Alfredo Pérez Alencart con su libro publicado en 2003
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar unos poemas poco conocidos del destacado poeta peruano-salmantino Alfredo Pérez Alencart, profesor de la Universidad de Salamanca y Director de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos de Salamanca. Forman parte de su libro ‘Ofrendas al tercer hijo de Amparo Bidón’, publicado en Salamanca el año 2003 bajo el sello de la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos ‘Alfonso Ortega Carmona’. El prólogo lleva firma de Antonio Colinas, los grabados y dibujos de portada e interiores son de Miguel Elías y el poema fue musicalizado por Pablo Bethencourt. El libro fue presentado por el poeta y profesor Juan Antonio González Iglesias el año 2003 y en el aula Francisco de Salinas del Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca
INSCRIPCIÓN
¿Quién mira el mundo? ¿quién
lo mira con mirada desinteresada?
Acaso el poeta, y nadie más.
L. C.
Desde el vuelo sigue el poeta diciendo su verdad. Rehúyo incorporarme al remolino de magnos homenajes a su figura, organizados -casi siempre- bajo el ímpetu de profundas admiraciones académicas y/o regionales. En otras ocasiones sólo la figuración y el oportunismo de los diletantes acompañan el ceremonial por quien ya no escucha letanías tan fervientes.
En cuanto a mí, he procurado anudar el ritmo de mis actos al ofrecimiento de testimonios sobre autores que gozan de excelente salud y que, desde la timidez o la abierta satisfacción, pueden aquilatar cuánto ha calado su mensaje. Hago una hendija a este criterio para depositar, sobre el sudario de Luis Cernuda, una gavilla de textos respirados bajo su proteica expresión. Fueron escritos en 1997, todavía con el aliento que me dejaran largas charlas junto al maestro Gastón Baquero, embriagado desde siempre por la obra del sevillano. Una u otra forma del destierro de ambos alcanza de lleno a los lamederos de mi poesía. También la fecunda acción del amor o el desamor, de la resonancia del deseo que el tercer hijo de Amparo Bidón supo implantar en el reino de sus versos. Esta parva cosecha -ahora expuesta para juicio del lector- quisiera ser un tributo americano a quien en México esto escribiera: Yo estaba allí, mas no me preguntéis / De dónde o cómo, sabed sólo / Que estuve yo también cuando el milagro (“Quetzalcoatl”).
Amparado en ese milagro, en presentires y revelaciones de su decir intenso, me he instalado por los lindes de las pestañas escanciadoras del tiempo. El tiempo duerme un puro sueño y -de tanto en tanto- gime su soledad o endulza el canto del que canta, le grita desde lejos, le derrama algunas aceptables esencias de su factoría. Entonces es posible apreciar la mirada antigua del poeta y hacer una digna inmersión en las marcas secretas de su obra.
Dejo constancia del agradecimiento no perecedero a Antonio Colinas. Su amistad, su dimensión ética y sus conquistas poéticas hacen de él un ineludible ejemplo a seguir en nuestro inmenso idioma. Y como si lo estableciera el Derecho Natural, mi amigo-hermano Miguel Elías Sánchez vuelve a hacer la travesía en el bergantín de papel que transporta las ofrendas. Su generosidad y maestría en el dibujo y en el arte del grabado supera toda prueba. Gracias, gracias, gracias…ALENCART
A. P. Alencart
Noviembre y en Tejares (2002)
Primera página de la partitura, toda ella incorporada al libro
TRES VARIACIONES SOBRE EL DESEO
Seguid, seguid así, tan descuidadamente,
Atrayendo el amor, atrayendo el deseo.
L.C.
I
AUGURIO de temblores exquisitos
lamiendo los sentidos.
Y,
lo mejor,
la emboscada insinuación,
el suave beso
donde se expande el deseo.
¿Quién, con terca destreza,
reclama esta pasión de adentro?
Dijiste: “Abandono las sedas
que me cubren. Entérate
de lo que esta pasión promete”.
Tierno ronroneo saboreando
el cuerpo, brevísima fascinación
que el ciego menester pugna demorar.
Cabelleras que se dejan guiar,
luciérnagas,
de un lado,
del otro…
Ella otra vez: “Presentía la sombra
de tu ámbito, la pulpa cabal, el estertor.
En la fragua acomodo mi cuerpo al tuyo.
Oohhhh… Uuuhhhh…”
Su alfabeto me libera,
pues recoge el limo antiguo
del placer.
II
Expuestos al deseo,
la felicidad humedecida clava
su verdad.
Ah péndulo incendiario
en acompasada visitación.
De la amplitud del deseo
depende el roce,
la navegación
sobre frágil belleza incorruptible.
Entonces el amor
celebra su onomástico.
III
CRECIMIENTO del deseo se desbordan
los cuerpos desplegados sobre el tálamo fiel
de las consumaciones.
Habitar, llenar espacios
desde la desmesura.
Luego quedarse,
alargar el homenaje al cáliz dilatado,
decir amor más allá de frenéticas entregas,
aferrado al torso, sintiendo ambrosías que fluyen
desde armonías interiores,
aspirando aromas surgidos del asalto,
balbuceando el nombre enlunado
de princesa tan benevolente.
MÉXICO, UNA MAÑANA DE NOVIEMBRE
(1963)
Atado a la cadena del amor que se abandona
en el inmenso diámetro de la soledad;
atado a la amargura y al mástil de la desolación,
un pecho constelado decidió ocultarse
en cierta lejanía que contiene más luz
que el fogonazo de un millón de lámparas orientadas
hacia miradas ajenas.
Era el poeta quien partía.
Tenía expresión de viejo marino que espera el alba
para sumirse en el territorio del olvido.
El precio estaba pagado.
También las estaciones del fulgor
y la angustia encarcelada de las varias voces
que en él hablaban.
Apoyando su cuerpo al tibio vacío
y a la pena que no decía palabras,
el tercer hijo de Amparo Bidón trazaba la noche
del hombre y del demonio.
Sabía de compañeros imposibles
y de estrictas hermosuras
destiladas desde su profundo espíritu.
Era su forma de matar el tiempo.
Alfredo Pérez Alencart, y Juan Antonio González Iglesias, durante la presentación del libro (2003, foto de Luis Monzón)
ACASO TENGA TU CORAZÓN CERCA DE MÍ
Acaso tenga tu corazón cerca de mí.
Acaso tengas mi corazón
próximo a tu pecho.
El calendario se va dorando
con palabras que escribieras.
¿Y la luz?
La luz está dispuesta
para asumir el color de tu lenguaje.
Acaso yaces intocado, hostil
con los advenedizos.
Acaso tus lágrimas ya no pierden sal.
Acaso la duermevela se adense
con tus liras.
Bajo las frondas más hermosas
tus himnos amanecen
con esa magia que ilumina
la memoria infinita de los hombres.
Yo andaba por tus germinaciones
como por un confín donde se desnudan
los misterios.
Ciudadano del milagro,
heme aquí saludándote en este cielo
y en el otro.
Jacqueline Alencar en un campo de girasoles de la provincia de Salamanca
GIRASOLES
I
Callarse a veces cuando se asienta la tristeza.
Responder a veces cuando se levanta el duelo
y se sienten pasos desandados junto a la voz
que llega con la onda de un discurso inimitable.
Exacto imán para tan justa temperatura.
II
Porque queda todavía el amor que a veces salva.
¿A quien rezarle la inmensidad de las querencias?
Canta un poeta a otro como si muriese,
luchando por ignorar la ausencia del ya partido,
haciendo suyos versos que explican la aventura.
III
Desde entonces se demora en el lenguaje.
La claridad lame sus llagas si muerde lo negro,
si le habita el dolor, si le atropellan episodios impunes
o la sombra pulposa de pérdidas terribles.
Así queda grabado con palabras huérfanas.
IV
De suelo en suelo, instrucción para el olvido.
Y labios abiertos para la realidad de la condena,
para el despojo que crece ignorando ética y estética.
Alrededor de la ternura se anegaban tus ojos.
¿Lo recuerdas?
V
Muchos se ceden sillones, gestos y sonrisas,
cumpliendo pactos, atornillándose en cenáculos,
sabiéndose enanos bañados en cataratas de envidia,
negando saludos a quien perdió su maleta,
pero no la dignidad, pero no la poesía.
VI
Donde el pensamiento es embanderado de estiércol,
mejor dar decisivos adioses por andenes y puertos,
trazando derroteros que te lleven a ninguna parte.
Allí tendrás el pecho mutilado, pero esperarás deshielos.
Allí podrás olvidar a quienes dispensaron los agravios.
VII
Crecen escombros y alegrías tras el peregrino.
¿La tierra no le atrae ya? ¿No suspira por los suyos?
La ausencia tiene formas y atavíos que se adensan
como revanchas o lecciones acumuladas, como diálogos
y apariciones en carne viva por su patria.
VIII
Fluyen de manantiales antiguos el verbo y el abismo.
El espíritu se cubre de cenizas, la palabra se esposa
con la música y se desliza -cual breva dulce-
hasta el hondo lecho del desasosiego. Entonces,
ya en silencio, sientes danzar en el puro abismo.
XI
Esculpir los poemas con sinfonías de la infancia,
abonados al asombro y a la celebración, al anuario
juvenil de días que siempre resultarán primavera.
La vejez despliega máscaras largamente utilizadas
mientras van agotándose los tentáculos de la vida.
X
Los eventos fogosos pasan como un río de sueños.
Oh suplicante consistencia del deseo,
se vive sobre la noche conmovida del almanaque,
sobre los cuerpos que se van reinventando
con la fiebre propiciada por vehementes incentivos.
XI
Volver a cantar al cuerpo, lanzarse primero
al valle luciente del reparto, al relámpago providencial
que se pronuncia sobre sábanas sensibles al amor.
Que esta libertad de amar se disfrute al mismo tiempo,
cuerpo con cuerpo, dominados por desnudeces.
Los poetas Alfredo Pérez Alencart, Juan Antonio González Iglesias y Asunción Escribano (2003, foto de Luis Monzón)
XII
Todo se vuelve silencio cuando un hombre ama a otro,
cuando una mujer acaricia el rostro de su amada.
Luego se propagan blasfemias, se señalan conductas,
hay mofa y aspavientos por tales entregas.
El amor es incendio de dos cuerpos sin culpa del deseo.
XIII
El tiempo y la rosa, pulsiones que se agotan y renuevan.
La rosa hereda lo que el tiempo extrae a la rosa primera,
lozana hasta el relente de la noche anterior.
El tobogán hacia el último estertor estrecha su margen
y nos resbala hasta el nacimiento de nueva rosa.
XIV
¿Qué se puede decir de los mitos helénicos?
Tejen redes, engendran Poesía, ensimisman
a los hombres con la cosmogonía de sus dioses.
En el oráculo de Delfos se encontró mortaja
mejicana con bordado que decía “Ocnos”.
XV
¿Acaso duermen los sueños?
Como confesiones que eluden ser desconectadas,
los sueños afloran letanías y misterios inadvertidos.
Desde su contraluz solar, los espejos oníricos
ofrecen claves que luego hereda el hombre.
XVI
La tentación tardía: golosina impropia del crepúsculo.
Inútil sería decir que la llave del deseo
no abandona jamás al hombre.
Pero debe aceptarse el calvario, cuando ya ancianos
el ritual resulta una parodia.
XVII
También uno quisiera estar solo en el Sur,
en la generosa luz del Sur de la nascencia,
pero una ínsula castellana se hace íntima en el pecho.
Y ante un ideal o un amor la fábula nos instala
entre los pliegues desnudos de las dos patrias.
XVIII
“Bien pocos seres que admirar te quedan”,
escasos quienes alzan su voz ante los ojos del poder,
quienes escriben con sentir solidario por el hombre,
quienes descreen de idolatrías o códigos salvajes.
Esta admiración, amigos, sale de la brújula del entendimiento.
XIX
A la luna y al más allá, a la soledad de la luz
se le convocó. Allí se anclan alientos amasados
con palabras, el alma que no fallece pero se alucina
de eternidad, pero logra paz en la sobremesa,
en la desnuda posesión de los enigmas.
XX
Muerte abierta a la cópula, muerte díscola
la del poeta clarividente que va cincelando su mensaje.
Horacio no dijo adiós del todo. Píndaro tampoco.
Más muerte es la que se vive sabiéndose vencido,
cediendo dignidad, arrastrándose de rodillas.
LAS OFRENDAS IMANTADAS
Aquí las ofrendas imantadas:
libérrimas
cuando la odisea del asombro,
curtidas
en la atalaya donde raciocina
el hombre.
Ahora se posan
sobre el sudario del ángel fugitivo.
Un leve temblor las activa y transforma.
Antonio Colinas, Alfredo Pérez Alencart y Miguel Elías
PÉREZ ALENCART BAJO SUS DOS CIELOS
Antonio Colinas
Nos dice Alfredo Pérez Alencart que tenía hace tiempo escrito este libro, que se hallaba como adormecido entre esos otros libros o proyectos suyos que siempre dan la medida de su entrega intelectual a la ciudad de Salamanca. Y he aquí que, como ofrenda adormecida, ha sacado a la luz estas palabras verdaderas, que se han vuelto manantial. Americano obligado a vivir bajo dos cielos –el de la memoria de sus tierras de origen y el que ahora le acoge con otro azul, frío y puro-, Pérez Alencart recoge en este libro otra muestra de ese lenguaje tan suyo y tan rico –ese lenguaje de Hispanoamérica que acabará salvándonos el nuestro-, para dejar que ahora también la razón hable; como hablaba –de forma reflexiva- Luis Cernuda, el poeta que Alencart utiliza como hermosa excusa para transmitirnos otros mensajes, su mensaje. Cernuda es la ocasión de su centenario y el peso de su ejemplo, así como esa fusión tan poco española que en sus versos se dio entre corazón y reflexión, esa meditación moral en voz alta; poemas –los de Cernuda- que tenían algo de marmóreo, pero de ese mármol tibio que a veces puede ser la carne de un cuerpo.
Así que Alfredo Pérez Alencart nos ofrece en estas páginas un libro bien suyo. Su palabra viene del milagro, de una palabra originaria y fértil, pero como su vida, ha sabido adaptarla al tiempo y al espacio, al ser presentes. Este poeta se dirige a Cernuda, o sobre él reflexiona, pero a la vez se está dirigiendo a todos nosotros para ofrecernos el calor de lo que simplemente es humano. De ahí el logro de esa bella imagen rescatada en una parte de su libro: los poemas son “girasoles” que buscan aquí y allá el sol de la verdad, la mirada, ese otro calor que es el de los lectores. Desde su quietud, el “girasol” no renuncia a la consciencia. Por eso, este poema de poemas es un homenaje a la dignidad. Y en su “destierro”, el hombre sabe que pierde, pero que a la vez gana.
El autor ha escrito, posiblemente, el libro más medido y decantado de los que yo conozco de él, y eso, cuando el amor anda por medio, no es tarea fácil, porque la palabra tiende a exagerar y a desbordarse. Pero aquí la palabra –más allá de su calor- se entrega comedida, es el resultado de un proceso de maduración. No padece ya el autor los dos cielos que turban obsesivamente –en los dos cielos están sus raíces y sus frutos-, la vida cotidiana, que crean ansiedad, que a veces incluso llevan a la rebeldía y al dolor. La palabra aquí está dominada, y esa especie de teoría que es el deseo -guiño final a la poética cernudiana- es como una ofrenda más “imantada”, es decir, apaciguada por el poder reflexivo de la palabra. Hay, sí, mucho de ofrenda en este libro, de palabra que se nos da humildemente reconciliada con el ser. Es el triunfo, sin más, de lo que el autor reconoce como “armonías interiores”.
Luis Cernuda, grabado de Miguel Elías
José Alfredo, Alfredo y Juan Antonio González Iglesias (2003, foto de Luis Monzón)
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