Juan Carlos Martín Cobano leyendo en el Teatro Liceo de Salamanca (foto de José Amador Martín)
Juan Carlos Martín Cobano (Carmona, 1967), es poeta, filólogo, editor, librero y traductor de origen andaluz, formación catalano-aragonesa e incipiente religación salmantina. Ha impartido talleres y dictado conferencias en distintos países con la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos (ALEC), es asiduo del encuentro Los Poetas y Dios (Toral de los Guzmanes, León), del Encuentro Cristiano de Literatura (Salamanca) y del Encuentro de Poetas Iberoamericanos (Salamanca, en tres ediciones). También ha sido invitado especial del I Encuentro de Música y Poesía Luso-Hispano-Americano, ROIZ, celebrado en la ciudad portuguesa de Castelo Branco en 2019. Hasta enero de 2018 fue secretario general de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos (ADECE) y, en la actualidad, es secretario general de TIBERÍADES, Red Iberoamericana de Poetas y Críticos Literarios Cristianos. Poemas y textos suyos se encuentran publicados en las antologías ‘Los frutos del árbol’ (2015), ‘Explicación de la derrota’ (2017), ‘Por ocho centurias’ (2018), ‘Eunice, cien veces cien’ (2019) y ‘Llama de Amor Viva’ (2019). ‘Tiempo de cruzar el umbral’ (Salamanca, 2020) es su primer poemario. Acaba de publicar su primer poemario, “Tiempo de cruzar el umbral”, que puede descargarse desde esta revista.
Juan Carlos Martín, Tere Cortés y Antonio Colinas (foto de Jacqueline Alencar)
¿Cómo se siente ahora que no puede negar su paternidad poética, con una lozana criatura recién nacida?
Me siento un poco raro, no te lo voy a negar. Siempre he mirado a los poetas desde una distancia reverencial y ahora tengo la sensación de haber profanado un suelo que no consideraba propio. Como la poesía y los poetas siempre han sido más bien un objeto de estudio para mí, no sé si ser la cobaya abierta me gusta más que ser el aprendiz de anatomía. No obstante, reconozco que no era correcto seguir visitando encuentros poéticos del nivel de los que se celebran en Salamanca y no tener una criaturita que exponer a mis amigos.
Muy interesante y profundo el prólogo firmado por el puertorriqueño Cortés Cabán. ¿Cómo valora usted este espaldarazo?
Tuve el placer de conocer a David en Salamanca, en el Encuentro de Poetas Iberoamericanos, el año pasado. Pero cuando realmente estrechamos lazos fue durante el Encontro Roiz de Música e Poesia Luso-Hispano-Americano, en Castelo Branco, justo después de terminar el encuentro salmantino. Viajamos juntos desde Portugal hasta Madrid y tanto mi esposa como yo disfrutamos enormemente de su sabiduría, sencilla pero profunda, docta pero humilde. Saber que se tomó el tiempo de leer estos poemas con detenimiento, para destilar las páginas que habrás podido leer me hace sentir muy privilegiado. Además, me dio algunos consejos que seguí a rajatabla y que aún hoy le agradezco. Pero mi deuda para este libro se extiende también al pintor Miguel Elías, cuya generosidad con los poetas, incluso los desconocidos como yo, es ya proverbial; y no puedo obviar la ilusión que me hace que mi apreciado poeta Marcelo Gatica leyera este librito para dedicarle unas palabras en la contraportada.
Juan Carlos Martín presentando un poemario del poeta y diplomático croata Drago Stanbuk, en la Sala de la Palabra
(foto de Jacqueline Alencar)
“Tiempo de cruzar el umbral” alberga 26 poemas de temática distinta, aunque buena parte de ellos están forjados con el temple cristiano. ¿Pueden considerarse algo así como poemas de mística terrena, con el polvo del camino incluido?
Sea cual sea el tema que cualquier poema trate, me resulta imposible desligarlo de la fe que me atraviesa, pues no concibo el cristianismo como un conjunto de dogmas o reglas que uno admite para sí ni que quiera imponer a los demás, sino como Vida, así, con mayúsculas, como la transmisión de la vida, esencia, ejemplo, palabras y obra de Jesús, el Cristo (o el Amado Galileo, por usar la expresión que me ha contagiado el poeta Pérez Alencart). Me causa cierta aprensión aplicar el calificativo de “mística” a estos poemas, incluso en los dedicados a nuestros místicos. En realidad, las vías místicas nos hablan siempre de un ascenso, a veces demasiado elitista, con tintes iniciáticos, hacia la Divinidad o hacia la unidad con lo divino. Mi convicción cristiana, sin embargo, le da la vuelta a esa vía: es Dios, haciéndose hombre, siervo y hasta reo de muerte, supuesto delincuente, quien realiza todo el viaje, que no es de aquí hacia arriba, sino al revés, para llegar a nosotros. Si añades lo de “terrena”, lo acepto un poco mejor. Sí admito plenamente la parte de misterio en lo místico, y quiero verlo, o traerlo cuando haga falta, al camino que todos transitamos. El misterio tampoco nos exige ascensos, no hacen falta escaleras para adentrarse en él, basta con mirar al prójimo, al hermano, a la belleza, al hambre y sed de justicia que hasta los injustos tenemos, a la gracia…
Alfredo Pérez Alencart y Juan Carlos Martín Cobano, por la Plaza de Anaya (foto de Jacqueline Alencar)
Salamanca ocupa un espacio de privilegio en el libro, tanto por el poema “Nos llamas para la siega, Salamanca”, como por los versos dedicados a Aníbal Núñez, Gabriel y Galán o San Juan de la Cruz, además de otros que se publicaron en sendas antologías de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos o de la pintura de portada, hecha por el pintor Miguel Elías. ¿Es que el impulso de Salamanca le llevó a segar lo que había sembrado y esperaba ser cosechado?
Sin duda. Pero no se puede hablar del impulso de Salamanca, al menos en mi caso, sin mencionar la figura del poeta y profesor Alfredo Pérez Alencart. Desde hace años, coincidimos en otras empresas, también relacionadas con la literatura y la fe. Aunque yo ya conocía Salamanca como turista, él me abrió las puertas de la intensa vida literaria de esta ciudad que ya no puedo evitar visitar varias veces al año. Primero valoró muy positivamente algunos de los libros que publiqué como editor hace ya un par de lustros, de manera que trajo a Salamanca, para presentar sus libros, a mis queridas poetas Blanca Langa y María Pilar Martínez Barca. Después, con el paso del tiempo, ha ido confiándome la presentación de algunos libros de otros autores durante los Encuentros de Poesía Iberoamericana que aquí se celebran, y ha sido intransigente con mi pereza para incluir algunos escritos míos en distintas antologías ligadas a la capital del Tormes. Desde luego, sin Salamanca y sin este dinamizador de su cultura, es muy probable que nadie pudiera encontrar más que barbecho en mis sembrados.
Los Salmos bíblicos son fuente que reconoce de forma evidente. ¿Cómo le influye la poesía contenida en la Biblia?
Creo que es una influencia inconsciente. Leo la Biblia todos los días. Cada mañana, junto a mi desayuno, tengo la Biblia abierta y un cuaderno de notas, que me ocupan durante mi despertar, como alimento imprescindible para acometer el día. Creo además que no solo me influye su poesía, sino sus historias, su lenguaje, sus principios… Pero sí, los Salmos ocupan un lugar especial, obviamente, porque no son meras canciones de alabanza, incluyen desgarradoras llamadas de auxilio, el clamor de quien no entiende qué está haciendo Dios, o expresiones de confianza y firmeza aun pisando arenas movedizas. Dicho esto, confieso que intento evitar que mis poemas parezcan salmos actualizados, o meras paráfrasis de textos que no las necesitan en absoluto. Me temo que no siempre lo consigo, su fuerza gravitatoria es enorme.
Lectura de Martín Cobano en Castelo Branco (Foto Beira BaixaTV)
También se aprecia su cercanía con la poesía portuguesa, como en sus poemas que citan versos de António Salvado y Fernando Namora. ¿Cuál es su relación con la lírica lusitana?
Para mi vergüenza, debo admitir que es escasa y reciente. Hace unos años conocí a António Salvado en el Encuentro Los Poetas y Dios, en Toral de los Guzmanes, y a través de su obra he ido adentrándome en la música de la lengua de nuestros hermanos y vecinos. Por supuesto, en mi juventud conocí a sus clásicos, pero esta relación más estrecha, que me está enriqueciendo mucho, comenzó hará unos cinco o siete años y te aseguro que no será una moda pasajera entre mis lecturas. Me ha influido también conocer en Salamanca a Álvaro Alves de Faria y a Leocádia Regalo, y, desde luego, mi visita el año pasado a las jornadas Roiz de Música y Poesía en Castelo Branco me han marcado para siempre. Allí he conocido a poetas con los que ahora mantengo un contacto que seguramente se traducirá en influencia. Y, como editor frustrado, sigo con interés la impresionante labor de editoriales como Editora Labirinto, que también mantiene una estrecha relación con Salamanca.
Tarquis, Monroy, Alencart, Martín y Escobar, en el Edificio Histórico de la Universidad de Salamanca
(foto de Jacqueline Alencar)
Entiendo que usted, siendo de origen andaluz, no ha querido olvidar a García Lorca.
No soy un fanático de Federico, pero reconozco que, tras leerlo a una edad muy temprana, su imaginario, su lenguaje, su color y su música se quedaron impregnados en mí para siempre. Lorca es imprescindible. Nuestro teatro se vería muy empobrecido sin su legado. Nuestros libros de texto deberán siempre dedicar un lugar destacado, por ejemplo, al Romancero gitano. El poema al que te refieres es un juego indisimulado con una pieza de esa obra, ambientándola en tragedias actuales.
Uno de los poemas que más me ha llamado la atención es “Vahído rancio”, donde usted se posiciona con la resistencia cristiana y en contra de los fariseos de este tiempo. ¿Es una especie de crítica a cierto cristianismo de fachada?
En su origen, los fariseos no eran tan malvados como ahora los vemos. Eran unos judíos fieles y celosos que querían regresar a la esencia de su relación con la Torá, con énfasis especial en la pureza y la obediencia. Pero su historia, su posterior degeneración en una especie de talibanes que convirtieron la ley de Moisés en algo completamente distinto a lo que Dios quería, sirve de advertencia seria para quienes tratan de imponer su concepto de la pureza, de la obediencia a Dios, de la religiosidad “ortodoxa”, sin darse cuenta de que acaban sentándose en tronos que no les pertenecen y desvirtuando aquello que quieren proteger. Los que traen el vahído rancio son a menudo los que querían aportar una brisa fresca y renovadora, que no son necesariamente hipócritas, pero que acaban corrompiendo aquello que querían purificar. El poema en cuestión nació en una noche de desvelo, por el desasosiego que me había causado contemplar en las redes sociales los agrios enfrentamientos propiciados por algunos creyentes, seguramente muy sinceros y devotos, que pretendían ejercer de guardianes de la fe, sin darse cuenta de que causaban más daño que bien, de que estaban guardando cualquier otra cosa, pero no la fe del Amado Galileo. La resistencia cristiana debe ser, por tanto, el remanente que no entra en esas tristes batallas sobre la pureza ideológica, sino que dedica todas sus energías a la práctica del ejemplo y del mandamiento principal, el del amor, que nos dejó el Maestro. Ahí quisiera yo que me encontraran siempre.
J. Alencar, Martín, Cortés, Lovrencic, Ruzica, Elías y Alencart, en Salamanca
Otro poema que posiblemente atraerá a más de uno de sus lectores será “Reivindico el fracaso”, clara decantación suya con quienes están lejos de la gloria social y económica, con los excluidos. ¿Sigue pidiendo a Dios que le siga bautizando con el fracaso?
Tengo dos anécdotas interesantes en torno a este poema. Por un lado, cuando lo leí en público por primera vez, mi mujer me dijo: “Qué bonito, ¿lo has escrito tú?”. Imagínate la de bromas que pudimos hacer a cuenta de esa reacción espontánea. Creo que lo dijo porque me apasioné más de lo habitual al leerlo, precisamente porque en sus versos trato de plasmar algo muy importante en mi biografía, en mi ideología, en mi fe y en mi esperanza. La otra anécdota tiene que ver con el verso particular que citas, que al principio decía “Bautízanos, Señor, en tu fracaso”. Seguí el consejo de un sabio editor y cambié “tu fracaso” por el más suave “el fracaso”. Entiendo que hablar del fracaso de Dios sonaría demasiado chocante en boca de un creyente, pero precisamente quería escandalizar un poco porque los pilares de mi fe cristiana son justo eso, escándalos. Si pienso en el concepto clave de la “gracia de Dios”, que consiste en aquello que, muy al contrario de lo que buscan las religiones, se nos da sin ningún mérito de nuestra parte, me viene a la expresión “el escándalo de la gracia”. Si piensas en el momento cumbre de la intervención de Dios en la historia, la cruz, nadie duda que ese era el mayor de los fracasos. Imagínate, todos esos seguidores que habían visto a su Maestro haciendo milagros y esperaban que impusiera su reino y expulsara a los romanos y a los malos líderes religiosos se encuentran en cuestión de horas contemplándolo padecer el dolor y la humillación más terribles, a ojos de todo el mundo. Si eso no es un fracaso… Pero luego vino la resurrección, Pentecostés, la victoria. Así que sí, necesito el fracaso, bienvenida sea la cruz, porque la victoria (evito la palabra éxito, que lo pudre todo) no consiste en aplastar a los demás, sino en entregarse, en vaciarse, como dice este poema. En ese contexto, siempre encontraremos más verdad en los excluidos, los perdedores, que en los gurús del éxito. Después de todo, no deberíamos llamar perdedor a quien pierde en un mundo injusto. Hay más verdad cerca de ellos que en los palacios y los podios. Quien llega a la cumbre en un sistema podrido difícilmente lo hará oliendo bien. Y siempre encontraremos más bienaventuranza en dar, en darnos, que en acumular.
Alencart, Martín Cobano, Muñoz Quirós y López Pinto, en Toral (foto de Jacqueline Alencar)
Finalmente, una pregunta tópica pero necesaria para que quede constancia: ¿Qué entiende usted por poesía y cómo la siente o necesita?
No puedo dar una definición, pero tal vez te sirva si te cuento qué conceptos creo que la acompañan: creación, belleza, energía, conocimiento distinto, lenguaje autosuficiente. No puedo decir que siento o necesito la poesía de esa manera que comentan los grandes poetas: como el todo de su vida. No llego a eso, me disculpo, pero sí la siento y necesito como un regalo, como un disfrute estético y como una forma superior de expresión y comunicación. Bueno, tal vez “superior” no sea el adjetivo más adecuado, pero desde luego es distinta. Muchos poetas a los que admiro proclaman que no podrían vivir sin la poesía. No es mi caso, pero entiendo que, si perdiera toda posibilidad de apreciar y, en menor medida, expresar la poesía, me sentiría gravemente mutilado.
Juan Carlos Martín y portada de ‘Tiempo de Cruzar el Umbral’
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