Martín Lutero
Crear en Salamanca publica se complace en publicar dos reflexiones de Máximo García Ruiz, licenciado en Teología por la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica, licenciado en Ciencias Políticas y Sociología y doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca. Ha ejercido como pastor bautista durante cuatro lustros y como profesor de diferentes materias teológicas en la Facultad de Teología UEBE de Alcobendas, Madrid, durante cuatro décadas y como profesor invitado en otras instituciones y universidades. Ha ocupado diferentes cargos en la Unión Evangélica Bautista de España, entre otros como presidente, y ha sido secretario ejecutivo y presidente del Consejo Evangélico de Madrid. Es miembro de la Asociación de Teólogos/as Juan XXIII. Figura en el selecto Diccionario de Teólogos/as Contemporáneos, publicado por la Editorial Monte Carmelo. Ha publicado numerosos artículos de ensayo y reflexión teológica en diferentes revistas nacionales y extranjeras y es autor de 28 libros de historia y ensayo. En la actualidad, además de su actividad literaria, es profesor emérito de la Facultad de Teología UEBE.
Crear en Salamanca difunde su poemario ‘Entre la luz y las tinieblas’, aparecido en abril bajo el sello de Hebel Ediciones, de Santiago de Chile
LA REFORMA Y EL CAMBIO SOCIAL
Tal y como tratamos de demostrar en nuestro libro Reforma y el cristianismo en el siglo XXI, que ve la luz en estos días publicado por Editorial CLIE, la Reforma protestante del siglo XVI jugó un papel definitivo en la configuración de los estados modernos europeos. Su contribución se deja sentir no sólo en el aspecto social y económico, que lo hizo en gran medida, sino en la recuperación de valores cristianos que habían sido olvidados en el largo período de cristiandad. Como consecuencia de esa contribución, a partir del siglo XVI se va configurando una clara distinción entre los estados en los que prende la Reforma y aquellos otros que permanecen bajo la influencia de la Iglesia de Roma y/o la Iglesia ortodoxa; una diferenciación que perdura hasta nuestros días.
La Europa de principios del siglo XVI estaba integrada por estados en los que la corrupción se había instalado y los valores éticos y morales que se esperaba fueran proyectados desde Roma, se habían diluido en formalismos litúrgicos y los pueblos sufrían la opresión onerosa de los señores feudales, entre los que se encontraban obispos y dignatarios de la Iglesia medieval.
Bien es cierto que para alcanzar el éxito de la Reforma contribuyó de manera directa el surgimiento del Humanismoy del Renacimiento en el siglo anterior, que hizo aportes definitivos en el terreno intelectual, al menos en amplios sectores de las que podríamos considerar como clases medias, un término poco representativo en esos momentos para definir a una parte de la sociedad. En definitiva, la Reforma protestante del siglo XVI resultó ser un agente de cambio social que contribuyó a hacer de una parte de Europa una sociedad próspera, revestida de nuevos valores éticos y espirituales, que daría origen con el paso del tiempo a fomentar la dignidad, los derechos humanos y la creación del estado de bienestar, que más tarde sería impulsado en el resto de países europeos y su entorno occidental.
Icthus, grabado con página de la Biblia del Oso, de Miguel Elías
La Reforma redescubrió la Biblia y la puso al alcance de todos, exclaustrándola de los conventos y universidades. La Biblia sustituyó a los misales, a los fantasiosos libros de santos, a las leyendas medievales y a las fabulas con las que se pretendía propagar la fe cristiana. Incitó a los creyentes a aprender a leer para poder tener acceso directo a la Palabra de Dios, con lo que se fomentó exponencialmente la cultura y las artes. De la lectura bíblica se dedujo que también se podía honrar y alabar a Dios a través del trabajo bien hecho; que mantener principios éticos en las relaciones personales, laborales y comerciales era necesario y de obligado cumplimiento para los creyentes; que amar al prójimo era equivalente a amar a Dios; que la mentira era un pecado horrendo contra el prójimo y contra Dios; que la vida del cristiano debía ser austera y ejemplar, fuera de fatuas ostentaciones; que el evangélico mandato de amar al prójimo debería tener un reflejo directo en el fomento del bienestar social, de las libertades humanas y de la justicia universal.
La Biblia en sí misma se convirtió en un agente de cambio social. No en un talismán, ni en un fetiche, ni en un amuleto; un libro de referencia en el que los creyentes buscaban la palabra de Dios para sus vidas, para sus familias, para sus negocios y para encauzar su destino. Los efectos no se produjeron de la noche a la mañana. Hubo rechazo y guerras. El poder establecido no cede sus privilegios voluntariamente. Las ideas se implantan primero, a veces con costes elevados. Luego vienen los cambios. Y, efectivamente, los cambios llegaron a la Europa protestante que, en algo más de un siglo mostraba una nueva imagen de desarrollo cultural y artístico, de prosperidad social y económica y, sobre todo, de una nueva forma de entender las relaciones humanas, sobre la base de una ética protestante, que ha sido motivo de admiración y estudio por parte de teólogos, sociólogos y economistas.
Estamos en el año 2017, a 500 años de la fecha en la que Martín Lutero clavó sus 95 tesis en lugar visible y concurrido, provocando la convulsión religiosa y social que conocemos como Reforma protestante. Las fronteras ya no están tan delimitadas como lo estaban entonces. La religión ha perdido peso social. Pero los problemas de hoy siguen siendo semejantes a los de antaño: corrupción y falta de valores éticos para que se produzca el tan necesario cambio social, junto a una depravación moral que abochorna incluso a los más tolerantes. La sociedad exige un cambio. Un cambio que intentan llevar a cabo algunos partidos políticos sin éxito aparente; es más, contribuyen ellos mismos a devaluar los valores éticos y a fomentar la corrupción.
Movimientos como el estallido del 15-M, las Mareas y otro tipo de movilizaciones sociales, han tomado la antorcha de la protesta, bajo el lema “unidos por el cambio”. Reclaman sus derechos, denuncian a los poderes establecidos y piden la instauración de una “auténtica democracia”. Otros propugnan por convertir la indignación en cambio, convocando “marchas del cambio”. La irrupción en la vida política del Movimiento 15-M convertido en partido político ha supuesto para muchos un soplo de esperanza. La sociedad indignada exige cambios. Se buscan nuevos horizontes. Cerrar los ojos a esta realidad es estar ciegos, y un ciego guiando a otro ciego supone que ambos vayan derechos al desastre.
Con motivo de la celebración de este 500 aniversario, cabe preguntarse cuál es, cuál va a ser el papel de las iglesias descendientes de la Reforma. Ahora no es tan urgente traducir y difundir la Biblia. Está al alcance de todos, incluso a través de los medios digitales. Y si en el siglo XVI los reformadores contaban con una herramienta novedosa como fue la imprenta, hoy contamos con medios de comunicación infinitamente superiores. La Biblia puede y debe seguir siendo un referente para el cambio social que demandan los ciudadanos, pero no el tipo de Biblia cautiva a causa de una lectura literal fanática como si de un tótem se tratara, descontextualizada , anclada en el tiempo, cual pieza de arqueología.
La Iglesia, con la Biblia en la mano, tiene que entrar en diálogo con la sociedad, tomar conciencia de la realidad y ofrecer una alternativa ética y una esperanza creíble, en un lenguaje inteligible, sin ambages, sin ambigüedades teológicas, sin misticismos superficiales. Las iglesias de la Reforma deben ser realmente reformadas, no colonizadas por fundamentalismos extraños, y debe ser autóctona, es decir, conectada y comprometida con el país en el que ejerce sus funciones. Su proyecto arranca de la restauración espiritual de los individuos pero debe proyectarse hacia el cambio social. Los individuos renovados, imbuidos de valores espirituales, éticos y sociales, deben estar presentes y comprometidos en los ámbitos de cambio social: centros educativos, entidades públicas, partidos políticos, instituciones, movimientos sociales…
La iglesia es un buen lugar para el cambio personal, la conversión, y para el fortalecimiento espiritual; pero el cambio social, como ya hemos apuntado, se produce en las calles, en las escuelas, en los institutos y universidades, en los centros de ocio, en las entidades públicas, en ayuntamientos y asambleas autonómicas y estatales, en los centros de trabajo y en otro tipo de foros públicos. Y se logra mediante el compromiso activo, defendiendo los valores cristianos que son, a fin de cuentas, los valores sociales, dando la cara por el desvalido y denunciando con convicción la corrupción y cualquier otro tipo de pecado. El cambio social que demanda el siglo XXI pasa porque las iglesias de la Reforma salgan a la calle dispuestas a propagar una ética protestante distintiva, simpatizando con los marginados, los refugiados políticos, los desahuciados y luchando por conseguir implantar la utopía de una sociedad mejor.
ONG Remar y Mensajeros de la Paz, juntos para ayudar a los refugiados.
LA REFORMA Y EL COMPROMISO SOCIAL
En “La Reforma y el cambio social” apuntábamos hacia la necesidad de que los herederos actuales de la Reforma del siglo XVI deben plantearse seriamente cual va a ser su contribución a la demanda ciudadana de un cambio social en el que prevalezca la ética cristiana y la justicia social.
Ahora volvemos a aproximarnos al tema reflexionando sobre las dificultades que entraña la necesaria relación entre un cristianismo libre de ataduras institucionales, sometido a las exigencias de la ética y, por otra parte, una sociedad sometida a una moral acomodaticia y a un desprecio visceral de los principios éticos históricamente defendidos por la Reforma. Y desarrollamos con mayor precisión algunas notas ya adelantadas en la anterior entrega.
Es una evidencia histórica que las relaciones entre cristianismo y sociedad resultaron difíciles y arriesgadas desde los tiempos del Fundador de la Iglesia. Persecuciones y martirios jalonan los primeros siglos de existencia de la Iglesia. En medio de las persecuciones y el desprecio de amplios estratos de la sociedad, comenzando por los propios judíos que terminaron expulsándoles de las sinagogas, el cristianismo creció exponencialmente, introduciéndose no sólo en sectores humildes de la sociedad, sino entre los colectivos más acomodados y, especialmente, entre el prestigioso ejército. Los cristianos ofrecían un comportamiento social intachable, una fe inquebrantable, una ética incorruptible y una solidaridad ejemplar. Supusieron un viento fresco para la corrompida sociedad romana, un referente ético y espiritual capaz de sembrar la semilla del cambio social. En ese período, la identidad de los cristianos se afirma en oposición a los demás: a los judíos y a los paganos, y se va produciendo una creciente diferenciación entre la sociedad civil y las comunidades cristianas.
Con el cesaropapismo, los valores cristianos fueron dilapidados y el cristianismo entró en otra fase ajena al objetivo macado por los apóstoles y los primeros creyentes. Cuando la Iglesia se amolda al Imperio y se identifica con él, asimilando su cultura y adaptando los valores propios al sistema mayoritario, la relación entra en un largo período de armónica relación. Posteriormente, al competir ambas instituciones por idénticos o semejantes objetivos, volverían a producirse enfrentamientos, no tanto porque la Iglesia defendiera los valores cristianos, sino porque priorizó proteger sus conquistas terrenas. Convertirse en religión oficial del Estado supuso para la Iglesia el principio de su decadencia espiritual, aunque desde el punto de vista social y político, fuera encumbrada y reconocida como religión oficial del Imperio y la única religión verdadera.
El proceso histórico, resumido tan sucintamente en los párrafos anteriores, evidencia algunos aspectos que conviene señalar- (Para un desarrollo más detallado de las ideas aquí expuestas, nos remitimos a nuestro libro La Reforma y el cristianismo en el siglo XXI, Clie: 2017).
- La Iglesia nace con vocación universal, por lo que pronto se ve obligada a romper con el estrecho marco del judaísmo para comprometerse con su destino universal.
- Al confrontar su destino con la sociedad contemporánea, se pone de manifiesto la incompatibilidad de los valores que ambas sostienen.
- El nuevo paradigma religioso, representado por los cristianos, triunfa sobre los viejos moldes sociales, pero después de una primera fase de éxito manifiesto, la Iglesia termina siendo abducida por la cultura del envejecido régimen.
- A partir del siglo XII vuelven a emerger, aunque sea tímidamente, las esencias del cristianismo y se producen diferentes conatos de reforma que terminan siendo anulados por la fortaleza de la Iglesia-institución que cohabita formalmente con el Estado confesional.
- El cristianismo se convierte de esta forma en un gigante decadente incapaz de responder a las demandas espirituales y a los retos sociales de los fieles.
- La ética cristiana pierde la fortaleza que hizo posible la transformación del Imperio.
- La Reforma del siglo XVI, por su parte, reivindica los valores perdidos, renuncia a una buena parte del lastre acumulado a lo largo de los siglos y recupera la Biblia como único referente teológico e ideológico para dar paso a una iglesia renovada, profética, comprometida tanto con el cambio de paradigma religioso como en su empeño de volver a ser sal de la tierra y transformar la caduca sociedad europea. Principios básicos, como defender la verdad, luchar por la justicia social y conformar la vida bajo la disciplina de una ética intachable, dieron paso al nuevo paradigma que impera en los países protestantes.
El problema es que, una vez más, se cumple el proverbio que tan atinadamente recupera el apóstol Pedro en su segunda carta universal: “El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2ª Pedro 2:22). Se repiten los procesos tan repetitivos en el Antiguo Testamento respecto a las relaciones de Israel con su Dios y, una vez más, los valores cristianos que hacen posible restaurar, aunque solo sea en una parte, una Europa reformada que trata de mantenerse fiel a los principios bíblicos, van siendo olvidados y devaluados hasta llegar al punto de la Europa contemporánea:
- Una Europa que ha sido capaz de desangrarse en dos desoladoras guerras mundiales, provocadas por el odio y el racismo.
- Una Europa que ha caído en un liberalismo económico descarnado que ha arrojado a la marginalidad a amplios sectores de su población.
- Una Europa que levanta muros y verjas para impedir que quienes buscan refugio huyendo de guerras y miserias destructivas, puedan acceder a su estado de bienestar.
- Una Europa que contempla cómo miles de personas mueren ahogados en el Mediterráneo, después de haber sido explotadas, torturadas y muchas de las mujeres violadas en el camino hacia una ilusoria libertad y prosperidad.
- Una Europa, y a la cabeza España, anegada en una ominosa corrupción, que ha contaminado y desprestigiado a muy diversos sectores de la sociedad, creando en los pueblos sentimientos de frustración difícilmente reparables.
- Una Europa católica, protestante y/o ortodoxa, que ha renunciado en buena medida a los valores cristianos de libertad, igualdad de todos los seres humanos, solidaridad, justicia social, respeto a la dignidad de todos sin distinción de raza, color, religión o diferentes opciones en determinados aspectos que conciernen al ámbito personal de cada individuo.
- Una Europa en la que nadie se fía de nadie. El sí ya no es sí, el no, ha dejado de ser no; a los ciudadanos les es permitido mentir descaradamente, sin ninguna penalización, cuando son imputados por algún delito y el concepto de honestidad ha mutado en orgullo o prestigio social.
- Una Europa, en fin, que al igual que ocurriera en el siglo XVI, necesita salir de la actual crisis de valores, volver a fundamentar sus raíces en los sólidos valores cristianos de amor, paz, libertad, justicia y solidaridad, desde un fundamento ético que permita un verdadero cambio social.
En medio de celebraciones, conmemoraciones y efemérides muy diversas que se convocan en este año del 5º Centenario de la publicación de las 95 Tesis de Lutero, sería conveniente reservar el espacio y el tiempo suficiente para que las iglesias o, si se prefiere, los fieles que se sienten herederos de la Reforma como transmisora a su vez de los valores cristianos, tomen conciencia de que la fe demanda compromiso, y que el compromiso es con Dios, cierto, pero lo es con la sociedad, con sus demandas, con sus necesidades y no tanto con mantener prioritariamente el fuego sagrado de las instituciones religiosas. Trasladándolo al lenguaje evangélico, se trata de reír con el que ríe y llorar con el que llora.
La palabra clave, pues, es compromiso. Y el propósito, el cambio. En tiempos en los que la sociedad está en crisis y algunos ofrecen cambios de imagen, campañas de marketing o soluciones totalmente superficiales, las iglesias reformadas deben enseñar a sus fieles a ir a la raíz, ser radicales, como lo fueron en una primera fase los reformadores magisteriales y, al comprobar que sus reformas no eran suficientes, como lo fueron los reformadores radicales, que tomaron el relevo. El objetivo es llegar a la raíz del problema y ofrecer un nuevo modelo de sociedad basado en la justicia social, la ética cristiana y el amor al prójimo. No sólo como enseñanza en los púlpitos, sino proyectándose al exterior de los templos, convirtiéndose en levadura que leude la masa, es decir, formando parte, en sus diversas estructuras, de los agentes de cambio político, económico, cultural y social. Es preciso no perder de vista que el amor, la compasión o la justicia tienen que traducirse en ordenamientos jurídicos que las hagan posibles. Y ese es un papel especialmente reservado a quienes se consideran y presentan como emisarios del Dios de amor y justicia.
Máximo García Ruiz en Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
octubre 10, 2017
¡Gracias por el artículo! Me lo guardo a favoritos para tenerlo presente en un futuro.
octubre 10, 2017
Comparto completamente tu opinión. Sin lugar a dudas hay que tener todo esto muy en cuenta.