El escritor Juan José Armas Marcelo
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar el comentario que, sobre la novela del canario J. J. Armas Marcelo, ha escrito Alberto Hernández (Calabozo, Venezuela 1952), poeta, narrador y periodista. Egresado del Pedagógico de Maracay, realizó estudios de postgrado en la Universidad Simón Bolívar (Caracas) en Literatura Latinoamericana. Fundador de la revista literaria Umbra, es colaborador de revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Su obra literaria ha sido reconocida en importantes concursos nacionales. En el año 2000 recibió el Premio “Juan Beroes” por toda su obra literaria. Ha representado a su país en diferentes eventos literarios: Universidad de San Diego, California, Estados Unidos, y Universidad de Pamplona, Colombia. Encuentro para la presentación de una antología de su poesía, publicada en México, Cancún, por la Editorial Presagios. Miembro del consejo editorial de la revista Poesía de la Universidad de Carabobo, Venezuela. Se desempeña como secretario de redacción del diario “El Periodiquito” de la ciudad de Maracay, estado Aragua, Venezuela. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano y al árabe.
1.-
Dos personajes, dos historias en la misma ruta. En una ruta que se bifurca. Dos ambiciones. Poder y gloria. Dos invenciones. Dos sujetos reales que entran en una ficción y siguen siendo reales. O la ficción de una realidad que se ejerce desde la continuidad de un diálogo interminable. Dos caracteres, dos maneras de decidir, dos maneras de vivir, dos formas de morir. Una misma vida. Dos vidas en un solo reflejo. Una misma muerte. Un solo país soñado como un continente y, al final, el fracaso.
Esta novela no cuenta tácticas o estrategias de dos personajes militares por todos conocidos como parte de nuestra historia cotidiana. Esta novela perfila la personalidad de dos hombres que destacan en el imaginario venezolano. Es la historia de dos monumentos, de dos estatuas, de dos seres humanos acosados por sus fantasmas, por sus monstruos particulares, por las ansias de ser Historia y concebirla como propia.
Esta es la novela de dos retratos que se reinventan como producto de nuestra afiebrada concepción identitaria y nacionalista. Es el cuento de nunca acabar de quienes con sus talentos y espadas hoy siguen formando parte de un sueño, de una fantasía, de un breviario de simulaciones.
“La noche que Bolívar traicionó a Miranda” (Editorial El Estilete, Caracas, febrero de 2018), de J.J. Armas Marcelo, es la novela de una desmesura. La historia de un relato que siempre encuentra protagonistas en otros. La narrativa de dos vidas que se cruzan y luego se separan, una para desteñirse en una prisión y la otra para consagrarse en el campo de batalla. Una que se agota en una ergástula y la otra que cabalga por la geografía de una tierra que representa una utopía.
Pero más que nada es la novela, la larga novela, de un hombre que soñó, permitió que soñaran por él a través de sus aventuras, verdades o mentiras que se convirtieron en alucinaciones épicas, de alcoba, devaneos anecdóticos en los que la traición, ejecutada por su pupilo, fue la más reveladora justificación para darle rienda suelta a la más ardorosa pasión del Nuevo Continente: la Libertad producto de una encarnizada guerra que dio al traste con la presencia española en esta parte del hemisferio.
Bolívar, de Alejandro Obregón
2.-
Francisco de Miranda y Simón Bolívar son estos alucinados, quienes desde sus tragedias desarrollan esta novela que el narrador canario Armas Marcelo (1946) entrega sin remisión alguna.
Afincado en el relato de aquella tierra nombrada desde lejos como Gran Colombia por Miranda y su bandera, el autor vertebra su escritura desde la pérdida de la Primera República luego de la Batalla de Puerto Cabello, evento en el que el joven Bolívar debió acusar la derrota, un poco después de la de Valencia, donde triunfó, en la que fue ascendido a coronel por Miranda. El Generalísimo, quien era el estratega, debió firmar una capitulación ante Monteverde, razón por la cual fue acusado por Simón Bolívar de traidor y entregado a las autoridades españolas que lo solicitaban a su vez por traición al reinado de la península.
La historia es conocida. Pero lo que más interesa revisar es la personalidad de ambos personajes, la psicología de dos hombres que se convirtieron en enemigos irreconciliables, luego de que el Generalísimo fuera el mentor de Bolívar: su padrino como militar, como miembro de la masonería. Aquí está la importancia de este trabajo de Armas Marcelo, más allá de la relevancia militar de ambos sujetos.
Miranda en La Carraca (óleo de Arturo Michelena.
3.-
Juan García Ponce, el novelista e intelectual mexicano, escribió en una oportunidad que “América es una invención cultural. Su aparición en el horizonte de la historia de Occidente, a la que pertenece, no puede situarse buscando en la oscuridad de unos orígenes que lentamente van surgiendo a la luz y se convierten en historia, sino que son uncapítulo de la misma historia, constituida ya como tal y que dentro de su propio movimiento recoge como una de sus acciones la invención de América” (*)
Esta afirmación del pensador azteca dibuja las huellas de los dos personajes que recorren estas páginas. De tanto decirlo, son un invento, un reflejo, un eco que, a estas alturas del tiempo, continúan latiendo en la mirada de quienes se sustentan en sus estatuas, en la posición de sus cuerpos bajo la lluvia y el sol de las plazas. Ese “capítulo dela misma historia” recoge las intimidades de Miranda y Bolívar: sus debilidades, fortalezas, ambiciones, locuras, sueños, utopías. Y a tanto han dado que el mundo siente que no existieron, que fueron un invento, una recreación de historiadores y malas o buenas lenguas de esta tierra exagerada al comienzo por la de Colón. América española suele ser una exageración.
La novela de Armas Marcelo anda por esos lares: no exagera, porque ya los personajes lo son por su propia naturaleza. Son dos sujetos tan griegos como latinos. Son troyanos en su Egeo. Tan héroes como la flora y la fauna de este continente arisco y retrechero. Dos lumbreras que se apagan en la medida en que se hacen parte personal de sus descendientes: América también es una gran mentira.
La anécdota se balancea entre la verdad y la sospecha. Miranda es y no es. Bolívar es y no es. No son y son. Y así pasan por estas páginas como ejes accionales que terminan convertidos en una sombra. Ambos en mausoleos imaginados. Uno en una gran casa funeraria remodelada en Caracas. El otro, perdido en una fosa común, en Cádiz.
4.-
Relatada entre pausas y rupturas, entreveros episódicos, este trabajo de Armas Marcelo fecunda la leyenda de ambos personajes. Y digo leyenda por lo ya afirmado arriba: Miranda y Bolívar forman parte de un invento que es producto de una realidad convulsa, epiléptica, titánica. Ambos han sobrepasado la historia para transformarse en sombras helénicas, románticas, en estrellas de una película que no tiene un final preciso. La muerte aún no les ha llegado. Es sólo un símbolo.
La novela, bien escrita y bien traducida desde los venezolanismos que un canario usa en estas páginas, a veces se torna repetitiva. Tiene momentos sublimes, elevados, y en otros se desgasta en regodeos que terminan en hechos ya revelados anteriormente. Podríamos suponer que el narrador a veces se convierte en los personajes, y éstos, los actantes, son obsesivos. De manera que el narrador fue afectado por los personajes. Ellos, Miranda y Bolívar, tan virales, acontecieron en el narrador y lo llevaron a convertirse en ellos, en los personajes, en esas sombras que finalmente terminaron en un precipicio. La tan repetida cita se hace plural: “Hemos arado en el mar” y aquel “¡Bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche!” fueron dirigidos al mismo Bolívar desde la boca de Miranda, a quien le perdió la pista una vez fue encerrado en La Carraca. Y así como “la traición es una vía del conocimiento del mundo” (p. 132), igual la gloria que ambos se inventaron. Ambos fueron traicionados. Bolívar traicionó a Miranda y Miranda traicionó –de acuerdo con otros relatos- a medio mundo: a los españoles, a los rusos, a los franceses, a los ingleses, a los norteamericanos. Se había codeado o “acostado” con Catalina la Grande, se tuteó con Napoleón, con Washington, a quien consideraba un engreído. Se regodeó con y en la realeza madrileña y dejó sembrada toda una leyenda de macho cabrío y de hombre culto. La última se haría prueba de verdad a través de “Colombeia”, una extensa memoria que lo sitúa en un espacio envidiable ante la poca preparación de muchos “héroes” y personajes de este gran invento llamado América, en lugar de Colombia como el Generalísimo soñó.
Francisco de Miranda
5.-
El impulso narrativo de Armas Marcelo lo conduce a escribir una historia que en estos tiempos era necesaria: descorre una vez más la cortina para dejar al descubierto el rostro de sujetos mitificados, no tanto Miranda, pero sí Bolívar, convertido en objeto de adoración perpetua. En tótem. En santo de altar, mientras la tumba de Miranda en Caracas permanece vacía.
El discurso en esta novela, a veces con el afán de acercarse al modo de habla del venezolano, deriva en pérdida de fuerza relatora. Por ejemplo: “Bolívar entonces dio un par de pasos hacia donde le proponía Miranda. Y ese primer par de pasos fue definitivo. Los demás lo habían visto y ya no podía detenerse. Ni podía dar sensación de duda ni mucho menos hacer pensar a los conjurados que estaba a punto de plegarse, que tenía la reacción del general Miranda cuando estuviera con él a solas. Ahí estaba la vaina, pues, chévere cambur, ahí se estaba jugando el destino, el futuro” (p. 124).
¿Qué hace allí ese “chévere cambur”? El narrador logra cierta tensión en el lector. Esa tensión se diluye cuando introduce esta muletilla que desvirtúa el propósito del mismo relato: lograr que el lector sea ambos personajes. No obstante, retoma el aliento y sigue.
Pero ¿dónde está el centro, el núcleo, la lava ardiente de esta historia? En la traición, evento que el mismo Miranda rechaza porque “Nadie lo había destituido y la Junta Suprema no sabía nada de aquellos avatares espurios a los que se dedicada Bolívar” (p. 135). Es decir, Bolívar actuaba a espaldas de la Junta Patriótica, de esa Junta Suprema que le había otorgado todos los poderes a Miranda gracias a su experiencia y logros por el mundo.
Mientras todo esto ocurría, Francisco de Miranda deliraba. Se veía en su casa de Grafton Street, en el barrio de Tottenham, en Londres, con su mujer Sarah Andrews y sus dos hijos. Se veía con la zarina, con Napoleón, con todos los personajes que bullían en su ya viejo cerebro. Y Bolívar, fresco, ardoroso, vivaz, bajito de estatura, lleno de ambiciones, frente a él para llevarlo preso y encerrarlo en el Castillo de San Carlos en Puerto Cabello, en manos de Monteverde.
Sabía Miranda del llanto nocturno de Bolívar, por las tantas muertes familiares, por la orfandad, por los complejos que no pudo superar: “con esa mímica de loco que se le pone cuando pierde un juego, eso le pasa a Bolívar desde que era un niño…” (p.163). Verdades y mentiras, traiciones, juegos de una historia que no se interpreta, que se esconde.Para Miranda, el futuro Libertador “Tiene la enfermedad de la desesperación” (p. 184). Y “Miranda pertenecía al reino de sus ensueños” (p. 185).
Mientras Bolívar columbraba montañas, recorría llanos, cruzaba ríos, negociaba con sus enemigos para lograr lo que finalmente alcanzó, Miranda le confesaba a su sirviente: “La verdad casi siempre es la suma de muchas mentiras” (p. 203). Esta tesis del Generalísimo se podría aplicar a la misma historia de una épica que desembocó en América. Por eso, el preso de La Carraca se quejaba “Como si fuera un fantasma que había dejado de existir para pasar, sin haberse dado cuenta, al mundo de las sombras” (p. 204). Él, quien se creía Don Quijote o el Amadís de Gaula termina sus días encerrado en una ergástula, en la que sería su tumba, su Roca Tarpeya, su Cabaña, su Castillo de Puerto Cabello, su Carabanchel, su Torre de Londres, su cárcel particular con mirada hacia el Atlántico, hacia Venezuela.
El sueño de Miranda, poco conocido por sus compatriotas: “Y el proyecto del canal. Sí, pues, un doble canal, en la cintura americana, uno en el lago de Nicaragua y otro en el istmo de Panamá” (p. 218). Idea mirandina ésta de Panamá, y un demagogo de estos días, dictador y abusador de su pueblo, intentó el de Nicaragua, pero más pudo su ambición dineraria que el sueño del caraqueño.
6.-
“Todo poder que no sea para la libertad de todos, y no sólo la mía y de la de los míos, pues, príncipe, es un poder bastardo, un poder de satrapía” (p. 223), le dijo Miranda a Potemkin, en la lejana Petersburgo. E insistía el hombre de coleta y zarcillo, mal nombrado “Musiú Pancho” por los mantuanos, en la idea de que el poder no era para extirpar la libertad. Que se trataba de dos conceptos distintos. Miranda se decía ser la Libertad. Y calificaba a Bolívar de ser el Poder. Tanto que el narrador, vertido en Miranda lo destaca así: “Bolívar era un hombre del poder, un tipo insaciable que le importaba el poder más que cualquier otra cosa. Más que la libertad, sin duda. Usaba y abusaba de la palabra libertad para llegar al destino que le importaba, que no era la liberta, sino el poder (…) para Bolívar, la libertad era una coartada…Una coartada que llenaría el territorio de la libertad de pequeños y grandes sátrapas, dictadores locales, jefes, mayordomos, lacayos arribistas que buscarían poner límites a la libertad de los demás sojuzgando a todo el mundo ” (p. 232). Y si su destino era “arar en el mar”, ese territorio, esa tierra soñada se colmaría de “revoluciones saturnales, asesinas, devoradoras de su propia gente, pródigas, pues, con los mediocres y los arribistas” (p.p. 242-243).
El llamado “loco de la libertad” está en La Carraca rodeado de rumores, esperanzas inciertas, como toda esperanza. Rumores y más rumores mientras su cuerpo se pudre sobre un colchón de paja, entre sus libros y manuscritos, y sus sueños y sus pesadillas. Y vuelve a decirle a Simón el mantuano: “Lo único que se puede hacer en América, Bolívar, es emigrar”. Y el loco del poder también emigra hacia Santa Marta donde repite la voz: “He arado en el mar”.
(En esta parte el narrador pone en boca de Miranda el “chévere cambur” y hace perder el pie al lector).
Mudo producto de una apoplejía, el Generalísimo comprueba su tragedia. Durante varias semanas respira en agonía, hasta que la Sayona, su metáfora, su perseguidora, se lo lleva.
Del otro lado del mar, del inmenso océano, años más tarde, otro delirante muere rodeado de sombras, de murmuraciones, de enemigos, los que Miranda le dijo que le harían lo mismo que a él: traicionarlo.
CODA: La cronología del Generalísimo Francisco de Miranda –al final de la novela- la elaboró el también narrador Juan Carlos Chirinos.
(*) “América Latina en sus artes”. Unesco, Siglo XXI Editores, México, 1978. Pág. 140/ pp. 237).
Alberto Hernández
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