El poeta José Manuel Suárez en el Colegio Fonseca de la Universidad de Salamanca (foto de Jacqueline Alencar)
Crear en Salamanca tiene la satisfacción de publicar esta entrevista a José Manuel Suárez, realizada por el filólogo y poeta Juan Carlos Martín Cobano en torno a su reciente poemario” Paloma o larga nieve”, editado por Tiberíades. Suárez (Laviana, Asturias, 1949), obtuvo el Premio Ciudad de Salamanca de Poesía del año 2009 y ha sido profesor universitario en Madrid, hasta su reciente jubilación. Actualmente dirige la revista literaria “Licencia poética”. Su obra figura en algunas antologías. Ha publicado los siguientes libros de poesía: En sigilo de llama (Adonais, 1994); Desde más luz (Calambur, 1996); La tierra en tantas manos (Fundación Jorge Guillén, 1998); Que en pan crecía (Calima, 2002); En sed de alianza (Adonais, 2006); Tras la huella de un ala (Salamanca, 2009); La velocidad de los muertos (Pre-Textos, 2010); Oigo unos ojos. Misereres y payasos de Rouault (Tansonville, 2010), El mal de amén. Tríptico (Burgos, 2011); Pintura de interiores Cuarteto (Libros del Aire. Madrid, 2013); El grabador de sílabas. Muerte y reparación de Paul Celan. Oratorio (Ars poetica, 20017); Abedules, contra las nubes claras (Ars poetica, 2018), y Morada a sus balidos. Anáforas y kiries de la consolación (2021). Suárez participó en el XXI Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca en 2019 y dedicado a San Juan de la Cruz. Un amplio poema suyo, dedicado al Poeta de Fontiveros, salió publicado en la antología “Llama de Amor” (Edifsa, Salamanca, 2019).
La portada del nuevo poemario, así como las tres ilustraciones interiores, son obras del pintor Miguel Elías, profesor de la Universidad de Salamanca.
Portada de ‘Paloma o larga nieve’
“MI LIBRO ES UNA VISITACIÓN DEL CANTAR
DE LOS CANTARES, UNA RECREACIÓN LIBRE”.
José Manuel, nos gustaría que te presentaras tú mismo. ¿Cómo lo harías?
Difícil es presentarse uno a sí mismo. Y más para alguien que, como yo, prefiere la vida oculta y sin protagonismo. Creo que se da demasiada importancia a los autores; o nos la damos nosotros mismos. Importa la obra, y que ella diga lo que tenga que decir.
Nací en Asturias, en un paraje natural de gran belleza, con un enorme anfiteatro de montañas altas y colinas a la vista desde la casa familiar. En el libro salen algunos elementos de aquel mundo, frecuentemente transfigurados en símbolos. Vuelvo con frecuencia a aquel sitio, mi geografía física primera, pero sobre todo mi geografía espiritual. Recibí una vigorosa formación en Humanidades: latín, griego, hebreo, cultura clásica, historia antigua, literatura. Debo mencionar también una sólida formación religiosa y la fe recibida. Ya en Madrid fui profesor universitario y director de una revista profesional. Actualmente dirijo la revista literaria Licencia poética y la colección de poesía de la editorial Libros del Aire. He publicado muchos libros de poesía; uno de ellos, Tras la huella de un ala, fue premio de poesía Ciudad de Salamanca.
Con tu trayectoria académica y editorial, imagino que podrías haber publicado tu poemario en editoriales más consolidadas, con buena distribución en librería… Sin embargo, has querido ver encarnarse tu Paloma o larga nieve en Tiberíades. ¿Por qué?
Quizá habría podido publicar el libro en otra editora. Pero es dudoso. Hoy en el mundo editorial de reconocido prestigio, como suele decirse, no creo que haya oídos para la poesía de este libro. Imperan otros modos y otra sensibilidad. Vi los libros que edita Tiberíades y su forma de llevarlos a los lectores, y me pareció francamente atractivo este proyecto, que ya es una realidad plena. Por otra parte, no hay que engañarse, la poesía no se vende, o solo en tiradas minúsculas, poco menos que simbólicas, facilitadas por las nuevas técnicas de impresión.
La idea de un libro digital de descarga libre, que se distribuye gratuitamente por internet, abre nuevas posibilidades. Consigue que el libro pueda estar en miles de manos (móviles, ordenadores…) en un instante; ya todos leemos en pantalla. Que el libro lo tengan muchos lectores es lo que todo autor desea. No importa si comprado o regalado. Tiene incluso un punto de belleza: como nadie es poeta por voluntad de serlo (yo así lo creo) sino que es un don acogido, qué natural entonces dar lo que se recibió. No obstante, no renuncio a la ilusión de ver el libro publicado por una editorial que edite en papel, quizá por el fetichismo del libro de siempre.
Algo más. Tiene Tiberíades una cualidad que para mí es importante: su condición de editorial cristiana de poesía. Que lo sea y lo diga y no lo oculte es un mérito grande, hoy que se actúa con tanto disimulo. Además, en 2019 fui invitado en el XXII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, celebrado en Salamanca, y donde se rindió homenaje a San Juan de la Cruz y a Eunice Odio. Allí conocí a Alfredo Pérez Alencart y su incansable y generosa dedicación a la promoción y difusión de muchos autores que, como yo, son poco o nada conocidos. Generosidad tanto mayor cuando que siendo él mismo un gran poeta, dedica mucho esfuerzo a la obra ajena. Así pues, dejar en manos de Tiberíades mi pequeño libro es un modo de mostrar mi reconocimiento y gratitud.
José Manuel Suárez, Alfredo Pérez Alencart y Jacqueline Alencar en el Fonseca
Por lo general, cuando un poeta actual quiere someterse a metros o géneros antiguos, elige los del Siglo de Oro, pero tú te has ido más atrás, a los autos y las cantigas. ¿A qué se debe? ¿Será porque los géneros clásicos son más italianos y tu elección aquí es más ibérica?
De nuevo se me hace difícil responder a esto. Efectivamente, el libro está escrito en géneros muy antiguos: los autos medievales y las cantigas de amigo. Tienes razón: cuando se escribe en un estilo clásico casi siempre se recurre al Barroco y al Siglo de Oro, y no solo en cuanto a la medida y el ritmo sino también al tipo de composición (sonetos, décimas, etc.). Yo quería ir más atrás, buscaba un cierto volver a la raíz. Y en el origen de toda nuestra tradición poética están jarchas, autos, cantigas…
Estas últimas me daban la posibilidad de escribir de un modo que venía persiguiendo desde hacía algún tiempo, sin saber bien por dónde iría. Los autos eran pequeñas piezas dramáticas sobre temas principalmente religiosos y morales. Las cantigas celebraban al amor que se oculta o se muestra o se alcanza, ensalzándolo incluso en el pesar de la separación. Y este fue mi objetivo: cantar al amor con la máxima belleza que yo pudiera alcanzar. Escribió Cernuda que la poesía es sonido y sentido. A mí me gusta decir que la poesía es la verdad con belleza. Pues bien, aquellas lejanas formas medievales me daban la posibilidad de alcanzar ambos, o al menos de intentarlo. También se consigue con las formas del Barroco, las románticas y las posteriores, hasta llegar al presente, pero yo buscaba además una raíz. Raíz de mí en la raíz del idioma. O quizá al revés: en la raíz del idioma mi raíz. Contención, brevedad, delgadez; discretas asonancias.
Así es el libro. Pero está muy lejos de ser un simple mimetismo del pasado o un simple arcaísmo. Abunda en el libro un cierto irracionalismo verbal manifestado en formas antiguas. Si viejos los odres, el vino es más reciente. Así fue mi sentir de amor con que iba escribiendo estas pocas páginas, corregidas infinitamente hasta dar con la forma más ajustada a su intención primera.
Cantar de los cantares IV (1958), de Marc Chagall
Vemos en esta obra una referencia explícita al Cantar de los cantares. ¿Qué peso tiene ese libro bíblico en tu poesía?
Más que una referencia, es una visitación del Cantar de los cantares, una recreación libre del Cantar en sus versículos de mayor añoranza del ser amado. Un día escribí “mi” Libro de Job; se titulaba Oigo unos ojos. Misereres y payasos de Rouault, publicado en 2010 por la editorial Tansonville. El libro de ahora es “mi” Cantar de los cantares, aunque a infinita distancia de él. El mundo bíblico (historia, cultura, tradiciones) forma parte de mí desde muy joven, incluso más que el mundo clásico griego y latino. Este, en mi caso, pertenece más al conocimiento racional y libresco, aquel al saber cordial en que la vida arraiga.
La mitad de la Biblia es poesía, y la otra mitad son textos escritos con los mimbres de la poesía, ante todo en lo que se refiere a su fuerza de simbolización. Prosas como las del Evangelio de Juan y el Apocalipsis, pero también Génesis, Éxodo, Rut, Jonás, casi todos los profetas, son distintos géneros literarios fecundados de gran poesía. Es una pena que los cristianos los leamos y escuchemos como si fueran una noticia del telediario. O, peor, como quien oye llover. Mi entrega a la poesía abarca, entre otros ámbitos, el estudio de la poesía bíblica, no solo como conocimiento sino también como aprecio y gusto por sus formas poéticas, incluso mediante el recurso a la lengua original, el hebreo.
¿Llegas al Cantar por medio de los místicos o directamente por la lectura de la Biblia? En este sentido, ¿tu interpretación del Cantar es mística o es erótica, o es de ambas clases a la vez?
Diría que mi primera entrada en la Biblia, y más concretamente en su poesía, fue, hace ya mucho tiempo, por inmersión, y no desde los místicos u otros autores espirituales. Empecé a descubrir esta maravillosa poesía orientado por el gran biblista Luis Alonso Schökel. Fue también un buen conocedor y gustador de la literatura española; siendo un joven profesor escribió aquel buen libro cuyo título lo dice todo, La formación del estilo. Lo estudié a fondo en los años juveniles y descubrí con él la literatura. Más tarde vinieron sus trabajos sobre la hermenéutica y la poética bíblicas, desde el conocimiento de las posibilidades expresivas del hebreo. Cuando ya empezaba yo a escribir los primeros versos, la poesía bíblica, de la mano de Schökel, fue para mí un gran descubrimiento. Job y el Cantar me conquistaron. Algunas de las características poéticas del hebreo antiguo forman parte de mi identidad como autor: la sonoridad de las palabras, el paralelismo, el estado constructo, la frase nominal…
Y otra cualidad de la poesía bíblica que llevo en mí desde entonces: nombrar la trascendencia con la inmanencia de las cosas de aquí. Es la raíz del simbolismo, tan presente en toda la Biblia. Agua, piedra, viento, nube, montaña: todo es lo que nombra con realismo y mucho más al mismo tiempo. Así está compuesto este pequeño libro mío, apenas un íntimo y modesto homenaje al Cantar más bello. Después de aquella inmersión vino, claro, la lectura apasionada de muchos autores; por supuesto, San Juan de la Cruz y Fray Luis de León.
En cuanto a lo que me preguntas de si mi interpretación del Cantar es mística o erótica, creo que en el nivel actual de composición redaccional (siglo IV a. C.) con que el Cantar empezó a formar parte del canon bíblico, ambas lecturas son la misma. Mucho antes quizá fuera un canto de amor y de bodas. Hoy, siendo esto también, ya es otra cosa: un canto de deseo de íntima fusión de dos que se buscan y se llaman. ¿Hombre y mujer? Por supuesto. Pero también de cuanto en el mundo se atrae con el sagrado imán de su ser respectivo. Especialmente el hombre y Dios. Lo decía antes: aquí es allí, inmanencia es trascendencia. Con palabras del prólogo: «Otra realidad resuena en las palabras, llevándolas hasta el límite de su significación. Imágenes y símbolos intentan captar, como telescopios en la noche, algún destello del don deseado. Mas todo ya transfigurado a un sol mayor».
Fotografía de José Amador Martín
Desde tu experiencia como profesor y como “activista” de la divulgación de la poesía, ¿cuál es tu diagnóstico sobre la situación de la poesía en nuestra lengua?
Como director de la revista Licencia poética y de la colección de poesía de la editorial Libros del Aire, conozco bastante bien la poesía joven actual. Por ejemplo, la que se difunde y triunfa en las redes sociales. Sus modos no terminan de convencerme, quizá por simple cuestión generacional, lo reconozco. Hay demasiada improvisación. Versos que muchas veces no son más que desahogos y ocurrencias, sin entidad propia y sin razón de ser como versos en sí. Sus autores van deprisa, sin la paciente dedicación que el arte exige. Y lo que es peor: sin un conocimiento serio de nuestra tradición literaria.
Por eso nos entregamos a tradiciones ajenas: el haiku, tan de moda, o la poesía americana, tan dominante hay en toda Europa. El imperio impera: cine, redes sociales, Coca-Cola, Halloween… Impera hasta en la poesía. Y sin embargo nuestra tradición es tan espléndida como la expresada en cualquier otro idioma portador de gran cultura. Emular a los grandes del pasado no es imitación servil sino hacerlos propios, subirnos a ellos y mirar más lejos.
Nos gustaría que concluyeras explicándonos la estructura de tu ‘Paloma o larga nieve’.
El libro está formado por once escenas breves en las que los protagonistas van adquiriendo progresivamente nueva identidad (él y ella, tú y yo, amigo y amada…). A medida que se sienten más cercanos y como fundiéndose poco a poco en un mismo afán, el anhelo que los hace desearse consigue que se vayan viendo desde más luz. Son los nuevos nombres con que se ven a sí mismos. Finalmente, ya no son él y ella, tú y yo, etc., sino Kalá y Dodí. Así son nombrados los amantes en el Cantar de los cantarse. Kalá significa novia, amada, esposa. Dodí significa literalmente mi amado, o amado mío, si la expresión está en vocativo. Mutuamente deseados y deseantes, esto se dicen en la penúltima escena, significando el encuentro definitivo, la plena entrega, el don de sí.
Juan Carlos Martín Cobano (foto de Jacqueline Alencar)
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