El poeta y periodista Jesús Fonseca (derecha de la imagen), conversando con A. P. Alencart
(Foto de José Amador Martín)
Jesús Fonseca Escartín nació en la Villa altoaragonesa de Canfranc. Su quehacer profesional está dedicado a la poesía, la entrevista, la crónica y el columnismo. Ha sido corresponsal de prensa, radio y televisión, así como enviado especial en numerosos países de Europa, África, Asia y América. Director de Información Nacional de la Agencia EFE y de Televisión Española. De su obra literaria destacan, junto a libros de carácter periodístico como ‘Irreverentes gacetillas’, ‘Conversaciones en Silos’ o ‘Castilla y León desde el cielo’, los poemarios Tiempo de otro tiempo, Largo intento, Palabras al alba, El día continúa, Poemas vestidos de viaje, Paixão portuguesa y Con palabras de carne. Ha participado, junto a poetas de España, Iberoamérica y otros países, en obras colectivas como Os rumbos do vento, El paisaje prometido, Corazón de cinco esquinas, El color de la vida y Vendimia oriental. El 1 de abril de este año presentó, en la Sala de la Palabra del Teatro Liceo, su último libro, ‘Gacetillas humanísticas”, editado por Verbum (Madrid) en coedición con Trilce (Salamanca), el cual reúne artículos intemporales publicados previamente en siete periódicos de Castilla y León. Delegado de La Razón para Castilla y León, Fonseca es miembro del Consejo Asesor de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que anualmente se celebran en Salamanca, y miembro del jurado del Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’.
FOTOGRAFÍAS DE JOSÉ AMADOR MARTÍN Y JACQUELINE ALENCAR
Jesús Fonseca en el Colegio Fonseca
El pasado 30 de noviembre mantuve una entrañable charla con Jesús Fonseca, aprovechando su estancia para intervenir en un acto organizado por el Servicio de Actividades Culturales y el proyecto de investigación ‘Felicidad y Literatura’ de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca, dentro de su programa de ponencias “Aula de creación y pensamiento”, que coordina el poeta Juan Antonio González Iglesias, profesor de dicha Facultad. Una parte de la entrevista se publicó en El Norte de Castilla, el pasado domingo 11, bajo el título “Salamanca es como una antorcha que ilumina los dos lados del ensueño hispánico”. La parte restante apareció en SALAMANCArtv AL DÍA, el miércoles 14. Aquí presentamos la entrevista al completo.
Alfredo Pérez Alencart conversando con Jesús Fonseca
Primera parte
“SALAMANCA ES COMO UNA ANTORCHA QUE ILUMINA
LOS DOS LADOS DEL ENSUEÑO HISPÁNICO”
Invitado por el Servicio de Actividades Culturales de la Universidad de Salamanca, Jesús Fonseca estuvo en el Colegio Fonseca para leer sus diáfanos versos y para reflexionar sobre poesía y vida. Es mi amigo desde antaño pero tal anclaje no empaña mi admiración por su grande aporte a la cultura y al genuino periodismo. Aquí un fragmento de la charla que mantuvimos en nuestra capital del Tormes.
–¿Poesía como revelación de lo íntimo y/o como crónica de lo que acontece fuera, pero que también atañe al hombre en su tránsito existencial? ¿Con cuál vertiente te sientes más identificado?
–Con las dos. No sabría decirte. Me cuesta distinguir entre esas dos vertientes que planteas. Tal vez porque siento la poesía como un torrente de vida y más vida. Como una enredadera que lo abraza todo desde lo existencial y lo íntimo. No sé, los poetas tan pronto alzamos los brazos al cielo como descendemos al celeste infierno. Cuando le planteé, hace muchos años, allá en Bogotá, al universal colombiano Eduardo Carranza para qué servía la poesía, el maestro me respondió: «¡Pero qué cosas me preguntas! ¿Pues para qué va a servir, Jesús? Pues para vivir y respirar». El caso es que, a veces, hacemos del vivir una carrera de obstáculos, cuando no la convertimos en una pesadilla, siempre por las mismas causas: la codicia, la envidia, el odio. El día a día se nos hace a veces irrespirable. Cuando esto sucede, el poeta tiene la obligación de salir al paso. A los artistas, como a los santos, les pedimos la difícil limosna de responder a nuestras preguntas más desesperadas y confusas. La poesía no está, desde luego, como un reducto de privilegio en el que refugiarse para olvidarse de lo que sucede alrededor. Está, más bien, para todo lo contrario: para ser palabra comprometida, fértil. Para, desde la verdad de lo íntimo, levantar ese extremo de anhelo y verdad que es la vida. Si para algo estamos los poetas es para plantar cara, con la fuerza de la palabra, a lo que arrodilla, aplasta y mata.
¿Estamos en una Salamanca que lleva cinco centurias como firme puente entre España y la cultura iberoamericana? Coméntanos tu religación con esas tierras del castellano y el portugués.
Cuando, tras años de profesión por África y e Iberoamérica, regresé a Castilla y León para reforzar la delegación regional de la Agencia EFE y poner en marcha el periódico La Razón, Salamanca pasó a ocupar un lugar preeminente. Cada vez que venía y cada vez que viene algún amigo de la América Hispana, de África, o de otros países, yo los traigo siempre a Salamanca. Es una gozada. Aquí he publicado algunos de mis libros, organizado las Jornadas de Literatura y Periodismo de la Fundación Duques de Soria, y me he sentido siempre acogido con tanta delicadeza, con tanto cariño, que venir a Salamanca sigue siendo siempre un gozo. Recuerdo de mis años colombianos y argentinos, la seducción de Salamanca en esas tierras. Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, y Eduardo y María Mercedes Carranza —con los que regresé aquí—, la evocaban con un respeto y una admiración admirables. También Ernesto Sábato, que siempre que venía a España, procuraba pasar por Salamanca, con Matilde. ¡Ay, Salamanca, ciudad de saberes y de tantas y tantas cosas! En su Aula de Poesía «Fray Luis de León», presenté junto a José Miguel Santiago Castelo y el profesor Alfonso Ortega mis Palabras al alba. Y en el Liceo, mis Palabras de carne. Y ahora, estos Encuentros de Poetas Iberoamericanos, que reúnen a los primeros nombres de las letras del mundo hispano. Recuerdo aquellos cafés en la Plaza Mayor con José Ledesma, con Gonzalo Torrente Ballester. Y, ahora, con Antonio Colinas y María José, contigo y Jacqueline… Salamanca es como una antorcha que ilumina la comunidad iberoamericana de naciones. Los dos lados del ensueño hispánico.
Jesús Fonseca y Antonio Colinas
–Y qué nos dices de Portugal ese país engemelado a España pero que parece lejano para la mayoría de los españoles.
–Fui el primer corresponsal de ABC en Portugal, después de a revoluçao dos cravos vermelhos. Adoro Portugal. Recuerdo aquellas tardes con José Saramago, cuando salía del Diario de Noticias, periódico del que era redactor-jefe. Los almuerzos con Pilar en El Martinho da Arcada, y en su casa del Barrio Alto, con Pilar. José Saramago era uno más. Las noches con Natalia Correia —que me descubrió a António Botto y sus canciones—, en aquella casa de Amalia, siempre abierta para los amigos: «meia-noite uma guitarra. Meia vida por viver. E a saudade que se agarra ao cantar de uma muller». Y las visitas en Coimbra a Miguel Torga, siempre esquivo y huraño, pero de mirada limpia y pensares y sentires hondos. Los paseos al atardecer por Oporto, después de almorzar con Eugénio de Andrade en su casa, conservada al estilo rural. Eugénio de Andrade, siempre próximo al decir: carne. Carne de amor, love-flesh, como la llamó Withman. Amada carne hasta los bordes, llena de ardor. «Carne endurecida hasta el alma». Y Jaime Saraiva, y tantos otros. Los portugueses han sido capaces de distinguir el trigo de la paja. No han sucumbido a la modernidad y a sus grandes engaños. Han sabido apoyarse siempre en la familia. Conservar el sentido de patria y aupar la vida desde lo más cotidiano y verdadero. Desde lo que verdaderamente importa. Es un pueblo admirable, ciertamente, que nos da decenas de lecciones.
–¿Deberíamos volver a cierto sosiego para degustar veladas como la que te ha convocado a Salamanca, y así charlar sin las prisas y los chillidos que tanto contaminan la comunicación de los hechos esenciales?
–Pues claro que deberíamos volver. Todo brota del silencio y del sosiego. De la serenidad y la calma No estoy dando ninguna exclusiva si afirmo aquí que vivimos en la sociedad del espectáculo y del plató. Y hay que decir, aunque nos duela, que los periodistas tenemos mucha culpa en ese postureo, en ese empeño por banalizarlo todo. Tenemos que recuperar la esencia de nuestros fines, que no son otros que los que inspiraron el alumbramiento de los periódicos, allá por el el siglo XVII: informar. Pero no sólo: también formar. Contribuir a crear criterio. Nosotros, los periodistas, estamos para dar cuenta de lo que pasa, desde luego. Es lo que la sociedad nos demanda. Aquello a lo que ustedes tienen todo el derecho. Pero estamos, también, para reconocer el acierto allá donde se produzca y denunciar el abuso. Cualquier atropello. Para desenmascarar la mentira. Y parecería que algunos están emperrados en que esto pase a un segundo plano.
Pilar Fernández Labrador suele destacar tu preocupación por potenciar la obra de otros, descuidando la tuya.
Pilar Fernández Labrador, la dama de la cultura salmantina y de la América hispana es —con seguridad—, la mujer que más y mejor ha levantado la antorcha de los poetas y ayudado a proyectar Salamanca en el mundo. Pilar es como una llama al viento de lo más noble, bello y bueno. Me conmueve y admira esta mujer; me gusta hablar de ella. ¿Qué decir de su mirada limpia y su corazón abnegado y sencillo? Pilar es como un torrente de entusiasmo y generosidad, que no deja de dar frutos. Hasta la Reina Sofía comentaba, hace unos días, su buen hacer, con motivo de la entrega del premio de poesía que lleva el nombre de Su Majestad, a Colinas.
Entrevista de A. P. Alencart a Jesús Fonseca (El Norte de Castilla, Domingo 11 de diciembre)
Segunda parte
“EL PERIODISMO ME HA ABIERTO LAS PUERTAS DE LA POESÍA”
Entre la prosa y el verso, entre el periodismo y la poesía. Mucha buena literatura se ha venido canalizando en la prensa escrita, especialmente en las crónicas y columnas. ¿Cuál es tu criterio al respecto?
En el S. XX, y lo que llevamos del XXI, el género literario por excelencia ha sido y es el periodismo, bien sea a través del artículo, la crónica, el reportaje, la entrevista, el editorial o el simple comentario. Digámoslo con claridad: una parte sustancial de la mejor literatura española se ha hecho y se sigue haciendo en los periódicos. El periodismo es nuestro género literario más vivo. Y yo me siento orgulloso de proclamarlo. Y lo que le corresponde al periodista no es tan distinto de lo que atañe al poeta: contar lo que es como es. Nunca como conviene o interesa que sea. Amo esta profesión. No sabría hacer otra cosa. El periodismo es mi vida. Me lo ha dado todo. Es más: me ha abierto las puertas de la poesía. Me ha empujado a ella Como decía Albert Camus, «un país vale lo que vale su prensa». Con eso está dicho todo. Pero también este oficio se puede prostituir y se puede enfangar.
Sabemos que desde la infancia tuviste relación con la provincia de Salamanca. ¿Podrías explicarnos cómo fue o a qué se debió?
Estoy unido a Salamanca desde muy chiquitín. Era yo un crío cuando veníamos, cada verano, con mis padres, a casa de mis tíos Pilar y Moisés, que vivían en una dehesa en Ledesma. El viaje en tren, desde Canfranc-Estación, en los Pirineos, en el Alto Aragón, era muy largo: se tardaba un par de días. Había que hacer trasbordos. Pero era una aventura. Recuerdo aquellos días veraniegos que parecía que no se iban a acabar nunca. Los paseos junto al río. La Misa de los domingos, con todos vestidos de domingo, y el vermú, y las meriendas y los embutidos tan ricos y las pastas. De vez en cuando íbamos a Salamanca. Y aquello sí que era una fiesta…
Jesús Fonseca con algunos de los invitados
Te acompañan las palabras diáfanas, tanto en tus poemas como en tus reconocidas ‘gacetillas’. ¿Hay que hablar más claro, hay que decir lo que se piensa y se siente para que alcance al corazón y al entendimiento de la inmensa mayoría?
No sé yo si me acompañan las palabras diáfanas: ¡ya quisiera yo! Ojalá fuera yo capaz, como algunos periodistas y escritores lo son, de que mi palabra cayera como una plomada en medio de un verso o de una gacetilla, como es el caso de Antonio Colinas, de Luis María Anson o de José Jiménez Lozano, por citar a tres primeros nombres de la poesía y del periodismo. Creo que ya te lo he dicho antes: hay que decir lo que es como es, no como interesa que sea. Ese es el secreto. No hay más.
Un momento de la charla
—En estos tiempos donde muchos ocultan o velan su militancia cristiana, te destacas por no avergonzarte de ella, además de practicar la generosidad hacia los que vienen detrás. Creo encontrar en esta generosidad una impronta cristiana, un mensaje aprendido del Amado Galileo. ¿Te reconoces miliciano de este Amor?
—Me preguntas por la impronta cristiana en mi vida. Ojalá tuviera yo este pálpito y su autenticidad. Mira, Alfredo, el Cristianismo es más que unas normas, que cualquier institución. Más allá de la relación entre el mundo de la razón y el mundo de la fe, el Cristianismo es una persona: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios vivo. Se nos tiene que meter esto en la cabeza. La relación personal con Él es lo que importa. Algo de lo que no hablan ya ni los curas. La presencia del Amado Galileo —como tú lo llamas—, ha determinado y sigue haciéndolo, con su infinita misericordia, los últimos más de dos mil años de la humanidad. El mensaje cristiano es claro: la decisión por el bien o el mal, comienza con la determinación de contemplar o no el rostro del otro. De la deshumanización al exterminio hay un paso, como desgraciadamente hemos comprobado y seguimos constatando, día tras día. Por eso, el cristiano no puede aceptar una sociedad en la que el fuerte avasalle al más débil. Necesariamente debe rebelarse, en la medida de sus posibilidades —con todas las armas a su alcance—, ante una situación así. La libertad individual, el derecho a la vida son valores intrínsecamente cristianos. No te quepa la menor duda, Alfredo: es tu Amado galileo, quien tiene la respuesta para el ansia de sentido y de esperanza que define al hombre. De Él he aprendido, como tantos otros, lo que verdaderamente importa: el sentido del día a día como camino hacia la trascendencia. Cuando se expulsa a Dios de la vida y se niega su grandeza, la oscuridad es mayor e impide ver lo que hay que ver. O así, al menos, me lo parece a mí, desde un respeto grande a quien no comparta este sentir.
Jesús Fonseca -derecha de la imagen, conversando con Alencart
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.