La poeta Montse Ordóñez
La poeta Montse Ordóñez (Barcelona, 1974), gestora cultural, es creadora del proyecto Cuban Rhapsody, donde se aglutinan varias disciplinas artísticas y literarias de la cultura cubana. Colaboradora habitual de varias editoriales de España y Chile, sus trabajos han sido publicados en EE.UU., Chile, España, Colombia, Uruguay, Argentina y México. Recientemente ha presentado en Miami su poemario LA ORILLA DE LOS NADIE (Promarex Ediciones, Barcelona, 2018), que ha tenido una favorable acogida.
LA ORILLA DE LOS NADIE
Siempre he creído que un poeta —pero puedo extender esta idea a un narrador, pintor o músico— escribe para sí mismo, movido por el imperativo vital de sacar afuera un conjunto de emociones, de impulsos intuitivos, incluso inconscientes, en el que le va, si no la vida, al menos la razón de su vida. El lector sería entonces un receptor virtual, pero en todo caso casual, accesorio, o no existir en absoluto, y esto bien lo saben los poetas que terminan regalando sus libros como tarjetas de presentación, porque la poesía de calidad —y otras manifestaciones creativas— quizás solo pueda ser realmente valorada tras pasar por el juicio del tiempo.
Creo, pues, que una obra no puede ser abordada desde la interpretación: ha sido creada para ser admirada, sentida, para estremecernos estéticamente. Luego, hay quien le busca entresijos, mensajes velados, correspondencias, etc., pero todo ello forma parte de la libertad del lector u observador. Nos impacta, por ejemplo, el Guernica de Picasso en su conjunto, no necesitamos, para que nos conmueva dramática y estéticamente, buscar símbolos y atribuir significados a los elementos que lo integran, casi una labor detectivesca a la que el observador tiene derecho, pero nada más, pues el raciocinio no aumenta su valor estético y emocional. Es un conjunto de símbolos universales capaces de provocar en el otro un impacto como respuesta, el llamado correlato objetivo, según el poeta inglés T.S. Eliot.
He leído el poemario LA ORILLA DE LOS NADIE de la poeta española Montse Ordóñez, para más señas catalana. Ya el título es una metáfora que me produce una emoción estética. En un primer momento, pese a lo que he dicho antes, tuve la tentación de descubrir en sus páginas quiénes son esos “nadie” que se anuncian en el título. Pero enseguida me di cuenta de que no ganaría nada con saberlo, sino que perdería el placer de la metáfora, porque la poesía se mueve por senderos tangenciales, misteriosos, incluso a veces metafísicos.
Como cada generación es heredera del legado cultural de todos los tiempos, el título del poemario de Montse me hizo recordar el poema épico la Odisea, donde Homero nos narra las vicisitudes por las que tuvo que pasar el héroe tras la guerra de Troya, durante su regreso a Ítaca, su tierra. En uno de esos avatares sufridos está su encuentro con el cíclope Polifemo. Como sabemos, cuando el temible personaje le preguntó su nombre, Odiseo le respondió que se llamaba “Nadie”. Después, cuando el astuto héroe logra dejar ciego a Polifemo, añade: “No te hirió nadie, sino Odiseo”.
El episodio de Polifemo y Odiseo ha dado pie a muchas obras posteriores, desde los dramaturgos de la Antigüedad, Eurípides y Aristófanes, luego el poeta Luis de Góngora, en el Siglo de Oro español con su Fábula de Polifemo y Galatea, hasta la ópera Acis y Galatea, de Haendel a principios del siglo XVIII, entre otros ejemplos. Y ahora tenemos ante nosotros a Montse Ordóñez pluralizando a los “nadie”.
Recuerdo ahora que hay una frase cubana, muy común, sobre todo al dar un pésame, de curiosa sintaxis de alto vuelo poético cargada de una modesta filosofía existencial: “No somos nadie”.
Leyendo el libro de Montse he sentido que formo parte, como ella, de “los nadie”, esos que son los más desvalidos y sin embargo los más fuertes en su lucha por sobrevivir, al parecer movidos por un mandato celular, como aparece en el segundo poema, “La orilla de los nadie”, que da título al poemario: ahí están los que intentan llegar a las costas del Mediterráneo o a las de la Florida temblando de frío y miedo; pero también los que están tierra adentro con La decrepitud de los silencios, es decir, Y nosotros quedamos atónitos e impávidos/al rugido/de la desesperanza//y los gritos. Este poema ya marca la pauta de lo que seguirá siendo su contenido, porque se trata de dos clases de indefensión: la de la desesperación de unos por sobrevivir y la de la impotencia de los que están al otro lado, incluso de sí mismos.
La indefensión del individuo ante su propia adversidad es lacerante, como en el poema “Ajenos”, donde nos consolamos comparándonos con los otros, como ese refrán burlón que dice: ”Mal de muchos, consuelo de tontos”.
Montse Ordóñez y Lilliam Moro, en Miami
Los nadie de este poemario somos también los seres de la no pertenencia, los que intentamos llegar a otra orilla, y no solo a la de una playa objetiva donde muchos esperan encontrar la sobrevivencia, sino a un sitio de realización dentro de nosotros mismos, desde lo que a veces la poeta llama la orilla de los invisibles, en su poema “Desespero”. Sobre la idea de la orilla, encuentro también esta bella metáfora: El mundo se zurce de orillas, en su poema “Orillas para un mundo”.
En este libro todos sus poemas constituyen un solo poema porque, aun escrito cada uno de ellos con diferente tono y estilo, están traspasados por un mismo hálito coherente que se va ramificando en diversas escenas poéticas, como instantáneas de la desolación.
En el mundo actual, caracterizado por la indiferencia, el caos, la pérdida de valores fundamentales y el hedonismo, La orilla de los nadie es, necesariamente, moralista, muy evidente en poemas como “Remedios para un mundo” y “Senda”, pero doliente, compasiva, sin lo cual cualquier moralismo estaría limitado a una postura fría, crítica, admonitoria. Ejemplos de ello son los poemas “Tiempo de palabras” y “A orillas de una ira”.
Después de leer La orilla de los nadie, creo que Montse Ordóñez, al contrario que Odiseo, ha mostrado su verdadera identidad, pero no en su nombre propio, que en definitiva es parte del ego, sino en la razón del ser y la fuerza de “los nadie”, los que con humildad y obstinación persisten en sus valores humanos, sin ceder a la complacencia y la aprobación de los de cualquier otra orilla, como si pronunciaran esas palabras de Lou Salomé Andreas que pone Montse como exergo al comienzo de su poemario: El mundo no te regalará nada, créeme. Si quieres tener una vida, róbala.
LA ORILLA DE LOS NADIE
Con la precariedad de los tiempos
uno juega
y se sostiene
pliegues, bifurcaciones, encrucijadas, tizne, proceso
Nadie sabe dónde se esconde el olor de los jazmines secos
posiblemente lo encontremos
en el rincón de los miedos
en la esquina deshabitada
de los que huyen en busca de pan
La decrepitud de los silencios
hace estragos en las almas de los que lloran
Las balsas liberan peso
y ruge el mar
Cuando mengua
las olas los engullen
Los tiempos juegan de nuevo
con la sinrazón
de los que quedan
y lloran
sin consuelo
temblando de frío y miedo
Y nosotros quedamos atónitos e impávidos
al rugido
de la desesperanza
y los gritos
Los Nadies, del pintor Antonio Soto
PLEGARIA
No le digas a mi padre
que por las noches
sigo teniendo miedo al timbre de la puerta.
No le digas a mi padre
que desde hace tres meses y veinte días
no sonrío.
No le digas a mi padre
que la oscuridad se ha hecho mañana
y el día hostilidad.
No le digas a mi padre
que en el amanecer de los domingos
soy incapaz de escuchar a los Beatles.
No le digas a mi padre
que lloro
cuando oigo el sonido de sus gestos.
No le digas a mi padre
que está siendo complicado acostumbrarme
a vivir en su madrugada.
No le digas a mi padre
que el mundo anda repleto de miedo
y que yo
muero de él.
No le digas a mi padre
que los que quedaban
se fueron lentamente.
No le digas a mi padre
que no me acostumbro a pasear
por las calles en las que aprendí a vivir de su mano.
No le digas a mi padre
que no me atrevo a observar las imágenes de la infancia
en las que nuestros rostros desprendían
la esperanza del mundo.
No le digas a mi padre
que vivo refugiada
en la biografía del silencio.
Los Nadies, del pintor Antonio Soto
EL PAN DORMIDO
Con la prudencia
de un quizás
el párpado de los durmientes
se desvela
en la noche sombreada.
El silencio de Nietzsche
abraza la verdad del transeúnte.
La mentira de los hombres
se adhiere
a los acentos de una isla.
Por los labios de la ira
se diluye
la sinrazón
la infamia
y un pan dormido.
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