Leonardo Sciascia, Sicilia, su corazón. Comentario de José María Balcells Doménech

Leonardo Sciascia

 

 

«Crear en Salamanca» tiene el privilegio de publicar uncomewntario de José María Balcells Doménech, catedrático de Literatura Española  de la Universidad de León, sobre la poesía de Leonardo Sciascia, en su libro Sicilia, su corazón.

 

 

Leonardo Sciascia, Sicilia, su corazón. Edición bilingüe.

Traducción del italiano de Lorenzo Cittadini y Giovanni Caprara.

Málaga: etclibros, 2021, 80 pp.    

 

 

 

Creo que a bastantes lectores nos apetece leer de cuando en cuando, y sobre todo a veces descubrir, una faceta creativa distinta en un autor consagrado en un género literario cualquiera. Esa es una de las razones que me ha llevado a la lectura de la poesía de Leonardo Sciascia con motivo de haberse publicado en noviembre de 2021, año del centenario de su nacimiento, la primera edición bilingüe, en italiano y español, de todos los versos del escritor y político siciliano. Ese pequeño corpus ya fue reunido en 1952 en su lengua original, siendo su edición más reciente la que puso en circulación la editora milanesa Adelphi en 1997. La versión española la hicieron a dúo Lorenzo Cittadini y Giovanni Caprara. La editora que la ha publicado en España ha sido la malagueña etclibros, incluyéndola en la colección de poesía La Federica, coordinada por el poeta y profesor alhaurino Pedro J. Plaza González.  

Figura polifacética donde las haya, al cultivo de la narrativa, que fue su actividad más renombrada, unió también Leonardo Sciascia la elaboración de piezas teatrales, y ensayos, además de dedicarse a la política en la Eurocámara, y en el Parlamento de la República italiana. Me ha estimulado a la lectura de este libro el interés en querer comprobar cómo se había desenvuelto el autor plasmando sus versos en unas fluencias rítmicas que habrían de diferenciarse en tensión expresiva de los otros discursos escritos en los que empleó su pluma. El título de la obra de referencia, Sicilia, su corazón, alude a la Sicilia que el escritor tuvo siempre cordialmente más adentrada, sin dejar de atender en otros escritos a la consideración de la sicilianidad sobre la que tan perspicazmente reflexionó.

Esa Sicilia del libro que comento no es por supuesto la mítica, sino la más real e incluso casi opuesta. No es la Sicilia de los parajes que hace siglos habían suscitado la creación de la poesía bucólica pastoril, género precisamente inventado por el siciliano Teócrito, nacido en Siracusa y que vivió entre los siglos cuarto y tercero de la era cristiana. No, la Sicilia que mueve el sentimiento más hondo de Sciascia, natural de Racalmuto, comuna de la provincia de Agrigento, donde nace en 1921, falleciendo en Palermo en 1989, fue una Sicilia en las antípodas de la que, sobre la base de los idilios de Teócrito, mitificó el Renacimiento europeo.

La de Sciascia es una Sicilia en la que, como se dice en el primero de los textos de la colección, “las ninfas perseguidas / no se escondieron aquí de los dioses; los árboles / no ofrecieron sus frutos a los héroes. / Aquí Sicilia escucha su vida (21). ¿Y qué vida escucha la isla, y es trasladada a diversos poemas? Es la vida de los entrañables lares nativos de Racalmuto y alrededores, una vida que lee el sujeto de la enunciación como esencialmente inmersa en el silencio, lo repulsivo por putrefacto y la muerte.

Es un lugar con tanto silencio y con tanta muerte que ya ni los muertos se desea que descansen ahí, sino que pasen de largo y se olviden de ese enclave, como se fabula en el poema “Los muertos”. Composición sobrecogedora es la que lleva por título “A un pueblo abandonado”, cuya segunda estrofa, de carácter testimonial, dice así:

         Entre estos hombres aprendí graves leyendas

         de tierra y azufre, oscuras historias desgarradas

         por la trágica luz blanca del acetileno.

         Y el acetileno de la luna en tus noches de calma,

         en la plaza las iglesias enlutadas por la sombra,

         y el paso triste de los azufreros, como si las calles

         cubrieran huecos sepulcros, lugares profundos de muerte (29).      

La lectura de algunos de los poemas reunidos en el libro, aquellos que son más significativos, y que se inspiran en Racalmuto, estoy seguro de que a más de uno podría hacerles pensar en determinadas claves de la poética de Antonio Gamoneda. El motivo es que en esos textos no poetiza el siciliano lo gozoso y lo bello, que también allí se da, sino mayormente lo contrario, no las rosas ocasionales florecientes o los edificios que acaso fotografíen los foráneos como recuerdo, sino la repulsión patética del azufre y de las minas en escenas vistas e interpretadas desde la pobreza pueblerina cotidiana.      

Este es el perfil de Racalmuto tal como lo retrata Leonardo Sciascia, pueblo que, según lo caracteriza, ciertamente se presta apenas a idealizaciones y a ser interpretado y leído como ámbito sagrado, por más que cualquier poeta pudiera decidir sacralizarlo motu proprio. Los ocho primeros poemas del libro se inspiran en esa zona de Sicilia que hubo de marcar al escritor necesariamente, dejando huella en su escritura. Los dieciséis que completan Sicilia, su corazón, se agrupan bajo el lema de “Hojitas de diario”, y su asunto es variado. Sin embargo, la óptica desapacible dominante que hemos glosado hasta aquí también se refleja en distintos poemas, así en el titulado “A un amigo”, personaje del todo tóxico, como lo revela el final de la composición, donde se le afea y acusa sin tapujos su talante con estas palabras:

         Y vives solo por esto:

         que en algún momento- yo distraído-

         tú puedas en mi pobra plato

         poner el asco de una mosca muerta (65).       

En algunos de los poemas de “Hojitas de diario” se plasman impresiones de viajes, por ejemplo los de una visita a Siena, donde se nos refiere que unos soldados oriundos de Sicilia se dan a alocados amoríos en un parque de atracciones, mientras el hablante descubre en ellos, por contraste, su actual rostro propio, “arruinado por el aburrimiento “(41). Sciascia da cuenta de su visita a Roma en distintos textos, así en el que empieza “La minera soledad de los ciegos”, abandonándose el viajero “al muro de una iglesia” (47) a causa de la profunda soledad que le invade en la gran urbe. En su recorrido por Roncesvalles no puede sustraerse el insular de Racalmuto a ver ese otro sitio histórico tan emblemático de Occidente como “valle de muerte.” (67).

No todas las composiciones comprendidas en “Hojitas de diario” responden, sin embargo, a sentires abatidos y a miradas y realidades un tanto deprimentes. Porque se entremezclan textos en esta gavilla que esbozan aires de misterio, o expresan destellos de resplandor en paisajes y estaciones climáticas, como “Llueve en septiembre” e “Invernal”, por citar solo dos. En “La noche”, último poema del libro, la noche adquiere una simbolización personal que alcanza calado metafísico:

         La noche se desploma ciega sobre las casas.

         En ella queda un calco atroz

         de nuestra vida: nuestro último rostro

         en la última noche del mundo. (69)    

 

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