El escritor David Alizo
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar este comentario escrito por Alberto Hernández en torno a Mi querida muerte, obra póstuma del escritor venezolano David Alizo. Una novela donde las notas autobiográficas sirven para evocar, en una narración coral, la vida de la bohemia caraqueña pero desde el suspense del thriller. Pasiones y conflictos contados con ritmo ágil gracias a la pluma erudita de un gran escritor. David Alizo (1940-2008) escribió los volúmenes de cuentos Quorum (1967), Griterío (1968) y El rumor de los espejos(1984), así como las novelas Esta vida del diablo (1973), La segunda memoria (1998), Safo de mil amores (2005) y Nunca más Lili Marleen (2008), entre otras publicaciones. En dos oportunidades obtuvo la primera mención del Premio Municipal de Prosa y, en 1970, el primer lugar del Concurso Anual de Cuentos de El Nacional con su relato “Yo no sé cuántas cervezas en una noche”.
MI QUERIDA MUERTE, DE DAVID ALIZO
“¿Sirve la memoria para algo?”
David Alizo, pág. 72
1.-
En algún salto de la historia, la “obsesión pavorosa, terrorífica” de Agustín Niño hizo eclosión en el momento en que David Alizo comenzó a trazar las primeras líneas de su novela “Mi querida muerte”, publicada en Madrid (2018) por la caraqueña editorial Kalathos.
Y hago esta afirmación porque el personaje de su primera novela, “Esta vida del diablo” (Monte Ávila Editores, Caracas, 1973), tiene que ver con ese intertítulo en el que Alizo siempre estuvo asomado: “Tocando fondo”, especie de poética de sus personajes, los mismos que con él anduvieron por las calles de Caracas y eran recibidos por su gentileza en cualquier lugar del planeta donde su gestión diplomática, cultural o social lo encontrara. David Alizo es todos los personajes que respiran en todos sus escritos.
(Aquella generación siempre tocaba fondo y lo celebraba, hasta que el fondo descubrió los restos de una sociedad que hoy, este hoy, forma parte de tantos sueños trastocados).
Abundar en las calles a la caza de un libro, de una esquina, de una expresión, de una protesta. Fijar en la fotografía literaria los eventos de estos últimos años. Recibir el calor de la realidad mientras un país comienza a caerse a pedazos y dejar escrito lo que hoy, de nuevo este hoy terrible, sacude a toda una sociedad desnortada, inecuánime, dislocada, perdida en sus avenidas, ensueños y pesadillas. Esa poética de la muerte, la que se amista con el autor desde su propia muerte, porque David Alizo ha escrito una novela desde la muerte que un personaje, Luis Huitobro, recreó en un espejo y multiplicó coralmente en las voces que ahora hacen posible esta historia, la misma que comenzó con “Esta vida del diablo”, cruzó por las páginas de “La segunda memoria” (Monte Ávila Editores Latinoamericana, Colección Continentes, Caracas, 2009) y hasta por los cuentos de “El rumor de los espejos” (Editorial Fundarte, Cuaderno de Difusión N° 83, Caracas, 1983) y dejó asentado en algunos párrafos de “Nunca más Lili Marleen” (Bruguera, 2012), en esa memoria que siempre estuvo presente como título o como epígrafe o como revelación para suscitar en el lector el enganche con el país que lo vio nacer y morir.
Esa obsesión del personaje de Alizo (como actante sigue hablándonos) nos ha permitido conocer la narrativa de su existencia, que es la narrativa de un trozo de historia de un país que nunca ha tenido sentido histórico (o al menos no ha sido tan atento), que se nos ha presentado como un correlato en el que héroes, mártires y asesinos desayunan bajo la luna, que ha sido un naufragio desde su descubrimiento, que ha vivido de personajes portátiles en un territorio que siempre ha sido motivo para una novela contada desde la disipación o el bochinche, las utopías, los fracasos, demencias y desarreglos de nuestro espíritu como república. En ese pavor se instala la obra de David Alizo. Y cuando digo pavor me refiero a la presencia visual del precipicio, de la raya que anuncia la caída. Con “Mi querida muerte” el escritor trujillano nos dejó el anuncio, la marca caínica de lo que habría de ocurrir años después con el paisaje que él abandonó para siempre el 14 de noviembre de 2008.
2.-
Y así como el recién fallecido dirigente político e intelectual venezolano, Teodoro Petkoff, escribió sobre “Nunca más Lili Marleen” una brevedad lúcida, ésta que hoy nos convoca, igual nos somete al escrutinio de ser lo que somos envueltos por una “novela venezolana” que “esperaba una historia que conmoviera a los lectores de tal manera que no pudieran abandonar sus páginas hasta el punto final”.
Somos todos los personajes que hemos sido en esta novela. Hemos sido y somos. Se trata de la biografía de una generación. Todas las voces de una Venezuela que empezó a prefigurar su derrumbe y que se hizo páginas en una obra que desvela los rostros anónimos, íntimos y hasta geográficos de un momento que no ha terminado, que está en progreso, en ebullición. No es una novela para verla desde afuera. Es la novela de un adentro doloroso, fundido en la mascarada de la disipación social, en el juego de abalorios de sujetos que viven dentro de una burbuja, soñadores, utópicos, distópicos, alocados e invertebrados al concebirse como parte de un mapa que se borra con los días.
La novela nos lleva de la mano. Esos personajes, ese vocerío, el mismo que nos conmovió con “Esta vida del diablo” o con el deambular por La Urbe de “La segunda memoria”, suerte de bitácora que se repite como un club (Café Syrtaki) en “Mi querida muerte” y que se ampara en metáfora para redondear una poética, un desasosiego mundano y político en el que la muerte, esa señora en el espejo repetida en todas las mujeres trágicas de la obra póstuma de Alizo, se amontonan en la conciencia del lector convertido en víctima de una realidad que podría ser única, si tomamos en cuenta que la novela es también parte de la tragedia, de la obsesión que nos acuña el totalitarismo vernáculo.
3.-
“Mi querida muerte” dimana el instante en que alguien dispara contra un espejo y se “mata”. El instante de un desnudo, del cuerpo fugaz de una mujer en cueros. Un homicidio/ suicidio que contiene todas las muertes de las mujeres de un sujeto convertido en paradoja. Relato reflejo, alucinación social de un grupo que representa el momento de una ruptura y el comienzo de una gran confusión.
La memoria devenida cartas, simulacros, rumores y verdades.
Juan Carlos Brull lleva las riendas de la narración y como reflejo, narratario, especie de profusión esquizofrénica de la memoria, porque recordar, construir el pasado y hacerlo presente con el tufo del futuro que hemos dejado de ser (hasta el instante en que pongamos a un lado la abstinencia) atrae todas las voces posibles, hasta las que no están en el texto, que son las que incorpora el lector como personaje invitado.
La atmósfera envolventemente verbal de este relato de Alizo desliza anécdotas en las que personajes del mundo cultural venezolano se aproximan como duendes: la memoria atada a Salamanca y a la iguana amaestrada, referente que toca a “El techo de la ballena”, a Carlos Contramaestre. Igual un guiño a la República del Este, a Vicente Gerbasi, a la Venezuela de Sabana Grande que se hizo universal en España, Francia y otros países donde estuvo la mirada del novelista criollo. A ese Triángulo de las Bermudas transmutado en “segunda memoria”. El cuaderno de anotaciones “Chismes del Futuro” advierte nuestro devenir como país, esa madeja de situaciones sociales, políticas y económicas colectivas pero también íntimas.
“¿Sirve la memoria para algo?”, recorre la pregunta una respuesta a través de toda la novela. Es una memoria en la que cada personaje es un país, flujo y reflujo de las tantas anécdotas que nos han acontecido desde que Caracas y sus comarcas se convirtieron en país.
Muchas vidas, voces, el bullicio de una polis que se agregó al silencio de este hoy cuyo reflejo/muerte recorre las noches y los días de unos personajes que emergen más vivos que nunca.
Alberto Hernández
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