Carmelo Chillida leyendo sus versos en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de José Amador Martín)
Crear en Salamanca se complace en publicar el comentario que, sobre el poemario ‘Desde el Balcón, de Carmelo Chillida, ha escrito el venezolano Joaquín Marta Sosa (Nogueira, Portugal, 1940), profesor titular de la Universidad Simón Bolívar de Caracas y miembro de la Academia Venezolana de la Lengua. Abogado, Magíster en educación. Con posgrado en ciencias políticas en el Instituto de Estudios Políticos de Madrid. Su obra poética es vasta, y ha escrito sobre temas literarios, estéticos, educacionales y sociopolíticos. Es compilador de Navegación de tres siglos: antología básica de la poesía venezolana, 1826-2013 (2003) y de Poetas y poéticas de Venezuela (antología 1876-2002) (Madrid, 2004). En poesía ha publicado más de una docena de títulos, los últimos de los cuales son Urbasa (2014) y Memorial de la caída (2016). Fue director de El Diario de Caracas y es columnista habitual del diario El Nacional en Venezuela.
El venezolano Carmelo Chillida participó en el XIX Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca en octubre de 2016.
Desde el balcón del Ayuntamiento e Salamanca, Ingrid Valencia, Chillida y su esposa, y Salvador Galán (Foto J. Alencar)
LA POESÍA ELEMENTAL DE CARMELO CHILLIDA
Me encuentro sorpresivamente con unos poemas que parecen cualquier otra cosa, menos poesía. Es la primera y nítida impresión que nos deja la lectura de cualquiera de los poemarios de Carmelo Chillida, desde El sonido y el sentido, Versos caseros, ¿Un poema de amor?, incluso en su inédito Canciones de insomnio. Y, claro, en el más reciente: Desde al balcón. Esa sensación y sabor de unos poemas que parecen tan alejados de la poesía, se disuelve al poco tiempo. Su poética trabaja con lo elemental, con los sucesos sin elaboración, con los pensamientos sin someterlos a examen, con los sentimientos y emociones sin enfrentarlos a ningún escrutinio. Es poesía que se obtiene con las partículas elementales de los avatares del vivir diario, ordinario, cotidiano, sin nada de grandeza ni fastos celebratorios.
Como exigencia desprendida de esa elementalidad emerge un lenguaje directo, oral, narrativo, donde siempre está supuesto un tercero, el lector, quienquiera que sea. Es una poesía, esta sí, conversacional, que, pese a sus apariencias, no se inscribe en el exteriorismo sino en una serena intimidad plena y confesional hasta las consecuencias más arriesgadas. En efecto, esta poética arriesga, y mucho. Primero al someterse a un ejercicio de prosa informativa, de crónica más o menos doméstica y sin apenas relieves. Luego, a que el punto de vista sea el de un hombre ordinario, el que escribe (“Ese que se sienta solo / frente a la computadora / y comienza a escribir sin tema previo, / sin plan o ausencia de plan.”), el que medita en las retículas de esas palabras sin grandiosidad, de esos acontecimientos que jamás irán a parar a la historia. En este punto es donde descubrimos que es su atmósfera desolada, solitaria, de pasiones contenidas, lo que hace poética a esta escritura, poiesis que arde en el pozo profundo de estos versos y alimenta el estremecimiento del mundo desde una lluvia tranquila, susurrante, eterna, donde no hay gritos ni aspavientos ni, a primera vista, reclamo espiritual, metafísico.
Portada del poemario
Por poco que nos detengamos a reflexionar, no tendremos duda de que esta de Carmelo Chillida es poesía honda, construida con las materias más elementales, esas donde se levanta el paisaje humano, interior, del habitante urbano del hoy más intenso (“… el ocio y la contemplación son / actividades subversivas. / El negocio reina en estas comarcas.”). Poética, por tanto, contestataria, de la que afirman que la suya es antipoesía y testimonial. Testimonial sí, antipoética no.
Su decir directo, al que hemos aludido, permite darle corporeidad a una estructura de “obra limpia” que, a diferencia de cierta tradición, no tiene su punto de partida en la poesía sino en la autobiografía más calladamente dramática, incluso agónica. Línea que se prolonga en el ritmo y la musicalidad de la escritura, en los cortes oportunos urdidos para potenciar la sonoridad de la palabra (“Sólo pido a los dioses que este apartamento / tenga la calidez que aquel otro tenía / que arda aquí también / la llama del hogar.”), en versos inusuales en la poesía venezolana, y que le insuflan una inexplorada energía espiritual, doméstica y urbana. En efecto, su lenguaje y sus temas se procuran directamente en las estancias que solemos mantener cerradas para preservar sus contenidos secretos.
Carmelo Chillida no le teme a la exposición, la necesita, le es indispensable para mirar la vida que circula en su interior y a su alrededor, dialogar con ella para ese fortuito desconocido que se convierte por un momento en su lector. A este le allega la ironía, la domesticidad, la cocina, las calles, los ruegos y las resignaciones, todo sin derramar una sola lágrima ni invocar el derrumbe anímico.
Marina González, Etnairis Rivera, Mª Ángeles Pérez López, T. Elssaca, Chillida e Ingrid Valencia, en el Aula Magna de la Facultad de Filología
(Foto de J. Alencar)
Observando el panorama de la venezolana, diría que la grande Hanni Ossott ocupa el extremo de la transpoesía: apropiarse de lo que está más allá y transustanciarlo en metafísica del alma personal. En tanto que Carmelo Chillida, ocupa el otro extremo de ese hilo, el de la pre-poesía: enuncia lo que está más acá y lo emboca en la interioridad de la physis psíquica, sin que baste una primera lectura para lograr esa operación de desvelamiento. Entre estos dos poetas extremos discurre, por ahora, el resto de la poesía venezolana, la buena y la mala.
Entretanto Desde el balcón, y sus otros poemarios, se adueñan de lo prosístico y prosaico para contagiar las arterias por donde viaja el quehacer de esta poética. Es la voz que conversa, introspectiva hasta el fondo, en una ruta de trashumancia y fugacidad engastada en el círculo de una rara infinitud. La sencillez extrema de su lengua y construcción operan a la manera de cuchillos eficaces para comunicarnos en la extrema complejidad del vivir (“La función comenzó hace tantos siglos / y ha continuado sin pausa, / dura y durará mientras el hombre sea / un actor, mientras el actor sea un hombre.”)
¿Poesía minimalista? Puede ser, pero, a fin de cuentas, es una poética de lo oculto, lo sugerido, lo entrevisto. ¿Qué más sabemos de las vidas de quienes nos acompañan o de quienes se cruzan con nosotros? Sólo que es en esos pasadizos donde descubriremos algo, poco, gracias a que retener el afuera nos acerca a comprender el adentro. Y sin bullicio ni agitaciones. La serenidad, nos enseña esta poesía, es la madre de todas las cosas capaces de alumbrarnos los ojos.
La de Carmelo Chillida es “otra” poesía, a pesar de que no carece de tradición que la impulse, es poesía real y eficaz, de lo urbano y del yo que lo habita, lo sufre y resiste: “… Entonces, ¿qué hacemos aquí? / Nada, sólo hacemos preguntas.” Tal es el elemento trascendente de esta poesía elemental.
Mares, Chillida y su esposa, Galán, García Herrera y San Martín (foto de J. Alencar)
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.