La poeta costarricense Marta Royo
Crear en Salamanca tiene el grato placer de publicar siete textos de la poeta Marta Royo (San José de Costa Rica, 1942), graduada en filología española y estudios clásicos por la Universidad de Costa Rica. Por un largo período fue profesora de Lengua española en el Liceo Rodrigo Facio. Ha publicado los poemarios, Recobrando la voz (1992), Frutos dormidos (2000), Espejos para Safo (2004), Tras el manto (2008) y Memoria de las palomas (2015). Con Frutos dormidos obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aquileo Echeverría. Formó parte de las poetas incluidas en la antología ‘Opera Prima’ (Madrid, España, 1997).
Portada de Memoria de las palomas
La selección de poemas ha sido hecha por A. P. Alencart, de “Memoria de las palomas” (Aire en el Agua Editores, Fundación Abbapalabra y Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, San Luis Potosí, México, 2015)
REMEMORO
Di la palabra perfecta
madre
la palabra que no terminó
en tus labios
la palabra
manantial
calor
Con esos tus otros ojos míralas
llévalas hasta tu casa
desnúdalas y deposítalas
sobre tu cama blanca
Porque fuiste su dueña
mientras tuviste tu cuerpo
y junto a mí también crecías
REGRESO
Reconocíamos el verano
y sus dioses
Extintos eran
esos días
sus señuelos
que seducen
Ciclo en la piel
vecino está el pulso
de la tierra
Bajo arbustos
enflaquecen
Solitarios caballos
INADVERTIDA
Debo andar de prisa
mi corazón se desprende
mis fantasmas
se consumen
Queda el sopor
del desierto
Mi camino vacío
REPETICIÓN
Hallé rosas con espinas
que pueden hacer saltar mi sangre
o mi destino
Sudaré fragancias
en el aposento designado a mí
Alguna vez se
presentará él
con sus llaves
para abrir mi puerta
ENCUENTRO
Durmió junto a mí
y se tendió bajo la ventana
Conoce cómo se doman las fieras
cómo esconderse de la lluvia
y desprender un fósil de niebla
No habla ni come
Lo hospedé como a las hojas
FUISTE
El profanador de mis oscuridades
El anunciado cuando nada existía
El tigre, el hacedor
Transfiguraste el tiempo. La soledad. La casa
Hoy no hallo una carta para navegar
La estrella se hundió
La flor de los vientos
COSTA
Tiembla el letrero
lo que se lleva el oleaje…
Socavado
como una ballena
con el arpón en su cuerpo
desapareces
Alex Piedras, Leonardo Martínez, Marta Miranda y Marta Royo
LAS VOCES DE MARTA ROYO. COMENTARIO
DE ÁLVARO MATA GUILLÉ
Libro Tras el manto (Aire en el Agua Editores)
¿Es necesaria la poesía –reflexionarla, leerla, hablar de ella–, son importantes las manifestaciones culturales –la danza, el teatro, los lenguajes– o sentarse a escribir, como lo hago, algunas líneas sobre un libro de poesía?
La historia de la escritura es antigua, pasa del aliento al sonido, del grito al canto y a los signos que recogen fragmentos del sonido hechos voz, que articulada cuenta las sensaciones, las imágenes y luego las experiencias, encontrándose primero en las cuevas, en los papiros hasta llegar al libro, es así como los cantos que envuelven el augurio, intentan develar el misterio que arropa el entorno y haciéndose historia.
A través del lenguaje, no sólo se describen las cosas o las exploramos, también se construye la tradición, la memoria que nos hacen que no retornemos a los inicios del caos, a la noche, donde convivíamos con la precariedad y el vaciamiento del entorno; en ese proceso de querer saber, de preguntarnos por las cosas, nacen los mitos que en un inicio no eran mitos, sino la escritura hecha imágenes de la percepción, relacionadas con el origen, ese aquí y ahora que ocurría sin llegar a saberse el por qué;
eran miedos que eran mitos representados en figuras de dioses, en ogros, jaguares o serpientes, vestidas con plumas de colibrí o cubiertas de pieles negras, a los que llamábamos sol, luna o río, que al murmurar transforma la opacidad de entorno en oráculo, las voces del bosque en ceremonia, el caer del trueno como un castigo que llega al rito.
Los cantos del Gilgamesh, las epopeyas de Homero o los relatos indígenas del sol atrapado por la luna, escondido en las entrañas de la tierra, no hacían más que recoger las iniciales explicaciones de un largo camino de indagación, que hacía del conocimiento una celebración, que transcurre desde la aparición de los homínidos, hasta llegar a los hombres del siglo XX, donde el sueño, el lugar de la noche, permitía que el allá estuviera en el aquí, asumiendo que veníamos del olvido para volver a él. Canto transformado en escritura, en claustro, en el sentir que se expresa en imagen y en el objeto de la reflexión: el pensar que al verse a sí mismo pregunta por entorno, atisbando en los márgenes de lo sagrado, hasta llegar a nuestra época donde la literatura ya no es un acto de la vivencia, sino una mercancía, en un contexto, donde se han perdido los vínculos.
En nuestra época, el arte deja de ser lugar de comunión y se adhiere a la monotonía del presente, a los nuevos fundamentalismos. Al igual que la época de los césares de Nerón y Calígula, no vivimos un periodo de renacimiento, sino de decadencia.
Pero en la poesía interactúa lo múltiple, lo plural, lo disidente, la posibilidad de ver otras cosas puesto que todo siempre es otra cosa. Fortalece la identidad, el sentido de la memoria, que al final de cuentas no es más que el conciliarnos con nosotros mismos, puesto que en el poema subyace la intimidad expuesta que se desvanece en los límites, reencuentra los significados, destruye las censuras, el deber ser que nos ata a la costumbre, a la convención, a la rutina que se apega a lo muerto;
en ese lugar nos reencontramos con el silencio, sintiendo entre los coloquios de su textura, nuestra piel y el cuerpo del otro que es el nuestro;
ahí se diluye la tiniebla, surge lo heterogéneo, se desvanece el entorno y las cosas pierden significado, para recobrarlo mirando de nuevo al vacío que no es vacío sino conciliación, rito de la mismidad que al palparse, vuelve a preguntar por el sentido de las cosas, de vivir, del nosotros.
Si tuviéramos que creer en algo, sobre todo en estos tiempos que acumulan escepticismo, miedos y frustración, me atrevería a decir que es en la poesía. Porque no hay poesía si no hay libertad, no hay poesía si no somos, si no somos libres: sin poesía, sin la relación con ese lugar más allá donde nos reencontramos, nuestro ser se empobrece y se derruye. Pero suele ocurrir que las sociedades estén atadas a sus traumas y sus complejos, a los espejismos que surgen de sus propios engaños, y sólo algunos intenten tocar su piel, mirar su cuerpo y dar forma a aquello que viene de la otra orilla , aquello, que acostumbrados al mutismo, ya no preguntamos. Es ahí donde me encuentro con algunos libros, con algunos escritores, uno de ellos: el libro de Marta Royo Tras el manto donde a través de sus imágenes, enfrenta a las voces que circulan como fantasmas, como olvidos, e intenta reconstruir su historia, recobrando las habitaciones en la lejanía de una casa que ya no existe y revive en el recuerdo de lo otro.
Desde ese lugar, donde se construyen sus poemas, retomamos el canto, canto que rompe con el ruido y el balbuceo del presente. Proceso de acercamiento que no termina, más bien, principia, porque el autor, al igual que nosotros, renace al encontrarse solo, pero para renacer, hay que volver a empezar –buscarse, huir, retornar– porque al final todo es rito, ceremonia.
Si hay libertad, hay poesía, si no hay poesía, la sociedad no es ella, es una mueca; es ahí, desde ese lugar de lo plural que confirmamos la importancia de la poesía y los poetas, cuando lo son: pero hablo de los poetas, de algunos pocos que lo intentan, como Marta Royo y su libro, que descubramos que la única salida, si es que la hay, que el único camino, si es que lo hay, es creer en nosotros mismo, en la posibilidad de rehacer la historia, de rehacernos, es decir, de ser libres.
Álvaro Mata, A. P. Alencart y Mario Alonso, en el Colegio Fonseca (foto de Jacqueline Alencar)
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