El poeta colombiano Federico Díaz Granados en la Universidad de Salamanca
Crear en Salamanca tiene el complace de difundir algunos poemas del colombiano Federico Díaz-Granados (Bogotá,1974). Poeta, ensayista y gestor cultural. Es director de la Biblioteca de Los Fundadores del Gimnasio Moderno y de su Agenda Cultural. De igual forma dirige Valparaíso ediciones. Ha publicado los libros de poesía: Las voces del fuego (1995); La casa del viento (2000), Hospedaje de paso (2003) y Las prisas del instante (2015). Han aparecido las antologías de su poesía: Álbum de los adioses (2006), La última noche del mundo (2007), Las horas olvidadas (2010), Adiós a Lenin (2017) y Tiempo lleno de canciones (2018). Preparó, entre otras, las antologías de nueva poesía colombiana Oscuro es el canto de la lluvia (1997), Inventario a contraluz (2001), Resistencia en la tierra (Antología de poesía social y política de nuevos poetas de España y América) y en 2017 compiló para Editorial Planeta el libro Cien años de poesía hispanoamericana. En 2012 se editó su libro de ensayos La poesía como talismán y en 2016 El oficio de recordar (Escritos sobre poesía y otras prosas reunidas). Compiló y prologó para Seix Barral la Poesía Reunida de José Asunción Silva y Preludio de primavera (antología) de Rafael Pombo. Su poesía ha sido traducida parcialmente a varios idiomas y se destacan las ediciones italianas de Le ore dimenticate (Raffaelli editore, traducción de Emilio Coco, 2015), Le urgenze dell’istante (Edizioni Fili d’Aquilone, traducción de Alessio Brandolini, 2017) y La soglia dei sogni (Raffaelli editore, traducción de Gianni Darconza, 2017), Sortie de secours (Ladrones del tiempo, traducción de Stéphane Chaumet, 2017) y Roadhouse (Valparaíso USA, traducción de Jason Ehrenzeller, 2017). En 2021 es nombrado Distinguished Visiting Professor en la Universidad de Virginia en los Estados Unidos. Ganador del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar y en 2022 fue reconocido como Huésped distinguido de la ciudad de Salamanca en el marco del XXV Encuentro Iberoamericano de Poetas.
LAS PRISAS DE INSTANTE
Tenía razón el tiempo en llevar su afán
en instalarse donde le pareciera
y en tener sus rituales y hostilidades.
Ahora entiendo sus tardanzas y balbuceos
y su prontitud para los aciertos,
de esta terquedad de fijar unas cuantas palabras en un extremo de la infancia
y otras tantas en un rincón de esta calle ronca
que se parece tanto a la vida, llena de sorpresas y de silencios.
Por eso perdóname por tantas deshoras.
por convocarte en noches de rencores y presagios
por amontonar en la misma gaveta ruinas y asuntos cotidianos
entre el cansancio de los días y la terca música de los silencios.
Tenía razón el tiempo en llevar su ritmo
y la vida en tener sus afanes
para quedarse acá
con todas las prisas del instante.
Por eso perdóname por estas premuras
por no saber la gramática y las palabras de una lengua olvidada
por haber perdido libretas, las llaves
y la vieja canción de exactos compases y cenizas
como si en el afán del tiempo
cada día, sin importar la hora,
se extraviaran los sueños.
Federico Díaz Granados ante la estatua de Fray Luis de León (foto de A. P. Alencart)
ETIQUETAS PARA COSER
Marca tu ropa
porque el amor o la muerte nos pueden tomar por sorpresa
además
porque mis amigos siempre se ponen mis vestidos y mis camisas
y esculcan los bolsillos
buscando verdades de a pulso, fantasmas, motas de algodón
y papeles arrugados o algún dulce perdido entre las llaves.
Qué saben ellos
de tantas direcciones escritas
al reverso de recibos y postales,
qué saben ellos de cartas devueltas y estampillas arrancadas.
Ellos que, a cambio de mis tristezas,
no dejan santo y seña ni trazos de sus sueños
y se llevan mi pañuelo lleno de lágrimas
y ausencias.
Por eso esta manía de marcar la ropa
y dejar signos o iniciales de mi nombre
porque sin previo aviso llegan ellos
con sus dichas y perdones
con sus talismanes y apuntes de cosas desdeñadas
a dejar algún boleto o alguna tarjeta de bienvenida
para asistir a la urgencia de las despedidas
que se acumulan en todos los bolsillos y solapas
como viejas monedas en un tarro de galletas.
Federico Díaz Granados bajo el Cielo de Salamanca3 Federico Díaz Granados
(foto de A. P. Alencart)
LA OTRA ORILLA
De este lado de la palabra está el hombre
con el silencio y la soledad del mundo,
siempre del lado donde se añeja el amor
y anochece el azar.
Es de este lado de la palabra que arde aún por los recuerdos
donde se respira al hombre y sus asuntos olvidados,
sus ángeles del hambre, sus ropas de posguerra.
Acá se intuye al hombre que golpea puertas que no se abren
las truncas señales de nunca haber llegado a puerto seguro.
Afuera están los rostros,
las palabras amontonadas que rinden cuentas de las cosas rotas
y las imágenes descoloridas de ciudades que no conocemos.
Está la música y el arte de caminar hablando a solas
mientras se pisan restos de hojas secas.
Allá están las gramáticas y las hogueras
que nos aguardan con paciencia
para reiniciar, de una vez y para siempre,
la fiesta.
Federico Díaz Granados junto al cartel de la exposición sobre Unamuno (foto de A. P. Alencart)
GOOD BYE LENIN
De niño algunas veces jugaba a ser cosaco.
Otras veces retozaba como Konsomol o cosmonauta.
Así transcurrió la infancia:
guerras del Zar
en un patio sin nieve ni abedules,
ni estepas ni pueblos incendiados.
A veces era Kasparov o el osito Misha
y recreaba historias de amor en el transiberiano.
La voz del padre, daba cuenta de Matrioskas y samovares
y del mausoleo de Lenin bajo una luz ultravioleta.
de los monumentos a Puskhin y Máximo Gorki
y de las noches blancas de Leningrado.
Era el verano de 1985
y por onda corta hablaron de la perestroika.
Cambiaron los coros del ejército rojo por canciones de U2
relatos de pioneros por un incendio en Chernobil.
Y no volvieron los cosacos, ni los konsomoles,
ni los cosmonautas a mi cuarto
en aquella noche en que mi madre me daba las buenas noches
en voz baja para no despertar a toda la casa
mientras apagaba para siempre
la última luz de mi infancia.
Federico Díaz Granados en el Aula de Fray Luis de León (foto de A. P. Alencart)
ENCUENTROS
Si te estrellas de frente con mi corazón
no huyas y no intentes borrar tus huellas dactilares
tampoco lo dejes por ahí a merced de algún desprevenido transeúnte
y no lo escondas, como al hijo torpe, de las visitas.
Si lo ves mordido en los bordes como un viejo borrador de la primaria
somételo a una calle de lluvias y remates.
Alguien se encartará con tan pesado encargo lleno de canciones incendiadas
y viejas vajillas en desuso
Alguien lo agitará queriendo oír alguna voz
como quien golpea durante horas la puerta de una casa vacía.
O si lo llegas a ver entre mis ruinas déjalo en la calle.
que este corazón de prisas y tardanzas
siempre se acomodó mejor a la intemperie.
Federico Díaz Granados leyendo poemas de ‘Las prisas del instante’ en el Aula Magna de la Universidad de Salamanca (foto de Álex Lorrys)
RETORNOS
No creo en retornos
pero este amargo corazón de casas viejas y calles rotas
late en cada regreso
sin gestos ni ademanes
y sabe que el mundo es un mal lugar para llegar.
Y se regresa a escribir un poema que trate de una muchacha en un aeropuerto
que espera un avión de quién sabe dónde
o escribir sobre la carta que nunca recibí aquel sábado
escuchando el mismo disco de las nostalgias perpetuas
o sobre los versos robados a Salinas, Borges, Walcott
y las tardes de sol en el estadio de fútbol.
No creo en los regresos
pero este seco corazón de otros días canta a destiempo
sobre el cielo que calcina el nombre de una mujer que amé.
No creo en retornos
pero mi vocación de viajero hace,
cuando parto hacia la intemperie en el mundo
que deje, como en mis días de boy scout,
piedritas y migas de pan
para no perder el camino de regreso a tu cuerpo.
Los poetas Alfredo Pérez Alencart y Federico Díaz Granados en el Patio de Escuelas Menores de la Universidad de Salamanca (Foto de Luis Pedro Paz)
EN MI CALLE
En esta calle
estará toda la nostalgia humana
en esos rostros
en esas limosnas
en ese alfabeto extraviado.
Es aquí donde trazan mapas al azar
mientras camino con el aire de quien hereda la ropa de los muertos
con los azules recuerdos de aquel mundo
que ya no vive en las repisas ni en los armarios
a esta hora en que las ruinas son andamios de rencores
y en que el mundo se ve desteñido
a través de una persiana a medio cerrar.
Es esta mi calle, la misma que veo alejarse por el retrovisor del auto
cada vez que me despido
y que se empaña
cuando tus ojos cambian de música.
Si pudiera escoger la calle de mi muerte
escogería esta calle que me regaló la mujer
que inventaba las palabras
y el color de ese fugaz instante.
Los poetas colombianos Luz Mary Giraldo, Federico Díaz Granados y Lauren Mendinueta en el Colegio Fonseca de la Universidad de Salamanca
SALA DE ESPERA
No importa dónde esté la casa
alguien espera
temeroso o impaciente
a que llegues a la hora convenida.
Porque allí está todo intacto
entre telarañas y escombros de un tiempo
y de un mundo que enmudece.
Allí están las postales y las viejas cartas
de ciudades nunca visitadas
y de puntos cardinales extraviados
porque esta casa se parece a todos sus moradores
en sus grietas, en sus manchas, en tantas cosas perdidas
y olvidadas en gavetas.
Hay que llamar si nos demoramos un poco
no sea que se inquieten los víveres y los retratos
los abrigos y las cobijas preparados para el frío
Hay que avisar porque los niños de entonces
ya no somos niños
y afuera está el carnaval y la cuaresma
las gentes agolpadas en los quioscos
y los estadios llenos,
la algarabía y el canto de los hombres
en refranes o estribillos repetidos.
No importa dónde esté la casa
alguien espera
temeroso o impaciente a que llegues
a la hora convenida
no sea que llamen a dejar recados de la muerte.
Federico Díaz Granados leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca, en la jornada inagural del XXV Encuentro (foto de José Amador Martín)
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