Cláudio Aguiar con una bandera de Brasil pintada por Miguel Elías sobre páginas del escritor cearense
(foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca se complace en publicar este artículo del escritor Aguiar (Ceará, Brasil, 1944) es narrador, ensayista, poeta, dramaturgo, cuentista y doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca. Actualmente es presidente de la Fundación Miguel de Cervantes de Apoyo a la Investigación y a la Lectura de la Biblioteca Nacional de Brasil, y hasta hace un año lo fue del PEN Club de Escritores de Brasil, ambas instituciones con sede en la ciudad de Río de Janeiro. Como escritor ha recibido varios premios y reconocimientos, tanto en el ámbito de la novela como en el teatro, entre los que pueden citarse el Premio Nacional de Literatura (1982) otorgado por el Ministerio de Cultura de su país, así como los premios José Olympio de Novela (1981), Premio Fernando Chinaglia de la Unión Brasileña de Escritores (1981), Premio de Teatro Waldemar de Oliveira (1985) y Premio Lucilo Varejão (1995) y el Premio Iberoamericano de Narrativa “Miguel de Unamuno” (2009). Sus novelas y relatos han sido traducidos al ruso, francés y español, entre otros idiomas.
Este artículo es inédito y ha sido traducido por el poeta A. P. Alencart
Foto de José Amador Martín
LA POESÍA
La poesía debería consumirse como alimento diario o ración de supervivencia. Con poesía la vida se vuelve más ligera, menos salvaje y egoísta, más solidaria y nos da la oportunidad de vivir en el mundo sin ignorar al otro.
La función de las efemérides es recordar, aunque solo por un día. Ese es el significado etimológico de este término que, a pesar de su brevedad, combate el olvido. Hay cosas y personas que necesitan ser recordadas siempre, si es posible, todos los momentos, todas las horas, todos los días, sin interrupción.
¿Por qué dije efemérides? Porque la semana pasada en varios lugares del mundo, la gente celebró el día de la poesía. Es viejísimo el proverbio: “El poeta nace, el orador se hace”. Sí, viejísimo, pero no tan verdadero en términos absolutos. Casi todo en la vida tiene su excepción. El poeta no nace poeta; nace hombre. El hombre se hace poeta. Pocos, por cierto.
La belleza de la poesía no se limita a su forma expresiva, sino a otras maneras de manifestaciones estéticas. Justamente por eso se dice que el papel del Arte sería ocultar el arte, es decir, no depender exclusivamente de la forma. El contenido, entonces, estaría libre de llegar al destinatario en su estado de gracia real. De ahí, tal vez, pueda afirmarse que el arte es duradero, mientras que la Vida resulta breve.
Foto de José Amador Martín
Esta reflexión expone el yo poético ante el poder de la imagen que sobrepasa el realismo desnudo y crudo. Se trata del testimonio de la mímesis, es decir, de ese esfuerzo creativo que avanza hasta el reducto de la memoria con el fin de restablecer el momento poético.
He aquí, por tanto, el poder extraordinario de la poesía. Ella tiene algo que revelar a los lectores, especialmente cuando la palabra se vuelve incapaze para expresar en su totalidad los sentimientos. Por eso no siempre las palabras son medios exclusivos para llegar a la belleza poética. También compiten, con la misma intensidad, los sonidos, los colores, las manifestaciones, las abstrusas o no, de la naturaleza, el lance de la mirada y, sobre todo, como afirmó el poeta del “verde que te quiero verde”, Federico García Lorca, los impulsos poéticos originarios de la imaginación o del pensamiento, que llegan como si fueran voces del más allá. Estos instantes no carecen de la expresión verbal.
Por admitir que los estados de gracia se cruzan en una atmósfera inaccesible a la mayoría de los mortales, Miguel de Cervantes afirmó que “los poetas se roban unos a otros”. El autor de Don Quijote quería decir que en el reino de lo sensible es arriesgado declararse original. La belleza, sin duda, es como la luz del sol: brilla para todos. La poesía también es así: llega a todos los corazones con fuerza y, al mismo tiempo, los conmueve. No importa que ella venga envuelta en los pies de los versos, anclada en la música, atrapada en ritmo de las palabras, entrañada en la tensión de un drama verosímil, o escondida en el misterio del arcoíris.
La poesía, en fin, debería consumirse como alimento diario o ración de supervivencia. Con poesía la vida se vuelve más ligera, menos salvaje y egoísta, más solidaria y nos da la oportunidad de vivir en el mundo sin ignorar al otro.
Foto de José Amador Martín
A POESIA
A poesia deveria ser consumida como um alimento diário ou ração de sobrevivência. Com poesia a vida torna-se mais leve, menos selvagem e egoísta, mais solidária e nos dá a oportunidade de viver no mundo sem ignorar o outro.
A função das efemérides é lembrar, porém, apenas por um dia. Esse é o significado etimológico desse termo que, apesar de sua brevidade, combate o esquecimento. Há coisas e pessoas que precisam ser lembradas sempre, se possível, todos os momentos, todas as horas, todos os dias, sem interrupção.
Por que falei em efeméride? Porque na semana passada em várias partes do mundo pessoas comemoraram o dia da poesia. É velhíssimo o provérbio: “O poeta nasce, o orador se faz”. Sim, velhíssimo, porém, nem por isso, verdadeiro em termos absolutos. Quase tudo na vida tem exceção. O poeta não nasce poeta; nasce homem. O homem é que se se faz poeta. Poucos, aliás.
A beleza da poesia não se restringe à sua forma expressiva, mas a outras maneiras de manifestações estéticas. Justamente por isso se diz que o papel da Arte seria ocultar a arte, ou seja, não depender exclusivamente da forma. O conteúdo, então, estaria livre para chegar ao destinatário em seu real estado de graça. Daí, talvez, afirmar-se ser a Arte duradoura, enquanto a Vida é breve.
El poeta Luis de Góngora (Foto de José Amador Martín)
Essa reflexão expõe o eu poético diante do poder da imagem que ultrapassa o realismo nu e cru. Trata-se do testemunho da mímesis, ou seja, daquele esforço criativo que avança até o reduto da memória a fim de restabelecer o momento poético.
Eis, portanto, o poder extraordinário da poesia. Ela tem algo a revelar aos leitores, sobretudo quando a palavra torna-se impotente para expressar na íntegra os sentimentos. Por isso nem sempre as palavras são meios exclusivos para chegar-se à beleza poética. Também concorrem com a mesma intensidade os sons, as cores, as manifestações, abstrusas ou não, da Natureza, o lance do olhar e, sobretudo, como afirmou o poeta do “verde que te quero verde”, Federico García Lorca, os impulsos poéticos oriundos da imaginação ou do pensamento que chegam como se fossem vozes do além. Esses instantes não carecem da expressão verbal.
Por admitir que os estados de graça se cruzam numa atmosfera inacessível à maioria dos mortais, Miguel de Cervantes afirmou que “os poetas são ladrões uns dos outros”. O autor de Dom Quixote queria dizer que no reino do sensível é arriscado declarar-se original. A beleza, sem dúvida, é como a luz do sol: brilha para todos. A poesia também é assim: chega a todos os corações com força e, ao mesmo tempo, os comove. Pouco importa que ela venha envolta nos pés dos versos, escorada na música, presa ao ritmo das palavras, aprisionada na tensão de um drama verossímil, ou escondida no mistério do arco-íris.
A poesia, enfim, deveria ser consumida como um alimento diário ou ração de sobrevivência. Com poesia a vida torna-se mais leve, menos selvagem e egoísta, mais solidária e nos dá a oportunidade de viver no mundo sem ignorar o outro.
Pilar Fernández Labrador y Cláudio Aguiar en la Sala de la Palabra (Salamanca, 2012. Foto de Jacqueline Alencar)
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