El poeta salvadoreño Noé Lima
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar unos textos de Noé Lima (Ahuachapán, El Salvador, 1971). Poeta y artista plástico. Fue miembro fundador y director de los talleres literarios Tecpán de la Universidad Dr. José Matías Delgado y del Taller del parque (Ahuachapán). Fue miembro del equipo coordinador del suplemento cultural Altazor, del diario El Mundo, de El Salvador. Ha publicado Efecto Residual (2004), Erosión (2015), Un insecto empalado en tu seno (2015), Zumbido (2017) y en preparación, Gula. Ha participado en diversos festivales celebrados en países centroamericanos y poemas suyos se han difundido en revistas de Guatemala, Costa Rica, España, México y Chile, y en las antologías Tecpán (Lugar donde duerme la campana del amor) y Subterránea palabra (El Salvador).
Estos poemas serán leídos durante el XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, organizado por la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y que se celebrará en Salamanca del 14 al 20 de octubre de 2020, dedicado a José María Gabriel y Galán. Habrá actos presenciales y virtuales. La lectura del poeta salvadoreño será en una sesión online y saldrán publicados en la segunda antología del encuentro, titulada “Mundo Aquí”, también coordinada por el poeta peruano-salmantino Alfredo Pérez Alencart, director de estos encuentros desde su primera edición.
ZUMBIDO
Tengo varios zarpazos en la carne.
Los tengo
con cada orgasmo
donde grabábamos nuestras iniciales
y la sed ecuestre
que azota siempre esa luna en celo
que guardabas para una sola lengua.
Veo al insecto trepador de las madrugadas
acechando el aire de las bombillas,
sobrevolando.
Lo hace midiendo el aliento de mi sábana;
en la mañana, la picadura en el brazo,
en el ojo
en el tórax
en la tristeza
en el disco rayado de Joy Division,
en esa lata de cerveza husmeando mi pulso.
Dicen que el mal de Chagas mata en quince años
de manera efectiva
y solamente veo a mis botas viejas,
pienso qué será de ellas cuando muera.
Han sufrido los hachazos del tiempo,
las arrugas en ese cuero feroz
que hacía de lobo taciturno en cada cuarto oscuro.
Han pisado copos de roca sonámbula
en las noches en que el sueño es una vasija,
una reliquia de lo que somos en el día.
Mis botas han enfermado con la nieve,
han probado el polen de tus poros
cuando han seguido tu aroma a la altura de la tierra.
La chinche se ha marchado con mi sangre
y mis antiguos prodigios
de convertir tus gemidos en poemas,
de calzar tus pasos con mis dientes.
Pobres mis botas,
les dolerá cada huella no pronunciada por tus labios,
les dolerá no volver a dormir bajo tu sombra.
Extrañarán
pasearse rígidas bajo el techo de tu cama
muertas de tedio,
como el fósil en que se convierten los recuerdos.
MADRE
“Cuánto daría
porque la luz fuera luz
y el asfalto
un espejo donde reflejarnos”.
Ricardo Bórnez
Las abejas también cantan el Ave María.
Se aproximan al líquido corazón de los parques;
en esas casas vacías,
es esos jardines de humo en las catedrales,
en esos cementerios
donde el sol siempre se alimenta de lágrimas
y abrazados gritos de piedra
de cuando te buscaba.
Hagan lo que hagan las madres,
siempre dejan
la amargura colgada en los domingos,
la ropa interior,
la marea temblorosa de los floreros,
las camas arropadas de los velorios.
Las madres siempre me recuerdan a la mía.
Cantan como pez inquieto en la orilla
de ese espejo donde se beben los años.
Se santiguan,
lo hacen mientras cocinan un nuevo continente
en el viejo sartén
o simplemente te besan la frente
para broncear el polvo
que sin duda
probará tu piel camino a la escuela.
Las madres tienen yemas de aceituna para tocarte,
llagas de tanto dolerle una carta,
tus poros de polen en la vieja fotografía,
la palabra desintegrada en la garganta.
Las madres abren despacio las persianas
como pestañas, para abrirle paso a la luz
de tus huesos,
tus uñas de ex voto en la casa de empeño.
Las madres son epitafios,
barandas exiliándome al abrazo más cercano.
Son eso,
un grupo sanguíneo para besar lentamente a la muerte.
En la calle veo a mi madre y a la tuya
con su pizarra llena de tiza sobre los hombros,
la bolsa de las compras,
la cartera vacía de catástrofes, de alfabetos,
mi nombre de hilachas sobre su ropa.
La veo subir el autobús de axilas lluviosas,
de besos reumáticos en los asientos
con despedidas insolventes en la comisaría.
La veo subir apiñando las noticias en sus pupilas;
del apuñalado en la escuela,
del que siempre sonríe cada vez que dispara,
del que apenas soñaba con ser poeta,
de ese soñador
con el paisaje pintado con crayolas debajo de la piel.
Vista parcial de Ahuachapán
VITRALES
No vivo en el barrio de Perreux-sur-Marne
donde el gris siempre sonríe,
donde las palomas son migajas celestes del tiempo
y el hambre siempre tiene un clima diferente.
No vivo en el barrio de Perreux-sur-Marne
donde los muchachos alzan la voz
como un prólogo en la garganta,
como carne abierta para recibir a la lluvia,
esa cúpula siempre fría como la mirada de París
con sus vidrieras almidonadas para reflejar su osamenta.
No vivo en la colonia La Campanera, en Soyapango,
donde la infusión del infierno se bebe a sorbos cada medio día,
donde las estrellas son duros martillos
que rechinan cuando golpean los muros
y la mirada de las madres son altares que suspiran
ante el sonido de las balas.
Vivo donde el cielo es salino.
Las madres de mi país cierran sus retinas
para encender, en las funerarias, cada día
ese cielo tupido de moscas cuando buscan al desaparecido.
Vivo donde el cielo tiene la certeza de la derrota.
CORAZÓN
La niña ronca ante el abecedario del corazón,
desmaya las palabras con los acertijos de sus retinas.
Quién soy yo entonces
para romper las aldabas de la ceniza,
la rabia del musgo por querer besar al rocío?
Quién soy sin la luna?
La niña deshoja el ahumado níquel de la lluvia de marzo.
Yo permanezco boca abajo, deshilando a la tierra
después del estruendo azul de los temporales por venir,
roto como un pájaro de cerámica.
Lectura de Noé Lima en la Feria del Libro de Costa Rica
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