Diario El Telégrafo / 09 Ene 2013
Literatura: oficio y compromiso
¿Para qué sirve la literatura? ¿Qué función cumple la creación literaria en una sociedad mediatizada y embebida de última tecnología? ¿Cuál es el rol del verso y de la prosa ante necesidades frívolas y el apogeo consumista de la gente? Estas preguntas surgen al momento de borronear estas líneas, en la intención de justificar y reivindicar la preeminencia de los libros y de sus autores/as en la actualidad. Vale decir que tal preocupación data de los albores de la existencia del hombre y del desarrollo de su pensamiento, pero las condiciones del orbe contemporáneo sugieren la relectura que provoque más de una respuesta.
Para tal cometido acojo el criterio calificado de Carlos Fuentes, quien considera que: “El conocimiento de la literatura hace más probable la oportunidad de reconocernos de los demás. La imaginación, la lengua, la memoria y el deseo son los lugares de encuentro de nuestra humanidad incompleta. La literatura nos enseña que los más grandes valores son compartidos y que nos reconocemos a nosotros mismos cuando reconocemos al otro y sus valores”. En ese sentido, tenemos una pista a nuestra inquietud: la literatura invoca al mutuo reconocimiento, esto es, al respeto étnico, a la conjunción identitaria, a la tolerancia cultural. Hay un sentido de inclusión social, a través de códigos que armonizan la convivencia humana.
Asimismo, la literatura refleja la luz y los escondrijos del mundo. La condición del ser se expresa en la novela, o se denuda en la huella poética. Los corazones laten con rapidez ante el espasmo de una realidad en constante transformación. Es el vértigo de los días grises ante la inercia de los derrotados. Es acción, que es sinónimo de verbo.
La literatura también se ufana por su carácter crítico y cuestionador a las estructuras políticas y económicas, especialmente en tiempo de crisis. Aunque yo diría que este atributo tiene vigencia en todo tiempo. Como consecuencia histórica, las letras han estado batallando en contra del improperio, la arrogancia y el atropello, ya que su matriz creacional gira alrededor de la sensibilidad, belleza y solidaridad. La literatura tiene entonces un especial compromiso en la consolidación de una comunidad que amalgame principios y valores fundamentales dentro de la construcción ciudadana.
Por otra parte, la literatura pervive en los albores de la libertad y, a ratos, de la subversión de los sueños. Tiene una inmensa carga ética que pugna y se contrapone con las debilidades y actos absurdos del poder, el mismo que es pasajero, en tanto la tarea literaria perdura en la memoria propia y ajena. La dualidad ficción-praxis resume de alguna manera la esfera connatural de una colectividad sumida en desafíos y contradicciones, en retos y temores. Como la vida, en su esencia espontánea y vital.
La literatura se impone más allá de la muerte, en la mortaja de nuestras aberraciones, pesares, anhelos y esperanzas.
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