La autora, portada del libro y el poeta Jorge Aulicino
Tal como lo expresa el editor, Luis Cruz-Villalobos, “aquí tenemos una obra poética sencilla y compleja, profunda y silvestre. La poesía de María Moreno Quintana, tal como la observamos en “Al grito de la chicharra” es una mezcla de simpleza rítmica y belleza sutil. Ahora tenemos la posibilidad de que su canto se extienda a más fronteras por medio de esta edición bilingüe español-inglés, para que más personas se deleiten lentamente con este amable grito que emerge entre los árboles.”. La obra aparece en la Colección Cuadrá-Tú del sello internacional Hebel Ediciones.
El autor de esta introducción a la nueva obra de la poeta María Moreno Quintana, es Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949), connotado poeta y periodista argentino, Premio Nacional de Poesía en el año 2015. Entre sus libros de poesía publicados están: Vuelo bajo (1974), Poeta antiguo (1980), La caída de los cuerpos (1983), Paisaje con autor (1988, Hombres en un restaurante (1994), Almas en movimiento (1995), La línea del coyote (1999), Las Vegas (2000), La nada (2003), La luz checoslovaca (2003), Hostias (2004), Máquina de faro (2006), Cierta dureza en la sintaxis (2008), Libro del engaño y del desengaño (2011), El camino imperial. Escolios (2012), El Cairo (2015) y Corredores en el parque (2016). Ha sido organizador del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA, 2008). Fue director de la revista de cultura Ñ del diario Clarín entre 2005 y 2012 y edita el blog de poesía Otra Iglesia es Imposible y el blog personal Estación Finlandia. Forma parte del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires.
Relaciones entre la tierra y el cielo
Queremos siempre simplificar una definición de la poesía o refugiarnos en sus equivalentes: lo indecible, lo secreto. Y sucede que toda definición es buena, pero toda deja lugar para alguna otra, sin contradecirla. De manera que elegimos una, ante la vista de los poemas de Al grito de la chicharra: la poesía da cuenta de una relación con la realidad, y su calidad depende de la calidad y coherencia de su escritura. Y de casi nada más.
Los poemas de este libro nos hacen pensar inmediatamente en el modo que suponemos oriental: el modo haiku, el cual, dicho sea de paso, no era más que un juego de destreza lírica hasta el haiku moderno. La sorpresa era el objeto del haiku: el salto imprevisto ―aunque no totalmente imprevisto, sino más bien no calculable, no estipulado― de la rana entre los lotos quietos. Pero este es el motor básico de todos los poemas. Había otra cuestión en la vieja poesía oriental: el significado simbólico que la tradición le daba a ciertas palabras y figuras. Las flores del cerezo como símbolo de primavera; la rana como, precisamente, representación de la sorpresa. Por todo esto podemos decir que Al grito de la chicharra tiene filiación oriental. Pero por lo mismo también podemos decir que no hay poesía que no la tenga.
La relación con la tierra y el cielo ―antiguos equivalentes de la fecundidad y la creación― se mencionan a lo largo de estos poemas breves que componen un solo poema eslabonado, en el que la mirada va del cielo y el clima a las manos y la tierra. Este suele ser un viaje, también, de la abstracción a la realidad, o como quería aquel viejo profesor, Rodolfo Mattarollo, una «iluminación de lo abstracto en lo concreto». Dicho de otro modo: esta poesía, como la mejor, evoca ideas y relaciones abstractas que repentinamente encuentran su presencia en un objeto, en un animal, una planta; en una cosa, en un suceso. Por ejemplo: «del movimiento / que culmina / hacia un nuevo sol / los cardos brotan».
Y cuando las cosas se mencionan según el modo en que las nombramos en nuestra vida diaria ―lo cual significa el modo en que las conocemos, su particularidad indescriptible― la poesía toma el color, sabor y olor de esas cosas cercanas, de su geografía concreta, íntima. Acá ha de verse que termina la filiación de esta poesía con la poesía oriental, en la cual no suele haber cardos ni zorzales. Tampoco, llegado el caso, chicharras, sino más bien cigarras.
Realismo criollo
No es difícil ―magia del lenguaje― imaginar los paisajes en que pueden inspirarse estos poemas. Son paisajes criollos. Y este realismo ―por decirlo de algún modo― robustece la poesía, no la achica. Así podemos asistir, en la lectura, a un juego largo de imágenes, al fin delicioso, aunque una enorme lejanía lo presida.
Dejo aquí dos poemas más que laten en sí mismos y a la vez juegan con aquellos que los anteceden y con los que les siguen:
los años puestos
sobre el mandil
venas azuladas
y toda la terquedad
del lucero
tras la nube vieja
que se espesa
seremos trigo verde
o pan
yuyo o alfalfa
junco o totora
o huevito de tera
esperando nacer
en esta tierra
Jorge Aulicino
Buenos Aires, otoño 2023
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