Monumento dedicado a Torres Villarroel, obra de Agustín Casillas (foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca se complace en publicar este ensayo escrito por Louis Bourne, poeta, traductor y profesor Emérito de Español en Georgia College & State University (EE.UU.). Fue presentado como ponencia y se leyó el 30 de marzo de 2007, en la Southeast Coastal Conference on Languages & Literatures, Georgia Southern University, de Statesboro.
Louis Borne participará en el XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, a celebrarse en Salamanca entre el 15 y el 18 de octubre próximo.
LA CUERDA LOCURA DE TORRES VILLARROEL
EN SU ‘VIDA’
En su edición de la Vida, Ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras (conocido como la Vida, 1743) de Diego de Torres Villarroel, Guy Mercadier subraya “la frecuencia, en la obra torresiana, de palabras como desvarío, locura, inquietud, inconstancia» (25). Entre estos vocablos, el más revelador es locura porque sugiere que el autor no está cuerdo, que no tiene uso de la razón. Si podemos llegar a entender lo que Torres quiere decir por locura, tal vez nos ayude a comprender mejor la máscara de burlón que Torres habitualmente presenta a sus lectores, ya que evidentemente el autor de una autobiografía tan divertida puede ser todo menos un loco.
La dedicatoria a la Duquesa de Alba incluye una descripción por el autor del contenido de su autobiografía: «Lo que más contiene este angustiado compendio son perversas locuras, sucesos viciosos y tristísimas casualidades […]» (47). Si la primera acepción de locura es «Privación del juicio o del uso de la razón,» es más bien la segunda, “Acción inconsiderada o gran desacierto» (DLE 1357) lo que prima aquí. Torres vuelve al mismo vocablo en su «Prólogo al lector» al decir que la lectura de su libro demostrará «que no tiene doctrina deleitable, novedad sensible, ni locución graciosa, sino muchos disparates, locuras y extravagancias […]» (49). Como las locuras están en aposición con disparates que proceden de “disparatar»: «Decir o hacer una cosa fuera de razón y regla» (DLE 811), es evidente que hablar sin el estricto uso de la razón es una de la metas de su estilo.
Sin embargo, cuando se autodefine en la «Introducción,» trasciende el sentido de locura de la palabra o de acción para asumir esta condición como parte de su personalidad irónica: “A mi parecer soy medianamente loco, algo libre y un poco burlón, un mucho holgazán […]» (55). En el capítulo sobre su «Ascendencia,» Torres amplia la locura de su condición individual a un estado general de todos los seres humanos: «Los hombres todos somos unos […]» que para él incluye «una misma carne, «» «unos mismos elementos,» «una misma alma,» «unas mismas enfermedades,» y «unos mismos apetitos,» para después concluir: «Aun en las aprehensiones que producen nuestra locura, no nos diferenciamos cuasi nada» (67). La locura, entonces, parece ser ingrediente de la identidad de todos los humanos. Así en el Trozo primero sobre su «Nacimiento,» Torres incluye también a la mayoría de los autores en la categoría de locos. Los libros para él perdieron crédito cuando vio «que se vendían y apreciaban los míos, siendo hechuras de un hombre loco, absolutamente ignorante y relleno de desvaríos y extrañas inquietudes» (73). Evidentemente, incluye por implicación la locura como elemento en todos los otros libros y confirma esta opinión, declarando que «hay muchos autores tan parecidos a mí, que sólo se diferencian del semblante de mis locuras en un poco de moderación afectada; pero en cuanto a necios, vanos y defectuosos, no nos quitamos pinta» (73). Ellos son tan necios, vanos y defectuosos como él. Comparten su locura.
Paralelo a esta interpretación de los autores que comparten sus locuras, aunque se diferencian en la «moderación afectada, Torres en el “Trozo segundo de la vida,» el que cubre desde los diez hasta los veinte años, hace alarde de sus amigos «forasteros» que lo acompañaban en picardigüelas»: «En todo cuanto tenía aire de locura, descuaderno, y disolución ridícula, nos hallábamos siempre muy unidos, prontos, alegres y conformes» (83-84). Sus amigos de adolescencia tienden a las mismas locuras que él.
Si Russell Sebold, en la Introducción a Visión y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte (1728), nos relata un esquema de contradicciones (27) en la «Introducción» de Torres a la Vida, sin mencionar la más flagrante, «Yo soy un mal hombre [….] Tal cual vez soy bueno […]» (54), podemos decir que la palabra locura y sus atributos en la vida son parte de una contradicción general que informa la autobiografía: un hombre cuerdo, anticipando la crítica que haría sus lectores, se define con el pose de “picarón” en el “Prólogo al lector”, que hace “negocio en burlarse de sí mismo” (49). Torres encuentra que, “salga del hígado, del bazo o del corazón,» él tiene “ira, miedo, piedad, alegría, tristeza, codicia, largueza, furia, mansedumbre y todos los buenos y malos afectos” (101) que encuentra en todos los hombres. Él llama a esta inclinación una variedad de emociones, «a llorar y a reír, a dar y a retener, a holgar y a padecer […] contrariedades», y «A esta alternativa de movimientos contrarios he oído llamar locura; y si lo es, todos somos locos, grado más o menos […]» (101). La locura resulta ser una característica del hombre del siglo XVIII para Torres. En cierto modo, en el libro de don Diego, encontramos que él es tan servicial a la locura como fue la sociedad al comienzo del siglo XVII, según Foucault:
La locura está aquí, en el corazón de las cosas y los hombres, un signo irónico que desplaza los hitos entre lo real y lo quimérico, apenas conservando la memoria de las grandes amenazas trágicas… una vida más trastornada que trastornante, una agitación absurda en la sociedad, la movilidad de la razón. (37) [Madness is here, at the heart of things and men, an ironic sign that misplaces the guideposts between the real and the chimerical, barely retaining the memory of the great tragic threats– a life more disturbed than disturbing, an absurd agitation in society, the mobility of reason. (37)]
Foucault también nos presta otra iniciativa para interpretar la locura en la Vida de Torres en lo que él denomina “locura por identificación romántica” («madness by romantic identification» 28). Según el francés, “Sus rasgos han sido fijado de una vez por todas por Cervantes” (“Its features have been fixed once and for all by Cervantes» 28), pensando más bien en los delirios de Don Quijote. Citando a Saint-Éveremont, Foucault establece un vínculo entre la imaginación y la locura: “Debemos la invención de los artes a desquiciadas imaginaciones, el capricho de los Pintores, los Poetas, y los Músicos es solamente un nombre moderado en civismo para expresar su Locura” («We owe the invention of the arts to deranged imaginations, the Caprice of Painters, Poets, and Musicians is only a name moderated in civility to express their Madness» (29). Torres mismo establece su identidad con la tradición literaria del pícaro en su «Introducción»: «Paso, entre los que me conocen y me ignoran, me abominan y me saludan, por un Guzmán de Alfarache, un Gregorio Guadaña y un Lázaro de Tormes […]”, pero tal vez no se hace suficiente hincapié en la identificación de Torres con el triste caballero de Cervantes. Sin embargo, de la misma manera que Torres aparenta ser un pícaro, cuando sus aventuras por Portugal sólo duran
un par de años y su trabajo de catedrático de matemáticas dura veinticinco años, don Diego le gusta aparentar algo pícaro como le gusta asumir una máscara de loco. Siempre preocupado por su público, declara justo antes del susodicho pasaje sobre pícaros, que «Los tontos que pican en eruditos me sacan y me meten en sus conversaciones […]» y “me ingieren una ridícula quijotada y me pegan un par de aventuras descomunales […]» 56-57). Cuando Torres vuelve a mencionar quijotadas en el «Quinto trozo» de su vida, él no pretende que otros le atribuyen “una ridícula quijotada» sino que él mismo asume que sus acciones son comparables con las de Don Quijote: «Corrían a esta sazón, con licencia de Dios y del rey, los papeles impresos de mi alcurnia, mi vida y mis quijotadas […]» (188). Lo que Foucault encuentra locura por identificación romántica es para Torres locura por identificación literaria, que al final, es una forma de romanticismo Imaginativo.
Buscando la caracterización de la locura, tenemos que seguir la descripción de ella que ofrece. En el «Trozo tercero» que cubre los años de los veinte a los treinta, habla de su «carne sólida, magra, enjuta, colorada y extendida con igualdad y proporción, la que podía haber mantenido fresca más veranos […] si no la hubieran corrompido los pestilentes aires de mis locuras y malas costumbres» (97). Nunca sabremos porque en este cedazo de la memoria encuentre sus locuras pestilentes y desgastadores de su cuerpo. Sin embargo, en cuanto que se trata de locuras escritas, es evidente que Torres en el mismo trozo queda bastante orgulloso de su éxito de loco escritor: «He derramado entre mis amigos, parientes, enemigos y petardistas, más de cuarenta mil ducados que me han puesto en casa mis afortunados disparates” (102). Aparentemente de escribir cosas fuera de la razón, como declara en la siguiente frase, prospera: «En veinte años de escritor he percibido a más de dos mil ducados cada año […]» (102).
En la ambivalencia de condenar sus propios pliegos, Torres declara que «Yo los aborrezco, porque los conozco […]» y si le fuese posible recogerlos, los entregaría al fuego como «tantas señales de mi locura, altanería y extravagante condición» (109). No obstante, se justifica sus escritos: «Sólo me consuela en esta aflicción en que espero morir, la inocencia de mis disparates» ya «que no son perjudiciales» puesto que el Santo Tribunal y el desvelo de los reales ministros los ha permitido correr por todas partes […)» (109). Sus disparates, primero, son afortunados y después inocentes, razón suficiente por defenderlos.
Evidentemente, la locura para Torres era en la Universidad de Salamanca una especie de defensa contra sus enemigos. Declara que «Volvíme loco rematado y festivo, pero nada perjudicial, porque nunca me acometió más furia que la manía de zumbarme de la severidad que afectaban unos, de la presunción con que vivían otros […]» (118). De la misma manera que sus disparates eran inocentes, su locura aquí no es nada perjudicial. Describe una tarde en la que “un reverendo padre» a quien miraba “con algún enfado, porque era el que menos motivo tenía para ser mi desafecto» y aprovecha para decirle:
Todos somos locos (acudí yo), reverendísimo: los unos por adentro y los otros por afuera. A vuestra reverendísima le ha tocado ser loco por la parte de adentro, y a mi por la de afuera; y sólo nos diferenciamos en que vuestra reverendísima es maniático triste y mesurado, y yo delirante de gresca y tararira. (119-120)
Esta última palabra, «tararira», quiere decir «Chanza, alegría con bulla y voces» y en su segunda acepción, «Persona bulliciosa de poca formalidad» (DLE 2083). Añadida a la «gresca» que también significa “bulla» (DLE 1125), Torres revela su espíritu de alegre delirante, impaciente con los maniáticos tristes y mesurados, especialmente académicos sabihondos. Guy Mercader, en su edición de la Vida, indica que este pasaje es una reminiscencia de un capítulo de Recetas de Torres añadidas a los remedios de cualquier fortuna y a las desdichas que consolaron Lucio Aneo Séneca, D. Francisco de Quevedo y D. Francisco Arias Carrillo de 1728. Para Mercader, Torres revela su actitud «frente a la ciencia» cuando declara: “¿Puede haber mayor casta de locura que la de gritar, emperrarse, ofenderse, destruir la salud y desperdiciar la vida por averiguar los secretos que quiere Dios que estén escondidos a los hombres?» (Torres en nota a pie de página120). A continuación, Torres indica que «esto lo hacen con furia, y con soberbia, y con vanidad incorregible los físicos, teólogos, médicos, astrólogos y letrados, y todos los que pasan en el mundo plaza de cuerdos estudiantes y de oráculos» (120). En el fondo, no ataca precisamente a los científicos sino a la soberbia y vanidad que exhiben. Es la misma crítica que aplica en la “Introducción” a los buenos que se pueden perderse el equilibrio moral por «la lisonja disimulada»: «Regodéanse con los chismes de aplauso y con las monerías de la vanagloria, y dan con su alma en una soberbia intolerable» (53). Pero, tratando de los científicos que mencionan, lo que él critica, además de la soberbia, es la tristeza y la melancolía, como si estos estados de ánimo en sí fueran vicios contra el buen vivir: «Yo tengo por loco más perjudicial y más vano al melancólico que al festivo […], y concluye tuteando al melancólico como un pobrecín que no sabe disfrutar de la vida o que tiene intenciones oscuras: «No nos diferenciamos en otra cosa si no es que yo soy loco por la parte de afuera, y tú por la parte de adentro; yo soy loco saltarín, y tú loco pesado y perezoso; yo soy loco claro, y tú lo eres de perversa intención» (120).
Monumento a Torres Villarroel, por la Cueva de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
La comunalidad, el ethos o carácter comunitario, de los hombres Torres ya había rubricado en la “Ascendencia de don Diego de Torres» al decir: «Los hombres todos somos unos: a todos nos rodea una misma carne, nos cubren unos mismos elementos, nos alienta una misma alma, nos afligen unas mismas enfermedades, nos asaltan unos mismos apetitos y nos arranca del mundo la muerte» (67). De este sentido unitario de ser humano procede nuestra locura común, ya que inmediatamente después afirma: «Aun en las aprehensiones que producen nuestra locura, no nos diferenciamos cuasi nada» (67). Evidentemente, dado nuestro estado de loco, lo mejor es ser tararira y saltarín, como fueron los mozos amigos de Torres del “Colegio del Cuerno” (120), lo que él describe como «diez o doce mozos escogidos, ingeniosos, traviesos y dedicados a toda huelga y habilidad» (121), valores que sugieren protesta y maña.
Torres identifica la locura con las travesuras de la mocedad de sus queridos amigos y nota que todos han tenido sus distintos destinos, «seis han muerto dichosamente corregidos, y yo sólo he quedado por único índice de aquella locura, casi tan loco y delincuente como en aquellos disculpables años» (121). Él no ha quedado corregido y sus años quedan disculpables. Semejante excusa da en el “Cuarto trozo» de su vida cuando en un enfrentamiento con su co-opositor para la cátedra, quien no se arrimó al tema de los eclipses de la luna, «añadí que le mandase bajar, que yo subiría a leer de repente. Fue locura, soberbia y fanfarronada de mozo, pero lo hubiera cumplido» (139). Torres, evidentemente en posesión del ingenio y la inteligencia que le caracteriza, “Argüí, finalmente a los puntos de su estudiada lección; precipitóme la poca consideración de mancebo, a soltar algunos equívocos y raterías,” y él cosecha «vítores a mi nombre» mientras su opositor le «cayeron silbos y befas,» siendo éstas burlas groseras e insultantes (DLE 296). ¡Pobre de él que iba a oponerse al formidable Torres! Y el salmantino no se frena en describir las celebraciones de su cátedra: «todo este clamor, aplauso, honra y gritería hizo Salamanca por la gran novedad de ver en sus escuelas un maestro rudo, loco, ridículamente infame, de extraordinario genio y de costumbres sospechosas» (140). En la lucha de egos y vanidades, Torres hace alarde de sus éxitos, y hay que recordar que éste es el hombre que en su «Prólogo al lector,» mantiene a esta figura a raya diciendo que yo trago tus hipocresías y sus fingimientos» al cual añade: «si te parece mal que yo gane mi vida con mi Vida, ahórcate que a mi se me da muy poco de la tuya» (50). Esta inusitada agresividad con el lector tiene la comicidad de un gato panza arriba con las uñas expectantes.
De igual manera que se defiende Torres su espacio de escritor y saltarín, elogia a sus amigos precisamente por tener su tipo de locura. Así don Agustín de Herrera le acompaña en su peregrinación a Santiago de Compostela en el verano de 1737 y lo describe como “un amigo muy conforme a mi genio, muy semejante a mis ideas y muy parcial con mis inclinaciones, el que también venía tan fanfarrón, tan hueco y tan loco como yo […]» (166). Cuando llega al «Quinto trozo» de su vida, publicado en 1750, siete años después de los primeros cuatro trozos, Torres empieza a reaccionar con claro sentido de diversión a los lectores que consideran que tiene «poca vergüenza» de «sacar a su plaza, en tono de extravagancia ingeniosa, las porquerías de mi ascendencia, las mezquindades de mi crianza y los disparatorios y locuras de mi disolución» (189). Seguramente Torres hace una extravagancia ingeniosa de su vida, y parte de la
extravagancia es precisamente la necesidad de acudir a locura para describir sus acciones y la dramatización de su vida. En un viaje a Madrid, se refiere a varias personas que le habían dado por muerto y “que si sacaba la vida de las garras del accidente, sería arrastrando y para representar el papel de loco entre las gentes del mundo […]” (220- 221). Respecto a su juicio, Torres asegura que «me tengo el que me tenía” para asegurarnos que su locura no carece de la razón, aunque vuelve a vaivén de sus doble perspectivas para declarar que sus críticos pueden ser correctos: «En mi falta de juicio, pueden tener mucha razón, aunque poca caridad […]» (221). Finalmente en el «Sexto trozo» de su vida de 1758, cuando su sobrino se opone para la cátedra que él deja vacante, a la junta, Torres sugiere una petición a Dios: «Ruegue Vm. a Dios que ponga en cada comunidad una docena de locos como yo y en el reino mil quinientos (que no es mucho pedir), que pretendan sin cartas, sin ruegos, sin falsas reverencias […] y verá Vm. […] menos aduladores y menos importunos, y a todos más humildes y más sosegados de conciencia” (252). Torres jamás olvida que su alegría de vivir también se compagina con una profunda ética de hombre defectuoso, loco tal vez, que sabe que los buenos libros “son los que dirigen las almas a la salvación […]» (71).
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Obra citada
Diccionario de la Lengua Española. 2 tomos, Madrid, Real Academia Española, Espasa Libros,
2014.
Foucault, Michel. Madness and Civilization: A History of Insanity in the Age of Reason.
Trad. de Richard Howard, New York, Vintage, 1988.
Torres Villarroel, Diego de. Vida, Ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras. Ed. Guy
Mercadier. Madrid, Castalia, 1987.
___ Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte. Ed. Russell
- Sebold, Madrid, Espasa-Calpe, 1991.
El profesor, traductor y poeta Louis Bourne
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