El poeta cubano Vicente Echerri
en las ruinas de Festos, Creta
Crear en Salamanca se complace en difundir algunos poemas de Vicente Echerri (Trinidad, Cuba, 1948). En poesía ha publicado (Luz en la piedra, 1986; Casi de memorias, 2008); ensayos (La señal de los tiempos, 1993) y relatos (Historias de la otra revolución, 1998, y Doble nueve, 2008). Ha ejercido el periodismo de opinión durante más de treinta años y ha traducido numerosos libros del inglés al español. Reside en Estados Unidos desde 1980.
Los poemas han sido seleccionados del volumen ‘Estancia de los sentidos’ (Obra poética reunida), publicado este 2018 en Madrid bajo el sello de la editorial Biblioteca Nueva. Al final se incluye una muestra de su labor traductora, con la versión de un poema de T.S. Eliot.
Durero, Autorretrato, 1498, Museo del Prado
AUTORRETRATO DE DURERO
A Manuel Santayana
Fijo te estás quedando sobre el cuadro
en tanto tu mirada va a detenerse
acaso
en el azul
de un cielo por el que aún no transitan
más que brujas y emisarios de Dios,
además de algún pájaro
como ése que ahora mismo
cuando levantas los ojos de la tabla
descubres como un punto que viaja al horizonte.
Quizás afuera es mediodía
y el martillo del taller del herrero
resuena en tu taller
y alguien pregona
—para filtros de amor y a bajo precio—
raíz de mandrágora
y polvos de unicornio,
o quizás atardece
y de los campanarios se descuelga la sombra.
El tiempo pasa mientras pintas
y el cielo opaco de la medianoche
es lo que se recorta en tu ventana,
y la luz de una lámpara
juguetea en las paredes y en tu imaginación,
y afuera alguien se embosca
y en los lechos se ama.
¡Quién supiera
lo que veían tus ojos
mientras se iban quedando sobre el cuadro!
¿Qué recordaba entonces tu memoria,
qué tristeza,
qué júbilo…?,
cuando te desdoblabas trazo a trazo
para quedarte
en aquel tiempo vivo
hecho también del aire de tu respiración
y el ruido de tus pasos por la estancia.
(De Casi de memorias)
Fotografía de José Amador Martín
NOCTURNO TERCERO
Para Alicia García Santana
Es ya la noche,
no hay voluntad sino en su esperma oscura,
en su betún
que corre derretido
para proliferar los escorpiones.
Es ya la noche
para el escalofrío
de arañar los cristales
y de afilar las hoces en los pisos,
para el escalofrío
del borde almidonado de las sábanas
junto a la pus del cáncer
y de los sexos rotos
sobre las losas de los necrocomios.
Es noche de la noche,
íntima almendra de la nocturnidad,
tiempo para la castración de las cigarras
para servir arsénico a las recién casadas
y ahogar los niños en las golosinas,
tiempo de que a los trenes
les aparezcan cuernos y tentáculos
y de que los opiómanos tatuados
presidan los oficios.
Es ya la noche,
y quiero descubrirte
bajo los árboles de la ceguera
cuando te traiga el limo por las alcantarillas
con los ojos saltados
por la tristeza que te retuerce el cuello.
Yo quiero descubrirte
olor de cuerpo
llanto
crispadura
extraviada camisa de ciudades,
transeúnte de la ecuación al pan
en dependencia
del zapatero y del optometrista.
Fotografía de José Amador Martín
¡Qué inútiles los cantos!
El amor es estas cuatro letras
la marejada sin identificar
asunto de poemas…
Lo cierto,
el alquiler de los hoteles
el torso que descubre los caminos australes
lechos, exudaciones,
esa animalidad agazapada
en las buenas maneras de clubes y teatros.
Siento la noche en peso
como un coro de sarcásticos gnomos,
como lluvia de piedra
semen original…
La oscuridad es suma de miles de millones de menudas hormigas de incansables tenazas,
escozor de ceniza
azufre
hez.
¡Nunca amanecerá!,
ni habrá paz de telares
ni inocentes ciclistas entre las alquerías.
Han hallado debajo de las camas
los cuerpos de los ángeles
mordidos de ratones,
mientras sopla sin ruido
un huracán de lóbregas resinas.
(De Luz en la piedra)
Fotografía de José Amador Martín
Fotografía de José Amador Martín
DANS LA CONCIERGERIE
A Reinaldo García-Ramos
Aquí se palpa el tiempo
empozado en las junturas de la piedra,
en la tinta oxidada de una carta
que curiosea la muerte
por encima del hombro,
junto a la puerta de siniestros goznes
que chirrían en la vigilia del terror
—mansos goznes turísticos ahora.
El tiempo es
ese polvo sutil
que desciende por el rayo de sol,
el que se aquieta
sutil también
sobre las anchas losas.
Afuera el guardia
—sus vigilantes pasos en la piedra
del patio van y vienen
como las campanadas del reloj de la torre,
ecos de voces fantasmales.
¿Vendrá alguien a librar
a los que, alguna vez,
por un mínimo giro de la rueda del tiempo,
se creyeron
señores de la historia?
Pero no acude nadie,
sino la áspera voz del alguacil
que llama a los ilustres a la reja,
y aquí se quedan
el libro a medias
la pasión
la esperanza…
Sólo es verdad la crujiente carreta,
el vocerío
el odio
la tarima
el crudo hierro
que abre las puertas de la noche,
el mismo que ahora es cómplice
silencioso
inocente
de la meditación.
(De Casi de memorias)
Fotografía de José Amador Martín
Simeón de Jerusalén
T.S. Eliot (1888-1965)
UN CÁNTICO DE SIMEÓN
Señor: los jacintos romanos florecen en los vasos
y el sol de invierno trepa las nevadas colinas;
la tenaz estación se hace sentir.
Mi vida es leve, y espera por el viento de la muerte
como una pluma que en el dorso de la mano se posa.
El polvo a pleno día y el recuerdo en oscuros rincones
esperan por el viento que sopla helado hacia la tierra yerta.
Concédenos tu paz.
He deambulado por esta ciudad durante muchos años,
he guardado la fe y observado el ayuno, he mantenido al pobre,
he dado y recibido el honor y el alivio.
A nadie nunca arrojé de mi puerta.
¿Quiénes recordarán mi casa, donde habrán de vivir los hijos de mis hijos,
cuando sobrevenga el tiempo de la pena?
Tomarán ellos la senda de las cabras y habitarán en el cubil del zorro
para escapar de rostros y espadas extranjeros.
Antes del tiempo de las cuerdas y las flagelaciones y el lamento
concédenos tu paz.
Antes de las estaciones de la montaña de la desolación,
antes de la hora cierta de la aflicción materna,
ahora en este tiempo naciente de difuntos,
permite que el Infante, la Palabra aún inexpresiva y muda
le conceda el consuelo de Israel
a quien ya tiene ochenta años y ningún porvenir.
Conforme a tu palabra,
te alabarán y sufrirán en todas las generaciones
con gloria y con escarnio,
Luz sobre luz, ascendiendo la escala de los santos.
No para mí el martirio, el éxtasis de la meditación y la plegaria,
no para mí la contemplación definitiva.
Concédeme tu paz.
(Y una espada traspasará tu corazón,
también el Tuyo).
Estoy cansado de mi propia vida y de las vidas de los que han de venir después de mí.
Agonizo en mi propia muerte y en las muertes de los que han de sucederme.
Despide ahora a tu siervo,
después de haber visto tu salvación.
(De Estancia en los sentidos)
T. S. Eliot
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