Retrato del poeta Alfredo Pérez Alencart, de Miguel Elías
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar este comentario que, sobre unos poemas recientemente publicados por Alfredo Pérez Alencart, ha escrito el poeta colombiano Juan Mares (Guatapé, Antioquia, 1951. Seudónimo de Juan Carmelo Martínez Restrepo), licenciado en Español y Literatura por la Universidad de Antioquia. Desde 1968 vive en Apartadó, donde fue profesor y director de la Casa de la Cultura. También ha sido profesor de cátedra en la Universidad de Antioquía (Sede Urabá). Entre sus libros publicados están: Poteas y pirontes (1987); Voy a ver pantalla chica (1989); El árbol de la centuria (la ed. 1996, 2a ed. 2004, 3a ed. 2011, 4ª ed. 2016) y Ritmos del equilibrista (2011), Memoria lítica (2019), Ortiga lunar (2020) y Cazador de lunas (2020). Es coautor de Entre la savia y la sangre, recopilación poética de Apartadó (1996), Kalugrafías del instante (2009) y Hojas de caladio (2013). Ha participado en diversos encuentros literarios, como la Feria Internacional del Libro (Bogotá), el III Festival de Poesía Salvador Díaz Mirón (México, 2013), el Festival Internacional de Poesía de Medellín, Corporación Prometeo (2015) o el XVII, XIX y XXI, XXII y XXIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Salamanca, 2014, 2016, 2018, 2019 y 2020). Su poesía está incluida en cinco antologías publicadas en América Latina y en nueve colombianas.
Mares comenta los ocho poemas aparecidos en Nueva York Poetry Review, selección que ha tenido numerosos lectores y comentarios. Aquí el enlace para acceder a los textos::
Poética, de Miguel Elías
NO JUGAR A VENCEDOR: ALENCART
Leer y dar constancia de lo leído ofrece un panorama de contemplación estética e interpretación desde el libre albedrío de nuestras conciencias. Cada que sale un texto de Alencart tiene una salecita que me convida a untarme de esa unción de vida: velero de alerta, virtud y perfección en pos de la verdad de conciencia para con el mundo.
Ocho poemas publicados en revista neoyorquina sueltan el canto de un hombre avezado en el cultivo del verso para susurrar, decir y gritar a todo pulmón de las vocales abiertas y manifestar los sentimientos que alegran o los que nos hacen padecer sin tregua y con insistencia. Los caminos de la náusea tras el delirio donde se desbroza la trocha de los silencios bombardeados por el éter. La inconciencia de los otros para con el uno. Mientras, el uno en todos.
El poemario empieza con un poema de siete versos por estrofa: explica en ellos esa certeza de saber que la poesía no consiste en el rimar, ni la métrica y a veces ni en el ritmo. Es algo más como nos lo enseñaron a ver los orientales desde antecedentes hindúes, chinos y nipones, luego las percepciones de los hebreos hasta llegar a eso de la rima y el ritmo de los griegos y latinos para el dúctil ejercicio de la memorización. A veces la poesía es la esencia de lo mágico; aquello que nos conmueve sin saber por qué. Sí, tiene su música en una especie de mezcla de sonidos, también de significaciones; en símbolos y metáforas o en ese contemplar abscóndito del ser sobre su presencia en el mundo: su hacer; de igual forma, siguiendo una visión de una tribu americana de los andes, es por fonética, “cuando dos palabras que nunca han estado juntas por fin se juntan”, y ellas se imantan y llega la música como un lenguaje universal transmitiendo las sensaciones de lo doloroso y los relámpagos de alegría.
El poeta es inextricable y sin embargo apunta siempre a lo humano, desenmaraña de las sutilezas y suspicacias la verdad de su alma desde su estremecimiento:
“Quiero ver por dentro en días como estos, ver el misterio
que reside dentro de la luz arriba de los dátiles.
Llueven primaveras desde un anillo y ahora me llamo
Jeroglífico.”
Ahora, llega el momento de ese viajar por las regiones del edén. La evocación y el agradecimiento a la amada, como un antiguo cantar a la sulamita, como agradecimiento en la compañía tras el viaje por la vida; la ofrenda vital bajo el sabor de las uvas en su madurez embriagante.
“Oh cielo del Amor que gotea miel de edénicos panales.
Oh salomónica entrega que nadie oye al revés.”
Jacqueline, dibujo de Miguel Elías
Así llega el verano de los recuerdos, llenos del paisaje que se ha ido yendo tras los despojos de la selva. Qué nos queda más allá del lamento ecológico de nuestra flora que sin ella, sin la fauna, y sin esta la erosión y la derrota. Es este el grito de Edvard Munch hecho verbo y sustantivo. Grito de pavor y desolado. Ahora el poeta se lamenta de del efecto existencial que nos hace recordar a Francisco de Asís, es el valor terráqueo para la continuación humana. Todo es sagrado en este mundo. Este decir más allá de lo percibido en las líneas que hablan de la deforestación inmisericorde:
“Heme aquí visionando árboles que ardieron
o fueron cortados con diáfana impunidad. Heme aquí
entonando la canción del regreso
bajo los truenos inaudibles del recuerdo.
Aquí, aquí, aquí, donde el estío me combate
con las alas de un pájaro angustiado.”
Como se puede ver, es igual la metáfora de lo exterior frente a lo interior. Es un duelo ante el estío, esa visión de lo visto en la infancia, en los años mozos, ver la devastación que repercute en el mar infectado de plástico, esto no lo dice, pero se presume cuando nos elevamos sobre las montañas del verso doloroso.
Fluye entonces, el poeta que amonesta y lanza piedras psicológicas con la herramienta de su arsenal de palabras para decir:
“Lanzo piedras contra la jaula y acallo el parloteo
inexplicable que sale de su boca. La culpa
no es de los payasos contratados para esta comedia
ofrecida a quienes nada importa el asco del trasfondo.”
Amonesta contra “el circo” donde los payasos hacen la mofa. Es el desfase de la ética y la moral política, descorazonamiento ante los viejos postulados del gran Kan, los jerarcas, faraones, los emperadores, los dictadores, los caciques, los mandamases de cada porción del mundo.
Cristo en el Gólgota, pintura de Miguel Elías
Y así se dirige a un ser indeterminado, conversa con Él. Sin duda es Él. Es el canto donde discurre la plegaria y grito ante la tormenta de las palabras que martirizan la conciencia y brota el gesto que te amarra a un destino de sinos y designios. Es el hombre y sus angustias ante la incomprensión entre los hombres. Es su queja ante Él.
Les toca el turno a los “Trofeos huecos” para decir su espasmo, su dolor, su angustia tras sus despavoridos silencios en meditación, cuando el poeta gime, cuando se soporta la tristeza como una pena sin castigo:
“Nos despedazan, nos devoran, nos ponen
en punto muerto: comienza otro lunes demasiado brutal
para nuestra estatura, otro lunes tiranizando
su escándalo. Qué tristeza esta obra que encalla, que
encanalla, que hincha desmayos y desganas.”
Es la continuidad del poema anterior como si fuese una campana de Job, ya no ante Dios o el diablo sino ante el hombre y sus miserias. Atosiga de reproches como un vagabundeo por los precipicios de la memoria verso tras verso, medra por las llanuras áridas donde la duda chuza la espina dorsal, aunque hay fortaleza para soportar la inquina de las travesuras conceptuales de la miseria humana.
A. P. Alencart y estatua de Fray Luis, de Miguel Elías (2001)
Es el homenaje, en meditación confesada, con Fray Luis de León y Álvaro Mutis, como consejas para soportar la diaria faena del deber del canto con entraña humana, con delirio de poeta en encrucijada, de pastor tras los empedrados riscos, o entre yerbas mustias tras la canícula.
Habla en su retiro con Fray Luis y:
“Libro en mano, como si quisiera retenerlo del todo,
grito hacia su destiempo:
¡Bájese de las cumbres en las alas de un estornino!
¡Véngase a este mi reino, don Luisito!”
Y ya en resumen ante Álvaro Mutis suelta su postrer trino a la manera de memorial:
“Hay veces que la antigüedad se disfraza de hoy mismo.
Hay veces que el deseo de ver es más forzudo que el alcohol.
Hay veces que Salamanca te rejonea con breves sombras angelicales”
Fray Luis de León, de Miguel Elías
Es un homenaje a la conversa con los libros, los autores sofocados ante saberes predestinados a dar conseja por milenios y a padecer contorsiones de un mismo cuerpo multiplicado como ecos de un ayer que parece hoy. Hay veces que la vida nos transfunde a las distancias más insólitas del tiempo y el espacio. El eterno retorno del que hablar toda la filosofía oriental y la occidental para no citar nombres que Wikipedia desgrana y desmenuza.
En definitiva, el poema es la palabra, la poesía ese encuentro con Dios, con el hombre y con la conciencia de cada intérprete del alma. Me he fustigado con estos poemas de Pérez Alencart recordando un viejo vino del Duero. Recordando los patios de ese refugio de poemas, poesía y poetas que es Salamanca. Hoy he abrevado de una cosecha de poemas con origen en Maldonado.
El poeta Juan Mares ante un Quijote de Miguel Elías que viajó a Costa Rica con el premiado Juan Carlos Olivas
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