Luis Alberto Crespo en Salamanca (2003, foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca tiene el privilegio de publicar, por vez primera, este ensayo que recientemente ha escrito el destacado poeta y ensayista David Cortés Cabán en torno a “Todo esto”, el último libro publicado por Luis Alberto Crespo (Carora, Venezuela, 1941). Después de estudiar periodismo y comenzar a desempeñarse en ese oficio, comenzó la publicación de poesía en 1968, con “Cosas”, seguido ese mismo año por “Si el verano es dilatado”. Su obra fue reunida en varias antologías, entre ellas “En lugar del resplandor”, de 2007. Poemas suyos fueron traducidos al alemán, árabe, francés, hebreo, húngaro, inglés e italiano. Es también traductor de René Char. Entre varios reconocimientos, recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural. También es autor de guiones literarios y otros textos para obras sobre todas las regiones de Venezuela. En la undécima edición del Festival Mundial de Poesía, de 2014, fue uno de los poetas homenajeados.
Portada de ‘Todo esto’
EL ROCE DEL VIDRIO CONTRA UNA PLUMA:[1]
LA ESCRITURA DE LUIS ALBERTO CRESPO
David Cortés Cabán
Ahora que a todos nos duele el corazón
busco una imagen a través del tiempo
Víctor Valera Mora
Una particular mirada a la poesía de Luis Alberto Crespo nos ayudará a delinear el paisaje humano que palpita en su obra y la sensibilidad que la caracteriza. Con una obra poética de más de una veintena de libros, y un reconocido prestigio dentro y fuera de las fronteras de su país, Luis Alberto Crespo ha venido proyectándose como uno de los poetas imprescindibles para conocer la gran aportación de Venezuela a la poesía escrita en lengua española. Su libro más reciente, Todo eso (Caracas, Fondo Editorial Fundarte, 2016), promueve una nueva lectura, y nos presenta diferentes planos de una escritura que parece desplazarse entre el pasado que la vivifica y el de un mundo muy personal lleno de sorprendentes contrastes y situaciones.
Todo eso abre con un sugestivo verso (“Algún tiempo se hizo con blandura”) de Juan de Castellanos (1522-1607) cronista de Indias, poeta y sacerdote granadino, todavía recordado en los centros universitarios por su Elegías de varones ilustres de Indias. El verso parece proclamar la dinámica de aquel pasado glorificador ante la realidad de este mundo tan distinto del que construyó el poeta español. Por ello, en Todo eso la visión de mundo se materializa en un lenguaje muy personal y de múltiples particularidades interpretativas. No se cantará al pasado irrepetible, ni a las cosas evocadas de aquel tiempo que se hizo con blandura, sino a la concreta realidad de un tiempo que impone la presencia de lo inmediato en la palabra reveladora del destino del hombre y la mujer en sus breves pasos por el mundo.
Los cinco apartados que destacan la organización del libro crean una estructura en base al contenido que los caracteriza. La visión que justifica la independencia de sus partes, se debe a las situaciones que plantean y las referencias que las acompañan. Hay que notar, cómo varían estas mismas estructuras en cuanto a los temas y el sentido que revelan en la lectura. Es preciso anotar que la parte II (Escritos sobre encandilados, 63-158), posee una estructura que contrasta con otros apartados del libro y hasta con el estilo en el que están escritos. Esto lo veremos cuando nos acerquemos para ver exactamente lo que motiva esta variante y qué propone el contenido de esas evocaciones. Pero no es posible seguir adelante sin detenernos en lo que el título sugiere, o parece sugerir en la suma de aquello que el tiempo no ha podido borrar: una memoria cuya expresión sintetiza la intensidad de la vida. Partiendo de este hecho, interpretaremos Todo eso como la suma de experiencias y emociones que proponen al lector las perspectivas de un mundo poético totalmente diferente.
El primer apartado abre con un verso que muy bien podría funcionar como un subtítulo del que se desprende el imaginario de esta primera parte del libro: Cómo se lleva el polvo tu reflejo de allá arriba / y es mucho más el mundo. Un rasgo característico de lo que implícitamente puede contener ese mundo como reflejo de la propia realidad del hablante poético. El reflejo de ese espacio distante y cubierto de insinuantes imágenes que constituyen ese otro mundo abstracto que rige el lenguaje de estos versos. Como por ejemplo, la inmediatez o fragilidad de las cosas que existen sin saber que existen, o lo que se instala como una presencia en la memoria y desaparece en el mismo instante que se nombra. El poema a continuación parece construirse sobre esta dualidad: lo que se convierte en centro y proyección del ser frente al paisaje que se fuga como las hojas que caen en el vacío:
Estoy en el parque
Busco un banco
No hay ninguno pero es ése
Alguien camina sin futuro
sobre la grama
Nada le digo
Miento prefiero cerrar los ojos
Y esta es mi memoria
cuando sopla el viento . Estas son sus hojas (15)
Luis Alberto Crespo presentando uno de sus libros
La poesía de Luis Alberto Crespo da la impresión de estar fundada sobre instantes que remiten a un mundo cambiante e ilusorio. Un mundo donde lo que cuenta no es el sentido absoluto de las cosas, sino el juego dialéctico entre lo que se contempla y lo que dejó de existir. Una realidad de múltiples y cambiantes formas que en lugar de fortalecer el plano de la contemplación parece invadirlo de un sentido ilusorio. Por eso, lo más lejano resulta ser precisamente lo más inmediato. La conexión entre lo visto y lo que se siente proyecta un sentido del tiempo intenso y fugaz. Tiempo y espacio que se superponen para crear un plano donde las cosas parecen existir rodeadas de un doloroso prendimiento. Es decir, como si demandaran una especie de reconocimiento que suele, la mayor de las veces, desvanecerse como la palabra misma que las nombra:
Lo inerte
en lo verdoso hondísimo
Lo que no es forma
se lo lleva el camino
única y nada
como una vela
que alumbra lo que desaparece (33)
Eso que carece de forma y desaparece sin dejar huellas es en el fondo lo que pretende expresar el poema. Lo que inútilmente intenta aprehender el acto visual: la percepción de una realidad que responde a un estado de ánimo, y adquiere su forma en un espacio despersonalizado. Por eso, uno de los rasgos que caracteriza la poesía de Luis Alberto Crespo es este profundo sentido de las cosas familiares, que constituye a la vez un paisaje complejo como si la vida estuviera signada por el silencio. La reflexión de aquello que se tiene o se ha perdido es, sin embargo, otra forma de realidad que crea por sí misma la memoria. Lo que se ve o está ausente suele ser tan efímero como el sentimiento que lo provoca. Lo que físicamente anhelaba expresar el poeta se presenta ante los ojos como la impresión de aquello que aparentaba ser una posible realidad. Por eso uno de los rasgos que observamos en este libro (y en los que he leído del poeta caroreño) es la tensión que existe entre el concepto y lo que directamente busca proyectar la imagen. Lo que intentaba realizarse en el poema parece desvanecerse y reducirse a otra realidad imperceptible, como si al extremo de cada verso algo hubiera quedado vedado al lector. De ahí que no baste la idea que tradicionalmente tenemos de una imagen poética, pues aunque lo que conozcamos sea un concepto preciso, lo que alcanzamos a vislumbrar del poema acaba diluyéndose en su misma imagen:
Más tarde hay un aljibe
Caen las hojas secas
Reverdecen dentro del agua
El viento derriba otras distancias
en lo hondo de lo alto
Nada se sabe del trasmundo
Un aljibe es así (42)
Luis Alberto Crespo en el Colegio Fonseca (foto de Jacqueline Alencar)
El poema aquí transcrito confirma lo que intento expresar. El aljibe presenta un concepto cuya historia queda diluida en el tiempo. Pero lo que realmente cuenta no es de ningún modo la presencia del aljibe, sino la naturaleza que rodea y acompaña su imagen: hojas, agua, viento, distancia, altura El aljibe aparece aquí para reflejar una visión del tiempo, y la distancia de ese trasmundo que insinúa la temporalidad de la vida. La altura y lo hondo de esa distancia destacarán la presencia de las cosas y las acciones que quedan aisladas del plano en que se apoyan. No extrañe pues que esas hojas que reverdecen dentro del agua sean precisamente las que albergan la ilusión de eso que existe como transformación de la naturaleza humana.
En el poema de la página 44 hay una experiencia onírica que parece contener lo irrecuperable. La experiencia de una sensación sometida a la impresión de un paisaje que nace como la impresión huidiza de esa realidad:
Dejé de soñar
pero me hallaba aún vivo
No fui yo
el que perdía realidad
Abrí los ojos
conocí lo irremediable
pero no supe serlo
(44)
No sabemos exactamente qué implica “lo irremediable”, pero pienso que no puede ser sino la preocupación de ese vivir sometido a la intensidad del entorno. Hay también otras situaciones que impregnan el pensamiento del poeta y lo identifican con aquella realidad que no está propiamente dicha en el poema pero sugerida ambiguamente. Motivos que recorren estos textos creando un escenario de enigmáticas y recurrentes imágenes que inquietan la mirada del lector: “Recogí una hoja / y me vi en una montaña”, dice en el poema (53), y en otro: “Nuestro ser / es lo interrumpido” (55), creando así una cuestionable realidad a través de todo lo que capta la atención. Pero lo que capta su espíritu queda como entreverado en una visión de retrospectivas acciones que parecen no haber alcanzado su total definición. El poema genera una serie de cuestionamientos que gravitan silenciosamente creando un horizonte de fugaces intuiciones:
¿Cómo se dice te espero
en un jardín inencontrable?
¿Quién escribió almizcle
y borró el nombre del jacinto?
¿Y por qué cada frase final
es cuando no es verdad el jilguero?
(57)
Escritos sobre encandilados da paso a la segunda sección del libro con poemas más densos, revestidos de una textura emocional que integra en el lenguaje otras situaciones. Estampas que recogen acontecimientos de historias personales, y recuerdos de voces que nos aproximan a un pasado envuelto en la la nostalgia: lo que exhibe en el tiempo las costumbres y maneras de vivir de la gente, y la tradicional visión de esos recuerdos que han dejado una honda huella en el poeta. Por eso, los poemas de este apartado se construyen sobre experiencias más concretas y también más personales en cuanto a la retórica del lenguaje y el sentido que encierran. La lectura da la impresión de estar ante una poesía totalmente diferente debido al estilo de los poemas. Éstos contienen más información y el verso se extiende dando paso a otras vivencias y sensaciones. Del poema breve y de comprimida emoción pasamos a una voz que narra y describe directamente la problemática de la vida cotidiana. Voces que confluyen en un mismo texto como desafiando la dolorosa realidad que invade la vida, allí donde la poesía sólo puede aportar una sugerencia de lo que ocurre más allá de ese mundo. El paisaje mismo provoca un sentimiento de incertidumbre ante las circunstancias que rodean al ser en ese caminar que traza su paso en el tiempo. Las cosas que se describen referirán la mirada del lector a una realidad que alcanza matices sombríos que se entrecruzan en la memoria para dejar constancia de la carencia y el dolor. Y asimismo de la emocionada realidad de un mundo cuya historia sólo puede ser evocada mediante la conciencia que busca definir aquellos seres y lugares que un día fueron parte esencial de quien escribe estos versos.
El primer poema de esta sección concreta la visión de un pueblo cuya descripción converge en el tiempo con la voz del escritor mexicano Juan Rulfo. Se entrecruzan emociones que configuran el sentimiento de soledad con la de aquel ambiente que transcurre como evocación y fugacidad de la vida. Habrá que reproducir aquí el poema para situarnos frente aquel pueblo lejano cuya historia revela sin saberlo, el contexto de esta reflexión:
Este es un pueblo con tierra encima y estas son sus manos
Las hicieron como cuando vas a Muñoz a sus calles sobre las tejas
Yo sepulté a alguien así Olía a estiércol y olía a asoleado
Ciega era su mujer Caminaba con los dedos por su poca casa
donde siempre fue de noche mientras afuera
su hombre colectaba desperdicios
A veces acuchillan la carne de sus animales los que claman
y los que anuncian el día y si lloviera
masticarían mazorcas de dientes mondos y verduras de barro flaco
“Es la patria” me dice Juan Rulfo que igual vino de un pueblo espinoso
comedor de milpa debajo del sombrero
libador de un agua caliente que lo ataranta
y lo pone a gritar de desamparo cuando canta
El de aquí hace lo mismo le respondo
pero pronto el suelo se queda íngrimo
Su país es el de sus hueso el verdadero el perdurable [1]
[1] Uno de los rasgos que llama la atención en este apartado es el modo en que se presentan los textos. El uso de negritas muestra una condición que no notamos en las demás secciones del libro. Este rasgo, y la extensión de los poemas es algo que constituye una variante que vale la pena señalar, lo mismo hay que decir de la disposición de los versos y los espacios (silencios) que acentúan también otras variantes particulares en la confección de estos textos.
Su país es el de sus huesos el verdadero el perdurable [2]
Este es un pueblo con tierra encima y estas son sus manos
Las hicieron como cuando vas a Muñoz a sus calles sobre las tejas
Yo sepulté a alguien así Olía a estiércol y olía a asoleado
Ciega era su mujer Caminaba con los dedos por su poca casa
donde siempre fue de noche mientras afuera
su hombre colectaba desperdicios
A veces acuchillan la carne de sus animales los que claman
y los que anuncian el día y si lloviera
masticarían mazorcas de dientes mondos y verduras de barro flaco
(67)
Desde este pueblo doliente se proyecta la trama que busca ajustar aquella realidad a la actual perspectiva del poema. El ambiente refleja la dureza y la pesadumbre de la vida revelada ya en el trasfondo temporal de esa muerte que insinúan los primeros versos. Pero lo que justifica el texto hay que buscarlo en el verso final que corrobora el plano emocional de su sugestiva ambigüedad: “Su país es el de sus huesos el verdadero el perdurable”. Lo que haya que destacar estrictamente de ese lugar, y de la vida que allí acontece, habrá que buscarlo en esos huesos que aluden no sólo a lo temporal, sino también a la tierra que cubre la materia completando el ciclo final de la existencia. No olvidemos el principio del poema: “Este es un pueblo con tierra encima y estas son sus manos”, que destaca esa fusión del cuerpo con la tierra.
Esta idea de la muerte estará presente en otras composiciones. En el poema dedicado al poeta cubano Eliseo Diego (1920-1994), se expresará también esta realidad: “Fuimos a conocer la muerte / Un zamuro se ocupaba de su alma / Cristo no Dijo que más tarde” (68); y en el poema (71) el sentimiento de la muerte insistirá en la despedida que ilumina ese último horizonte de la vida: “La despedida es un perro que no quiere que vuelvas / porque para morir no hay que volver”. Pero ciertamente volveremos, pues hay otras realidades que se funden en estos textos creando un mundo de entrañables percepciones: cuerpos y seres que descubren el lado oculto de las cosas, el invisible ritmo de ese vivir que demanda siempre una profunda reflexión. Una pausa para comprender que las relaciones del ambiente siempre son más humanas de lo que creemos, aunque dejen la vida sin aliento para seguir el curso del destino.
Pero, qué es en el fondo lo que plantea Escritos sobre encandilados ¿el crudo sentido de la realidad? ¿Las carencias y las preocupaciones? ¿La maldad y la inocencia fundidas en la penetrante visión de un pasado que demanda ser expresado? Todo aquí revela la peculiar historia de aquellas vidas que hoy vuelven sobre la palabra. La palabra que no niega ni soslaya la realidad, sino que la presenta en todas sus manifestaciones. Esta visión es la que muestra ese vivir que se levanta como un remolino de recuerdos para afirmar aquí su propia dimensión: nombres de lugares y personas, calles, ríos, pájaros, nombres ilustres y humildes, costumbres o incidentes de la vida diaria que discurren marcando distintas resonancias. El fluir de la vida con la palpitante incertidumbre que levanta su muro de confrontaciones a cada paso. Sobre estos recuerdos volverá el poeta una y otra vez para trazar el asunto de sus versos:
Escucho los sonidos de un hacha de viento
porque es marzo
Se viene abajo el árbol que llaman espejismo
gran soplador de nubes secas
Leo todo lo que es lirio
y anoto un lugar infinito
Alguien estuvo trabajando una lenta distancia
La dejó sin terminar
pero las huellas de sus manos no la olvidan
Me detengo a ver crecer una forma imaginaria
con un grito en la cumbre
—-¿Eso es Babilonia? preguntan los hijos
—- No es aquí es Aregue
—-¿Y esa gente?
—-Es de barro
de pura ilusión (74)
Se evoca el pasado para que las formas de ese vivir no se conviertan en pura ilusión y reflejen esos momentos que demandan siempre una atención ineludible, una mirada que recorra sin vacilar aquel tiempo que retiene la entrañable realidad: ¿Cómo fue ah como fue esa felicidad / que nos dejó en la pobreza / con un luto en la boca para que no olvidemos su nombre? (76), declara la emoción de estos versos; y más adelante, en la proyección de esas imágenes que se superponen:
Ramón Palomares y José Alfredo Pérez Alencar en la Plaza Mayor de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar, 2002)
Estuve con Palomares[3]
escuchando escuchando
para aprender poesía
Pon el oído en los ojos
me dijo
este es el fresno extranjero
este el hilo tenso de una ventisca
y este es el Mucujún
murmullo en su nombre
agua después
Sus manos
sostuvieron un rato a un pequeño eneldo
entre sus dedos
y lo alzó más arriba de la montaña
para que viera cruzar un avión
que de pronto hizo como un pájaro muerto (83)
El poema es una especie de homenaje a la memoria de Ramón Palomares y la belleza espiritual que lo habitaba. Como transfigurado en la inmensidad del paisaje, el poeta parece recobrar vida y participar de la honda reflexión que allí acontece. Ambos poetas (el autor del texto y Palomares) se sumergen en la misma sustancia de esa forma que invita a descubrir una nueva emoción. Ésa que se manifiesta más allá de la vista, y surge de la embriaguez de ese algo inexplicable que nace del ser y que cobra vida independiente frente al paisaje. El poeta lo dirá invirtiendo la realidad y liberando el pensamiento de formalismos académicos: “Pon el oído en los ojos / me dijo”, es decir, deja deslumbrar tu ser con la belleza que roza tu alma en la contemplación.
Ramón Palomares en el Colegio Fonseca (2002, foto de Jacqueline Alencar)
Desde diferentes ángulos, esta lectura nos va abriendo caminos a realidades que el pensamiento fija cada momento que nos aproximamos a otras situaciones. Esto es lo que nos permite observar la variedad de los contextos que se mezclan aquí como enfatizando una realidad que, mirándola de cerca no es del todo ajena. Esto es así porque la imagen de la vida aquí expresada puede representar una visión de cualquier lugar, aun de los menos imaginados. Por eso, tampoco puede sorprendernos las experiencias que arrastran estas historias y nos colocan frente a la dureza del mundo real, no del que queríamos imaginar. Baste aquí la transcripción de los siguientes versos:
Fui a conocer lo que quedaba de la tierra aquel pedazo
aquella estropeada borona de la inmensidad (90)
Yo uso un sombrero de pescuezo de toro
dos navajas en los talones de mis zapatos
el pantalón roto de rozar la pezuña del espino
que llaman ñaragato
(94)
Ocurrió en vaquerías
El jinete anudó el chicote a la cola de su alborotado canelo
y lo apuró para ir en busca del toro torvo (99)
¿Dónde escondería su dinero don Avelino Camacaro?
La revelación de su misterio había calmado a su hijo
apenas su padre le confesara (102)
Este es Toñito Yo no sé si lo arruinó la mapanare
ni si se peleó con su veneno y logró ser gente (108)
Lo que he intentado enfocar en estos poemas es la visión poética del entorno: historias que responden al mundo y la realidad personal de cada cual. La esperanzadora o penosa historia de todos los días: la concreta situación del hombre y la mujer sobre la tierra.
Los 85 poemas de esta sección son más extensos y varían en cuanto a lo que cuentan y la geografía de los seres que la habitan. Estos textos responden a la problemática del diario vivir. Por eso las relaciones elementales, o las más duras o sospechadas, reflejan situaciones no desconocidas para el lector:
Se le abrió el cuerpo
cuando le cayó encima el terronal de Eldocoro
pero dijo con la boca amarrada que no le dolía
porque tenía que ser guapo como los de su apellido
Lo trajeron lo mismo que a Rimbaud en un catre
a pie por marzo que es tan feo Pujaba
Yo me asomé detrás de la celosía para verlo sufrir. Era Cristo
un viernes santo
—-Ese es familia suya aprenda de él me advirtieron
No quise que más nadie lo supiera
Me fui corrí Todavía lo hago (122)
En realidad no hay conquistas que abran una vía de felicidad al ser humano, sino las que se intuyen a través del sufrimiento o del amor, ése que trasciende la injusticia y se arraiga como una luz invisible en el alma. En otras palabras, ese sentimiento que en la poesía señala algo que está siempre más allá de la realidad cotidiana. Lo que germina dentro del ser como una voz que le recuerda al poeta no un mundo perfecto, pero al menos libre de prejuicios. Porque en la poesía también todo es posible, y en la vida real, siempre y cuando no se haya perdido el camino que se anda despaciosamente para alcanzar el común bien de la humanidad.
Hay que seguir adelante aunque la realidad sea dura y la mirada languidezca contemplando la vida que habla por sí misma tomando rumbos diferentes. Y situaciones que obligan a movernos, a partir y regresar para mirar otra vez las posibilidades de nuevas conquistas o derrotas. Las pequeñas conquistas de la vida diaria, y el sentido de supervivencia que empuja el cuerpo a dar uno y otro paso hasta que aparezca la felicidad. Es entonces cuando hay que arriesgarse, y persistir en la confianza que trasciende el mal, aunque el mundo circundante sea doloroso o falto de solidaridad. En este sentido la poesía de Luis Alberto Crespo nos aproxima a una visión de mundo en la que surgen momentos de gran desolación, pero también de gran ternura:
Con el mediodía en las ruedas pasaba un carro de mula
Lo halaba un caballo
No recuerdo su tristeza perdona Vallejo[4]
ni quién había sido o castaño o alazán
Al paso que iba nunca llegaría al cielo
Perdona Francis Jammes[5]
Nuestras huellas lo seguían
No dejamos rastro ni borra de realidad
pero le alcanzamos su sombra y llegamos Olía a hambre
Era allí donde horneaban los huesos de los montes
Pedimos nuestro pan de cada día
Se nos perdió el nombre de quien nos saciara
perdona Luis Camilo[6]
Regresamos y a cada vuelta olvidábamos
Todavía perdona Blaga[7] olvidamos
(123)
Si bien, esta sección del libro transmite una realidad objetiva, no por ello busca reducir el sentido a un determinismo social. Todo lo contrario, los temas aquí elaborados proyectan un sentimiento mucho más profundo que los que sugiere el ambiente. Lo que podríamos señalar, ciertamente, como el anhelo de fundir en un mismo espacio poético una realidad que deja al descubierto el dolor y la soledad: “Había una vez un venezolano descalzo y asoleado / Lucía un harapiento traje de propietario / burla de la compasión humana / Se mostraba tan sin nada que parecía que nadie viviera / allí adentro” expresa en estos versos (125), y otros textos que expanden esta visión, como ocurre igualmente en el poema 148:
La calle es poco a poco
como en la foto del papel periódico
Son ellos los que mueren
quienes pasan y se despiden
como las canciones
Lo saben las ventanas
un ojo si y el otro
“con la mirada del color del más allá”[8]
La calle
tiene miedo a irse
Llega hasta la esquina
Se detiene
Quiere devolverse
Tal vez no vuelva
(148)
Naturalmente, el tema del poema no es la calle, sino lo que en ella ocurre o ha ocurrido, pues todas las calles tienen su oculta o exaltada realidad: unas traspasadas por el amoroso fulgor, otras por aventuras o soledades, y otras por la muerte que a veces pasa dejando el cuerpo marcado por la desolación. Pero en este poema la calle se ha transformado en un recuerdo que parece envolver el espíritu en un drama profundo. Los primeros versos reflejan la imagen de la calle como si ésta fuera la foto borrosa de un periódico. Así lo innombrable va adquiriendo presencia frente a una situación cuya realidad se oculta en el pasado. No sabemos quiénes son “los que mueren” pero lo presentimos en esa intuición que deja al rescoldo una imagen que vuelve sobre sí misma. Y así también en la relación de esa calle donde se reviven los rasgos lejanos de esas muertes. El deseo de llegar o de contemplar ¿lo inexplicable?, revierte la tensión del poema sobre la incertidumbre del yo lírico. La hipálage, “La calle / tiene miedo a irse”, condensa la dinámica del regreso: “Llega hasta la esquina / Se detiene / Quiere devolverse / Tal vez no vuelva”. La duda implícita en “ese devolverse” encierra el sentido de una experiencia que nunca sabremos ciertamente cómo fue, ni dónde exactamente era la calle, ni qué sucedió al sujeto lírico.
La tercera sección del libro Materia de marzo dejará atrás las historias de ese mundo tan cercano al poeta para introducir al lector en otros pasajes donde confluyen sentimientos, temas y momentos que retienen otra particular emoción. Naturalmente una de las concepciones lingüísticas que expande la tensión de los versos, aparece trabada en la construcción dialéctica de esta poesía. No en todos los poemas aparece este tipo de construcción, pero sí en muchos de ellos. Y se da como la respuesta natural de un pensamiento que inconscientemente busca objetivar la emoción de esa escritura. Por eso, el léxico de ese mundo y sus elementos generarán una especie de antagonismo que determinará la estructura del poema, y el sentido al que hace referencia, como por ejemplo:
No era tu biblioteca
era un libro
no era un libro
era una soledad
no era una soledad
eran unos anteojos
no eran unos anteojos
era un encandilamiento
no era un encandilamiento
era una escritura
no era una escritura
era un recuerdo
no era un recuerdo
era un pensamiento en los ojos
no era un pensamiento en los ojos
era un nadie
no era un nadie
era una muerte por ser
y ese sí eras tú ese sí eres
nunca no
(163-164)
Este juego dialéctico lo anuncia la imagen que va configurando el desarrollo del texto, y lo expresa encadenándolo a una imagen que frecuentemente termina deshaciéndose ante aquello que la poesía aspira a rehacer en el lenguaje. Pero en realidad el mismo lenguaje proyectará la idea de lo que allí se dice sobre un plano abstracto. En ese plano de relaciones antagónicas (era / no era) y de un vocabulario de referencias tan reales como (biblioteca, libros, anteojos, escritura, ojos), y a la vez tan imprecisas como (soledad, recuerdos, pensamientos, nadie, muerte, nunca) se particularizará el pensamiento que fija el sentido del poema. Pero fijar en él los límites, y relaciones tan particulares como la presencia misma del yo poético, parece a veces tan irreal como la imagen que fragmenta.
En el poemita: “¿Y aquella sala / donde leíamos en las tinieblas / cada vez que cruzaba por ellas / un destello?” (165), nos topamos con una idea que nos hace pensar en la oscuridad y el aspecto físico de la habitación. Sólo podemos imaginar vagamente lo que insinúa la dimensión metafórica de la imagen y de los seres allí reunidos. Por otro lado, el mismo poeta se ha mostrado cauteloso al hacer referencia a la naturaleza de su obra: “Ten cuidado con lo que dices / relee con calma lo que escribes / podrías interrumpir el ansia del muro que quiere ser grieta / y la gris alablanca que quiere ser ella” (172). Como se puede ver, la visión de lo que debe mostrarse, requiere que el lector esté dispuesto a enfrentarse a la dimensión del texto y a la vastedad de su imagen. Una imagen que nace de ese espacio donde conviven el yo lírico y un lenguaje que no es extático y termina siempre sublevándose y buscando su propia libertad.
Jacqueline Alencar, Luis Alberto Crespo y Leonardo Ruiz (Salamanca, 2003, foto de José da Costa)
En Al filo de la palabra, pasamos a otros motivos que intensifican las experiencias humanas y lo que caracteriza esta conciencia de lo temporal: la visión de la vida y sus contornos. Esas cosas que dejan como una vaga añoranza del pasado o de aquello que fue un día hermoso, y tuvo una presencia. Esa emoción que vuelve bajo la insistencia de un pensamiento que continuamente busca rehacer un puente de relaciones, y de emociones que remueven los invariables sentimientos de esos recuerdos que adquieren corporeidad en el poema:
in memoriam
Es un bello día
Abro la ventana y anochece
Cada ventana abierta es de noche
Cierro la ventana y amanece
Cada ventana cerrada es de día
Ya no hay ninguna ni es bello el día
ni la noche
Pero me traes flores infinitamente
Y no sé si se encienden
o si se oscurecen
(189)
Sentimos curiosidad de saber cuál es esa ventana por la que entran y desaparecen los días y las noches. ¿Qué es lo que intenta decir el poeta? La luz que se corresponde con esa imagen ¿es también oscuridad? Por qué se contrapone el contenido de los versos: abrir y cerrar, luz y oscuridad, noche y día. Todo contribuye a crear una sensación que no se manifiesta plenamente, pues lo que circunda al hablante poético va construyéndose sobre descripciones antagónicas. El acto de ese momento de contemplación sugiere un doloroso presagio. Por en la frase (in memoriam) el lector puede suponer el sentimiento que impregna el poema, pero la dimensión humana que condensa no siempre se revelará de un modo directo. Esta condición terminará violentando el significado y otorgándole otro matiz a la percepción de la realidad. El poema de la página 191 nos provee otro ejemplo:
En esta cafetería
esperamos a nuestra vida
recordándola
Aún no llega
Hace tiempo que no llega
Mejor nos vamos
Ha tardado demasiado
Aquí el sentido que impulsa la idea recae en una dimensión más concreta que la del poema anterior, pero fundada igualmente en una realidad abstracta: la espera, la tardanza, y el tiempo que transcurre entre la vida que se evoca y la que se intuye, parece ser implacable. La vida que no acierta a llegar; la que contiene en sí misma la imagen de la muerte o la que conlleva la reflexión personal de ese vivir, se diluye en el tiempo. Asimismo la conciencia de aquello que se espera, acaba por borrar los límites que funden la visión del poeta en una ajena a su propia voluntad. El siguiente poema insiste en la mirada para retener en el cuerpo lo que ya no puede rescatarse en el tiempo:
Miraré al torrente
para no vivir más aquí
me pondré amargura en los labios
para no responderle a nadie
haré como la llave perdida
para no entrar más en mí mismo
y trataré con el mundo del modo más ligero
para que me sea leve su pena
(198)
El poema se estructura sobre un plano visual. Por eso la acción verbal y las referencias lingüísticas (miraré, pondré, haré, trataré), se apoyan sobre ejes opuestos que relacionan al sujeto con la insistente negación (para no) con el fin de contrarrestar la causa que lo agobia: “y trataré con el mundo del modo más ligero / para que me sea leve su pena”. El sentimiento habrá que intuirlo en el trasfondo de la imagen, y lo que obliga al hablante a situarse ante el silencio de esa punzante realidad.
L. A. Crespo dedicando ‘Como una orilla’ (foto de Jacqueline Alencar)
Otra percepción del yo la hallamos en la página 200. El modo subjuntivo destacará aquí las acciones haciendo de ellas un conjunto de situaciones ilusorias (Si fuera…Si fuera…Si fuera). Éstas irán cerrándose sobre un yo cuyo anhelo es casi imposible de realizar, o que parece realizarse no en lo que expresa el lenguaje sino en lo que oculta:
Si fuera de agua
esta rama rota
y bebiera de ella
campo de hierba
este empedrado
y me tendiera
leve
Si fuera sol frío en lo alto
este suelo ardiendo
y me cobijara la bruma
Si fuera morir
lo siguiente
y oyera silbar
“que se quede el infinito sin estrellas”[9]
mi patria sería amanecer (200)
No obstante la franqueza del lenguaje, el anhelo que irrumpe en él no culminará en una visión concreta de lo que nombra, sino en una visión que terminará proyectando la patria sobre un amanecer de dimensiones cósmicas. El silbido que trasciende esa realidad (“que se quede el infinito sin estrellas”) unirá ese deseo a otras posibilidades que irán descubriendo en el poema la percepción del yo frente a otro entorno. De ahí que la melodía del verso que se filtra en esa emoción amortiguará la realidad de la que se desprende su presencia. Y es que todo allí, desde el agua que cae sobre la rama rota hasta la forma que ostenta esa visión del amanecer, se reducirá a un anhelo incumplido en el tiempo.
La IV sección se compone de doce poemas enlazados con números romanos que otorgan el sentido de continuidad que acompaña cada uno de ellos. Esta parte trata de realidades que encarnan en el amor una metáfora sutil y múltiple del cuerpo. Bajo el subtítulo 13 años a las 12 se dispone la tensión deslumbrante de una pasión que es también apetencia y pasajera realidad, por un lado; y, por otro, entidad iluminadora del ser. Lo que tempranamente marca la entrañable condición del amor regresará otra vez como plegaria y silenciosa manifestación. Al menos, esto es ya lo que de primera intensión refleja la particularidad de los poemas aquí reunidos. En ellos la naturaleza del amor parece buscar la esencia de esa pasión que le confiriere al sujeto poético una especie de contradictoria ambigüedad. Lo que sentimos es una experiencia de situaciones pasajeras, donde la voluntad amorosa no podrá recobrar la definitiva forma de esa pasión:
Yo ajaba tu frágil manera
desvistiéndote
Pasa la memoria del rastro
que dejaste entre mis manos
Fue como alisar una llama
Aún hoy te tengo
las veces que acaricio algún jardín caído
y difícil
(210)
Memoria y cuerpo, rastro y jardín caído son términos que reflejan el sentimiento que define esa memoria amorosa. Pero esa memoria estará condicionada por un pasado que se contempla desde un presente de persistentes detalles: la memoria, el cuerpo, la fugaz llama, a manera de desvestirse. Cada acto queda allí implicado en la visión que desemboca en algún jardín caído. De modo que no toda la historia de ese amor parece haberse perdido, aunque posiblemente la connotación de ese “jardín caído / y difícil” apunte ya hacia otra imprevisible realidad. Este sentimiento es consecuente con el contexto y las referencias que reflejan un sentido amoroso que parece fundarse en el silencio que impregna el poema de una textura voluble e imprecisa:
Hablar no tiene boca
sólo las heridas hablan
y este pájaro está solo
por eso es pájaro
pero ¿por qué tú y yo somos tan nosotros?
¿Por qué no somos además y nos amamos?
(212)
No causa sorpresa indicar que los signos de interrogación son un elemento que determina también el significado del texto. Su organización sintáctica envuelve la estructura poética en un plano de intrincada complejidad. No tanto por lo que presenta, sino por lo que oculta, es decir, la relación que intensifica el mundo real o imaginario que lo comprime. Lo imaginario, sin embargo, tendrá siempre alguna salida que se realiza, si no en el poema mismo, en la intuición del lector. En ese encuentro el lector acabará insatisfecho o deslumbrado, pero ciertamente no engañado por una superficial emoción o fingida alegría. Y es que en esta poesía las palabras sugieren algo que está fuera de la realidad del poeta. Como sucede, por ejemplo, en los siguientes versos donde el mecanismo de interrogación que fija la estructura, no puede describir su contenido: “¿Qué hacer para que regrese / lo que tú fuiste? / ¿Cómo detengo lo que no se sabe / donde andabas?” (218) El protagonista del poema está excluido de ese espacio, y lo único que puede intuir es el recuerdo de ese instante amoroso, o la dolorosa realidad de esa ausencia.
Dedicatoria de Luis Alberto Crespo
En el V apartado, se intensifica también una voz que no encuentra la forma precisa de retener ese algo desconocido que causa dolor. El lenguaje no parece suficiente para concretar lo que busca proyectar y el mensaje queda sumido en una distante realidad. Como si se tratara de un sentimiento que sume al poeta en un profundo silencio o como si las cosas lo aproximaran a la felicidad, pero no a su total plenitud. Sin embargo, el lenguaje parece también advertirnos que la felicidad no es la acumulación de las cosas que nos rodean, sino las que mantienen un diálogo con el mundo. O las que evocan aquellas experiencias que como las aguas de un río portentoso van a dar a la mar, que es el morir, como en los versos de Jorge Manrique. Pero en definitiva, lo que anhelamos ver en esta poesía queda dentro de otro contexto, de un contorno silencioso cuyo contenido no se entrega tan fácilmente al lector. Por eso, hay que poner sobre una balanza las cosas que son producto de la imaginación, y las que en continua relación con el mundo material parecen rehacerse y deshacerse frente a la mirada del poeta:
Dijo que regresaría pronto Quería
acercarse a la ventana Miró
lo más remoto con el dedo Luego
volvió a nosotros callado
No quiso hablarnos
No quiso decirnos como era nada
(224)
Los espacios reafirman también un silencio que excluye al hablante de las situaciones no expresadas en el poema. Lo más remoto contrasta con lo que circunda al protagonista ausente de esa forma. Los seis versos configuran un escenario cuya referencia del mundo real es simplemente la ventana que aparece en el segundo verso para hacer referencia a lo que provoca esa sensación: él o la que se fue, lo remoto, la nada o el silencio. La realidad existencial del yo lírico queda fundida en el último verso: “No quiso decirnos como era nada”. Y lo más remoto, es decir, sobre lo que gravita el poema podría interpretarse como ese lugar donde convergen el silencio y la nada. En otras palabras, no lo que el yo contempla por esa ventana, sino aquello que frente a su mirada ha pasado a ser lo imprevisible, otra realidad fundada en el silencio del lenguaje mismo. Así parece resumirlo la idea central del poema siguiente:
Alguien se fija en sí mismo
para saber adónde se ha ido
Las manos
encienden la lámpara que fue eso
¿Y por que hasta dónde? (229)
Lo que existe en este poema ocurre como efímera presencia, como la exigencia de quien anhela hallar el sentido de su propia realidad. La mirada busca expresar aquello que se desprende de sí mismo para poder vivir el instante, pero tiene antes que enfrentar lo concreto o lo inaprensible perdido en el tiempo. Por eso, el lenguaje en el que se apoya se ha convertido también en un espacio de profunda extrañeza. El yo poético se ha extraviado tratando de recuperar la naturaleza de su propia realidad (“Las manos / encienden la lámpara que fue eso”), aquello que iluminaba su mundo.
Otros versos también semejan parecidos motivos, como el que expresa a continuación la metáfora de la ventana, espacio por donde el yo desea contemplar su existencia: “Quien abre una ventana / es porque espera encontrarse consigo algún día” (247). Desde este marco intuitivo el poeta tratará de aprehender una realidad convertida ya en esencia incomunicable. Lejos de aquella visión que contenía su primer fulgor, tendrá ahora el hablante que recurrir al pasado para recuperar la dicha que los valores del mundo moderno no le pueden brindar:
¿Qué se hizo aquello
que fue mañana Chiki?
¿Cómo habrá de ser esta brisa ayer
después de estremecer la hoja raída?
¿Y por qué han de haber restos
en lo que será cada muerte por vivir? (256)
Pero siempre hay una puerta abierta para el amor, aquél que desde su altura trata de disipar las sombras y las dudas del camino. El amor que traza la emocionada presencia de lo fugitivo, lo que llega como una cumplida advertencia de la vida. El poeta irá al encuentro de aquel temblor sentido en el momento de su pasajera lucidez, como las aguas de un río que reflejan lo que somos: “El río pasa por el agua / No me respondes es agua de agua / Repítelo en los ojos / Así es más profundo / más nunca en lo hondo”, señala el poema 260. Volvemos otra vez a la proyección de las cosas en el tiempo. Contextos que se ramifican para que la interioridad del ser se muestre tal como es, o pueda tal vez revelarse en su honda y compleja realidad. La que surge de la evocación de aquel momento de contemplación, y que se manifiesta a través de silencios o abstracciones:
Un paisaje como este
es pensativo
inclinado un poco como tu cuello
cuando pides que te perdone
Luego no sé
permanece
aun con el falso amarillo
de su pretensión
porque nada salva (264)
Una y otra vez volverá el hablante lírico a indagar las situaciones que entran a la vida. No para refugiarse en ellas, sino para intuir aquel horizonte de experiencias que insisten destacando la dura realidad. Pero el camino le recordará que la existencia está hecha de emociones inolvidables para que lo vivido no resulte frío y extraño. Y ese camino vinculará al lector con situaciones que llegan a la vida del poeta como desviando su sensibilidad hacia otras referencias. O hacia pensamientos que se convierten en metáforas o símbolos que reemplazan una percepción por otra: “Un camino es ayer / porque es eso no alguno / Otro camino no tiene tiempo / porque no es por fuera / y fracasa” (284), subraya en estos versos. Y tal como hemos venido observando, todo radica en la vida y el amor, y en emociones que nos colocan frente a un imaginario de evocaciones que también nos llevan a cuestionar nuestra propia realidad:
Cómo hacer nuestro lo que vemos
Darle boca
darle habla
sobre lo que escarbas
lo que ahuecas
Esto es ajeno te digo le pertenece a la sed
al color de la arcilla
Podríamos ser sus amos
pero ¿por qué callados como el sacrificio?
(308)
En la mayoría de los poemas de este libro, lo real estará volcado sobre un lenguaje que proyecta la voz del poeta en otros planos. Ya no el de su inmediata realidad, sino en el que reduce la percepción a un aparente hermetismo que emana del concepto evocado. No me refiero al lenguaje como tal, sino a la visión en él contenida y lo que quiere comunicarnos. Lo que contemplamos a simple vista, pero está ligado a una realidad más profunda, y a veces abstracta. Pues el yo poético no podrá resignase a aceptar la realidad hasta fundirse en lo que evoca o contempla silenciosamente. Es decir, esas cosas que sustentan su mundo: “Cómo hacer nuestro lo que vemos / Darle boca / darle habla…” (308) Por eso lo que capta la mirada no se resolverá en esa contemplación, ni siquiera en lo inmediato, sino en aquello que está revestido de un sentido más profundo. Y de otras verdades que no pertenecen al plano visual, sino al que transforma la vida en el tiempo. Por eso, lo que contempla el yo no llegará a mostrarse plenamente, pero dejará una brecha para que el lector complete la desnudez de la imagen poética. Una que permita, tal vez no descifrar completamente su significado, pero sí imaginar lo que ocurre o entrever lo que encierra. Y es que, para afirmarlo una vez más, lo que busca la poesía de Luis Alberto Crespo es la sustancia de un mundo cuyas referencias se fragmentan en imágenes que trascienden el entorno y la realidad del diario vivir.
A. P. Alencart, L. A. Crespo y J. Alencar (foto de José da Costa)
Para finalizar, hay que subrayar que el poeta no pretende crear un mundo nuevo, ni romper con el pasado ni substituirlo por otro. Por eso lo implícito en las nubes cambiantes de ese lenguaje seguirá siendo tan lejano y misterioso como: “La calle / la raya en el aire / y el muro sin muro / con una ventana / pero sin ella / Por eso morimos” (305). Y ciertamente por esa ventana se proyectará casi al comienzo del libro (“Me acerco a la ventana / Cruzan unas palomas También las nubes / Las sigo con la mirada”, p. 16), el escenario de la cambiante realidad: el sentido de lo temporal actuando sobre la materia, y sobre el hablante que contemplaba emocionadamente la transformación de ese mundo exterior. Un mundo que nos invita a la reflexión que surge del entorno y busca concretar en la poesía el instante de esa contemplación. Lo que la mirada anhela retener ansiosamente, pero se desvanece en la esencia de un tiempo que ya nadie puede hacer suyo como ocurre en ese “…retrato en lo oscuro / para observarse más allá”.
Siempre más allá donde el paisaje pueda captarse con el corazón, con la profunda sensibilidad que intuye lo sorprendente o extraño en la desnudez relampagueante de esta poesía: el hallazgo que debe comunicarnos el latido del mundo, la vida y el amor, la sensibilidad que engendra todo eso que el tiempo y el olvido no han podido borrar. Lector, oigamos la voz inconfundible del poeta en el espejo de su propia temporalidad:
todo eso
El tiempo
las aguas detenidas en pleno torrente
El espacio
la sombra de un planeta
en el umbral de la puerta
y el fin
el mal de la nada (311)
Nueva York
Primavera, 2017
El poeta David Cortés Cabán
David Cortés Cabán (Arecibo, Puerto Rico, 1952). Cortés Cabán posee una Maestría en Literatura Española e Hispanoamericana de The City College (CUNY). Fue maestro en las Escuelas Primarias de Nueva York y profesor adjunto del Departamento de Lenguas Modernas de Hostos Community College of the City University of New York. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Poemas y otros silencios (1981), Al final de las palabras (1985), Una hora antes (1991), El libro de los regresos (1999), Ritual de pájaros: antología personal (2004) e Islas (2011). Sus poemas y reseñas literarias han aparecido en revistas de Puerto Rico, Estados Unidos, Latinoamérica y España. En 2006 fue invitado al III Festival Mundial de Poesía de Venezuela, y en 2015 a la Feria Internacional del Libro de Venezuela (FILVEN), dedicada a Puerto Rico. Ha participado en los Festivales Internacionales de Poesía de Cali, Colombia (2013), y de Managua, Nicaragua (2014). En 2014 fue invitado a presentar “Noche de Juglaría, cinco poetas venezolanos”, en Berna y Ginebra, Suiza. Ese mismo año la Universidad de Carabobo, en Valencia, Venezuela, le otorgó la Orden Alejo Zuloaga Egusquiza en el Festival Internacional de Poesía. Reside en la ciudad de Nueva York desde 1973.
[1] Verso, p. 37.
[2] Uno de los rasgos que llama la atención en este apartado es el modo en que se presentan los textos. El uso de negritas muestra una condición que no notamos en las demás secciones del libro. Este rasgo, y la extensión de los poemas es algo que constituye una variante que vale la pena señalar, lo mismo hay que decir de la disposición de los versos y los espacios (silencios) que acentúan también otras variantes particulares en la confección de estos textos.
[3] Se refiere al poeta Ramón Palomares, nombre literario de David Ramón Sánchez Palomares (1935-2016). Es considerado como uno de los grandes poetas de la lírica venezolana por la profunda dimensión humana de su obra. Entre sus libros más conocidos figuran: El Reino (1958), Paisano (1964), Adiós Escuque (1974) y, Alegres Provincias (1988) entre otros.
[4] César Vallejo (César Abraham Vallejo Mendoza). Nació en Santiago de Chuco el 16 de marzo de 1892. Murió en Paris, el 15 de abril de 1938.
[5] Francis Jammes, poeta francés. Nació el 2 de diciembre de 1868 en Tournay, Hautes-Pyrénées, y murió en 1938 en la región de Béarn, Francia.
[6]Luis Camilo Guevara. Poeta venezolano. Nació en 1937 en Tecupita, estado Delta Amaruco, y falleció en Caracas, el 2014.
[7] Lucian Blaga (1895-1961). Poeta, dramaturgo y filósofo rumano.
[8] Dice David Osorio, amigo del poeta y diplomático venezolano.
[9] De la canción Piel canela, del compositor y cantante puertorriqueño Bobby Capó (1921-1989).
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