El poeta portugués António Salvado (Foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca sigue con la difusión de los textos de los escritores de Castilla y León que en 2014 participaron en el homenaje al notable poeta lusitano António Salvado. Dichos ensayos acaban de aparecer publicados en Castelo Branco dentro del volumen que recoge las actas de dicho encuentro. Aquí el aporte de Luis Frayle Delgado (Valverdón, Salamanca, 1931), filósofo, poeta, ensayista y traductor. Licenciado en Filosofía y Teología y bachiller en Lenguas clásicas; Catedrático de Latín especializado en la traducción de obras latinas de Pensadores universales, especialmente del Renacimiento y el Humanismo: ha traducido obras latinas de Dante Alighieri, G. W. Leibniz, Francisco de Vitoria, Juan Luis Vives, Leonhard Euler, Erasmo de Rotterdam y Cicerón. Es miembro de la Sociedad Española Leibniz y colabora en la obra Leibniz en Español (19 tomos). Autor polígrafo, ha publicado una treintena de libros y numerosos ensayos sobre temas filosóficos y literarios en libros realizados en colaboración y en revistas. Coordina la revista de poesía Papeles del Martes.
Portada de las actas, libro publicado en 2017
LA SERENIDAD HERIDA
A noite é um abrigo (Antonio Salvado. Passo a passo,
A 23 Ediçiões, 2014, pág. 65).
Bienaventurados los que llevan en secreto las heridas, cubiertas por la oscuridad de la noche. La noche es el más claro símbolo de la soledad. Pero para los privilegiados es un refugio donde se encuentran consigo mismos y con los que aman. La noche, un manto acogedor que buscamos después del tráfago de la vida y del calor sofocante del estío y nos cubre como un velo misterioso de suave frescor después de cruzar el desierto de la vida y soportar los tórridos veranos y las heladas y las nieves de nuestros inviernos. Es un bálsamo para las heridas que dejan en nuestra alma y en nuestro cuerpo frío y desangrado los golpes del destino. Con frecuencia el fragor de la lucha cuerpo a cuerpo con los dolores y tristezas que nos acosan dejan grabadas en nuestra existencia las marcas del sufrimiento, el nuestro y el de los que amamos.
Es entonces cuando los privilegiados se acogen a la hondura de su misterio interior y se dejan cubrir por el manto benigno de la noche, ocultando su dolor a las miradas curiosas o descaradas y aman en secreto y en sufrimiento, Así la muerte es la vida de nuestro secreto, y la tristeza es la alegría de los enamorados (El collar de la paloma. Ibn Hazm de Córdoba, pg 149). El secreto es nuestra vida nacida de la muerte, cuando nuestro secreto ha muerto para los demás. El amor es entonces más fuerte que la muerte, porque es amor sufriente cuando se ama mucho y se sufre porque no se puede amar más.
Por eso canta nuestro poeta en este sencillo y sublime verso: La noche es un abrigo. Ese manto acogedor que nos cubre en la soledad y el silencio, cuando en las estrellas que tachonan el cielo desciframos nombres amados, que han quedado escritos en nuestro cuerpo y en nuestra alma y se han reflejado en el cielo oscuro, y los descubrimos cuando desde la hora del crepúsculo de nuestra vida nos quedamos absortos leyendo en el misterio de la noche luminosa que nos invade. Entonces es cuando empezamos a ver, porque nuestras heridas se han hecho fuego que eclipsa toda luz terrenal.
Hemos puesto tantas luminarias en nuestras ciudades y hemos encendido tantos fuegos artificiales en las lámparas y pantallas de nuestras casas que nos deslumbran y no nos dejan ver la verdadera luz, que se nos esconde tras el misterio de la oscuridad, y, rasgado el manto oscuro, se asoma en las estrellas para invitarnos a mirar más allá. Esa es la mirada de los elegidos, que casi nada han podido ver con la luz del día y se acogen al cálido abrigo de la noche para leer los enigmas de su existencia.
Así, vuelve a decir el poeta: Um alvor de nocturno me atravessa como secreta música sacral (Antonio Salvado, Ibid, pg 146). Esa luz de la noche se apodera de nuestro misterio interior, atraviesa nuestra alma como espada luminosa, que produce una armonía secreta. Secreta por sagrada y sagrada por misteriosa. Es la música de la soledad sonora, como un canto de maitines al final de la noche, en el silencio del monasterio, que con su salmódica armonía cauteriza las heridas del corazón. Es el amanecer, que dulcifica las tinieblas de la existencia con un tenue resplandor que invade de ternura hasta los últimos resquicios del alma.
António Salvado (Dibujo de Miguel Elías)
Sólo así se puede entender cómo después de las heridas se puede llegar a la serenidad. Sólo cuando las heridas son luminosas y las tinieblas son el camino hacia la calma del amanecer. Cuando abres la ventana de tu Refugio del valle entre los montes de encinas y hasta ti llega ese albor lento, dulce, suave que precede a los rayos deslumbrantes del sol, como su mensajero, arcángel misterioso de un nuevo día que, poco a poco, con su espada flamígera va despejando la nítida oscuridad de los privilegiados, que en ella han encontrado la puerta para contemplar el cielo estrellado y soñar, en la paz y la calma.
Así en ese silencio nacido en la soledad esencial, soledad interior del alma herida, sufriente, el ser humano se deja penetrar por la añoranza de los recuerdos y la esperanza de los brazos que le salen al encuentro. Ahí es donde el corazón humano se encuentra menos solitario viviendo en la armonía de la naturaleza y en comunión con los seres amados, cuya imagen gozosa vuelve siempre como un resplandor matutino que disipa la tiniebla de los caminos de la vida. Un eterno amanecer limpio y puro que calienta los miembros ateridos con el resplandor del alba, luz y fuego encendido en el corazón, que ama cuando sufre y sufre cuando ama.
Termino con este poema dedicado al poeta de Castelo Branco:
Retrato António Salvado (de Miguel Elías)
Para mi amigo Antonio Salvado
Tu hacer nuevas las cosas
va recogiendo pétalos de invierno
y las heridas del tiempo
iluminan tus horas de silencios.
Las noches son propicias
para mirar estos misterios
a la luz escondida de la áspera tierra
que duele entre los dedos.
Te nace un santo fulgor
de los pesares que llevas en los hombros
y en las arenas del desierto
cantan tus espigas blancas.
Vas dejando la hermosura entre las hojas
que han caído de tu árbol
que azotaron recios vendavales
mientras tu palabra florecía.
Eres piedra amasada
en la artesa sosegada de tu pecho,
casa para el corazón de hermano,
y tu nombre salvación de tus amigos.
Salamanca, 6 de octubre, 2014
Leído en Castelo Branco, 25 de octubre, 2014.
Luis Frayle Delgado (Fotografía de Jacqueline Alencar)
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