El arquitecto venezolano Oscar Tenreiro
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar esta entrevista realizada a Oscar Tenreiro, a quien la Universidad Politécnica de Valencia (España) le dedica una exposición.La misma ha sido realizada por nuestro colaborador, el poeta y periodista José Pulido (Caracas, 1945), quien fue asistente del director de la revista BCVCultural, del Banco Central de Venezuela, desde 1998 hasta su jubilación. Recibió el Premio Municipal de Poesía Distrito Libertador, 2000, por el poemario Los Poseídos. Fue Sub-Director de El Diario Católico (1975), jefe de redacción del diario Última Hora (1978), jefe de redacción de la revista Imagen (1994) y asesor de prensa del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber (1996). Director de las páginas de arte de El Universal (1996-98), El Diario de Caracas (1991-1995) y El Nacional (1981-1988). Miembro fundador de los suplementos culturales Bajo Palabra (Diario de Caracas) y El otro cuerpo (Suplemento del Ateneo de Caracas, encartado en El Nacional). Ha publicado los poemarios Esto (1972), Paralelo lelo (1972), Los poseídos (2000), Peregrino de vidriera (2001) y Duermevela. (2004). En narrativa ha publicado Pelo Blanco, Una mazurkita en La Mayor (novela premio Otero Silva, 1989), Vuelve al lugar que se te ha señalado (cuentos), Los Mágicos (novela, 1999), La canción del ciempiés (novela, 2004), La sal de la tierra (entrevistas, 2004), El bululú de las Ninfas (Novela, 2007), Dudamel, la sinfonía del barrio en los Libros de El Nacional 2011, El requetemuerto (novela, 2012), Los héroes son villanos tímidos (cuentos, 2013), entre otros.
José Pulido participó, en 2012, como invitado de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca.
FOTOS DIANA LÓPEZ
OSCAR TENREIRO: LA ARQUITECTURA
ES EL RETRATO DE LA SOCIEDAD
El arquitecto Oscar Tenreiro, siempre parece conservar la energía responsable de los cuarenta años y la explosividad de los veinte. Quizá lo define su pasión por el conocimiento y el descubrimiento, por la ordenación de sus ideas. Y por el respeto de las ideas ajenas sin menoscabar su conciencia crítica.
Oscar Tenreiro no solo conoce las respuestas a las interrogantes que se plantean respecto a la arquitectura y su razón de ser. Ha estudiado, enseñado y realizado arquitectura. El pasado, el presente y el futuro de la arquitectura los tiene avizorados y registrados con perfecta claridad. En realidad, él es un intelectual de fuerza y sabiduría cargado de cultura y ha trascendido el tema porque se ha convertido -de tanto exponer sus ideas y sus pareceres- en un escritor cuyas palabras contienen su propia música. Y aunque su principal preocupación es la arquitectura, también se nota que en cada una de sus escrituras busca afinar una voz muy suya, con un tono definido, recio, serio, completamente abocado a la sinceridad.
Entrevistarlo ha sido un placer: Tenreiro comunica lo que sabe y lo hace con belleza elocuente. Una frase suya permite conocer un poco más su personalidad: “Debo mostrar la arquitectura que me interesa, y si me lo permite mi manejo del lenguaje literario hacerlo usando un lenguaje suficientemente expresivo que aspire a lo poético”.
Constantemente ha señalado la necesidad de no olvidar a los arquitectos que hicieron una obra importante y atender el llamado de lo propio:
“… A veces volver al origen, como ya he dicho bastante que decía Gaudí, es lo original. Lo que apunta hacia lo verdadero entre nosotros, más que en la imitación de retóricas opulentas puede echar raíces renovadas en lo que es básico, en los fundamentos. En lo que está, por decirlo así, antes del proyecto o la construcción, lo que se lleva en los bolsillos para tenerlo siempre a la mano”.
–Le pregunto a tu conciencia crítica, a tus 50 años de experiencia y de trabajo creador: ¿qué deberá hacer la arquitectura en Venezuela después de toda esta temporada desastrosa?
-Tendríamos que distinguir entre “la arquitectura” y los arquitectos. Tomo la pregunta más en el sentido de cuál podría ser el lugar de la arquitectura en el proceso de reconstrucción. En relación con eso cabe recordar que la arquitectura es en cierto modo el retrato de la sociedad, la arquitectura ha sido siempre figura de una sociedad determinada, en alguna medida su representación. Si un investigador en el futuro quisiera conocer los rasgos principales de la sociedad venezolana, estudiaría junto a muchas otras cosas su arquitectura y particularmente la arquitectura de las instituciones.
Es por eso que puede decirse que la calidad de la reconstrucción del país se reflejará necesariamente en la calidad de la arquitectura que se producirá. Si vemos las cosas así parece lógico esperar (si los venezolanos hemos realmente aprendido de lo que venimos viviendo) que se abra un proceso de reconstrucción que tome en cuenta la necesidad de eliminar los obstáculos que han impedido el desarrollo de nuestra arquitectura, sobre lo cual deberá debatirse. Para ello es necesario que los promotores culturales, actividad que tiene muchos adeptos entre nosotros, entiendan que la arquitectura debe ser componente esencial de todo esfuerzo de superación cultural. La promoción cultural debe comprometerse con el estímulo a la construcción de una mejor ciudad sin olvidar que para ello se debe elevar la calidad de la arquitectura de las instituciones. Además de ocuparse de las distintas manifestaciones del Arte, del Arte en la vida ciudadana, hay que ocuparse de la arquitectura y de cómo ella hace ciudad, construye ciudad, mejora las condiciones del espacio público y en muchas instancias lo crea. ¿Será esto parte del proceso que viene?
-¿Por qué el país no ha entendido la importancia de la arquitectura?
-Es consecuencia de nuestro atraso cultural. La arquitectura se convierte en profesión en Venezuela sólo desde 1946 cuando se funda la Escuela de Arquitectura de la UCV. Antes, nuestros arquitectos eran formados como ingenieros en la Escuela de Ciencias Físicas y Matemáticas de la misma UCV y se hacían arquitectos luego de irse a Europa o por simple inclinación personal y ejerciendo según las oportunidades. La Escuela se convierte en Facultad en 1950.
Casi todos los demás países latinoamericanos conocían la profesión desde el siglo diecinueve o principios del veinte y uno puede con la simple observación darse cuenta de la diferencia que hay entre la forma como en esos países se ve al arquitecto y cómo se ve en Venezuela. Incluso las asociaciones gremiales que los agrupan tienen un prestigio social importante, mientras que aquí el Colegio de Arquitectos pugna por sobrevivir e incluso hoy mientras hablamos, su Junta Directiva sigue secuestrada por una pandilla de mediocres. Aquí ha reinado, en casi todos las actividades, la ingeniería como actividad orientada hacia lo práctico.
Cuando se ve lo práctico como eje central del intercambio social, algo típico de un país culturalmente frágil, visión que en fin de cuentas es ideología, la profesión de más prestigio es por supuesto la ingeniería en sus distintas especializaciones. La arquitectura es vista como un añadido, como algo que se agrega, y también desgraciadamente como lo que ralentiza las decisiones haciendo intervenir aspectos subjetivos siempre discutibles.
En Venezuela no se piensa en el arquitecto como maestro constructor, como alguien que domina el arte de construir siguiendo la herencia histórica. Es bastante común verlo como una especie de intruso no muy cómodo, un asalariado a quien se le pide que no moleste sino que resuelva problemas siguiendo órdenes del promotor, casi siempre ingeniero. Y sin embargo quienes realmente nos preparamos concienzudamente para desarrollar un saber como constructores, somos, o deberíamos ser, los arquitectos. Y digo que deberíamos ser porque reconozco que muchos, y a causa de la masificación de la enseñanza universitaria inducida por el populismo, tal vez demasiados arquitectos, tienen un saber como constructores muy escaso, entre otras razones por las mismas que acabo de exponer, es decir, porque nuestros problemas culturales incluyen una deficiente formación de los arquitectos en general, lo cual agrega un ingrediente a favor de esa visión desdeñosa de nuestra profesión.
-La arquitectura institucional y el tratamiento de los espacios públicos ¿han desmejorado en Venezuela o nunca han sido bien abordados?
-Hay que reconocer algo que parece bastante contradictorio: en los años que van desde López Contreras hasta la Dictadura blanda de Pérez Jiménez (y la llamo blanda porque la verdadera, la más terrible, la de máxima crueldad, ha sido la actual), desde 1936 hasta 1958, un poco más de dos décadas, hubo un desarrollo bastante completo, con las limitaciones económicas de entonces, de la arquitectura institucional.
Y habría que incluir en ese período al gomecismo, porque pese a todo lo atrasada que fue la dictadura del Benemérito, la construcción pública se hizo buscando la calidad. Se incorporaron arquitectos extranjeros en muchos casos, o se le dieron grandes responsabilidades a los nuestros, poquísimos, entre ellos Villanueva, recién llegado al país con su formación de Beaux Arts francesa. Pero con el acceso al poder del populismo versión Venezuela, cuyo asalto ideológico se instala podría decirse, con el primer Carlos Andrés Pérez, la tendencia se quebró. Se hizo fuerte la idea de suplir todas las necesidades a base de voluntarismo y una demagogia alimentada por la inundación del dinero petrolero producida por el embargo árabe de 1973. Allí se pusieron las bases de la tragedia actual a partir de la idea de que el país daría un salto cualitativo sólo gastando dinero público a manos llenas sin objetivos de calidad, sin un fundamento que podemos, de nuevo, llamar cultural.
Las metas globales, numéricas, cantidad en lugar de calidad, se convirtieron en típicas del discurso político de gobierno y de oposición. Para ello había que simplificar las cosas, reducir la complejidad de los problemas, algo típico del populismo. Y en consecuencia se empobreció la arquitectura de las instituciones. Se generalizó el dos por el precio de uno en la construcción de escuelas o de viviendas subsidiadas, se olvidó actuar en la ciudad, en su espacio público, campos en los cuales los arquitectos, ya casi como si fuese una directriz política, fueron vistos como sobrantes, recurriéndose a los proyectos-tipo o a desarrollos urbanísticos que ignoran su papel de creadores de ciudad, es decir sin espacio público tratado. Ni siquiera considerando los equipamientos sociales, culturales o educativos (temas propios de la arquitectura) como responsabilidad de la operación. Lo que importaba y aún importa es el número de viviendas que se amontonan.
Esas cosas quisieron corregirse al principio del llamado chavismo, pero muy rápidamente se perdió el rumbo con la embriaguez del dinero y los delirios de poder. Hubo unos cuatro años de tentativas, pero luego se exacerbaron todos los problemas que mencioné hasta extremos que a veces parecen difíciles de creer. Se olvidó la calidad en medio de las mayores perversidades.
-Tú lo has planteado seriamente: ¿cómo lograr una arquitectura que supere lo rutinario y aspire a convertirse en patrimonio cultural?
-Entendiendo su papel esencial en la construcción de la ciudad y en la mejora de la calidad del espacio público, de lo cual venimos hablando. Sin que olvidemos que se hace imprescindible subir el nivel de la enseñanza de la arquitectura, tarea que exige que las universidades públicas se reformen a sí mismas y sobre todo que se deje atrás el mito de la masificación de la enseñanza universitaria, el cual ha tenido las peores consecuencias.
Las escuelas de arquitectura deberían ser centros de debate que ilustren esa estupenda definición de Villanueva sobre lo que debe ser el arquitecto y cito cada vez que corresponde. Él decía, entre otras cosas, que el arquitecto debe ser un intelectual. Esta es la cita exacta: “El arquitecto es un intelectual, por formación y función. Debe ser un técnico, para poder realizar sus sueños de intelectual. Si tales sueños resultan particularmente ricos, vivos y poéticos, quiere decir que a veces puede ser también un artista.» Es una definición feliz que suscribo enteramente y me lleva de inmediato a pensar que nuestros centros de enseñanza de la arquitectura deben darle la máxima importancia a la ampliación de los intereses del estudiante de arquitectura.
Una Escuela de Arquitectura sin actividades culturales, lo que se llama “extensión”, cae irremediablemente en la rutina técnica intrascendente. Y la llamo intrascendente porque en nuestro caso carece de la variedad y profundidad que tiene en la formación de los ingenieros. La reconstrucción del país, en nuestro caso, debe pasar por hacer que la vida cultural regrese a nuestras Escuelas. A las que queden, debo decir, porque me parece obvio que hay demasiadas Escuelas de Arquitectura en Venezuela y eso se debe revisar, como se deben revisar muchas cosas de la Educación Superior, comenzando por la UCV que debería dar el ejemplo. Jesús Tenreiro solía decir que la enseñanza de la arquitectura exigía crear una especie de caldo formado por el cruce de distintos puntos de vista sobre la enseñanza y el ejercicio de la profesión, por el intercambio de ideas, el cultivo cultural, las polémicas de distinto tipo, porque ese caldo ampliaba las fronteras intelectuales de los estudiantes, condición fundamental para ser arquitecto, más allá de los requisitos académicos típicos. Si eso ocurriese ya estaríamos en el camino de, como dices, en tu pregunta, “lograr una arquitectura que se convierta en patrimonio cultural”. El arquitecto con sólida formación intelectual cultivará la reflexión y de ella se nutre la buena arquitectura, esa arquitectura que aspira a convertirse en patrimonio de una sociedad.
Oscar Tenreiro en la Universidad Politécnica de Valencia
-¿Qué rescatarías de Le Corbusier para reconstruir a Venezuela?
-Un aspecto del legado de Le Corbusier que para mí resulta ejemplar es su visión humanista en el sentido de su riqueza como intelectual, lo que precisamente acabamos de comentar, y por supuesto su excepcional dimensión como artista y hombre de pensamiento. La arquitectura que produjo es consecuencia de una visión del mundo, de una vida interior, de un pensamiento que lo acerca a nosotros sin importar en qué lugar del mundo estamos, tan universal fue. Y lo hace superando lo especializado.
No es un arquitecto que interesa sólo a los arquitectos sino un hombre que indaga acerca de la condición humana vista desde el mundo de lo construido. Además, el legado de Le Corbusier nos invita a ver la arquitectura como un compromiso con el entorno, con la ciudad, con el paisaje, con el territorio. Seguirlo es comprometerse con el contexto tratando de entenderlo. Y voy a quedarme con esto último porque pareciera a veces que los arquitectos de aquí nos preocupamos mucho por conocer lo que nos viene de fuera sin profundizar en lo que tenemos cerca. Y diría entonces que ser fiel al legado de Le Corbusier es esforzarse en identificar el valor de lo que nos rodea. En Venezuela se han hecho cosas de mucho interés, pese a la adversidad, que están aquí para que aprendamos de ellas, para que las conozcamos y valoremos alimentando nuestra propia práctica.
Aparte de eso, creo que la arquitectura de Le Corbusier nos enseña algo muy importante para un país como el nuestro: que saber construir no significa copiar los modos de construir de otras partes sino usar con inteligencia lo que tenemos a la mano. Esa es la misma enseñanza de Villanueva, o la de Jesús Tenreiro, José Miguel Galia o Tomás Sanabria: usar los recursos disponibles, los nuestros y no intentar hacer las cosas tal como las hacen en otras partes, lo cual equivale a imitar la vestimenta, lo que se superpone: disfrazarnos. Ponernos el ropaje high-tech por ejemplo, o seguir sin asimilar los refinamientos que se han convertido en moda en los países centrales es un ejercicio empobrecedor. Ir a lo nuestro y potenciarlo, desarrollarlo, me parece que es la invitación que nos hace la herencia de un arquitecto como le Corbusier.
-¿Podrías hablar de tus propuestas culturales para El Helicoide y otros espacios e instituciones?
Es evidente que al Helicoide hay que rescatarlo, en cierto modo reconstruirlo. Pero no puede olvidarse que la magnitud de esa estructura y su papel de referencia visual importantísima de la ciudad, exige proceder con conciencia de la escala de la empresa que se quiere llevar adelante. Lanzar ideas acerca de los usos a los cuales se debe destinar el Helicoide puede ser útil para crear un marco en el cual trabajar, pero si se quiere ir más allá se impone conocer la magnitud de esa reconstrucción. Lo más útil de nuestra experiencia de hace casi cincuenta años es que nos permitió definir con seriedad los alcances y las exigencias de cualquier intento de recuperar el Helicoide.
Y créeme que es complicado y grande, muy grande si no se quiere hacer algo simplemente cosmético. Y otra cosa más, de igual o mayor importancia: ya es tiempo de que pensemos que no todo lo público es responsabilidad exclusiva del Estado venezolano. Lo público es también una prolongación de la actividad privada: el comercio, en la tradición urbana de siempre, es una actividad de intercambio que se da en el espacio público. Y será necesario aquí, como en muchas otras cosas, incorporar a la capacidad financiera privada por una razón muy simple: porque los recursos que se necesitarán para reconstruir Venezuela son de tal magnitud y de tal modo prioritarios para la vida básica del país (pensemos nada más en agua, electricidad, salud pública e infraestructura vial), que una empresa como esta, si se deja en manos exclusivas del Estado nunca tendrá fondos suficientes y quedará, lo repito, como un toque cosmético que terminará convirtiéndolo en algo que sobrevive, no en algo vivo e incorporado a la dinámica de la ciudad.
Porque el Helicoide debe tener vida urbana intensa: que la gente diga, vamos este domingo a pasarnos el día en El Helicoide. Eso no quiere decir que no haya allí un Museo de Historia venezolana con una sala principal (sala, o plataforma, o monumento) destinada a la memoria del Helicoide como abyecto centro de desgracias personales y colectivas, sino que ese Museo, junto a cualquier otra institución cultural, debe estar acompañado por actividades urbanas comerciales o de servicio público, de intercambio y recreación.
Eso por una parte, y por la otra que la operación debe ser económicamente sostenible tanto en su realización como en su vida posterior como parte de la ciudad. Deberá recurrirse a un financiamiento privado que produzca réditos apropiados y atractivos porque espero que nos hayamos curado del prejuicio de ver lo privado como algo diabólico. Es esa combinación la que garantizaría que el Helicoide se convierta en un gran centro recreativo-comercial-cultural, una combinación de usos como la que hay en cualquier gran ciudad del mundo, digno de la gran capital que está llamada a ser Caracas. ¿Seremos capaces de entender eso? ¿Dejaremos atrás de una vez por todas las medias tintas típicas del populismo de izquierdas tan típicamente venezolano? Apuesto a que sí.
-La muestra que presentas en Valencia, España, ¿podría ser un momento de reflexión trascendente respecto a lo que puede realizar en Venezuela un conocimiento como el que posees; una experiencia como la que has acumulado; y una conciencia crítica como la que has venido fortaleciendo y afinando?
-Para mí lo ha sido. Ordenar y representar gran parte de lo hecho me ha ayudado a valorar mejor los esfuerzos de tantos años. Como arquitecto he tropezado sin duda con obstáculos, pero en resumen, al ver lo vivido desde este punto pienso que ha sido para bien. He vivido una vida buena, como decía un filósofo que admiro, en trance de muerte, de su propia vida. Sí, ha sido buena.
Es verdad que, como dice Antonio Ochoa en su ensayo para el libro que saldrá ahora después de desmontada la exposición, parte de lo que he querido realizar murió al nacer y lo realizado muchas veces quedó incompleto, con frecuencia a merced de la mezquindad venezolana, y en ciertos casos hubo colegas que contribuyeron a cerrarme el paso, pero ya hoy lo veo como gajes del oficio. Me da un tanto de tristeza no haber podido construir algunos de los edificios imaginados, pero ¿a cuál arquitecto no le ha pasado lo mismo? En fin de cuentas estoy muy agradecido a la vida por haberme dado tantas cosas y entre ellas en este último año la oportunidad de ordenar imágenes y documentos que esta exposición me ha dado y la oportunidad de hilar ideas en el texto del libro que la complementa, porque pude revivir y en cierta medida recrear lo hecho.
Ha sido una gran experiencia que cuadra con lo que sostengo: los mejores relatores de la experiencia de construir, o de tratar de construir, son los arquitectos, no los críticos. Me pasé un buen año trabajando en esa reconstrucción de mis intentos de acercarme a la arquitectura y ha sido una experiencia singular, extraordinaria. Como he practicado la fotografía desde que tenía quince años he podido guardar imágenes muy viejas que ahora cobran vida. Ahora, en cuanto a lo que quisiera hacer te diría por ejemplo que aspiraría a que el programa de Escuelas Modulares que hice para la Gobernación de Miranda con el apoyo de Henrique Capriles, se convierta en sistema, mejorando detalles y estandardizando elementos para bajar costos. Y lo desearía porque creo que produjimos resultados de primera línea.
Trataría de contribuir a que se institucionalizara el sistema de concursos de arquitectura abiertos y por invitación, o de selección por credenciales, en toda la arquitectura pública. A lo cual sumaría la propuesta de crear un programa de estímulos para la vivienda de interés social destinado a mejorar el diseño de la unidad, a explorar agrupaciones que contribuyan a crear espacio público y construir ciudad. O corregir los más notorios errores de la Misión Vivienda en Caracas. Quisiera también, y tal vez si eso se lograra no pediría nada más, reconstruir la Plaza Bicentenario y hacerla parte de la vida pública de Caracas, tal como ella fue concebida.
Y hablé de un libro. Me refiero a un libro que salió apenas en esta semana, publicado por la Universidad Politécnica de Valencia, que complementa la exposición. Siguiendo la sugerencia de una frase de Le Corbusier tiene un título que me gusta mucho: “Todo llega al Mar”. Tanto la exposición como el libro fueron posibles gracias a que por una parte se interesó en ello un arquitecto español, valenciano, catedrático de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Valencia ETSAV, José María Lozano, quien se convirtió en alma tanto de la exposición, de la cual fue curador junto con Antonio Ochoa Piccardo, como del libro. Y en segundo término que gracias a la mediación de Luis Pérez Oramas se obtuvo el aporte económico de dos instituciones venezolanas: la Fundación para la Cultura Urbana que apoyó la exposición, y el Archivo de Fotografía Urbana que completó el financiamiento del libro, el cual saldrá por ahora en edición no comercial.
José Pulido leyendo en el Encuentro de Poetas Iberoamericanos. En la mesa, A. P. Alencart y Claudio Aguiar (foto de Jacqueline Alencar)
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