La poeta Astrid Fugellie Gezan
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar una muestra de la poeta chilena de origen croata Astrid Fugellie Gezan (Punta Arenas, 1948). Estudió Educación de Párvulos en la Universidad de Chile, profesión que ejerce sin desligarse de la creación poética. Entre sus obras destacan: “Las jornadas del silencio” (1984); “Los círculos” (Ed. Ergo Sum, 1988, Premio Academia Chilena de la Lengua en 1989); “Dioses del sueño” (1991); “Los círculos” (2ª edición, Ed. La Trastienda) (1996); “Llaves para una maga” (1999); “La generación de las palomas” (2005), la cual contó con el apoyo del Fondo de Creación Literaria del Consejo Nacional del Libro y la Lectura; “Astrid Fugellie. Antología 40 años de poesía” (1965- 2007) (2008); “En off” (2010), “Libro del mal morir” (2015) y, El Faro, Quirófano al Noreste, 2016, Editorial Cuarto Propio. Actualmente se desempeña para el Sistema de Bibliotecas Públicas de la Ilustre Municipalidad de Providencia (Santiago de Chile), como evaluadora y jurado en el Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Es Miembro Correspondiente de la Académica Chilena de la Lengua por la Ciudad de Santiago y, Premio Academia de la Lengua 1989.
ESOS PÁJAROS NEGROS
Mis ojos corren lentas arboledas,
la memoria enciende secretos:
el pasado,
su figura.
Así,
esfuma, se mofa y esconde
la huída.
Furtivo,
tu cuerpo sorprende, y
emprende la pesadilla:-¡y esos
pájaros negros que no dejan de volar!
A un costado del alfeice, me
alzo, me hinco para inquirir des-
memorizada.
Sobra uno de tus ojos y,
uno de tus brazos des-
venado a la altura del izquierdo
codo:-¡ y esos pájaros negros que
no dejan de volar!
No son párpados,
no son cuencas, no
tu traje negro, no
tu ánimo enfermo, no
mi respirada en medio del
parque:-¡y esos pájaros negros que
no dejan de volar!
LA VIOLENTADA
Por la copa de la higuera la luna bruja
se asoma.
Por la higuera de la noche de las juanas
la luna bruja se destripa cae
se derrite en mi cuerpo.
Yazgo tendida salobre.
LA TRAICIÓN
a Jorge Teillier
La muerte danza en las encendidas
del apego:
– ¡Que no quiero verte!
– Déjame en el estío.
Cómplice de esa queja la ciudad antropófaga
muestra cielos encarnados:
– ¡Que no quiero verte!
– Déjame en el estío.
La calle, hasta el tope de abandonos,
amaranta en automóviles
y los fracasados vocean:
– ¡Que no quiero verte!
– Déjame en el estío.
Cuando la aurora muere
el desamparo hace ruinas a los dañados
de amor:
– ¡Que no quiero verte!
– Ya te he dicho que me dejes llorar
en el estío.
LA CUECA DE LOS SISTEMAS
entre palmada y palmada
viene cantando la tuerta
entre cuecas y pañuelos
viene bailando
viene bailando sí
yo te lo digo
que parece gozosa
de tanto abismo
de tanto abismo sí
quién lo diría
si es la sorda maldita
del globalismo
del globalismo sí
coja mafiosa
probemos un zapateado
en esta rosca
tiqui tiqui tí
tiqui tiqui tá
EL CARRUSEL
“Ha muerto un ruiseñor.
Pero no llores, / gira, caballo de la calesita.”
(Juan Gelman)
parque de lo breve, lo leve, un tiempo de
lluvias, un carrusel.
así, tablones giratorios huelen a pinos
y alucinantes revolotean, cantan, esos violines
del arroyo.
nuestras sombras se dirigen hacia el otro
lado del mundo, y cautivos rodamos, viramos.
es la intemperie, somos un reloj di-vagando en
las clausuras…
más tarde, echo de menos al carrusel,
recreo tan cerca del secreto de los nombres
como del misterio de los ritos, solaz, más
junto a los campanarios quebradizos, a la
llovizna bajo el cielo encarnado. Carrusel, ¡ay!,
pasatiempo de las llaves inabordables:-¡en un a-
brir y cerrar los ojos murió
la vida!
Otra imagen de Astrid Fugellie
EL PARQUE
Pensativa voy por el parque. Detrás, lento,
un hombre que nada sabe de mi. Frente al cami-
mino el hombre detrás lento. No le intereso
a pesar del atardecer tan receptivo. Durante mi
andada cuento historias; a nadie emociono. Du-
rante esas horas cuento al hombre, que no escu-
cha, cuan extraordinariamente muere mi cuerpo.
Mi paseo y ese hombre se malogran, inútil
seguir. Pensativa siento que pudimos ser criatu-
ras hermosas. Ahora, la monodia me sigue, y los
detalles me pierden, y los árboles me ocultan, y yo a-
tras de mi sombra, esa mancha.
EL TELEVISOR
le digo al televisor: nos comprendemos
bien, tú con las imágenes recién lavadas, yo
con mi silencio.
ambos nos apagamos, tú, con el frío de
la noche, yo, por el cansancio de mis ojos.
le digo al televisor: hoy nos entendemos
mejor que nunca, tú, con las noticias del
invierno, yo, con mi devastador aguaviento
y, en el anochecer, tu sombra y la mía
besándose, en el resplandor de la pantalla.
le digo al televisor: esta noche nos herma-
neamos, tú, con tus cadáveres delante de la
pared, y ese ruido casi dulce, yo, con mi
insomnio frente al ventanal, a punto de caer
junto a los goterones de la lluvia.
ANGELINA QUILLELEO
-Se me han endurecido las palabras, rezongó Angelina
Quilleleo.
Luego agregó, con la frente clavada en el confesionario:
-Cuando era moza podía hablar de los ojos de los árboles,
de los troncos llorosos de la luna,
de las caras de las tortillas madurando sobre el fogón.
Entonces los campesinos y el runrún de los Temus me decían:
-¡Qué bien cantas con palabras, Angelina Quilleleo!
-Un día, cuando en abril era junio, un mercader me refirió
la capital: “Es un hechizo, dijo: los edificios son espejos
encantados. En ellos puedes verte de cuerpo entero o al
revés, (con la cabeza pegada al pavimento y
los pies como perdidos en el cielo).
Además, no escasea la harina, ni la azúcar, ni la plata”.
-Me vine, pues, señor cura, susurró Angelina Quilleleo,
porque el Norte era la tierra de los elegidos.
-Pero no había azúcar, ni harina, ni plata y los edificios
me daban el mismo miedo que alguna vez me inspiraron
los chuchúes que habitaban en los cuentos de mi abuela
Fresia, que además de vieja y pobre, era sabia.
-Y así, las palabras se me enduraron y he debido hurtar
menestras a la mala muerte.
-Confieso que he pecado, sollozó Angelina Quilleleo.
La ventanilla del confesionario se abrió. El cura y la mujer
se miraron.
El cura, con visibles hilillos de sangre en la frente, dijo:
-Anda mujer, no hay penitencia.
RAULINA YAGÁN YAGÁN
Raulina Yagán Yagán, la última yámana de Tekenica y de Ukika, poblados de nutrias y sembraderos vecinos a la crueldad de las redes y el mar, murió un diez y siete de abril de mil novecientos ochenta y siete.
Raulina Yagán Yagán no dejó más descendencia que
uno que otro tejido a telar, que la infeliz hubo de
aprender para sobrevivir, porque el mínimo empleo
repelió su oficio de entrelazadora de canastos y
canoas en miniatura.
Y así, Raulina Yagán Yagán, la última yámana de
Tekenica y de Ukika subió a los cielos donde Pedro,
en nombre del Dios Padre Todo Poderoso la recibió:
—¿Tu nombre?
—Raulina Yagán Yagán, repuso la indígena con la
cabeza gacha, y luego agregó, Annu lalayala…
—¿Qué dices?, interrogó el Blanco Santo.
—¡Los he dejado!, ¡Ya los he dejado!, ¿Dónde puedo
encontrar a mi padre dios yámana?
—¿Tu dios padre yámana?, ¿Te refieres al dios padre
de los yaganes?, insistió algo desconcertado el bueno
de Pedro.
—¡Sí!, sisí, se esperanzó Raulina Yagán Yagán.
—Murió, Raulina, tu padre dios murió el diez y siete
de abril de mil novecientos ochenta y siete, en la tarde.
COMENTARIOS DE RAÚL ZURITA
Recorrer los ochos libros publicados hasta ahora por Astrid Fugellie, desde Poemas aparecido en Punta Arenas en 1966 cuando su autora tenía 17 años, hasta La generación de las palomas del 2005, es entrar en una de las poéticas más amplias y originales de la poesía chilena actual. Ella paulatinamente nos va revelando una cara del mundo en la cual la experiencia personal se funde a menudo con la historia y lo colectivo, en una suerte de confrontación permanente que va de lo cotidiano a lo religioso, del susurro a la profecía, de lo ancestral a lo presente, mostrándonos que aquello que entendemos por privado es también una dimensión de lo colectivo y que lo colectivo a su vez es un hecho íntimo, personal, que acaece en la soledad de nuestra experiencia. (Raúl Zurita, prólogo de Antología 40 años)
Los Círculos de Astrid Fugellie es uno de los grandes libros de la poesía chilena de las últimas décadas. Publicado en Chile en plena dictadura militar, las voces aquí nos recuerdan el origen oral de toda la poesía al mismo tiempo que, como Rulfo, como Faulkner, como Arguedas, recupera y construye un sonido, el del sur de América: de sus pueblos originarios, de sus soledades, de sus sometimientos, que para los nuevos lectores de poesía pasará también a ser una de sus patrias. Ese universo de palabras, de murmullos y conversaciones, le devuelven a la poesía la concretud de un espacio haciéndola parte de ese gran memorial del lenguaje donde los seres humanos recuperan la dignidad de sus palabras arrebatadas (Raúl Zurita).
Eugenio Montejo, Jacqueline Alencar, Alfredo Pérez Alencart, Pompeyo del Valle y Raúl Zurita
( Cumbre Poética Iberoamericana, Salamanca, 2005)
septiembre 5, 2017
Muy interesante tu página querida amiga! Me encantó leerte, eres grandiosa abrazos de luz