La poeta María Sotomayor
Crear en Salamanca tiene a bien publicar la reseña escrita por Manuel Quiroga Clérigo en torno al último libro de María Sotomayor (Madrid, 1982), quien ha publicado los poemarios Estoy gritando, me conocí de esta manera (Canalla, 2013), segunda edición (autoeditada, 2015); La paciencia de los árboles (Letour1987, 2015) y Blanco y negro es animal (Ejemplar Único, 2016). En octubre de 2016 ganó el IX Premio de Poesía Joven Pablo García Baena por mayoría al libro Nieve antigua (La Bella Varsovia, 2017). Actualmente es editora, junto a Marcus Versus, de Harpo libros.
“NIEVE ANTIGUA”, IX PREMIO DE POESÍA JOVEN
“PABLO GARCÍA BAENA”
Y la nieve tal vez reciente o esta “Nieve antigua” (La Bella Varsovia, Madrid, 2017). María Sotomayor ha escrito un libro delicado, leve, elegante, casi etéreo, secreto: Como una cometa vuela libre, sin puntos ni comas, limitaciones. Tiene imágenes sencillas, vivas “Las mujeres de la tierra” (1ª parte) analiza sugestivas situaciones: “ALGÚN DÍA las mujeres de la tierra/alzarán sus vestidos blancos para enseñar/el idioma del pecho caído/sus rodillas pequeñas y redondas/sus amables manos de calmar”.
Vienen las confidencias, la naturaleza, presentidas caricias. Hombres, mujeres, niños, viento, la nieve transida en los escaparates, las playas, los abetos escondidos, disfrazados de luna, el frío; qué delicadeza el verso (“una niña cabe en un rosal”), rojos zapatos, “los valles extinguidos/en la estampida de cigüeñas antiguas”, intemperies, alguna soledad innominada. La poesía vaga por la infancia, los recuerdos, la madre, el frío, los panes del hogar, sendas, “y seremos verdaderamente mujeres de la tierra/y la palabra muerte nunca más será una rosa rota/clavada en un vestido blanco”. Ante el descolonizado universo de la belleza la realidad.
María Sotomayor es librera. En un local lleno de poesía y de apacibilidad: La Semillera, Librería & Jardín, Carranza 19, Madrid. La vida permanece en las estanterías. “El desierto blanco silba en la solapa de los hombres”, 2ª parte, tiene “niños manchados de tiza”, “nostalgia”. Hay soledad, miseria en las calles y portales cerrados. Aparecen las miradas, el deambular del ser humano en pos de los demás, de sí mismo: “lo importante es contemplar desde la ventana/a la chica de miradas amables”. Y los animales, las sombras que pueblan el éter y sus esquinas. “no hay pedazo de cielo más prometido/que el del mundo repleto de pisadas”. La reflexión puntiaguda, esforzada, mimosa.”HAY ROSALES con rosas escondidas dentro”. Y un tren tardío o una nube.
“Sacar los labios de los invernaderos”, 3º parte, es un clamor con Gelman por testigo (“ninguna otra cosa pasó”). Ciertamente “lleva años nevando sin que nadie lo sepa”. Va avanzando el poemario, repleto de significados y significantes, siendo la noticia de una alegría o el ribete de alguna angustia, despertando(nos) a la realidad. La madre como la tierra, como el amor (innombrado o dibujado).
La coeditora de Harpo Libros escribe, luego, “LAS MANOS DE LAS MUJERES de mi casa son suaves/tienen la fortaleza del vidrio…”, con la nieve apareciendo de nuevo y el valor de las féminas, portadoras de vida, seguramente, “después del milagro de las flores de hielo sobre su ceguera”. Y sin citarlo habla del sufrimiento de las mujeres, de la fuerza de la opresión, de la maldad (“rosas ahogadas que nunca supieron flotar”), del tiempo ido, de otras huellas:“al azar sin saberlo me han puesto a navegar en la flor de los almendros”. Definitivo.
María Sotomayor
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