LOS BOLIVIANOS TENEMOS NOSTALGIA COLECTIVA DEL MAR. ENTREVISTA AL POETA GABRIEL CHÁVEZ CASAZOLA. POR PETRUVSKA SIMNE

 

 

 

1 El poeta Gabriel Chávez Casazola en la Sala de la Palabra (foto de Jacqueline Alencar)

El poeta Gabriel Chávez Casazola en la Sala de la Palabra (foto de Jacqueline Alencar)

Crear en Salamanca tiene el placer de publicar esta entrevista realizada por la periodista venezolana Petruvska Simne al boliviano Gabriel Chávez Casazola (1972), poeta y periodista residente en Santa Cruz de la Sierra. En poesía ha publicado “Lugar Común” (1999), “Escalera de Mano” (2003),  “El agua iluminada” (2010),  “La mañana se llenará de jardineros” (2013) y Aviones de papel bajo la lluvia (2016), entre otros. Sus poemas han sido traducidos al italiano, portugués e inglés, y están recogidos en antologías y revistas literarias de su país, de México, Nicaragua, Brasil, Portugal y Chile. Ha participado en varios encuentros internacionales de poesía e impartió talleres del género. Publicó además un libro de ensayos, otro de crónica periodística y editó una Historia de la Cultura Boliviana en el siglo XX (2005 y 2009), premiado como Libro Mejor Editado de 2009 por la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz. Como periodista, fue editor y columnista de importantes periódicos de su país. Entre otros premios, el Estado boliviano le concedió la Medalla al Mérito Cultural.

 

 

2 Salamanca, foto de José Amador Martín

 Salamanca, foto de José Amador Martín

 

ENTREVISTA HASTA AHORA INÉDITA, REALIZADA

EN SALAMANCA, DURANTE EL ENCUENTRO

DE POETAS IBEROAMERICANOS DE 2013, DEDICADO

A MIGUEL DE UNAMUNO

 

 

En un país sin mar ¿cómo se siente la gente? ¿Se vuelve introvertida? ¿Cómo ven la vida los poetas que nacen en un país donde no se puede decir los fines de semana “vamos para la playa”?

 

Un poeta sin mar tiene herramientas para imaginarse islas y alcatraces y puede oler la presencia profunda de las algas. Sin embargo, el poeta no es un ser que vive en las nubes: es más bien un sistema lingüístico que anda en lo profundo y genera su propia luz.

 

Sin mar es difícil mantener embarcaciones porque necesitan puertos para entrar y salir, aunque Bolivia conserva su fuerza naval desde hace más de un siglo con un optimismo ejemplarizante. Si no tienes mar, no puedes hacer comercio marino, no puedes comer pescado fresco, no puedes zambullirte en la antiquísima sal.

 

Si un poeta no tiene mar comienza a viajar dentro de sí mismo, en un largo viaje de visiones familiares y personales, que sin embargo tocan al ser humano de cualquier lugar. Como lo que hace el poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola.

 

Ay, Bolivia sin mar, pero con poetas cuyos cantos son como barcos buscando nuevos lugares o viejas aventuras. Gabriel es un hombre alegre y tímido, una combinación complicada. Su conversación y su poesía se parecen.

 

3 De izquierda a derecha, Anibal Fernando Bonilla, Gabriel Chávez Casasola, José Pulido y Rafael Soler (foto de J. Alencar)

De izquierda a derecha, Anibal Fernando Bonilla, Gabriel Chávez Casasola, José Pulido y Rafael Soler (foto de J. Alencar)

 

-¿Qué libros acompañaron su infancia?

 

-La casa donde crecí, una antigua casa llena de vivas memorias, estaba habitada por libros y revistas del más variado pelaje, lo cual no era de sorprender en una familia que desde hacía generaciones se había volcado a las letras y las artes con talento pero a la vez con una obstinación rayana en la pobreza. Todo ese legado forjó mi familiaridad con los libros en tanto objetos cotidianos y seguramente contribuyó a que empezara a leer muy temprano, pero los libros de mi infancia fueron en verdad los que me compraba mi madre mensualmente, después de cobrar su sueldo de maestra. 

 

Recuerdo aún la ilusión con que caminaba de su mano la calle que separaba al Banco del Estado de una librería, llamada Casa Víctor, regentada por un corpulento señor alemán que me suspendía en el aire con gran facilidad –habré tenido yo unos seis o siete años al principio, pero el ritual se extendió hasta los nueve o diez- para darme a elegir, de un alto anaquel, el libro que me llevaría a casa ese mes. El menú estaba conformado por decenas de títulos, unos con portadas rojas, otros azules y otros verdes, de la colección Billiken argentina, dedicada a obras clásicas en versiones bellamente ilustradas y algunas veces disimuladamente “adaptadas”.

 

Esas fueron mis primeras lecturas, las que marcaron mi infancia y que ahora, de cierta manera, todavía me acompañan y acechan de manera cómplice en mi poesía: Robert Louis Stevenson, con La isla del tesoro, que me alejó de entrada de todo maniqueísmo; Julio Verne, mi favorito entonces, con numerosos y sorprendentes títulos; Alejandro Dumas, con la saga de Los Mosqueteros más su implacable Edmundo Dantés; Melville y la ballena blanca; Jack London, sus perros y lobos; Mark Twain enarbolando la libertad de Tom y Huck, príncipes y mendigos; Dickens, Salgari, Swift, Defoe, en fin.

 

Más tarde, a los once o doce, renegué de estas versiones y comencé a buscar en casa las obras originales, que tenían que ser voluminosas y llenas de letras, sin un solo dibujo, para que quedara claro que no se trataba ya de libros editados para niños. Cosas de cuando uno quiere crecer de prisa.  De entonces a ahora no he dejado de ampliar mi universo de lecturas, pero aquellos libros que he mencionado, junto a viejas revistas de historietas argentinas, alegraron los primeros años de mi vida y le dieron compañía e imaginación a este hijo único, que se pasaba sus horas libres leyendo en el fondo de un huerto de frutales, que era mi paraíso privado y hoy es mi paraíso perdido.

 

 

4 Belliard (República Dominicana), García Ramos (Cuba) y Chávez Casazola, Lectura en Béjar

Casazola, Lectura en Béjar

 

 

-¿Cuándo empieza la poesía a formar parte de su vida?

 

-La poesía vino cuando ya no era un niño, pero recuerdo que en la infancia mi abuela Tula recitaba o decía de memoria varios versos, que yo retenía por su musicalidad. 

 

Además, en las vacaciones de verano y de invierno llegaba a casa la hermana menor de mi madre, Matilde Casazola, que es una de las poetas más importantes de su generación y la compositora boliviana más destacada en la actualidad, que ha alternado la música popular con la llamada canción poética. Ella ensayaba largamente en la guitarra las canciones que había compuesto o las que preparaba para sus recitales y yo la miraba y escuchaba, supongo que extasiado. De esas canciones, muchas eran musicalizaciones de sus propios poemas o de los de otros poetas. Aún quedan en mi memoria sus versiones (y los versos) de Mascarón de proa de Neruda, Aire de Nocturno de García Lorca y Verano e Idilio muerto de César Vallejo, así como una conocida canción suya, cuya letra yo sentía que dialogaba conmigo, titulada El cuento del mundo.

 

Como dije, mi familia es una familia de escritores y en ella no faltaban los poetas, sea publicados o de la poesía secreta, por lo que fue casi natural que más temprano que tarde, a mis 16 o 17 años, echara mano de los libros de poesía de la biblioteca y comenzara a escribir casi espontáneamente, primero poemas de corte místico, pues descubrí a Dios en la adolescencia, y más tarde, como suele ocurrir, poesía de amores y desamor.  

 

Por entonces gané un concurso de poesía -unos Juegos Florales, como todavía se llamaban- y ya en la etapa universitaria –tras haber conocido a Borges y a otros varios autores de distintas nacionalidades- empecé a trabajar la poesía con mayor seriedad y asiduidad, y comenzaron a publicarse mis textos en los suplementos de literatura que entonces existían en la prensa boliviana. Así, hasta que en 1999 publiqué mi primer libro, que considero de aprendizaje, y me embarqué en este sendero que me condujo a donde me encuentro ahora, feliz de escribir, pese a que es un vicio ingobernable, y desafiado a trabajar en la poesía cada día con mayor pasión y con mayor rigor, pues no son ni deberían ser pulsiones excluyentes.

 

 

-¿Escribe para comprender la realidad o para interpretarla?

 

-Nunca me lo había preguntado.  Creo que tampoco son excluyentes el acto de comprender la realidad y el hecho de interpretarla, pues alguien que comprende está interpretando algo, lo está resignificando y traduciendo.  No obstante, a veces pienso que el poeta, más que comprender o interpretar, lo que hace es mirar. El poeta ve, contempla. Y contemplar es una suma de mirar y reflexionar. Y a veces, muchas veces sin llegar a siquiera a comprender lo que ve (pues suele ver más allá –o más acá- de lo aparente), el poeta transmite una intuición sobre sí o sobre el mundo.

 

La poesía, por más que esté escrita de la manera más organizada, escapa a la lógica de la racionalidad, al menos como la comprendemos en Occidente.  Es una contemplación de la vida, de la memoria, del porvenir. Una fotografía de lo esencial.  El poeta es solo el que mira por el lente e intuye cuándo disparar. El lector es el que interpreta esa fotografía y comprende lo que para él quiere decir.  En esa línea, el poeta es un cazador de sentido. 

 

5 Chávez Casazola y Carlos Aganzo, en Salamanca

Chávez Casazola y Carlos Aganzo, en Salamanca

 

-Sus poemas tienen un peso esencial que marca de alguna manera el espíritu de nuestro tiempo, pero por otro lado van más allá de las tendencias. ¿Cuáles han sido los desafíos al momento de escribir poesía?

 

-Tal vez, mirado desde aquí y ahora, el mayor desafío haya sido el de encontrar un lenguaje propio, una voz propia.  

 

La poesía es un continuo diálogo entre poetas, vivos y muertos.  Y como hay tal circulación de influjos, sobre todo al principio del oficio uno puede –y suele- dejarse marcar demasiado por la voz de otros poetas con los que descubre afinidades vitales o literarias. Luego esto se va depurando, pero ocurre muchas veces que al ir soltando esos lastres que son las primeras influencias, la voz del poeta queda diluida, se torna impersonal, distante de lo que escribe.  Y en la poesía, como en la vida, hay que mojarse y mojar, y eso solo es posible cuando uno construye, cuando uno crea una manera personal de mirar, de contemplar el mundo con palabras.

 

Otro desafío no menor, y tal vez más riesgoso pues muchos caen en esta prueba, es el de superar la tentación de hacer una poesía autosuficiente: una poesía para poetas, críptica, ensimismada, escrita en código, volcada sobre el lenguaje y el propio acto de escritura. Respeto esta opción creativa, por supuesto, pero creo que parte del actual problema de la falta de  lectores de poesía encuentra su raíz en esa actitud, en ese deseo de sorprender, experimentando con el lenguaje, en lugar de emocionar, de conmover. 

 

-Cuando termina un poemario se pregunta ¿cuántos versos quedaron en mi corazón?

 

-Me cuesta dar por terminado un poemario, no volver sobre mis pasos para releerlo, retocarlo, pulirlo. Pero finalmente un día tiene que ocurrir y entonces, con las distancias debidas mediante, no me pregunto por lo que quedó en mi corazón, sino por lo que quedará en el corazón, en la mente de los lectores después de leerlo. ¿Quedará algo? Si fuera así, aunque se trate solo de un lector, habrá todo valido la pena.

 

Por cierto, agradezco esta pregunta, porque me remite a un poema que considero fundamental para explicar mi relación con la poesía y que plantea muy bien el problema que señalaba antes sobre el ensimismamientode la poesía en la modernidad, sobre su riesgoso repliegue a sus propias filas. Se trata de un poema del mexicano Marco Antonio Campos, titulado Los poetas modernos, que por su brevedad y contundencia me permito citar, y que dice: ¿Y qué quedó de las experimentaciones, / del “gran estreno de la modernidad”, /  del “enfrentamiento con la página en blanco”, / de la rítmica pirueta y del / contrángulo de la palabra, / de ultraístas y pájaros concretos, / de surrealizantes con sueños de  / náufrago en vez de tierra firme, / cuántos versos te revelaron un mundo, / cuántos versos quedaron en tu corazón, / dime, cuántos versos quedaron en tu corazón?

 

6 Retrato de Gabriel Chávez Casazola, por Miguel Elías

Retrato de Gabriel Chávez Casazola, por Miguel Elías

 

-¿Ha transformado algunos de sus poemas en cuentos o viceversa?

 

-No, pero es verdad que tengo poemas narrativos que podrían -supongo y amigos narradores así me lo han dicho- existir transformados en cuentos.

 

Esto sucede porque además de sentirme cómodo con el verso extenso como propuesta formal, soy un convencido de que la poesía debe volver, desde luego en clave contemporánea, a sus orígenes, y entonces ella fue canto pero también cuento, el cuento de un canto, o mejor, el canto de un cuento. 

 

-¿Tiene nostalgia del mar?

 

-Los bolivianos tenemos una suerte de nostalgia colectiva del mar. Fue maravilloso cuando lo conocí personalmente, bastante tiempo después de haberlo recorrido en bajeles piratas, goletas, chinchorros, balleneros y otras embarcaciones todavía menos honorables.

 

Aún ahora me gustan los poemas y narraciones sobre el mar, y necesito verlo a la cara de cuando en cuando. A veces se hace presente también, con todo su empaque bíblico o de manera subrepticia y caribe, entre mis textos. 

 

 

-¿Se lee poca poesía? ¿Hace falta un mecanismo más eficiente de difusión de la poesía?

 

-Se lee poca poesía, es verdad.  Muchos suelen despachar la cuestión apuntando que es un género difícil. No deja de ser cierto, pero también es cierto que en algún momento la poesía dejó de ser canto y de cuento para comenzar a ensimismarse, a replegarse en su caparazón de caracola. Como dije, se convirtió en una búsqueda experimental para iniciados, en poesía para poetas, y en el camino ganó mucho, ciertamente, pero perdió más. En el lado negativo del balance, perdió lectores y, sobre todo, la capacidad de atraer nuevos lectores ajenos al entorno creativo, académico y editorial que rodea al género.

 

Siendo así, no solo hacen falta mayores y mejores canales de difusión de poesía (que es muy bueno que existan en todas partes, a cargo de los Estados y de privados), sino sobre todo un cambio de actitud en los poetas y, cosa no menor, un importante esfuerzo educativo orientado a formar a los niños y jóvenes en el gusto por la poesía, que nunca es solo una apuesta estética, sino también ética.

 

7 A. P. Alencart y Chávez casazola, en el Fonseca (foto de Jacqueline Alencar)

  A. P. Alencart y Chávez casazola, en el Fonseca (foto de Jacqueline Alencar)

 

-¿Qué significado tiene la poesía en su existencia?

 

-La poesía se parece casi siempre al agua; a veces al fuego; ella se funda y se nutre en la tierra, pero es como el aire: alígera, transparente, imprescindible, un don gratuito.  Y eso es exactamente para mí ahora.

 

-Los familiares, amigos, las personas cercanas a usted ¿qué actitud asumen ante su poesía?

 

-Gracias a Dios (lo subrayo, porque no ocurre con muchos amigos poetas) las personas más cercanas y queridas, que son mi pareja, mis hijos y la familia inmediata, e incluso mi entorno cotidiano de trabajo, valoran, respetan y estimulan, cada cual a su modo, mi quehacer poético, aun sabiendo que se trata de una pasión maravillosamente inútil que a veces me aparta de ellos y que suele atravesarlo todo. Tengo también varios amigos del oficio repartidos en distintas geografías, cerca y lejos físicamente, que son los cómplices de esta andadura. Pero también tengo muchas amigas y amigos que no son del oficio y tampoco terminan de comprenderlo. Yo agradezco pasar tiempo con ellos, porque si el mundo estuviera solo lleno de poetas y ramas afines, tal vez no habría poesía o, ya hablando en serio, ella estaría muy lejos de aquí, de la tierra, a la cual se debe.

 

 

 

8 Plaza Mayor de Salamanca (foto de José Amador Martín)

Plaza Mayor de Salamanca (foto de José Amador Martín)

 

 

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