ITINERARIOS DE “HISTORIA DE LA SED”, DE DENNIS ÁVILA. COMENTARIO DE MANUEL QUIROGA CLERIGO

 

 

El poeta Dennis Ávila. Foto de la poeta Paola Valverde Alier

 

 

Crear en Salamanca se complace en publicar este comentario –escrito por el poeta y ensayista madrileño Manuel Quiroga Clérigo– en torno al último poemario de Dennis Ávila (Tegucigalpa, Honduras, 1981), quien concentró sus primeros libros de poesía en la antología ‘Geometría elemental’ (Casa de Poesía, Costa Rica, 2014). En  2016, aparece ‘La infancia es una película de culto’ (Ediciones Perro Azul, Costa Rica), reeditado en el Proyecto Editorial La Chifurnia (El Salvador, 2016), en Trabalis Editores (Puerto Rico, 2017), en Amargord Ediciones (España, 2018) y en New York Poetry Press (2019); ‘Ropa Americana’ (Amargord Ediciones, España, 2017), reeditado por Puertabierta Editores (México, 2018); e ‘Historia de la sed’ (Amargord Ediciones, España, 2019). Ha participado en eventos literarios en Centroamérica, Puerto Rico, Cuba, Bolivia, México, Estados Unidos y España. Su poesía se encuentra seleccionada en diversas antologías y ha sido traducida al portugués, inglés, rumano, árabe e italiano.

 

 

Escultura sobre la piedra salmantina. Foto de José Amador Martín

 

El 15 de abril pasado, un jurado integrado por António Salvado, Carmen Ruiz Barrionuevo, Pilar Fernández Labrador, Jesús Fonseca, Alfredo Pérez Alencart, Carlos Aganzo, José María Muñoz Quirós, Inmaculada Guadalupe Salas y David Mingo, con Victoria Pérez Castrillo como secretaria, concedió el prestigioso VII Premio Internacional de Poesía ‘Pilar Fernández Labrador’ a su libro ‘Los exceso milenarios’.

 

 

 

 

DENNIS ÁVILA “ALGUNOS PAISES DESPIERTAN,

/ OTROS VIGILAN SU INSOMNIO”

 

“Distancias./En la vida hay distancias”, escribe el poeta Juan José Domenchina. Y, más cerca, Dennis Ávila (Tegucigalpa, Honduras, 1981) decía en “Algunos conceptos para entender la ternura” (Sexta Vocal, Tegucigalpa, 2005): “Soy un sueño hecho irrealidad”. Claro, que todo eso son palabras de poetas, uno madrileño-mexicano, otro hondureño-costarricense. Y, seguramente, quienes andan confinados sin horizontes, sin cercanías y con los sueños cercenados, no comprenden estas cosas. Los poetas sí. Sí las comprenden, las sufren, las edifican.

 

Así que allá vamos con otro interesante poemario de Ávila. Y es que comenzar a leer un libro, destapar la nueva historia de un poeta, alumbrar de nuevo sus orígenes es, como dice el escritor y editor vallisoletano Adolfo García Ortega, ir dibujando “El mapa de la vida”, de la nuestra y de quienes nos precedieron para que alguien, después del virus pueda seguir acumulando noticias y poner sobre el tapete el mapa del mundo, de la existencia, como hicieron quienes escribieron el Antiguo Testamento, aunque (hoy mismo) tengamos un miedo absoluto, no a que anochezca que siempre lo hace, sino a que suceda algo más tremendo que un virus chino o huérfano y unos discursos de bocazas yanquis y, de manera dolorosa, sobrevenga “La interrupción de todo” como pronostica de 500 página la divertida californiana Terry McMillan. Dennis ha participado en eventos en toda Centroamérica, en Puerto Rico, Cuba, Bolivia, México, la América de las barras y estrellas, España…. Sus primeros versos aparecieron en “Geometría elemental” (Casa de poesía, Costa Rica 2014), “La infancia es una película de culto” (Editorial Perro Azul, Costa Rica 2015), “Ropa americana” (Amargord Ediciones, Madrid, 2017).

 

 

Pero ahora estamos ante un poemario entre excelente y meditado de Dennis Ávila, que se titula, precisamente, “Historia de la sed”, otro proyecto de Amargord Ediciones (2019).

Foto de José Amador Martín

 

 

Primer apartado: “Los testimonios”. En este momento, eterno para el poeta, el mundo se detiene y cobran vida, palabra y hechos sus antepasados. “Mi abuela es un tejido”, dice Ávila. “A pesar de sus heridas/y sus piernas cansadas/sostiene el porvenir”. Ya tenemos una protagonista, una raíz que ha ido implantando modas, modos y costumbres en todo el árbol hondureño originario: “Treinta y cinco años/ofrendados a la docencia/y diez voces nacidas/de su vientre”. A veces el mundo necesita demorarse, no interrumpirse, como dice Terry, para recapacitar sobre los sucesos que nos han conducido a un puerto seguro o a un precipicio nunca imaginado. La familia, como parte del tronco vital del poeta, comienza a tener valor. Van surgiendo, tíos y tías, padre, abuelo habitante del infinito, negocios, historia. Y entonces todo resulta fácil y pleno: “De ellos aprendí que el amor/merece besarse y sonreír”, y lo leemos ahora cuando tenemos que saludarnos con el codo y desear de lejos a la vecina preciosa o sufrir por no abrazar a los familiares más cercanos. Tomás Segovia habla de la “Memoria” como de un “puñado de luciérnagas dispersas”. Dennis tiene recogida en la mente toda su historia, todos sus recuerdos, todas sus añoranzas: “Con 21 años tío Rodolfo/asumió la paternidad/de nueve hermanos”, seguramente en los tiempos difíciles en que la llamada Honduras Británica, es decir Belice, hostigaba a sus vecinos y éstos decidían buscar mejores (y más difíciles) horizontes. Eran tiempos de iniciar pequeños negocios, ocupaciones para subsistir, tal vez incluso, al margen de la ley del capital y la petulancia, como crear un video club, ofrecer películas, traer el rock´n roll a los jóvenes, “Alejandro le seguía a todas partes”, además de estudiar sociología, Erik, Javier, el tío Luis, el conglomerado humano de una familia tenían objetivo común: sobrevivir, incluso arriesgándose. Por eso los yanquis comenzaron a obstaculizar estas demandas de supervivencia, brindando las fronteras, los ríos, los desiertos. Y sobrevino la ausencia de Alejandro, algunas decisiones: “Tío César es un barco. Zarpó al océano de México/rumbo a la palabra Norte”, ese norte que desprecia a quienes hicieron la gran nación americana, que cuidan los jardines, sanean los pozos negros y son apaleados por policías, a su vez, antiguos emigrantes. El recorrido es largo: “Una maleta/en las afueras de un aeropuerto/es el primer recuerdo que tengo de él”.

 

Foto de José Amador Martín

 

 

Sí, a veces se consigue, después de haber viajado en La Bestia, el tren que tiene techos de desesperación y revisores de acero, donde viajan los desheredados de ese sur que, decía Benedetti, “también existe”. Otros se quedan en el camino: “Un tumor cerebral/apago los pinceles del tío Marlon”, claro que, confiesa el poeta, “Tío Luis es una casa”, consiguió sus papeles, pudo ir y venir al ansiado norte y hasta “Sobrevivió al fatídico día/en que fue emboscado/junto a su padre”. Había épocas, en que cruzar el río Usumacinta ya suponía peligros, regresar más, podías encontrarte a sublevados sin futuro en Guatemala, a policías sin escrúpulos en Belice o a cierta soledad cerca de Tegucigalpa. En ese mundo vivía una familia, la misma que presta sangre a estos testimonios donde, a pesar de todo, surge, como la abuela recientemente fallecida, una figura de excepción: “Mi madre es un árbol” dice el autor de “Los excesos milenarios”, el libro que ha sido considerado por un concienzudo jurado, ganador del Premio de Poesía “Pilar Fernández Labrador”, que la faculta, además, para participar en la XXIII Edición del Encuentro de Poetas Iberoamericanos, en cuyos actos se entregará el Premio, que este año celebra el poeta mexicano Nezahualcóyolt bajo el patrocinio de la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes y con el concurso de distintas instituciones de la ciudad del Tormes.

 

Este libro, “Historia de la sed”, querría ser un eslabón entre la anterior etapa de creación y discernimiento de su autor y el poemario galardonado. “Mi madre es un árbol”, repetimos, “Ni los días más tristes/ han borrado su claridad”. El escritor chicano Rudolfo Anaya contó una historia que tiene muchas coincidencias, sentimentales y existenciales, con estos testimonios líricos. Su novela se titula “Bendíceme, Última”, como la tienen otras de Rolando Hinojosa-Smith (“Estampas del Valle” y “Mi querido Rafa”), resumen del valor del castellano en un mundo que coloca en pilares borrosos otras lenguas más, diríamos, comerciales. En “Algunos conceptos para entender la ternura” explicaba Dennis “Sin duda alguna soy como yo en el futuro, sólo que todavía me sirven los ojos para leer, para llorar”. Una larga cita de Raúl Zurita explica, con la brevedad de la poesía y el furor de la palabra, estos testimonios, claro que, sin nombrarlos: “Nada se diferencia de lo que somos/y nada de lo que está fuera de nosotros./Tú resumes las viejas tribus, las cacerías,/los primeros valles sembrados/y mi sed recoge en ti toda la saga de este mundo”.

 

José Eliseo Valverde Monge y Paola Valverde Alier

 

Y Blanca Varela abre la segunda parte del libro, la titulada “Los milagros”. Dice Varela: “Hallaré la señal/y la caída de los astros/me probará la existencia/de otros caminos”.  La caída, las caídas, a veces, el milagro, claro que también Blanca se preguntaba, en otro poema, “porqué estamos a oscuras”. En el caso de Dennis Ávila, de su pasado memorializado, no empezaba bien la cosa: “Década de los cincuenta:/el pueblo está de fiesta,/un cable se desprende/y deja sin luz a todo el parque”. Pero, efectivamente, el tema se queda en un susto, de lo contrario Dennis no estaría en San José de Costa Rica desde 2007, al lado de su esposa, la poeta Paola Valverde Alier, escribiendo versos. Sigue diciendo: “Dos horas después,/cubierto con una sábana blanca/papá despierta”. Y así se inicia/puede iniciarse el recorrido por el universo familiar, esa “Historia de la sed”: salen a escena “Los Diablitos” que vivían en un lugar donde, ya, “el futuro preparaba otro milagro”, y nace, como diría Luis Cernuda en “ese blanco desierto ilimitado” que es el tiempo: el abuelo en una mina, “Un hombre/mal herido por la tuberculosis”, una herencia poco recomendable, la abuela protegiendo a sus hijos de las “polillas”, el tío Heriberto apareciendo cuando ella “musitaba tangos”, como diría Almudena Grandes, Los Diablitos como buenos alumnos cuando “Aún había plazas/para los niños/en el porvenir”. Pero lo importante es lo que aduce el poeta, su continuidad: “Una parte de nosotros/nació el día en que papá/abrió los ojos por segunda vez”. Tal vez la América menos rica, la Centro América de los golpes de estado, de las experiencias humanas como el Solentiname de Ernesto Cardenal, de loa países hartos de guerrillas y salvadores de las patrias, todavía, queda una vía.

 

Este poeta hondureño lo dice con total claridad: “El milagro es el camino”, pero no los fanatismos, ni los rezos inútiles, aunque “La poesía es una forma de rezar” acaba de proclamar el poeta. Pero también es preciso recordar que los milagros pueden ser/son obra de las personas de bien, de quienes trabajan por los demás, de los que abrazan a los suyos y, a veces, a los extraños para cobijarlos bajo un mismo techo, alrededor de las brasas del amor. “Adiós miedos” alentaba Agustín Yáñez en “Las tierras flacas”.

Paola Valverde Alier, Alfonso Chase y Dennís Ávila

 

En “Cronología de un patriota” es una colección de referencias, de vivencias, de antigüedades y de suspiros. Parte con una, precisamente, de Paola Valverde: “A los hombres valientes les duele el corazón” y, ya, aparece una reseña de “1946”: “Don Cheo es un niño/con ropa de policía”, es decir tal vez un infante desnutrido, algo triste, viviendo únicamente de ilusiones. Es “Hijo de una poeta y un ebanista…” y como “Es el menor de la casa,/sus padres le permiten/que despliegue sus alas”. Es preciso volar. Y es posible: “ni las alas se juntan” dijo Luis Rosales. “El Estadio Nacional/amplió sus graderías/y el niño que soñaba/convertirse en médico/fue el encargado del saque inaugural”.

 

En “1958” leemos “Mi suegro es un adolescente/y sube a un avión”. El padre de Paola fue un médico eminente, con él y su esposa tuvimos ocasión de compartir buenos momentos poéticos en Chile. Un heterogéneo grupo de poetas fuimos recorriendo durante un mes de Octubre, el del año 2005 precisamente,  los diversos domicilios de (unos de) los grandes poetas de Chile, desde las casas de Pablo Neruda, o Neftalí Reyes, y la emoción de Isla Negra y el lugar de la Fundación en que descansa Vicente Huidobro, siempre parado (de pie) mirando a su Océano Atlántico hasta los memorables espacios de Gabriela Mistral, la escuelita de Vicuña, los viñedos del Pisco y su sepultura, junto a Yin-Yin, en Montegrande y el río Cochiguaz bajando turbulento y helado desde la pre-cordillera. Con la familia Valverde Elier vivimos una noche perfecta descubriendo constelaciones en uno de los miradores de Santiago de Chile, cerca del Río Mapocho que, gracias a la criminal época de Pinochet, llegó a albergar decenas de chilenos. “1962”  trae a colación unos versos entrañables: “La familia salió adelante/como un ciprés nacido entre adoquines”. No siempre es fácil la existencia, la vida, la mirada. El poeta va trayendo a sus reflexiones un pretérito, a veces hosco, otras vulnerado.

 

Foto de José Amador Martín

 

 

Es que con frecuencia, como proclamó el viandante del Tormes Gerardo Diego, todo es un “Mástil de soledad” y, desde luego, ocultarlo no sirve de nada, y más aún cuando el ser humano se encuentra a merced de virus, bacterias, smog, violencias, políticos deformes, detritus sociales.“1984” contiene unos pocos versos intimistas, etéreos, como casi toda la poesía de este libro: “Nace Paola”, la esposa, con quien el poeta comparte el mundo, el Río Palomo y los puentes estrechos, la cercanía al Hotel Hemingway, al cual nos condujeron a mi familia a y mí desde el Aeropuerto de la Alajuela, denominado Juan Santamaría, en un viaje con destino a Managua, tras la detención penosa y obligada de la frontera de Peñas Blancas y el recorrido por la Carretera Panamericana, con innominados peligros. Con su esposa Dennis Ávila comparte aficiones líricas y empresas culturales como “Rayuela” y “El Lobo Estepario”, experiencias donde se aúnan el universo de los libros y la expansión diversa.

 

Este poema define los años tempranos de Paola: “Su infancia fue un cuarto de baile”. Tras “1996” llega “1997” con esa proclamación: “El doctor Valverde Monge se pensiona” y un interrogante “¿A dónde van las personas/cuyo camino es un pedestal”. En “2007” Costa Rica acoge al poeta o el poeta se integra en Costa Rica, es decir, con amor incluido y horizontes de larga andadura poética: “Don Cheo ofrendó su bandera/en mis manos”. “2011”: “El telenoticiero/ busca a un niño vestido de policía”. ¿Vamos comprendiendo?. Seguimos: “Han pasado setenta y cinco años/desde que Cheíto pateó aquel balón”. En el ámbito familiar todo se revoluciona, un poco al menos: “Mi suegra es una mujer organizada,/levanta el teléfono/y los reporteros llegan”. “2017”: “El Colegio de Médicos prepara un homenaje”. Ha sido la profesión por encima de todo: “La promoción de nuevos profesionales/lleva el nombre “José Eliseo Valverde Monje”. Y el colofón. “Todo ha valido la pena”. “2018”: “Descansa un patriota./El amor era su patria./Pido un río de silencio”. Es la poesía al servicio de un ser humano honorable.

 

Foto de José Amador Martín

 

“Escuela de pájaros” es una difícil experiencia. Hay que verlo. La migra sin corazón atropellando a quienes se acercan a Laredo, quienes llegan de Tamaulipas, quienes aún creen que será posible el muro que inició Clinton y que un Bush sin corazón sigue “reforzando”… Véase el impresionante documento que es la novela “2666” del chileno Roberto Bolaño Ávalos. Precisamente éste, con un grupo de amigos entre los que se encontraba Mario Santiago formaron un grupo poético bajo la denominación de “infrarrealismo” y publicaron una antología de sus versos titulada “Pájaro de calor”. Esta “Escuela de pájaros” de Ávila trata de un mundo a la deriva, ese en el cual el ser humano es un número sin valor. Estados como yanquilandia, niegan el pan y la sal a quienes, según los economistas más avezados, precisan para pertrecharse ante el futuro pero que, de manera infame, les dejan morir en los desiertos, permiten que se ahoguen en el Río Bravo/Río Grande, les acribillan en los controles policiales o les niegan un plato caliente en Glendale (Arizona). De poco sirven las cadenas de buscadores de un techo que se inician en Tegucigalpa y que pueden recorrer a pie toda la América Central y México para llegar a Tijuana y allí verse retenidos en chabolas y tianguis de cartón y madera podrida. Escribe Dennis: “Hay dos pájaros/en el cielorraso de mi casa./Entre ellos y mi angustia/brilla un tragaluz”. La tierra tiembla, las fronteras se cierran, el ser humano está en un dique seco: “Migrar es el inicio del regreso:/un constante volver a empezar,/el tanteo de la esperanza…”.

 

Y así llegan las humillaciones, la soledad. “Todos hemos perdido,/el alma de la fiesta es la distancia. El poeta va remodelando su propia biografía, el instinto de supervivencia afilado por quienes la sociedad, el capitalismo cruel, sitúa al borde del desequilibrio, aunque a veces sigamos confiados, creyendo que existe algo positivo bajo las nubes. “También bajo la tierra brota amor”, escribe la académica Clara Janés. “El país/que no tiene lugar/en un mapa,/es un éxodo/en forma de cicatriz”, se dice en esta “Escuela de pájaros”. Ese éxodo lo vemos todos los días en la frontera de El Tarajal entre Ceuta y Marruecos, cuando está abierta, y también “Alguien muestra su herida/en Ciudad Juárez”. (Vuelve Bolaños). Cuando el poeta anuncia: “Cruzo el puente hacia El Paso”, tal vez esté soñando con un delivery brillante en Nueva York o el lujo de San Francisco con sus señoras plenamente concupiscentes. Y es que, ya, se encuentra en “Un puente que-separa-y une/dos realidades”. Sí, amigo Dennis. Una es la realidad de Ikea y sus muebles de contrachapado uso y los equipos tecnológicos con su obsolescencia programada, otra es la de la pobreza y la incertidumbre. Los del otro lado no saben, todavía, que necesitan a quienes llegan solicitando un refugio, pájaros sin escuela.

 

Rigoberto Paredes, Dennis Ávila, José Saramago y Silvia Elena Regalado

 

“Luces indefensas” es un intento de re-conocer el mundo que, ni siquiera, sabe cobijarnos, da lo mismo que se llame Tegucigalpa que Barcelona o Manila, donde también la soledad gana puntos cada minuto. Y es que, creemos adivinar, el poeta y su esposa quieren ser padres, crear un espacio para otro ser humano, compartir las noches de luna y las primaveras de lluvia. Dice Ávila: “Un niño/que podría ser mi hijo/me habla de dinosaurios”.  O una niña, o niño y niña, o el futuro compartido…”En la hora feliz del hombre”, como diría Luis Cernuda, quien sueña con la paternidad comienza a construir un devenir hermoso: “Junto a Paola/podríamos pintarle un cuarto/con los colores que dicte su imaginación”. Ambos comienzan a transitar por los horizontes de la apacibilidad, remontando los ríos del fracaso, imaginando el marfil de una mirada. “Antes de que el tiempo fuera el tiempo,/existieron los niños/y sus manos en la tierra”. Es una manera de crecer, de pervivir, de lograr que haya niños con merienda y padres que deseen verles dormir plácidamente. Es la poesía convertida en estabilidad y amor.

 

Llegamos a “Memoria de la sed”, ese túnel asombrado de confidencias y realidad. “He venido a la montaña para curarme”, se nos susurra. El tiempo imperdonable nos lleva a los resquicios de la libertad, de la evolución. “El silencio es el Gran Misterio,/mi maestro convertido en árbol”. Son las andanzas del relator, del protagonista de la memoria, del ser sediento de historia. “Puedo resistir sin comer,/puedo resistir sin hablar,/pero esta sed me está matando”. El poeta vuelve a sus inicios, a sus deseos de renovar el instinto de vivir, de gozar de los horizontes abiertos, tal vez al lado de una fuente capaz de saciar la sed y la soledad. “El problema es llegar/demasiado pronto/a ningún sitio”, escribía Dennis en “Algunos conceptos…”. Y aquí: “Sueño con el agua/bañada de ceniza”. Entonces llega/vuelve la infancia, el espacio abierto de esa ternura que, seguramente, ya estamos entendiendo: “Sueño a mi madre”, y la poesía cabalga por los recuerdos, por el temblor de la felicidad: “Por ella cruza un río./La veo sonreír…”. Es el itinerario de la dicha, sólo sofocado por la distancia, por la experiencia de las oscuras madrugadas. “La humanidad ha cruzado océanos/en busca de un centro cardinal…”.   Nada se desvanece cuando se puede vivir. ”La historia se estanca/en cada constelación”. Y, así, definitivamente estamos ascendiendo a ese espacio sin fronteras. “La Tierra es un colibrí”, escribe el poema hondureño, el viajero soñador, “el habitante de su esperanza”, como diría Pablo Neruda.

 

Dennis Ávila Paola Valverde, Néstor Ulloa, Carlos Ordóñez y Salvador Madrid (foto de Martín Calix)

 

Ya Rigoberto Paredes dijo de “Algunos conceptos para entender la ternura”: “este es un buen libro de poesía, de mundana y sediciosa poesía, como el autor mismo”. De todas formas en su nuevo libro, “Los excesos milenarios”, leemos un verso, una advocación interesante: “Hay un instante que sigue en el futuro”.

 

Será el de Dennis Ávila como creador, como empedernido poeta. Aún quedan.

 

Manuel Quiroga Clérigo

 

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