LA LÚCIDA INOCENCIA: LOS REGRESOS DE DAVID CORTÉS CABÁN. POR GABRIEL JIMÉNEZ EMÁN

 

1 El poeta y ensayista David Cortés Cabán (foto de Carlos Aguasaco)

El poeta y ensayista David Cortés Cabán (foto de Carlos Aguasaco)

 

 

 

Crear en Salamanca se complace publicar este comentario que, sobre ‘El libro de los regresos’ del destacado poeta puertorriqueño David Cortés Cabán, ha escrito de Gabriel Jiménez Emán (Caracas, Venezuela,  1950), escritor venezolano destacado por su obra narrativa y poética, la cual ha sido traducida a varios idiomas y recogida en antologías latinoamericanas y europeas. Vivió cinco años en Barcelona y ha representado a Venezuela en eventos internacionales en Atenas, París, Nueva York, México, Sevilla, Salamanca, Oporto, Buenos Aires, Santo Domingo, Ginebra y Quito.

 

 

 

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LA LÚCIDA INOCENCIA: LOS REGRESOS

DE DAVID CORTÉS CABÁN

 

El hecho de retomar un camino para reconocerse en el pasado, es también ir en busca de un lugar donde se han originado sucesos o fenómenos humanos,  indagar en nuestros ancestros o en el tiempo que yace oculto en algún intersticio de nuestros paisajes anímicos. Se trata de un acto de reconocimiento, de indagación del ser. Desconocemos el origen del universo, pero tenemos una idea de cómo giran o se comportan los planetas, de cierto orden cósmico como nos lo describe la astronomía o el movimiento estelar, pero no sabemos a ciencia cierta de dónde ha surgido ese cosmos y el ser humano, y para qué o con qué fin poblamos el planeta. La conciencia estelar profunda nos dice que es para cumplir una misión, para contribuir a la propagación y felicidad de nuestra vida y la de los animales, las plantas, el agua, los elementos que nos dan vida. Henos hecho esto a medias, hemos paseado por la superficie del planeta desde hace miles de años; somos el producto de centurias de generaciones y ahora estamos aquí, enfrentando un futuro como seres sociales,  teniendo también la oportunidad de reconocernos individualmente, trazando búsquedas hacia los orígenes, el pasado, la juventud, la infancia.

 

Estas ideas me llegan a la mente mientras recorro las páginas de El libro de los regresos (1999)[1] de David Cortés Cabán, poeta nacido en Arecibo, Puerto Rico, en 1952, quien desde muy joven se fue a hacer vida en Nueva York. Estudió literatura y reconoció muy pronto su vocación de escritor y de poeta, colaborando con diversas publicaciones tanto en su país como en Estados Unidos.  Ha sido co-editor de la revista Tercer Milenio y lleva publicados antes de este volumen varios libros que le acreditan: Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985) y Una hora antes (1990) más otros publicados en este siglo XXI como Islas (2011), Presencia de lo efímero (2016) y Lugar sin fin (2017). Hoy quisiera llamar la atención sobre El libro de los regresos debido a las poderosas imágenes que concita y que pueden transmitirnos claves importantes en el posterior desenvolvimiento de su obra y de su personalidad literaria.

 

 

 

 

3 Fotografía de José Amador Martín

 Fotografía de José Amador Martín

 

 

 

En una primera mirada advertimos la voluntad de reconocimiento en una geografía –su natal Puerto Rico– y luego en un paisaje humano que explora con el mayor despojamiento valiéndose de un verso libre pero sonoro, dotado de un ritmo envolvente que por momentos adquiere visos de prosa y sabe mantener su música interna, su vibración reveladora a través de la cual Cortés Cabán se involucra progresiva y alternativamente en ese paisaje y en sí mismo, consiguiendo una plena expresividad.

 

El libro no se presenta dividido en partes, lo cual hace que se perciba como una sola pieza fraccionada en cincuenta poemas, merced a los cuales se teje una investigación sobre el ser, los sentimientos, las intuiciones, las latencias profundas que surgen propiciadas por una auto-indagación con la palabra poética y con una herramienta de fondo muy sutil que yo llamaría la de una lúcida inocencia.

 

En los primeros poemas del libro se presenta una interrogante sobre el regreso, y al inquirirse sobre ello, la búsqueda se inicia: «Si desean preguntarme / no traigo pájaros / espadas nubes o nodrizas (…) miren el verde ahora más frondoso / y el azul con tanta maña / detrás de los árboles en el cristal (…) A los amigos «no puedo decirles por qué viajo a este pueblo (…) el ojo busca la tortuga que brilla y rueda con mi equipaje (…)

De ahí en adelante se inicia un proceso de pugna contra la soledad, diríamos: «Esa ola que gira contra el tiempo / es tu pueblo / bosque en llamas», escribe, mientras aguarda la visita a la casa donde lo aguardan el río, el amor y el tiempo:

 

            Esta es la casa

            donde la tarde

            se diluye

            como un río transparente

            y el amor

            es este forcejeo

            de palabras contra el tiempo.

 

Comienzan a aparecer las distintas presencias transfiguradas: el amor adolescente («un labio que ardía como una piedra») mientras el poeta pasa «reclamando la ternura del paisaje» para lograr en el poema V la primera obra maestra del libro. Siguen los otros elementos que van a integrar esta poética: la guitarra como símbolo de una música que arde en la memoria; el cielo de Puerto Rico que conserva las sílabas de un nombre en medio de las calles desiertas.

 

 

 

4 Fotografía de José Amador Martín

  Fotografía de José Amador Martín

 

 

 

Luego está la patria, ese concepto tan complejo y usado por ciertos políticos para hacer demagogia frente a los pueblos oprimidos; renace la patria en la escritura con otros rasgos profundos e inequívocos como los del poema X, donde nos dice que ésta es «larga y tierna como una espiga de cristal» y desde la lejanía la evoca:

 

            Mírame patria sin corcel entre el amarillo más frágil

            con el viejo can que lame mis manos

            por este cielo morado mi vida girando

            (…)

            Danza conmigo isla en la frontera de este abismo

            cuando los pies no puedan con la arena del tiempo

            y las pupilas no alcancen el horizonte

 

La ofrenda a la patria, al país o al terruño se continúa mediante imágenes prístinas, sin acudir a ningún artificio. Los versos surgen diáfanos, como: «Dame a cambio el rumor de tus ojos» (XI). Conmovedora resulta también la imagen de unos niños, para concentrar el tiempo futuro en una esperanza:

 

            pero estos niños llegan van llenándolo todo

            van puliendo lo más desesperante del oficio

            un sol casi invisible los traspasa

            y como peces sigilosos saltan

            descubren la magia de sus cuerpos (…)

 

Sigue un despliegue de circunstancias interiores donde el regreso se va definiendo: en la invitación a la mesa familiar, donde se ofrece el corazón y todos pueden sentarse a compartirlo. «Este es mi corazón pártelo y come hasta que amanezca» dice el poema XIV, donde los invita a sentarse, comer y beber, en una síntesis admirable: «No te condenes / bebe y persiste en estas aguas / el viaje debe ser maravilloso / Si el ángel toca la puerta / dile que entre y se siente a la mesa.»

 

Esta imagen está asociada a la de la comunión, a la de compartir en medio de las presencias arquetípicas del núcleo familiar, en una imagen afectiva muy bien lograda.

 

 

 

 

5 Fotografía de José Amador Martín

 David Cortés Cabán a orillas de su mar Caribe (foto de Carlos Aguasaco)

 

 

 

Son pocos los poemas brevísimos del libro. Hay uno admirable dedicado al Sol (XV), astro rey. A menudo cuando aludimos –en cualquier lengua– a elementos muy vastos (dios, el sol, el cielo, el mar) éstos se designan con palabras monosílabas, para sintetizar en ellas la inmensidad de su concepto en un solo sonido, como apreciamos en esta pieza:

 

            Sol

            fulgor extraño

            que se pierde en si mismo

            fuego disperso

            que el viento de la noche arremolina

 

            Para vivir

            basta este cielo

 

La mayoría de los textos de este libro se sostienen con imágenes rigurosamente vividas por el oficiante; de ahí su peso específico en la obra. En uno de ellos, conmovedor, invoca al padre desde su soledad en otra ciudad, siente su orfandad, su soledumbre (la designo así para diferenciarla de la alienante soledad de multitudes), donde el poeta se encuentra parado en las esquinas de una calle «mirando cómo pasa la vida».

 

Cortés Cabán intenta apresar en este libro a las grandes ausencias, extraer y consagrar girones de memoria; no se trata sólo de remembranzas o nostalgias sino de hacer presentes, como en un acto mágico, aquello que celebra la existencia profunda. El cuerpo (poema XVII), el exilio (el desacomodo social en otra latitud),  o el espacio agigantado que implica la lejanía. Es esencial esta distancia en el universo de Cortés Cabán para establecer el tono de su lenguaje poético: «No vayas isla a casas de porfías ni a casas de envidias / no toques a la puerta de los que te venden cada día / Habita en mí corre conmigo por esta extraña ciudad».

 

 

 

 

6 Fotografía de José Amador Martín

  Fotografía de José Amador Martín

 

 

 

Esta perspectiva de la extrañeza, la de experimentar la otredad estableciendo una suerte de dualidad urdida con la lucidez de la inocencia, es central en El libro de los regresos. Por fortuna, estas dobleces acaecen no en medio de la resignación o el desasosiego, sino dentro de la aceptación del ser en toda su magnífica contradicción: el cuerpo extrañado se vuelve morada para el enamoramiento; la abstinencia se convierte en círculo «apenas penetrable» o «aliento de quien se asoma a un destino» y entonces tiene lugar el reconocimiento de sí mismo, procurado sólo por efectos de la conciencia poética. En este sentido, asistimos a una de las obras maestras del libro en el poema XXII, síntesis de la imagen del amor. Un texto cerrado, cumplido y no precisamente breve que concluye:

 

            Voluptuoso es el filo que cuida tu morada

            cielo rosado sosteniendo la casa que lo habita

            y el jardín aún intacto

            contra el latido de quienes picotean en la sombra.

 

Más adelante nos encontramos, en el poema XXV, con un extraordinario autorretrato, donde se advierten las plenas correspondencias de esta poética. Su inicio es: «Este es el poeta / que habla con las bromelias / y el colibrí / y contempla el tigre / que viaja por el abismo / y las alturas del amor sin inmutarse» (…) Advertimos cómo de manera progresiva el yo íntimo comienza un proceso de configuración hacia la esperanza o la claridad, como el que apreciamos en el poema acerca del día contemplado (XXVI) mientras despunta el día; presencias múltiples coinciden en un instante; un sol de pequeños recuerdos; un delfín inclinado sobre la sombra; peces saltando contra la luz; cuerpos trenzados inaugurando instantes.

 

En verdad, el libro resulta una suerte de viaje por la interioridad sensible: imágenes que nacen y desaparecen en la noche; el trayecto de la muerte en pleno día; las aves que distraen nuestras miradas, como bien notamos en el poema XXIX. Más adelante aparece la eterna musa del celuloide, Marilyn Monroe, prototipo de mujer que inspiró a toda una generación por su belleza trágica e inteligencia, a quien Cortés Cabán rinde tributo en el poema XXX. O el recuerdo de aquellos abuelos que «nunca nos dejaron / que siempre entran y salen / agobiados por nuestra impertinencia / y ese inútil esfuerzo de no querer decirnos / que están solos.»

 

 

 

 

7 Fotografía de José Amador Martín

  Fotografía de José Amador Martín

 

 

 

Convive entre todos estos el poema XLIII con su referencia a los políticos y a la patria, haciendo una clara distinción entre ambos. «Hemos soportado a los políticos / templados nosotros mismos / graciosos / viviendo como eternamente flotando (…) cuando ellos dicen sus discursos / La patria sigue su rumbo / roja se desborda por el pecho / la patria».  Poema que constituye un efectivo reconocimiento al sentido de pertenencia a una tierra originaria, a una honda identidad cultural, aquella que no han sabido o podido ver tantos demagogos que la usan como mero elemento ideológico o para hacer discursos, y no ese maravilloso país en movimiento que invocaba el gran poeta venezolano Víctor Valera Mora.

 

La ciudad evaporada (considerada desde la lejanía de otra ciudad) se reconstruye en la memoria en el poema XXXIII; la visita a un museo (el de Historia Natural en Nueva York) donde el poeta reanima a ejemplares disecados de búfalos, aves, simios y tigres hasta hacerlos tejer un celaje en su espalda; la magnífica dedicatoria y parodia dedicada al poeta venezolano Ramón Palomares del poema XXXV, bien asida a la imagen de un gavilán para lograr otro de los textos conmovedores de esta obra. Un gavilán «diciendo selvas y ríos subterráneos» o presagiando «vientos que vienen del sur y arropan la casa» para convocar con ello presencias que le otorgan a esta imponente ave un rango de símbolo dentro de los paisajes americanos, especialmente en Venezuela. Palomares fue amigo de Cabán y ha merecido del poeta puertorriqueño una Elegía que podemos leer en su libro Lugar sin fin como homenaje a su memoria. Huelga decir que Cortés Cabán es amigo de Venezuela y de muchos de sus poetas; ha venido a nuestro país a participar de eventos literarios y a apreciar el crecimiento espiritual de nuestra nación (me fue presentado en una feria del libro en Caracas por el poeta llanero y común amigo Adhely Rivero); en fin, David persiste en un recorrido donde aparecen incluso alusiones al cine y la TV y a sus personajes entrañables (como los del poema XXXVIII), entrando en una nueva materia. Otra muy distinta, apreciada en el poema XXXVII, donde reflexiona sobre el hecho de la escritura, funcionaría en este caso como un Arte Poética, la cual a mí entender representa una de las piezas maestras del volumen:

 

            Quién amará este oficio

            quién buscará las cenizas

            sobre el blanco hueso

            (…)

 

 

 

 

8 Fotografía de José Amador Martín

Fotografía de José Amador Martín

 

 

Hay un poema a la esperanza de ver libre a su país, Puerto Rico,  –bien pudiera ser a otro país colonizado por el capitalismo, como Panamá– que sufre los embates de un colonialismo implementado por los nuevos imperios. «Ciudad mía ciudad mía yo te rescato / pero dame los detalles de mi niñez / las boquitas de mis antepasados (…)» El poeta se va preparando para levantar vuelo, se va despidiendo de sus verdes praderas, de la lluvia o de la música, no sin antes cerciorarse de que ahí se hallan seres y objetos con vida: los cabellos, el pulso, el clavel, los vendavales del amor, las libélulas; en fin, todo un concierto de cosas le hacen dirigir una mirada a la «patria sin corcel saltando al vacío» porque ya es el tiempo de volar. En efecto, la imagen del pájaro es dominante en la parte final, –como ya hemos observado en el caso de halcones y gavilanes que adquieren rango simbólico– porque acaso el poeta es también como un pájaro cuando ve «su niñez arder en el verdor de la alta cima / veo el colibrí que ilumina el silencio».

 

En el último poema del volumen, el poeta parece confundirse –o fundirse– en ese vuelo hacia las cosas, va de puerta en puerta, de día en día, viaja en el tiempo, marcha, corre, huye, hasta que las palabras desaparecen y el libro culmina. Trayecto admirable cumplido por el oficiante, que nos remite a una profunda reflexión de la existencia anímica y espiritual del ser humano.

 

 

 

 

9 David Cortés Cabán en las montañas de su tierra (foto de Carlos Aguasaco)

 David Cortés Cabán en las montañas de su tierra (foto de Carlos Aguasaco)

 

 

 

Había realizado ya una lectura de este libro cuando el poeta tuvo a bien enviármelo desde hace varios años, y me impresionó profundamente; sin embargo una segunda lectura del mismo me ha deparado una sorpresa mayor (la verdadera poesía siempre gana en las relecturas), o más bien un asombro que yo identifico con mis propios regresos. Por diversos avatares que me ha tocado experimentar en los últimos años dentro de mi propio país, y luego de abandonar el terruño y vivir en Caracas (pese a ser caraqueño y de amar profundamente a mi ciudad) y varias ciudades del interior, he sufrido varios desgarramientos internos que me han llevado a regresar de cuando en cuando a mis lugares de infancia y adolescencia, experimentando en estos algo muy similar a aquello que nos comunica Cortés Cabán en este libro: una especie de nostalgia cumplida que puede depositarse en nuestros órganos vitales y sentidos, o dar origen a un sentimiento de melancolía o esplín, –o de aquello que los brasileros llaman saudade–  cuando la mente viaja por la memoria gozosa y luego por los sueños vigilantes, viendo parte de aquellas utopías ya cumplidas gracias a la poderosa cercanía de la inocencia, o a pensar en la belleza oculta de las cosas cuando se las contempla en la distancia, y no tenemos otra salida que estremecernos celebrando esta existencia que los dioses decidieron algún día para nosotros: belleza que debe ser conservada y exaltada por el poder mágico de la poesía.

 

 

 

10 Gabriel Jiménez Emán

 Gabriel Jiménez Emán

 

                                                                      

[1] David Cortés Cabán, El libro de los regresos, Editorial Verbum, Madrid, 1999, 63 pp.

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