NUEVE POEMAS INÉDITOS DEL ESPAÑOL JESÚS ALONSO BURGOS, FINALISTA DEL PREMIO PILAR FERNÁNDEZ LABRADOR 2019

 

 

 El poeta Jesús Alonso Burgos

 

“Crear en Salamanca” expresa su satisfacción al publicar, por vez primera, estos poemas de Jesús Alonso Burgos (Palencia en 1952). Licenciado en Derecho por la Universidad de Valladolid. Abogado penalista. Ha trabajado como crítico literario, profesor de derecho y comentarista jurídico, y colaborado en diversos diarios y revistas españoles e iberoamericanos, tanto de literatura como de filosofía. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de poesía: Inventario y poemas (Bilbao, 1975-Barcelona, 1979), Escenas de la ciudad celeste (Madrid, 1995), Paraíso y Exilio (Palencia, 2009), Estrategias de la usura (Madrid, 2011, Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz) y La tierra deshabitada (Navarra, 2016, Premio de Poesía Ángel Urrutia); y los siguientes libros de ensayo: El luteranismo en Castilla durante el siglo XVI (Madrid, 1983), Blade Runner. Lo que Deckard no sabía (Madrid, 2011, Premio Ignotus al mejor libro de ensayo), La llamada al testigo. Sobre el Libro de Job y el Proceso de Franz Kafka (Sevilla, 2014) y Teoría e historia del hombre artificial. De autómatas, cyborgs, clones y otras criaturas (Madrid, 2017).

Perfil de Salamanca. Foto de José Amador Martín

 

Alonso Burgos quedó entre los finalistas de la VI edición del prestigioso Premio Internacional de Literatura ‘Pilar Fernández Labrador’ (2019), concedido en Salamanca. Recordemos que a dicha convocatoria se presentaron 915 trabajos procedentes de todos los países iberoamericanos, incluidos España y Portugal, además de poemarios enviados desde Estados Unidos, Alemania, Suiza, Canadá, Israel, Francia, Suecia, Italia y Líbano.

 

Estos nueve poemas inéditos forman parte del libro presentado entonces, “Mitos y demoliciones”. Agradecemos al poeta por esta deferencia.

 

 

 

VEJEZ DE LOS HÉROES

 

Demasiado tiempo nos demoramos en las islas

tras las guerras interminables de nuestra juventud,

y ahora ya estamos viejos,

y estamos cansados de pelear y vagar por tierras extrañas.

 

Comimos la flor del olvido

y nos dejamos seducir por la música de los citaredos

y los cantos de las mujeres-pez,

cuando el sol se ocultaba tras el Helesponto

y el bronce de los escudos ya no refulgía en las playas de desembarco,

y sus arenas habían absorbido ya la sangre derramada.

 

Pero entre las copas y la grasa de la cena opípara

aún pervivían en el rincón dolorido de la memoria

la rueca y la lanzadera movidas por tiernas manos,

tersas y blancas en nuestros recuerdos.

Hermosas eran las mujeres de las islas

cuando danzaban en las bacanales

con sus vestidos de lino blanco;

pero más hermosas nos parecen nuestras mujeres

en los recuerdos.

¿Cuándo las volveremos a ver?

Serán ya ancianas,

pero hasta el mismo Odiseo

ha renunciado a la inmortalidad

que le ofrecía la divina Calipso

para reunirse con la incansable tejedora.

¡Ah!, acaso la vida

sólo sea una túnica o un jersey

que se teje poco a poco,

tan despacio y trabajosamente

que para cuando puedas estrenarlo

ya sólo podrá ser tu mortaja

 

Y tal vez no sea tan triste y aburrido

ser un simple burócrata vestido con ropa de grandes almacenes,

o un tendero sin lustre,

un abogado de casos de oficio y divorcios baratos,

gente que los domingos por la mañana lee el dominical

y por las tardes va un burger-king con la familia

como antes se iba a misa y a merendar chocolate con churros,

porque era lo que había que hacer,

porque de alguna manera había que matar el tiempo.

Y tal vez no sean tan excitantes

las trampas del deseo y las drogas del éxtasis,

ni plantar las tiendas en los bosques donde crece el muérdago

y anidan las rapaces,

ni el sonido del cuerno llamando al combate,

ni la sangre del enemigo corriendo por el filo de la espada.

 

Tal vez, sólo tal vez.

Lo único cierto es que ya no volveremos a bailar el peán

ni a golpear los escudos,

que ya sólo ansiamos regresar a casa.

 

 

 

LA DULCE, ENGAÑOSA ESPERANZA

 

 

Otean los vigías las costas de Ítaca

mientras los pretendientes beben vino.

En lo alto, en el viejo palacio,

Penélope teje en silencio.

Puntada tras puntada crece la trama,

y puntada tras puntada

decrece por las noches

para que nunca se cumpla la promesa:

algún día volverá Odiseo.

 

En el muladar, el viejo Argos

agoniza tirado en el estiércol.

Está fan flaco y enfermo

que ya no le sostienen las piernas

y lástima dan sus ladridos.

Pero el fiel Eumeo todavía

le procura algo de alimento

porque algún día volverá Odiseo.

 

Telémaco ha viajado hasta Esparta

siguiendo el rastro de los héroes:

sus huellas se han difuminado y nadie

tiene noticias de su padre,

pero su corazón le dice

que algún día volverá Odiseo.

 

Este año la cosecha ha sido mala

y el granizo destrozó los viñedos;

los silos están vacíos y los corderos magros,

pero los pretendientes

siguen banqueteando a costa del pueblo.

Nada queda ya de la vieja riqueza,

sólo el hilo inagotable.

¿Cuándo regresará Odiseo?

 

Aunque quizá Odiseo muriese

en la guerra de Troya

y no regrese nunca.

O quizá nunca existió realmente

y sea sólo un mito, un viejo mito

que alguien, no se sabe quién,

tal vez un bardo llamado Homero,

ideó hace siglos

para que los habitantes de la isla

no perdiesen la esperanza.

¿Quién puede saberlo?

 

Las manos de Penélope ya no son tan ágiles

como antes, y sus ojos están cansados,

ya no pueden seguir el trenzado de la tela.

El tiempo se acaba.

 

Pero Odiseo tampoco regresará esta noche.

 

 

 

 

CANTAR DE LOS CANTARES

 

 

Levantemos una tienda en un claro del bosque,

sobre un manto de flores,

junto al arroyo donde van a beber las avecicas,

o en una cala escondida entre los farallones,

lejos de las costas habitadas por los hombres,

y hagamos el amor desordenada, fieramente,

como dos adolescentes de vacaciones.

Tus pezones están turgentes bajo la blusa empapada

y desde la braga del bikini resbala el agua por tus muslos.

¡Ah!, qué hermosa eres,

tu cuerpo es tan grácil como el de un cervatillo,

y tus senos apenas se adivinan bajo la blusa.

 

Pero ¿adónde encontrar esos escondidos paraísos?:

a mi alrededor sólo veo

praderas invadidas por domingueros,

buscadores de setas, corredores jadeantes,

4 x 4 enormes y ruidosos, peores que el caballo de Atila,

descampados sembrados de latas de cerveza y botellas de plástico,

restos del último botellón,

playas abarrotadas,

chiringuitos grasientos,

policías hostiles,

cemento.

 

¿Adónde ir entonces?

¿Ya no queda ninguna cueva solitaria,

ningún bosque impenetrable,

ninguna isla inexplorada,

ninguna viña en el lugar de Baal-Hamón,

ninguna ciudad sin turistas? 

 

Nada queda.

En la ciudad de cemento y acero

ya sólo hay sitio

para la insignificancia

y la baratija;

nuestra única diversión

es ir a comprar los fines de semana,

mirar con avidez los escaparates,

dejarnos aturdir por el ruido,

consumir siempre las mismas cosas,

mirar a los coches caros con envidia

y a los mendigos

por encima del hombro.

 

Y otros días, cuando

el sol se esconde en el horizonte

y se encienden los neones,

dejarnos llevar por la melancolía y el odio,

pasiones, a fin de cuentas,

tan sublimes como el amor:

pura química,

fisiología de los primates,

aminoácidos,

biología.

 

¿Qué hacer entonces?

 

¡Ah!, amada mía,

hermosa entre las hermosas,

sólo te puedo ofrecer

un piso de cincuenta metros cuadrados

en el extrarradio

y una semana de vacaciones

en Benidorm.

 

Tú verás si te interesa.

 

 

 

EL REGRESO DE JONÁS EL GRIS

 

 

Ayer regresaste con las últimas nieves de febrero.

Por entre la espesa cortina

de copos blancos

fuiste apareciendo poco a poco,

como aparecen los muertos

en los sueños de los hombres:

no es como una pesadilla, ni como un sobresalto,

ni tampoco como algo inesperado…

pero siempre los acompaña un terror

que nos hiela el alma,

porque sabemos que en realidad

siempre han estado ahí,

que nunca se fueron,

que siguieron viviendo y respirando en nuestros sueños

como viven y respiran los peces

en el vientre de las ballenas,

sabiendo que no están muertos del todo,

que aún tienen que decir la última palabra.

 

Llegaste como un mendigo

insistente y molesto, acechando

junto a nuestra puerta día tras día,

sin importarle la lluvia ni el sol de primavera.

 

Llegaste con una botella de vino en un bolsillo

y en el otro medio bocadillo de salchichas,

fumando una colilla de Winston,

despreocupado y sonriente,

aunque encorvado ya por el peso de los años.

 

¿Por qué regresaste?

¿Por qué saliste del vientre de la ballena

y viniste a complicarnos la vida?

 

Pero has regresado,

y por tu boca volvemos a enterarnos

de que aún no se han terminado los días malos,

de que existen promesas incumplidas,

de que nuestra desdicha no tiene remedio,

de que no nos merecemos nada.

 

Ojalá venga el capitán Achab

y liquide de una vez por todas

a tu ballena,

y te pudras también tú en su vientre,

y no vuelvas a aparecer por nuestro barrio

con tus malos augurios

una tarde de invierno entre los copos blancos.

 

 

 

 

CARL SCHMITT ES DETENIDO EN BERLÍN

POR EL EJÉRCITO ROJO

Córtex=cerebro: el marchitar cortical de los mundos, de los mundos burgueses, de los mundos capitalistas, de los mundos oportunistas, profilácticos y antisépticos, destruidos por los aguaceros de lo político y el cambio del poder, pero originados en el fondo por la crisis substancial del ser occidental.

            Gottfried Benn: Trayectoria de un intelectualista

 

 

 

 

Ahora, mientras me llevan en este camión militar a la prisión,

a un agujero inmundo y vengativo,

esposado con grilletes de acero,

custodiado por soldados siberianos

que no sabían hasta incorporarse a filas que existiese el jazz ni el cine,

que nunca hasta hoy habían visto un tenedor

ni una corbata de seda,

que no saben lo que significa la palabra “derecho”

porque en su torpe vida de cazadores y tramperos de la taiga

sólo han escuchado la palabra “ucase”,

órdenes tajantes, 

sólo la palabra “castigo”,

me acuerdo del destino del cabalista Isaac Abravanel,

tesorero del rey de Portugal y factor mayor de Castilla.

Como él, también yo

puse mi ciencia al servicio de los poderosos.

Pero también como él siempre fui un extraño:

católico entre luteranos, romanista entre germanos,

sabio entre los ignorantes.

Ahora sé lo que se siente

enseñando los recovecos del poder

a quien sólo entiende el ejercicio de la fuerza.

A mí también me ofrecieron todos los honores

y fui nombrado Kronjurist del Reich,

pero cuando los poderosos creyeron

que ya habían aprendido los sutiles ejercicios

de la ciencia jurídica, me fueron apartando

como a un apestado que ya no puede disimular

las pústulas de su cara.

¡Necios! Nunca lograron comprender

el tenue entramado de la persuasión y la fuerza,

la potencia y el acto,

lo posible y lo ya realizado;

ni las múltiples caras de Leviatán,

el monstruo primordial

que con su solo aliento remueve las entrañas de la tierra.

Su gobierno nunca será la implacable dictadura de la espada,                                                                          

sino la anárquica de la navaja:

terror salvaje y sin finalidad,

pogromos cuyo único resultado

es privar al Estado de sus mentes más lúcidas.

Pero no importa; ahora,

perseguido por todos,

volveré al estudio de mis amados clásicos,

de Maquiavelo y Hobbes,

de Grocio y de Donoso Cortés;

mi cárcel será de nuevo

la inacabable acotación de las Pandectas.

 

Al bajar del camión,

un soldado me escupe en la cara.

 

 

 

 

LA SOLEDAD DEL DESDICHADO

 

 

Como si la vergüenza hubiere de sobrevivirle.

                                          Franz Kafka: El proceso

 

 

 

¿Quién recorre por las noches el gueto de Praga profiriendo gemidos de dolor que espantan a las bestias y encogen el corazón de los hombres?:

el Golem.

 

¿Quién llora por las noches en la sinagoga de la calle Maiselova y pide piedad una y otra vez sin que nadie le auxilie?:

el Golem.

 

¿Quién cruza cada mañana, al salir el sol, el umbral de la casa del rabino Löw y se esconde atemorizado en lo más profundo de su bodega?:

el Golem.

 

Sus gritos de desesperación y dolor

amedrantan cada noche a los judíos del gueto,

encogiendo su alma,

haciéndoles desconfiar

de la existencia misma de su alma.

 

La cantinela impía que desde hace años aturde el gueto de Praga:

“¡Eli, Eli,

¿lama sabachtani?,

¿lama sabachtani?!”

 

 

Jesús Alonso Burgos en Ávila, junto a la estatua de San Juan

 

 

 

EPÍSTOLA CONSOLATORIA PARA WALTER BENJAMIN

 

 

                       Es solo por aquellos que han perdido toda esperanza

                                 que la esperanza nos es concedida.

W. Benjamin – H. Marcuse

 

En las puertas del Paraíso

un ángel de piedra vigila el paso de las caravanas          

que llegan de lejanos países

 

alado

símbolo místico

 

creado para alabar por un instante a Dios

en el más bello de los cánticos

y disolverse luego en la nada,

en su propia mismidad.

 

Nadie sino Satán, el viajero,                                      

puede atravesar los vericuetos de cemento

y acero

que conducen al lecho

de la esposa.

 

Porque las puertas

del Paraíso

son las puertas del abandono y la necesidad,

las puertas de la Ley                                                                

 

umbral insalvable para los hombres

 

ellos sólo pueden esperar

mientras esperan la muerte: 

 

piedra en el agua,

deseo en el deseo,

temor en el temor,

tierra en la tierra.

 

Pero no mires atrás,

no quieras

que el ángel de la Historia                                 

recomponga lo despedazado

y despierte a los muertos,

a los que murieron   

aterrorizados por la tormenta que descendía del Paraíso,

siempre ateridos de frío,

embargados por el dolor.

 

Y sin embargo, no temas.

 

Ningún muerto

saldrá

de su tumba

 

ninguna

aflicción

podrá ser

evitada

 

ningún

duelo

impedido

 

pero nadie

llorará otra vez

las mismas lágrimas.

 

 

 

MELANCOLÍA DEL ESTRANGULADOR DE BOSTON

 

 

El hombre que ha llegado a la ciudad

no conoce a nadie.

No tiene amigos ni enemigos,

sólo un sombrero y una maleta,

algunas camisas,

un par de trajes de alpaca,

una radio.

Ni siquiera parece tener pasado:

nadie le escribe desde ciudades lejanas.

 

Por las tardes

se encierra en su habitación

y pone la radio.

Pero es una emisora extraña,

una emisora

que sólo emite desde los recuerdos:

cumbias olvidadas de Machito

y viejos temas de Coltrane,

noticias de una guerra

que acabó hace mucho,

acontecimientos deportivos

y sucesos

de principios de los sesenta,

la final entre los Chicago Bears y los Packers, 

los crímenes de la calle 54.

 

Los domingos

plancha las camisas

mientras oye la radio.

Luego bebe una cerveza

y cepilla su sombrero

al ritmo de un mambo boogaloo.

No tiene prisa,

nadie le espera;

sólo las noticias de la radio,

la guerra de la radio,

el último discurso de John Fitzgerald Kennedy,

una guaracha

de Johnny Pacheco.

 

Pero no se queja. Ni siquiera 

echa de menos su oficio, los buenos

días de antaño,

las noches

en que acechaba en las sombras

con un cuchillo afilado,

los consejos de los muchachos de Hoover

por la tele

tras el anuncio de secadores Palmer,

el horror americano

de Doris Day.

 

Ser famoso tiene muchas servidumbres,

no compensa.

Mejor planchar por las tardes las camisas,

beber una cerveza,

tararear viejos mambos,

saludar a las vecinas del barrio

tocándote ligeramente el sombrero,

como Humphrey Bogart,

departir amablemente de la liga 

con algún taxista,

bajar a comprar el pan,

ser un hombre corriente

en una ciudad cualquiera.

 

 

 

 

 

HELENA LA BELLA

 

 

Esa viejecita que cada tarde, a última hora, se acerca hasta el parque para dar de comer a los gatos es Helena de Troya.

 

Todas las mañanas rebusca entre las basuras del vecindario las mejores sobras, las cabezas de pescado y los trozos de carne y de pan duro, y, tras limpiarlas, las junta con las suyas –que son escasas, porque es una mujer pobre- y al caer la tarde se las lleva a los gatos.

 

Dicen los viejos del lugar que se casó dos veces y que de joven era tanta su belleza que muchos hombres murieron sólo por la dicha de contemplarla un instante. Pero los muchachos del barrio no se acaban de creer que esa mujeruca encorvada y astrosa pudiera despertar tantas pasiones, y más bien piensan que es una de las muchas leyendas urbanas que se originan sin que nadie sepa dónde ni cuándo, y luego circulan de boca en boca.

 

Tampoco las autoridades estarían dispuestas a fletar de nuevo sus cóncavas naves si alguien la volviese a secuestrar; ¡es tan costoso y complicado hoy en día surcar el mar vinoso! Aunque eso sí, no dejan de recomendar una y otra vez a los guardias urbanos que la ayuden a cruzar la calle, no vaya a atropellarla un carro o algún niño con su caballito de madera. A fin de cuentas, no deja de ser una vieja gloria y, además, la única que se ocupa de los gatos abandonados.

 

A ella no parece importarle ese desdén; al contrario, durante mucho tiempo todos sus actos y sus gestos fueron materia de cantos y eso sólo la trajo la desdicha. Por eso prefiere que los hombres y los poetas la ignoren, que no vuelvan a ocuparse de ella, que la olviden incluso. Y si necesitan admirar a alguien –pues los hombres necesitan de la belleza para olvidar los ultrajes, para creer que un mundo mejor es posible-, que admiren, si acaso, a esa mujer de leyenda que quedó inmortalizada en los poemas y en la estatua de mármol que preside la plaza y que ya nadie se acuerda de a quién representa, pues la lluvia y el tiempo borraron su nombre.

 

Así ella podrá dedicarse con total libertad a cuidar a sus gatos. Y los gatos –Zeus, Ares, Poseidón, Apolo…- seguirán bajando cada día del Olimpo a compartir la cena con la hermosa argiva, sin temor a que los hombres se inmiscuyan de nuevo en sus asuntos, ni pretendan con sus locuras disputarles la posesión y el goce de la perfecta belleza, que es patrimonio exclusivo de los dioses.   

 

 Casa de las Conchas. Salamanca. Foto de José Amador Martín

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