Alfonso Berlanga
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar este comentario escrito por José María Merino (La Coruña, 5 de marzo de 1941- ). Escritor y académico español. Pasa su infancia y adolescencia en León. Estudia Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y oposita para el Ministerio de Educación. Colabora con la UNESCO en proyectos para Hispanoamérica. Dirige entre 1987-1989 el Centro de las Letras Españolas del Ministerio de Cultura. Desde 1996 se dedica sólo a la literatura. Como escritor, se inicia en la poesía, pero termina escribiendo novelas y cuentos, siendo de este género principal representante en España, teniendo un componente fantástico en la mayoría de sus relatos. También ha publicado narrativa infantil y juvenil y literatura de viajes. Junto con Juan Pedro Aparicio y Luis Mateo Díez escribe con el apócrifo común de Sabino Ordás. José María Merino también se dedica a la crítica literaria, escribe artículos en las revistas Leer y Revista de Libros, el periódico El País, entre otros, y es prologuista y antólogo de diferentes autores. Asiste a congresos y conferencias sobre literatura, en España y en el extranjero. Desde abril de 2009, es académico de número de la Real Academia Española.
‘LUZ Y CAL’. DE ALFONSO BERLANGA
No es raro que, todavía en nuestros tiempos, se tenga una idea de la poesía como simple fruto de una súbita intuición que solamente necesita materializarse directamente para completar toda su sustancia. Idea que ignora el verdadero proceso de la creación poética, donde a partir de la intuición, o de la inspiración, por utilizar un término clásico, se requiere la complejidad creativa que corresponde a otros géneros literarios, e incluso a la ciencia.
Alfonso Berlanga, pedagogo, ensayista, antólogo, relacionado durante muchos años con la cultura tanto en el plano nacional como en el internacional, es creador de una poesía de madurez, pues publicó su primer libro, Son Aymará, en 2016, y el segundo, La casa de la Almedina, en 2017, y muestra claramente en su obra que la buena poesía, nacida en efecto de cierta iluminación, necesita para consolidar su forma no solo intuición, sino también reflexión y planteamientos materiales de diverso tipo a partir de un tema, es decir una estructura que dé sentido al conjunto.
En Luz y cal, Alfonso Berlanga ha elegido un tema singular, el de la luz en su expansión y en su interrupción, de enorme fuerza simbólica y metafórica.
Los mitos y arquetipos relacionados con la luz son muy sólidos y variados: el Ra y el Akenaton egipcios, el Inti que hizo a los incas “hijos del sol”, el dios solar Itzamná, que iluminó a los mayas, Helios y Apolo en la cultura griega, el Sol invictus de la Roma más antigua…demuestran que la devoción por la luz es milenaria en la cultura humana, lo que no puede extrañarnos, si consideramos que la luz solar es un elemento sustantivo para la vida de nuestra especie y de la inmensa mayoría de las especies…
A partir pues del tema de la luz, Alfonso Berlanga construye su poemario, a través de un léxico muy bien escogido, en continuo juego metafórico y con un profundo simbolismo, y sin abandonar otro de los aspectos necesarios para la poesía, sea de la época que sea, que es su melodía…Con mucha destreza métrica, nuestro autor hace continuos guiños a la armonía clásica -heptasílabos, endecasílabos…- siempre en las pautas de la estricta modernidad.
Su estructura viene a completar este libro modélico: una primera parte titulada LUZ, una segunda titulada CAL, y entre ambas, contrapuestas, un intermedio que mira a las dos. Hay que señalar que el libro, mostrando desde el inicio su propósito integrador, totalizador, presenta tres citas previas: de José Ángel Valente, de Juan Ramón Jiménez y de Blas de Otero, poetas muy diferentes en sus preocupaciones estéticas y sociales. Y es que desde tal percepción ha planteado Alfonso Berlanga su libro, fruto sin duda de una honda reflexión y de un trabajo meticuloso: mientras que LUZ se refiere a la sustancia cósmica, a la emoción personal, a la mirada individual, CAL se apoya en el compromiso humano, en la perspectiva social. En la historia de nuestra poesía, un planteamiento realmente novedoso.
LUZ comprende veinticuatro poemas, cada uno de ellos con un título que incluye el término – Absoluta blancaluz, Inasible luz, La luz que te cubre, Sin luz en los crepúsculos, Encadenada luz….- y el poemario se va desarrollando a partir de la “total blancura”, preguntándose “¿de dónde sale esa luz?”; refiriéndose a “la luciérnaga vida que me ata a ti”; hablando de la luz del amor –hay que destacar que el sujeto receptivo de los poemas amorosos tiene a la vez un sentido individual y universal-; considerando la luz del amor, la luz como esencia de la vida, los “colores de la luz”, la luz como tiempo al que el poeta se reintegra, “la luz dormida entre las manos” –el sentido del existir- , la luz que hay “más allá de la luz”, o hablando del deseo de “poseer la luz”, que sobrepasa la condición mortal; intentando compaginar el tú amoroso con el misterio de la luz; hablando de la luz en el tú y sus variaciones, o de la luz como tiempo de la vida, o de la luz como “sur” –en un bello homenaje metafórico-. Nos hablará también “del vivir al perder la luz”, de “la luz lunática/centenaria/ cautiva/ que transita/callada/por tu nombre”, de la luz como elemento básico del vivir, y dando sentido a la mirada profunda. Hará juegos verbales: “A contraluz te quiero para siempre/ a cortaluz tus ojos/ tu boca a cercaluz/ A claraluz los besos que me diste/ a plenaluz el tiempo compatrido…”, y también señalará el sentido de la luz en todo lo que somos, los presagios oscuros que puede llevar la luz, la luz suscitando angustias y desasosiegos y, para concluir esta primera parte, la no luz como inexistencia: “Ya no soy luz./No existo”.
El intermedio –el poeta lo llama “intermezzo”-, Cantos de luz y cal, tiene dos partes –Cantos de luz y Cantos de cal– cada una compuesta por doce poemas de tres versos, en evidente homenaje a la jarcha y con cierto regusto de aforismo: “Se escapa la luz por las rendijas/ cada vez que un deseo/ no encuentra su destino”, puede servir de ejemplo.
CAL –el especio en que la luz de detiene, se refleja o termina- reúne diecisiete poemas, cada uno de ellos caracterizado también por un título que incluye la palabra “luz”. A partir precisamente de una invocación a la “palabra transitada de versos”, el poeta se referirá, en los sucesivos poemas, “a la tierra de soledades, desértica, callada”, a la “lumínica piedra” del espacio terrestre, y verá en el pasado una “desafiante luz de seres oprimidos”, como verá “una luz mendiga y pordiosera” con referencia a los inmigrantes y a cierto sentimiento de derrota ante la realidad; recordará a los “miles de seres sin luz por el mundo”, los “parias sin destino”, a los “hombres sin luz”, evocando los “tristes horizontes” de la tiranía y la sinrazón; la “ironía de la luz” le dará ocasión para hablar de “los que pasan camino de la nada”, “los parias del alféizar”, así como ciertas vidrieras le permitirán citar … “beatas y casullas”; “clamo a la luz” dice, “porque la luz del mundo/ hace ya mucho tiempo que oscurece los ojos/ en “días de negros despertares”; habla de la noche: “burda noche que ocultas/ pateras solitarias/ burdeles harapientos/ miserias antiguas…”, y de la luz como quimera que pone una venda en los ojos para no ver lo terrible de lo humano; y añade: “No somos más que un átomo incandescente/ en este desierto de injusticia/ en esta luz despiadada/ que todo lo transforma”, para cerrar el libro con un poema que habla de los “trazos de luz caídos de la tarde, en lugares esquivos…”
He aquí un libro ejemplar, que muestra la poesía como intuición, como reflexión y como estructura, que se expresa no solo a través de la belleza y de la música verbal, sino de la racionalidad, jugando metafóricamente desde innumerables facetas. Un libro sin duda memorable.
José María Merino
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