Crear en Salamanca se complace en publicar esta colaboración enviada por el destacado poeta, periodista y narrador venezolano José Pulido, especialmente vinculado con Salamanca desde su participación en el Encuentro de Poetas Iberoamericanos de 2013.
LA CULTURA COMO PERIÓDICO
María Teresa Castillo entra a la sala de redacción como si fuera una persona desconocida que se ha extraviado entre tantos escritorios; los habitantes del periódico sienten su presencia y comienzan a saludarla. Entonces esboza su sonrisa preciosa jamás borrada por ninguna circunstancia.
Algunos que la conocen desde hace más tiempo, le mencionan su época de costurera en Nueva York y luego su etapa como una de las primeras periodistas de Venezuela y pionera en la promoción intensa de actividades culturales. Al salir de toda esa conversación se acerca hasta el promontorio de papeles que rodea mi máquina de escribir, para preguntarme “¿quieres almorzar con Arthur Miller?” como si preguntara ¿quieres comer perros calientes en la Plaza Venezuela?
A María Teresa le encantaba ayudar, pero más le agradaba emocionar. Luchaba parejo por la cultura desde sus años juveniles y luego como presidenta del Ateneo de Caracas.
Su pasión por el arte no tenía comparación con nada. Pero no podía escapar a su sino de reportera natural. Es un amor que no se cura. María Teresa Castillo constituía una valiosa ayuda externa para todo lo que redundara en beneficio de nuestro trabajo periodístico en el área cultural.
Ese era uno de los asuntos interesantes que transformaban en experiencia fantástica estar ahí, en El Nacional, formando parte de un equipo de profesionales que constituían una elite.
El Ateneo de Caracas y los ateneos de todo el país, generaban una determinante cantidad de eventos culturales y eran centros hiperactivos, donde se mostraban y se debatían creaciones artísticas de diversas disciplinas. Demás está decirlo: sus programaciones fluían hacia El Nacional, que fungía como un cauce natural.
MARIA TERESA CASTILLO
LA CALIDAD CREA COSTUMBRE
El Nacional contó desde sus inicios con reporteros, fotógrafos y diseñadores que tenían una visión más trascendente y profunda sobre los hechos: sabían cómo abordarlos, describirlos, evaluarlos.
Los colaboradores, esos escritores de artículos y de crónicas especializadas, eran cada vez más genuinos. El diseño del diario iba despejando una especie de mapa sentimental y cotidiano para ver el país y el mundo.
Eso fue haciendo de El Nacional un periódico capaz de captar sus propios lectores, de crear costumbre de lectoría, exigencias de calidad. Reconocer la cultura como una fuente inagotable y primordial de la civilización permitió que la gente se orientara con mayor eficiencia.
Las páginas de arte buscaban el pensamiento del filósofo, la composición y la ejecución del músico, el lenguaje corporal de la danza y el ballet; la contundencia expresiva del teatro; las imágenes más conmovedoras del cine; los avances de la arquitectura que transformaban el paisaje de las calles; las artes plásticas y visuales viejas o novedosas; la interpretación vertiginosa de la literatura y el sacramento de la poesía.
En dos platos: La cultura. Algo que podía explicarse a través de creadores que tronaban duro, con características universales.
Pedro León Zapata, con sus caricaturas, se convirtió en la crónica del día, la definición del presente, el arte como explicación de cada momento. ¿Su secreto? La inteligencia incesante. Al menos eso dijo, aunque de esta manera:
“Yo soy absolutamente incapaz de mejorar, y también incapaz de empeorar, porque yo no aprendo. Hago las cosas y no me las aprendo, lo cual puede ser una especie de autocrítica. También puede entenderse como una afirmación un poco vanidosa: yo no aprendo quiere decir yo no repito, yo no práctico fórmulas, yo carezco de recetas. Los que aprenden son aquellos que descubren recetas y van a lo largo de todo su trabajo descubriendo recetas para realizar sus cuadros, para realizar sus poemas, para escribir sus libros, para cocinar su comida y hasta para vivir: terminan siendo personas que viven con recetas”.
Portada del Suplemento Papel Literario, dirigido por Nelson Rivera
LAS FUENTES INAGOTABLES
La actividad cultural en Venezuela ha sido diversa y de distintos niveles. Las artes plásticas, la música, la literatura y el teatro han destacado, han trascendido las fronteras. Entre muchos eventos valiosos, surgieron grandes “territorios” culturales para los periodistas del área: Los escritores, la Biblioteca Nacional y las editoriales; el ballet y la danza; los ateneos como promotores y motivadores del hecho artístico; los museos; el Festival Internacional de Teatro y el logro más importante por su expansión internacional: el Sistema de Orquestas Sinfónicas.
FUNDACIÓN EN TIERRA ESCRITA
El Nacional se fundó con la idea de colocar el país en el terreno de las libertades y de los adelantos que el mundo podía exhibir en esos momentos. Pero esa fundación se hizo con invocaciones culturales, con fe en el arte y sus poderes creadores.
Miguel Otero Silva nombró a Antonio Arráiz como primer director del periódico. Arráiz era una vanguardia que se había templado en Nueva York y en la cárcel de La Rotunda. Miguel Otero, con su humildad de guerrero sencillo, se convirtió en el primer jefe de redacción. Arráiz y Otero Silva atrajeron a todos los narradores, ensayistas, poetas, músicos, pintores, arquitectos, intelectuales, bailarines, dramaturgos, actores y otros más que se identificaban con el empuje alentador de sus palabras.
Decir que El Nacional nació invocando las voces del arte no es una especulación. Como regalo de cumpleaños, Pablo Neruda escribió este texto poético para Miguel: “Érase una vez un hombre que no se encerró en sí mismo sino que se desgranó como las uvas o el trigo. Era difícil pasar por su lado sin leerlo: en su conducta tenía más palabras que los libros. Se le veía en los ojos la conciencia luminosa, con una iluminación que sólo tienen los niños y más de una vez cambiamos de juguetes en la calle porque hasta su corazón lo llevaba en el bolsillo para no perder el tiempo si alguien lo necesitaba. Así trasplantó la dicha entre todos sus amigos. Sesenta años se pasó en este extraño negocio de gastar y no gastarse, de querer y ser querido. Cuando se lea esta prosa alguien tal vez creerá que estoy haciendo el retrato de algún caballero antiguo. Y es verdad: joven poeta, antiguo y tierno guerrero es el que yo describí: Se llama Miguel Otero”.
Miguel Otero Silva
PROFESIONALES EN LA EMOCIÓN
Los comunicadores recién llegados a El Nacional terminaban de formarse con los quehaceres en la calle y con la escuela socrática de los irónicos veteranos que maceraban la sala de redacción. Entrar a formar parte de ese equipo era como alcanzar una cumbre en el periodismo venezolano. Ahí estaba la oportunidad de descollar en alguna de las áreas o fuentes. Aunque el arte nunca abría los titulares de primera página, se tenía como un privilegio trabajar para las páginas culturales.
Los comunicadores con su escritura, sus imágenes y sus diseños, fueron creando un estilo que gustaba y atraía lectores. Un estilo de “estamos al día, sabemos lo que ocurre en el mundo”.
Venezuela era un país atractivo, además, para visitar o para participar en los eventos que se organizaban. El Festival Internacional de Teatro, las temporadas de Opera, los congresos de escritores, los museos, los festivales de poesía, las ferias de libros, de artes plásticas, los conciertos, el ballet.
José Ratto- Ciarlo, Lorenzo Batallán, Miyó Vestrini, Alfredo Armas Alfonzo, Teresa Alvarenga y Pablo Antillano fueron jefes de las páginas de Arte de El Nacional y luego esa responsabilidad recayó en mí, por decisión de Miguel Otero Silva.
La visión, sensibilidad y erudición de Pablo Antillano, mantuvieron El Nacional en la vanguardia del periodismo cultural en los años ochenta. Fue una verdadera fuerza intelectual, en sus actos como coordinador de suplementos y ediciones especiales.
Neruda y Otero Silva
ESTÉTICA, INTELECTUALIDAD Y SABIDURÍA
Harold Bloom dijo algo que curiosamente podía adaptarse al estilo que El Nacional desplegó, hasta el punto de convertirse en un diario de alta influencia en lo cultural y lo social.
“A lo que leo y enseño sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría. Las presiones sociales y las modas periodísticas pueden llegar a oscurecer estos criterios durante un tiempo, pero las obras con fecha de caducidad no perduran. La mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento”.
Por supuesto: los males llegan para quedarse si no hay quien los fumigue. Los periódicos tenían que vivir de la publicidad y la publicidad ponía su dinero en los diarios que tenían más lectores. Las mayorías, ya se sabe, buscan el espectáculo hasta en la muerte; se envician con la pornografía, con lo escatológico. Las mayorías se encantan con lo superficial, el chisme y la mentira que le satisfacen este o aquel rencor. Y esas preferencias fueron propiciadas por quienes veían a los medios de comunicación como simples negocios.
Han debido aprender cual es el verdadero negocio comunicacional a largo plazo: registrar más a fondo el país con esos equipos de profesionales que alcanzaron un tope. Han podido establecer buenas producciones de crónicas, entrevistas y reportajes de altura, para curar a los lectores del virus que se iba a desatar como una maldición.
De repente y tal comenzó a aparecer, el mandato “escribe corto”, “Un párrafo y una foto”, como interpretación y justificación de aquellos que no leen, de esa mayoría que comenzó a sentirse cómoda con la televisión y los mensajes digeridos. Mientras eso ocurría, en países de más lectoría se continuaba haciendo un periodismo de entrevistas y crónicas que se convertían en un magnífico negocio, aunque los textos fueran largos. Gay Talese había publicado Frank Sinatra está resfriado, una entrevista que se convirtió en ejemplo de una sólida alianza entre periodistas y lectores, aunque ocupa la extensión de una novela corta.
Colección de novelas publicadas por El Nacional
En Venezuela, entre tantas crónicas, entrevistas y artículos excelentes, se puede destacar como un texto fundamental para explicar la cultura venezolana, lo que escribió José Ignacio Cabrujas sobre Catia. Hoy siguen hallando en ese escrito fragmentos de la historia sentimental de una generación que pasó, con gran estilo, de la dictadura a la incertidumbre.
“Oswaldo Trejo nos contó, a un grupo de zagaletones, nada menos que el argumento de una de las más singulares novelas que se escribieron en el siglo XIX, À rebours (A contrapelo) de Huysmans, que él había leído (yo creo que Trejo era el único venezolano, muy probablemente el único latinoamericano, que había leído a Huysmans, en una época donde nadie leía a este autor que tuvo la desgracia de ser contemporáneo de Zola, cuya gloria masacró a Huysmans, siendo este cincuenta veces mejor escritor que Zola). Trejo nos contaba de qué trataba À rebours, que él había leído en francés. También iba mucho a la plaza Oscar Guaramato, que escribía estos cuentos sobrios, ominosos, fundadores del estilo que hoy conocemos como el estilo de Concurso de Cuentos de El Nacional, que ha ofuscado tanto la cuentística venezolana: estos personajes que, en hamacas, mueren de gangrena en medio de una insurrección federal; mujeres que hacen arepas muy cerca de un bahareque mientras el hombre está, siempre en su hamaca, pensando en lo que puede suceder”.
Eso de que la gente no tiene tiempo de leer, no puede concentrarse o le parece aburrido leer, recibió un gran respaldo en los medios, hasta el punto de que las páginas de arte se convirtieron en agendas, en breves notas y posteriormente esas estrecheces de texto fueron acompañadas por videos. En el fondo predominaba el deseo de hacer una televisión encima del papel.
Respecto a los pocos caracteres de Twitter, ya es de notar que hay en demasía twitteros que ni siquiera pueden elaborar un mensaje inteligente, bien escrito y coherente en esos pequeños textos. He ahí el resultado de tantos años opuestos a la lectura. Leer y escribir no es lo mismo que saber leer y saber escribir.
En cultura, la realidad son los creadores de arte, los artistas, los que de alguna manera proponen ideas que pueden servir para sentir, pensar o consolarse por una tarde triste. El Nacional era el escenario abierto para que los artistas y los intelectuales se comunicaran con el país.
Cuando las salas de redacción fueron manejadas por las gerencias descollantes, la función de los periódicos comenzó a cambiar.
El boom de las gerencias comenzó a fagocitar empresas, a buscar ganancias con experimentos surgidos de planteamientos foráneos. Gerencias invariablemente integradas por profesionales más afectos a la publicidad que a la lectura fuerte. Algunos de ellos, esgrimían como brújula el concepto de que la cultura es una inutilidad.
Usaron con frecuencia el sistema de “misión y visión”, que generalmente concluía esbozando una visión y una misión de los medios escritos que no tenían nada que ver con su verdadera y primordial razón de existencia.
Esas gerencias apuntaban hacia algo que no podía desvincularse de ningún medio: la búsqueda de ganancias. Pero todo terminaba desembocando en la creación de lectores mediocres.
UN FENÓMENO CULTURAL
Cuando aparece un periódico se da inicio al proceso de crear sus propios lectores. Un periódico, en un principio, es como un faro: ejerce una función parecida a colocar una luz para que los navegantes se orienten en la oscuridad y no se estrellen.
Todo El Nacional fue un fenómeno cultural. Su estilo comunicacional se basaba en un lenguaje que aportaba conocimientos. La relación con lo intelectual y con el análisis permanente de los acontecimientos, permitía obtener una visión muy clara y acertada. También el humor, que se explotaba con altura, era una veta que caracterizaba a El Nacional.
En lo que va del siglo veintiuno se han registrado sucesos impensables en una sociedad civilizada, culta, preparada para los retos más exigentes de la inteligencia artística y científica.
Cuando Venezuela parecía encaminada hacia la democratización de un criterio que le da importancia a la cultura, todo se derrumbó, como en la canción. Toda la actividad cultural que se desarrollaba en Venezuela se borró de un golpe y se convirtió en un antro de propaganda política con cien años de atraso.
En Venezuela, con todas las fallas que pudieran encontrarse, las actividades culturales eran de una intensidad y calidad que asombraban más al foráneo que al nativo. Volviendo a Miller, cito lo que dijo en aquella ocasión en que almorzamos como si nos conociéramos:
“Me ha impresionado mucho la idea de un festival de teatro en Venezuela… Espero completar mi impulso teatral, aprender más sobre el teatro venezolano. Me sorprende esto, no es muy normal que un país tenga 14 o 15 agrupaciones teatrales profesionales”.
Miller y Monroe
Ese día pensé: “Lástima que Arthur Miller no podrá conocer lo que hacen en el teatro Cabrujas, Chocrón, Chalbaud, Carlos Giménez, Javier Vidal, José Simón Escalona, Néstor Caballero, Ugo Ulive, Levy Rosell, Edilio Peña, Elisa Lerner, César Rengifo, Xiomara Moreno, Gustavo Ott, Gilberto Pinto y el incomparable Rodolfo Santana”.
Sentí deseos de asombrarlo, de mostrarle a fondo lo que éramos en cultura, pero no se me ocurrió nada. ¿Cómo traducirle de inmediato algo de nuestros creadores? Por eso pongo, para sacarme la espina, lo que dijo Arturo Uslar Pietri hace 83 años. Algo que me pareció una fiel expresión de nuestras circunstancias.
Carlos Eduardo Frías lo entrevistó en la Caracas de 1934. Uslar Pietri tenía 28 años de edad y habló de su escritura y del país con una impresionante sabiduría: “En Las lanzas coloradas no he hecho sino dramatizar esta idea: en América, como en todo ser vivo, el cuerpo ha estado adulto y hecho antes que el espíritu. La guerra de independencia fue la principal manifestación exterior de la plenitud de la carne americana. Una guerra alegre y cruel de pueblo joven. Terminada la guerra ya sentíamos el cuerpo sólido y peculiar, pero de manera más aguda aún la ausencia del espíritu correspondiente. Todo lo de la inteligencia nos venía de afuera y pertenecía a los extranjeros. Desde entonces hasta ahora, la historia del continente podría llamarse “historia de la búsqueda de la cultura americana”.
Miller e Inge Morath
CIERRE CON DAMAS
-¿Quieres almorzar con Arthur Miller? Me preguntó hace más de treinta años María Teresa Castillo y le dije que sí, por supuesto. Agarré un grabador y decidí no comer la parrilla que vendían a 2,50 con refresco de manzanita, a unos pasos del periódico.
En aquella ocasión, Miller comentó, acompañado de su esposa: “no hay nada nuevo que yo pueda decir sobre Marilyn y, como no quiero aburrir, mejor será no decir nada”.
Su esposa es la célebre y carismática fotógrafa de Life, Ingeber Morath. El director de cine John Houston la bautizó como “la suprema sacerdotisa de la fotografía”. Fue integrante de Magnum con Henri Cartier Bresson y Robert Capa.
La abordo, sin pensarlo mucho:
-¿Le molesta que en todas partes estén preguntándole a Miller sobre Marilyn?
-No… no me molesta. La conocí a ella antes de que Arthur… La fotografié: era una mujer fantástica…
Lo dice con sinceridad. Aclara que se casó con Miller después de morir Marilyn.
-¿Usted no es fantástica?
-Cada una tiene una cosa distinta… susurra Ingebor Morath.
José Pulido
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