y palabra creadora. Para salir de ese lugar poblado de sombras, como Dante, yo ahora invoco a la memoria y al ingenio, y a las musas, para que me ayuden y nos ayuden a escribir su historia, nuestra historia, más plena de luz. La poesía es luz, más allá de cualquier trascendencia metafísica; y la poesía me dice, como en la invocación bíblica de san Juan (8:12):
Yo soy la luz del mundo; el que me siga, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
CINCO POEMAS DE ‘MOVIMIENTOS DE LUZ’
UN DÍA CUALQUIERA
En el solo silencio de la noche
suena el lento aleteo de los pájaros
y el extraño rumor de la materia
humana disipándose en la sombra.
Aunque es de noche, anuncian una mínima
estampida de luz que con sus alas
sacudirán las sombras y los muebles
y las paredes y los cuerpos, todo,
desempolvadas formas de lo oscuro,
chorreando de sombras, siluetas
serán entre bandadas de destellos.
El sol hace crujir en la mañana
la entumecida piel de un nuevo día.
La luz es un cuchillo que atraviesa
celosías, vidrieras y visillos
hasta herir con su fuego la textura
almidonada de la superficie
de viejos muebles de maderas nobles
con el alma astillada por los años.
Amanece, amanece desde el sueño.
A pesar de las sombras, amanece
bajo las uñas y sobre los párpados.
Amanece a pesar de los pesares
en un baño de cal sobre la tierra,
sobre los cuerpos secos de los pobres
y sobre la miseria de los ricos
como una obra social que un dios donara.
Amanece y los sueños, de repente,
abren sus alas y alzan pronto el vuelo
a no sé qué rincones de la noche
y a no sé qué esquinas del olvido.
Como buscan hacer nidos las aves.
Otro momento de la lectura de Valentín Navarro (foto de Ángel Luis Holgado)
PALABRAS
II
Hay palabras que sólo se escuchan una vez.
Como las de mi infancia en la voz de mi madre.
Qué levedad de acentos tan sutiles
una vez y otra vez saboreados,
lentamente, en voz baja,
como se hacen las cosas con amor.
Antes de que la tarde a las palabras
las enlute de sombras, tras haberlas mordido,
antes de que se escurran al borde de tu boca,
tú, al oído, susúrrame la historia, una vez más,
de cuando fuiste un fruto tan maduro
que esperabas estar entre mis brazos,
cuéntame, por favor, cuando caíste
a plomo y me dijiste que era tierra,
que yo era tierra para estar varada.
Y yo, alegre, me abrí para acogerte.
Tú, que entonces tendrías la edad de las cosechas.
Valentín Navarro y el pintor Miguel Elías al fondo (foto de Luis Aguiar)
ESTÁN CAYENDO SOMBRAS
No tengo nada que ofrecerle al sueño.
Entre las sábanas y el cuerpo que amo,
un ángel toma apuntes de mis ojos
abiertos. Están hechos, como también los suyos,
a los sonidos de la noche y buscan,
en la oscuridad, algo, no sé si quizás a alguien,
que les salven del ruido que producen los muertos
cuando acuden a ver cómo andamos los vivos.
De la memoria brota la luz tibia
que ilumina el pasado y vislumbra el futuro.
He venido a salvarte, dices.
No hay boca que pronuncie un silencio tan suave
como el silencio de la muerte. Fuera
están cayendo sombras, todo el tiempo.
Al alba, retroceden, asustadas,
soñolientas, quebradas. Van a morir. Se escurren
por la aún fría piel del mundo y dejan
un reguero de sueños lastrados por la noche.
Yordan Arroyo, Valentín Navarro y José Alfredo Pérez Alencar (foto de Luis Aguiar)
LA LUZ DISTANTE
I
Una antigua leyenda dice
que cada desengaño hiere mínimamente
el corazón. Mas cicatriza pronto.
Es condición humana. La cicatriz tatúa
cuanto entonces dolió. Y petrifica.
Con el tiempo, resbalan las palabras
sobre la plasticosa piel de la herida yerta.
Algunos, al morir, se hunden en lo más hondo
del silencio, lastrados por la roca
que se hizo el corazón. La oscuridad
donde habita la muerte está llena de estatuas.
En el centro se yergue un mausoleo.
Allí puede leerse que la mirada turbia
que se inscribe en el mármol infinito
del amor siempre duele y mortifica.
II
El corazón: un cirio que se apaga,
la llama que enmudece
y tributa al silencio eternidad.
Los latidos tal vez suenen en la memoria.
Lo único que pervive puede ser
algo como su voz, porque su rostro,
oh olvido, qué difícil volver a ver su rostro.
Como la vez aquella en que una flor
se marchitó, o esa otra en que era mayo
y un estropajo seco los árboles sin hojas
y una zarza encendida los rosales
sin rosas; o si no la de tu cuerpo
metido en su papel de leve junco;
o la otra de las grietas en lo que más amamos.
El corazón: un pétalo, una rama,
la hierba puesta al sol donde tenderse,
materia frágil.
Retrato de Valentín Navarro (foto de José Amador Martín)
Valentín Navarro, Homero Carvalho, Yordan Arroyo y A. P. Alencart
(foto de José Amador Martín)
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