La escritora búlgara Maria Marinova
Crear en Salamanca se complace en publicar, en primicia, estos cuentos -traducidos por la destacada poeta búlgara Violeta Boncheva- escritos por María Marinova, quien nació en la ciudad de Dόbrich, aunque en la actualidad reside en Sandanski, Bulgaria. Trabajό como bibliotecaria en el colegio Yane Sandanski, de dicha ciudad. Desde hace años dirige talleres sobre literatura y teatro literatura y teatro, además de dirigir un grupo teatral. Es autora de 19 libros – 16 para niños y 3 para adultos. Tres de sus libros para niños obtuvieron galardones nacionales. En 2019 María Marinova fue galardonada con el XV Concurso Nacional de Literatura Infantil ‘Petya Karakoleva’, creado por la Unión de Escritores Búlgaros y Ayuntamiento de la ciudad de Kardzhali. Es autora de letras para canciones infantiles y para adultos, por la cuales ha recibido varios premios.
LAS GOTAS DE LA LLUVIA
Las gotas de la lluvia fueron hijas de la Reina de la lluvia. Ellas vivían en el Reino celeste. Un día, las princesas de la lluvia sintieron aroma de primavera. Estaban tan inspiradas y llenas de vitalidad que su mamá no pudo pararlas.
- ¡Id a sus cuartos nublados! ¿A dónde quieren ir? – murmuraba ella.
- ¡No podemos, mamá! ¡Queremos conocer al mundo! – se reían ellas y sus caras lucían de alegría.
- ¡Ah, mis inquietas gotitas! – susurraba la mamá, como si fuera muy seria.
Las princesas pusieron sobre sus cabezas coronas de plata, se agarraron mano a mano y se descendieron a la tierra. Volando se paraban sobre los alambres telegráficos, se volvían como acróbatas hábiles, se deslizaban por las hojas de los árboles, tocaban alegremente los vidrios de las ventanas y de las terrazas de las casas.
- ¡Totalmente locas! – gritaba contemplándolas la Reina de la lluvia. – ¡Al menos hagan algo útil!
- ¿Cuál? – preguntaron a la vez las gotas.
- ¡Váyanse a los campos sembrados y riéguenlos!
Las princesas de la lluvia se dirigieron hasta los campos vastos y las claras verdes. Brincaban con sus zapatillas de plata sobre la tierra, corrían por todas las partes, tiraban puñados de tierra.
Ayer, manchadas y cansadas, se regresaron a sus cuartos nublados.
El verano pasό. Vino el otoño. Las Princesas con más frecuencia visitaban la Tierra. Pero las hojas de los rboles cayeron y no tenían por dόnde resbalarse.
Las aves volaron al Sud. La Tierra parecía así como que era triste. Se entristecieron y las Princesas de la lluvia.
- Si era posible que suceda algún milagro… Y el mismo milagro si es posible, nos llevará por donde quiera… O si se puede cambiarnos ¡Está muy aburrido! – murmuraron las Princesas de la lluvia, hasta que volaban por el aire. Y de pronto…un viento fuerte los girό así, como si es alguna espiral.
- ¡Ah, ah, ah! – comenzaron a gritar las Princesas de la lluvia y agarraron sus manos, para que no pudieran volar por las direcciones diferentes. En un momento se oyό una voz:
- No tengan miedo, yo soy el Príncipe de la nieve… ¿Verdad que quieren que se suceda algo exclusivo? Mírense ahora.
Las Princesas de la lluvia se miraron y no podían creer.
- ¡Santa Madre, qué guapa eres! ¡Qué vestido blanco y lujoso tienes! ¡Todo tu aspecto brilla!
- ¡Y tú!
- ¡Y tú!
- ¡Nosotras somos copos de nieve! – gritaban las Princesas de la lluvia.
- ¡ Venid conmigo! – las invitό el Príncipe Invernal.
- ¿A dónde vamos a ir? – preguntaban las Princesas muy aturdidas.
- – ¡Vuelven, vuelven!
- ¿Nos estás desviando?
- No, no… ¡No tengan miedo! Iremos a la cima que se ve delante de nosotros Hoy allí comienza el primer baile nevado.
Cuando llegaron, las Princesas vieron que la sala de la cima montañosa era blanqueada, polvoreada con los primeros copos de nieve , que vinieron.
Todo el día bailaban, se contemplaban, se alegraban.
- ¿Hasta cuándo seguiremos estar como copos de nieve?
Entonces el Príncipe Invernal contestό:
- Cálmense, por favor, – dijo él – hasta la primavera.
- ¿Y de nuevo nos convertiremos en las gotas de lluvia? – a la vez exclamaron todas.
- Claro que si – dijo el Príncipe y una sonrisa apareció sobre sus labios.
- ¡Bueno! – comenzaron a girarse todas por el aire, empezaron a bailar tiernamente, fantásticamente – sόlo como ellas pueden.
Más bajo, en los poblados, la gente cubierta con chales, calada de gorros, se encontraba sonriéndose y se saludaba:
- ¡Feliz nieve primera! ¡Feliz nieve primera!
LA PRINCESA INVERNAL
Muy lejos, al Norte, la Reina Invernal dió a luz a una princesa, a quien llamó Princesa Invernal. La niña crecía admirablemente hermosa, pero de pequeña tenía un carácter rebelde. Ella hacía ruidos, se enojaba sin motivos y riéndose – comenzaba a llorar largamente, sin consuelo. Por eso, afuera de vez en cuando nevaba o lluvia de aguacero. ¨No es normal que llueva tanto por esta temporada fría, comentaba la gente.
Cuando creció, lista de casarse, la Princesa ya era famosa por su carácter extraordinario. Pocos de los príncipes estaban candidatos de novios. Ella también era enojada consigo, pero no podía cambiarse.
Lo extraño era que hasta la Princesa llenaba cubos de lágrimas, no sucedía nada. Sόlo alguien estaba jugando por el viento y el aire se cambiaba – frío y transparente. Se volvía en un torbellino encima del lugar, donde cayeron las lágrimas de la Princesa y lo convertía en un espejo. Todo el castillo de nieve brillaba así, como brillan muchos espejos.
- ¿Quién eres tú? ¿Dónde estás? – se preguntaba la Princesa Invernal y se fijaba para ver quién sopla así para convertir sus lágrimas en espejo.
- Cuando estás enojada – tu belleza se palidece – escuchaba una voz que venía del espejo.
- ¡Lo sé! – respondía irritablemente la Princesa. – siguiendo llenar las calles y los patios de espejos.
- Pero, algunos príncipes de los diferentes reinos lejanos y cercanos, osaban ser candidatos de su mano.
Algún día vino el Príncipe de Torbellino. Él demostró su habilidad, quebrando ramas, arrastrando arboles y amontonar nieve. Pero cuando vio la cara disgustada de la Princesa Invernal, comprendió que no hay ninguna oportunidad y dijo a sí mismo:
- Tengo que irme pronto de aquí – y se fue, como si fuera huracán.
- ¡Ah! – se mirό la Princesa Invernal en el espejo y comenzó a llorar.
Vino para probar su suerte y el Príncipe del Sol.
- Vete feliz – le dijo la Princesa Invernal . – Tú y yo somos como dos polos distintos. No podemos soportarnos.
Apareciό inesperadamente el Príncipe de los Truenos. Empezό a pegar las nubes con sus palmas grandes, después empezό a empujarlas unas a otras y el mundo vio cόmo se pueden crear truenos y relámpagos.
- ¡Que te vayas lejos de mí! – lo expulsό la Princesa Invernal. Durante mi temporada no quiero escuchar truenos, los que no soporto.
Enfadada se sentό delante de un espejo, mirό a su aspecto desesperado y corrió al patio del castillo.
- ¡Nunca me casaré! ¡Jamás! No encontraré un novio más apropiado para mí. Hasta el momento nadie me cayό bien… Quiero una persona tranquila, fría y fuerte, un príncipe digno. ¿Dónde está? ¿Dónde está él?
Se entristeció la Princesa, al punto de llorar. Delante de ella se posicionό en el aire una blanca calesa de hielo.
- ¡Madre mía! – exclamό la Princesa Invernal, como es en el mismo cuento…
Delante sus ojos apareció un mozo que brillaba de candor y belleza.
- – ¡Hola! Soy el Príncipe del Invierno – se presentό él.
La Princesa Invernal se quedό sin palabras, muy sorprendida. Su vista primera se llenό de amor.
- ¿Los espejos míos son esculpidos por ti? – logrό decir la Princesa Invernal.
- ¡No llores más! – limpió sus lágrimas él. – No necesitamos de más espejos.
Desde ese día la Princesa Invernal nunca más llorό.
Silenciosamente, tranquilamente polvoreaba la nieve y el Príncipe Invernal la detenía con su aliento – fresco y de hielo. Se completaba totalmente.
- ¡Esto es un invierno verdadero! – exclamaba la gente.
La tierra parecía a un cuento fabuloso – muy blanca y fría. Todo era nevado y hermoso, como el amor tranquilo y bello entre la Princesa Invernal y el Príncipe del Invierno, cuyos corazones se juntaron para siempre.
AVENTURA PRIMAVERAL
Se quedaron algunos minutos hasta la llegada de la Primavera. Todos miraban sus relojes sin paciencia por el encuentro. Además la gente se desvistió, quitό sus abrigos invernales y los colgó en los roperos. Las flores estaban florecidas de alegría. Quisieron mostrar sus pétalos más hermosos a la invitada. El aire olía a aroma de pinos ¡ojalá le guste!
En la hora exacta, todos vieron como la Primavera con andar impresionante y vestido de gala, atravesó las agujas del reloj. Pero nadie notό que detrás de una de las agujas se escondió el pequeño Viento Invernal, uno de los hijos del Invierno.
- Me quedaré a ver por qué aman tanto la Primavera y que hace ella por exacto…
La Primavera reposό sobre la colina y después se dirigió al huerto frutal, lo que estaba cerca. Saludό a las ramas florecidas de los árboles y las acariciό con su aliento caliente. Los animό que dieran frutas más maduras y jugosas.
Escondiéndose detrás los arbustos de la cerca, el Viento Invernal se preguntaba a sí mismo:
- ¿Qué les ha dicho? Debo ver que harán.
Se acurrucό en una cueva y allí se quedό toda la noche.
El siguiente día exclamό sorprendido. Todo el huerto frutal estaba coloreado de rosa.
- ¡Ah, qué de historias! ¿No los gusta nuestra cubierta de nieve? Bueno, ahora veréis que puede hacer el hijo del invierno…
Durante la próxima noche el Viento Invernal se mirό con cien ojos, para no lo vea alguien y pasό en secreto hasta el huerto frutal. Respirό profundamente y soplό una corriente de aire más frío encima de los árboles frutales.
Cuando amaneció, la gente tuvo una mirada desesperada: los pétalos estaban caídos, las ramas estaban escarchadas.
- ¡Todo esto lo hizo el Frío! Pensábamos que se había ido – se despertó el Sol, preparándose para calentar a los árboles.
El Viento Pequeño Invernal frotό contento sus manos heladas y volό por las huellas de la Primavera. La notό en la extremidad del bosque, sobre de la punta de un álamo, a lo largo del podrido nido de cigüeñas. La Primavera secaba con su aliento el nido y cubría de verde las ramas del álamo.
La Primavera acabό con sus ocupaciones y el Viento Invernal escuchό ruido de alas. Se volvió y vio dos aves blancas con picos rojos y patas largas que se encaramaron cerca.
- ¿Qué es esto? – se preguntό a sí mismo, porque hasta el momento conocía sόlo a los gorriones.
- ¡Bienvenidos, cigüeñas, las esperaba! – los saludό la Primavera.
Todo el día las cigüeñas llevaban hierba a sus nidos. Al final se acostaron por dentro y mucho tiempo no salían. El Viento Invernal era muy curioso por saber que hacían ellas y por eso esperaba tranquilamente. Cuando las cigüeñas salieron de su nido por poco tiempo, él se subió por las ramas del árbol y dio un vistazo dentro del nido. Vio dos bolas redondas y blancas. Las empujό a la izquierda, después a la derecha y al final las colgó por su aliento helado. No pudo destrozar el nido, porque las cigüeñas regresaron. El Viento Pequeño Invernal se salvό de sus largos picos. De lejos sόlo oyό un ruido alarmado.
- ¡Ja-ja-ja! – se riό él y empezó a buscar la Primavera por su mirada.
Esta vez la encontró a lo largo de un arroyo con cabellos aflojados, los que había bañado.
- ¡Vendrás que va a estar! – lo amenazό el Viento Invernal Pequeño, se acercό al arroyo. Tendiό la mano y la puso en el agua.
- ¡Ah, ah, ah! – comenzó a gritar el Viento Invernal. – ¡Tú me abrasaste, me vas a derretir! – se dirigió él al arroyo, porque era caliente de verdad.
- ¡No me digas! – se burlό el Arroyo – ¿Por qué te metes en las cosas primaverales?
- Voy a meterme por donde quiera ¿comprendiste? – se descarό el Viento Invernal. – ¡Anda, agárrame!
Y el Viento Invernal corrió sin dirección concreta. Y se impactό con alguien inesperadamente.
- ¡Mira dόnde estás! – agarrό el Rayo del Sol. – Ven aquí, para preguntarte algo: ¿Cómo es posible mostrar tu fuerza por este modo, congelando los pétalos de las flores?
- No, no era yo – probό salvarse el Viento Invernal y de pronto mordió el Rayo del Sol.
- ¿Cómo puedes morderme? – se enfadό el hijo del Sol y lo envolvió como un manojo con su cuerda de oro.
- ¡Vete, se terminό tu tiempo aquí! – se recuperaron los arboles.
- ¡Dámelo a mí, para calentarlo bien! – gritό el Arroyo Caliente.
- ¡No, no, sόlo allí – no! – empezó a llorar el Viento Invernal Pequeño.
- ¡Vamos a convertirlo en una rana! – ofrecieron las cigüeñas enojadas.
En ese mismo momento llegό la Primavera.
- ¡Déjalo en paz! Que se vaya a su estación. El invierno está en otro lado del mundo, pero él falta todavía. Todos lo esperan. Él vaga por aquí – dijo ella.
- Sí, sí, todos me esperan ¡suéltenme! ¡Me voy inmediatamente! – se quejaba el Viento Invernal Pequeño.
- Cada uno esta obligado a ejecutar sus obligaciones ¿me comprendes? – dijo el Rayo del Sol y desamarrό a los otros rayos, los que usaba como sogas.
- ¡Y cada rana debe conocer su charco! – dijeron las cigüeñas.
- ¡Bien, bien! Yo por pura curiosidad – probό a disculparse el Viento Invernal Pequeño.
- Cuando alguien está observando cualquier curiosidad – puede sόlo mirar ¡hiciste tantos desastres!
- Sí, tiene razón, es así – doblό su nariz mojada el Viento Invernal Pequeño. ¡Gracias por perdonarme, no me voy hacer desastres otra vez ¡basta!
- ¡Desaparécete! Podemos repensar tu conducta – dijeron todos en una voz.
El Viento Invernal Pequeño se apresurό a saltar por otro lado de la aguja del reloj.
LA BRISA SOPLANTE
La Brisa Soplante vio las nubes pequeñas y negras y se dirigió a correr hacia ellas.
- ¡Vamos a jugar a la persecución! – ofreció él. ¡Las agarré, las agarré!
Corría la Brisa Soplante entre las nubes pequeñas y en un momento vio que alrededor de él no quedό ni una nube.
- ¡Que! ¿Dónde estáis? – mirό con cien ojos todo el alrededor la Brisa Soplante. – ¡No quieren jugar conmigo! – doblό su cabeza tristemente y se regresό a la Tierra. Se acurrucό en una cueva pequeña de la montaña.
El Sol comenzó a calentar la naturaleza y echό una mirada por la grieta, que noto. La Brisa Soplante cerrό uno de sus ojos, después el otro, luego los dos y se adormeció reposando. No sentía ganas de hacer cualquier cosa. Por eso alrededor era silencioso.
En un momento sus orejas atraparon un tierno silbo. La Brisa Soplante primero abrió su ojo izquierdo, luego su ojo derecho y se fijό, escuchando la música. No, no soñaba. Se derramaba una melodía alegre y bailable.
La Brisa Soplante se moviό, se alzό, se contoneό, se mostrό afuera y echό un vistazo hacia la clara. De allí venía la melodía.
- Si – dijo él a sí mismo. – Pensaba lo mismo. El grillo se pone a silbar. La Brisa Soplante se fijό y vio a los animales agarrados por sus manos, bailando un jorό esbelto.
- ¡E-ja, i-ju! Gritaba la Ardilla.
- ¡U-ja, u-ju! – empezό a torcer su bigote crecido el Conejo.
- ¡Jop-pa! ¡Jop-pa! – tocaba la tierra con sus patas el oso.
De pronto empezό a bailar el corazoncito de la Brisa Soplante.
- ¡Me voy por abajo, para alegrarme! – resolvió la situación él y se echό a correr. Hinchό sus cachetes y comenzó a silbar – alegre y bromista.
Silbaba y saltaba de un árbol a otro, de una piedra a otra, se deslizaba por la ladera y se giraba entre las hierbas.
- ¡Voy, voy! – gritaba él, cuando comenzó a acercarse a la clara. – ¡Espérenme, quiero bailar jorό!
Brincaba la Brisa Soplante, se volvía, silbando de alegría. Los animales miraban con interés, pero en un momento se desagarraron del jorό y se dispersaron en direcciones diferentes. El Grillo también se apresurό a esconderse en su casita.
- ¡Ah! ¿Qué pasa? ¿Por qué vais a irse? – miraba la Brisa Soplante detrás de ellos y no comprendía nada.
- ¡Nadie quiere bailar conmigo! ¡Nadie! – se entristeció la Brisa Soplante y se sentό en las faldas de un tronco viejo. De pronto se escuchό un lloro.
- ¿Por qué lloras? – se fijό sobre una hoja, totalmente mojada de lágrimas.
- Porque quiero ser bailarina, pero no me puedo ejercitar…
- ¿Y por qué no puedes ejercitar? – la preguntό la Brisa Soplante.
- Porque no hay música y sin música no me siento inspirada. Por eso, no es posible alzarme por arriba – sollozό la hoja.
- ¿Verdad? – reflexionό inmediatamente la Brisa Soplante. – No llores, yo te voy a ayudar.
Despuѐs la Brisa Soplante hinchό los cachetes, se alzό y se puso a silbar una melodía más tierna – silenciosamente y sentimental.
La hoja prestό oído, se alzό de la tierra temblando, hizo algunos movimientos y levitό por arriba. Volaba por el aire elegantemente, luego empezό a rodarse vertigiosamente, después se descendió por abajo, hacia la tierra, se alzό por arriba y una vez más repitiό los movimientos.
Era la danza más hermosa que la Brisa Soplante había visto.
- ¡Tú serás la bailarina más admirable! – susurraba la Brisa Soplante – y yo te voy a ayudar con gran placer.
Después, la Brisa Soplante elegantemente agarrό la mano de la hoja y los dos se echaron por el espacio llevados de la magia dulce de la danza.
Por eso, niños, si vosotros veis como alguna hoja vaga y estremece por el aire, entonces que sepáis que la Brisa Soplante está allí y silba. Mírenla y complázcanse a su danza.
LOS HIJOS DEL SOL
El Rey del Sol tenía un millόn de hijos. Ellos tenían caballos de oro – grandes, pequeños y todos sonrientes.
Cuando el Frío se escondió detrás de la colina, el Sol ayudό al Verano y se subió detrás del horizonte y soltό a sus hijos a libertad.
- ¡Corred a jugar!
Los chiquillos se apuntaban con sus arcos por el aire, se deslizaban con sus cordones de elástico transparentes hasta la Tierra. Enviaban, bromistas, conejitos a los ojos de los niños, echaban vistazo en las miradas enojadas de los adultos, se zambullían por el agua transparente de arroyos y ríos. Durante todo el día los príncipes del Sol jugaban a perseguirse, loqueaban por las calles y colinas y el Rey del Sol apenas lograba recogerlos.
Cansados y hartos de sus juegos, los niños dormían dulce y profundamente. A los todos les gustaba estar en la Tierra. Además, la gente los amaba. Los encontraban sonrientes y les hablaban cariñosos.
- ¡Ah, dulces y de oro, calientes y encantadores! – decía la gente y permitía a los príncipes acariciar su cara y sus cabellos.
Los ríos y los lagos también se sentían contentos.
- ¡Justo! – hacían glo – glo. – Que vengan cada día. Sentimos más felicidad que vosotros.
Mucho más emocionado era el Mar. Sus alas azules brillaban de alegría. Él hacía olas por su pelo y las arrojaba locamente. Y se reía, reía… hasta que se aparecía la espuma blanca sobre su boca.
Los Príncipes del Sol escuchaban sonrientes y se afanaban ser más agradables.
Vino agosto y ellos comenzaron a calentar demasiado fuerte.
- Vamos a empezar una competencia entre nosotros. Ėl que logre calentar intensamente el aire – ganará – ofreció uno de ellos.
- Bien – acordaron
Se esforzaron los Príncipes del Sol, alargaron sus cuellos delgados y de oro y el aire se calentó hasta tan grado en mediodía que la gente comenzó a perder el sentido, andando por las calles.
Las ambulancias como si volaran, como los doctores. Y algún día, acalorados por la persecución, los Príncipes del Sol incendiaron un terreno sembrado de grano. Los bomberos apagaron apenas el mismo campo.
Otra vez, sudorosos y con mucha sed, pusieron sus labios en los ríos y arroyos y los secaron hasta el fondo.
La gente que los amaba y esperaba antes, empezaron a esconderse de ellos y se cerraron por mucho tiempo en sus cuartos. Incluso no iban a la playa al mediodía.
Así siguió el verano.
Oyό el Sol de los desastres de sus príncipes:
- Debo ponerlos en cintura – se dijo a sí mismo.
Y empezό a castigarlos con una prohibición, que duraba algunos días. Era prohibido salir del reino celeste.
- ¿Qué hacéis vosotros? – se enfadaba el Rey – cuanto más libertad le doy – tanto más desastres hacéis. Yo les cree para construir , no para destruir al mundo.
Los Príncipes del Sol se quedaron callados y confundidos, pero seguían de vez en cuando haciendo desastres.
- Bueno, entonces vosotros vais a salir solo de vez en cuando. ¡Que sepáis que los observo! – los amenazό su padre.
Se asustaron los Príncipes del Sol y se tranquilizaron más o menos. Jugaban silenciosamente, no se acaloraban tanto.
Y en aquel momento se hizo el Otoño en la Tierra.
Después de poco tiempo, ellos dejaron de bajar a la Tierra. Y solo desde arriba tocaron las cimas de las montañas, las gentes y las flores.
Y vino el Invierno.
- ¡Tranquilo! Cada cosa tiene su medida. Creo que el próximo verano seréis más razonables – decía el Rey del Sol a sus hijos y con cuidado los cobijaba con una cobija celeste.
LAS AVENTURAS DEL BRILLO SOLAR
- ¡Oye, pequeño! ¡Ven aquí, siéntate a la mesa! – llamό la mamá a su hijo y cuando vio que él se demoraba, echό un vistazo por los cuartos – Dios mío ¿dόnde está?
Saliό afuera. No estaba allí. Corriό hasta la acera y notό que se alejaba por la calle larga. Lo alcanzό y lo tomό entre sus brazos.
- ¡No lo hagas otra vez! ¡Nunca salgas solo de la casa! ¿Me oíste? – besaba la mamá a su fugitivo.
- Voy a ver el avión de mi papá. Me subiré primero y después lo voy a levantar hasta el cielo ¡como mi padre!
- ¿Verdad? Pienso que para ti es muy temprano todavía – acariciaba la mamá los cabellos del niño – rizados y rubios.
- No, yo creí ¡mírame! – puso sus manos por arriba el niño.
- Sí, sí, veo ¡bien crecido! – lo abrazaba la mamá.
- ¿Quieres que te cuente una historia? – preguntό ella, mientras caminaban a su casa.
- ¿De qué se trata?
- Se trata del Brillo Solar…
- ¡Quiero! – se alegrό el niño.
- Algún tiempo atrás había pocos tamaños el Sol Enorme – como un grano, igual que tú – comenzó a contar la madre. Había querido crecer rápidamente. Su sueño era esconderse para que lo busquen todos. Y al final, cuando lo encontraron en cualquier ángulo del espacio, el Brillo Solar se reía mucho por placer.
- Pero, alguna vez…
- ¿Qué? – bajό su voz el muchacho.
- – Una vez, en el tiempo de amanecer, sin nadie sentirlo, el Brillo Solar salió de la cueva que se encontraba entre la tierra y el cielo. “Yo crecí bastante”- pensaba él. – “Me subiré por allí, exacto en el medio del horizonte y entonces iluminaré toda la tierra. Todos verán que puedo alumbrar al mundo.”
Muy pronto la cueva se quedό detrás de su espalda. Inesperadamente apareció de frente una alta y sin fin colina.
- ¡Qué desgracia! – se lamentó él. – ¿Qué haré ahora?
Apenas logrό a despegarse de las espinas y todo rasgado siguiό por arriba hacia la cima de la ladera. Traspasό piedras y troncos preguntándose:
- ¿Está tan lejos y no podía llegar hasta ahora?
Vio un arroyo pequeño, mojό su cabeza, despuѐs tomό agua hasta hartarse.
Bruscamente, delante de él, iluminaban los ojos de … un lobo. El Brillo Solar se clavό todo asustado, sin poder moverse.
- ¡Ah, quѐ pequeño pan de molde amarillo! – dijo el Lobo – Como si me sintiera hambriento, voy a comerlo…
Probando zamparlo, el Lobo sintiό un desencanto, porque el Brillo Solar se derribό y se descabullo entre los árboles. Sintiendo coraje, mostrό su cabeza y comenzó a gritar:
- ¡No soy ningún pan de molde! ¿Está claro? Yo soy sol y pronto iluminaré del encima, punto del cielo.
- ¡Ah! – se reía el Lobo. –¡ Me asustaste, granito pequeño!
- Pero, cuando te chamusque y queme tu pelaje ¡entonces vendrás! – dijo en tono el Brillo Solar.
- Anda ¡ven! – se dirigió el Lobo hacia él y nuestro héroe huyó de inmediato.
Caminaba el pequeño, sin saber a dόnde. Además, empezό a llover. Se resbalaba por la ladera muchas veces. Todo cubierto de barro y herido, vio la Zorra delante de él, la que se lanzό de los arbustos.
- ¡Ah! – se sorprendió ella – ¡qué sabroso trozo de queso! – ¡Ven, ven querido!
Se asusto el Brillo Solar y se escondió detrás un tronco gordo.
- ¡Cόmo no! No soy trozo de queso ¡soy sol! Puedo quemar tu cola despeinada ¿me comprendiste? – como si disparara con palabras de ahí el Brillo Solar y sin esperar respuesta, corrió rápidamente de su puesto.
Corría nuestro héroe llorando y no sabía – a lo mejor por puro susto o de sentirse ofendido, por no reconocerlo como un verdadero sol.
Cuando comprendió que no hay más peligro, respirό profundamente y vio cerca un arroyo: “Ya pasé por aquí… ¡Santa Madre! Me giro en círculo…
Se doblό para tomar algunos tragos de agua y vio su imagen, se preguntό a sí mismo: ¿De verdad parezco a un grano?”
- Si, así es – respondió el arroyo pequeño. – Vete a tu casa, a lo mejor tus padres te buscan.
- Si, me voy, pero no conozco el camino ¡me perdí! – lloraba el Brillo Solar.
- Camina por abajo, a lo largo de mí – explicό el arroyo.
Caminaba el Brillo Solar desesperado y cansado. En un momento oyó la voz de alguien que gritaba.
- ¡Soooool, soooool!
¡Si! De verdad alguien llamaba su nombre. Poco tiempo después, nuestro protagonista se encontró entre los brazos de sus seres queridos.
- ¡Abuela, abuelita! – sollozό el pequeñito sol. – Yo sόlo quise subirme al cielo y quise alumbrar la tierra, como un sol verdadero.
- ¡Mi lindo! – lo acariciaba su abuela. – Todavía estás una pequeña estrella. Hace falta pasar por muchos cumpleaños, hace falta soplar muchas velas y cuando crezcas – comenzarás iluminar por completo brillantemente… Apenas entonces te convertirás en un sol de oro.
La madre se hizo silenciosa.
- ¿Qué? – le llamό el niño.
- Todo esto es un cuento para los niños, mi querido…
Cuando el Brillo Solar había crecido, cumplió su sueño. Y hoy todos nos vemos que es un Sol Grande.
- Y yo, como el sol, estoy todavía pequeño ¿verdad? No tengo que salir afuera solito, para que no me pase algo malo. Y algún día, cuando crezca…
- Cuando crezcas, si sientes que tienes el mismo deseo…
- Seré un piloto, como mi padre…
La madre apretó mas fuerte a su hijito hasta su pecho, contenta por entender que su hijo ya sabe la conclusión de la lección del cuento para niños.
¿Y vosotros, niños?
La poeta y traductora búlgara Violeta Boncheva
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.